martes, 25 de marzo de 2014

Sigmund Freud, Universitario

                          SUCINTO HOMENAJE POR EL 150 ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO
                           Publicado en el número 1 de la revista "Palco Caústico"en abril de 2006


     Los pasos en el corredor delatan la pronta llegada de un estudiante, Fausto intercambia sus ropas con Mefistófeles y sale de su gabinete de estudio. Frente a la diabólica presencia el discípulo no ve a otro que al Dr. Fausto a quien expone su demanda: “Yo desearía hacerme todo un sabio, aprender cuanto haya de aprender en la tierra y en el cielo, la ciencia y la Naturaleza” (Goethe, 1831/2003, p.382). La ambiciosa petición es fuente de un delicioso diálogo en el cual Mefistófeles orienta al estudiante en la estructura de sus estudios y cuando parece que le ha otorgado un plan completo concluye con una frase que haría tambalear a cualquier neo-universitario:  “Vano será que os afanéis científicamente buscando acá y allá, pues nadie aprende sino aquello que puede aprender” (p. 383).
      Tan enfático enunciado pareciera emanado de un diálogo en un consultorio psicoanalítico, en el que el analista-Mefistóteles interviniera para señalar la condición humana de incompletud, su imposibilidad de expandirse a la totalidad. El discípulo añora ser todos los hombres, Mefistófeles afirma busca por donde desees, al final de tu efímero o prolongado camino descubrirás lo que ya sabías, solo puedes ser lo que eres.
     Cual personaje surgido del Fausto, el joven Freud no lograba acotar su pasión, era movido por “una suerte de apetito de saber” (Freud, 1925/1992, p.8) que ningún programa universitario podía satisfacer. En un primer momento creyó que el estudio de las leyes lo saciaría, más su vocación por la sospecha le esclareció que dicha decisión se sostenía en un puente imaginario con su amigo Heinrich Braun (Gay, 1990), compañero de escuela que con el tiempo llegó a ser un prominente político. Inquieto de lado a lado, Freud encontró la obra de Darwin, la cual le clavó una espina que permaneció encarnada en su deseo impidiéndole alcanzar el sosiego. Al parecer la última estocada fue dada por el profesor Carl Brühl en una conferencia en la que leyó un ensayo Sobre la Naturaleza, atribuido a Goethe[1].
      No había vuelta para atrás y el primero de mayo de 1873 le escribe a su amigo Emil Fluss: “He decidido convertirme en científico natural” (Gay, 1990, p.48). Sin embargo, su vacilación continúa y el dieciséis de junio le escribe al mismo interlocutor:
En cuanto a mis preocupaciones por el futuro, usted las toma demasiado a la ligera: me dice que quien teme a la mediocridad más que a ninguna otra cosa, ya está a salvo de ella. Pregunto ¿a salvo de qué? Seguramente, no a salvo de la mediocridad. Grandes espíritus han dudado de sí mismos ¿acaso se deduce entonces que cualquiera que duda de sus capacidades sea una gran inteligencia? […] Lo maravilloso del universo descansa en su multiplicidad de posibilidades; desgraciadamente no es una base sólida para el conocimiento de nosotros mismos (Mannoni, 1997, p. 23).

     Estas líneas escritas por Freud a los diecisiete años, lo acercan más a Mefistófeles que al discípulo, en la epístola da cuenta de la ansiedad del aspirante a universitario al cual le dicen  “estudia lo que quieras”, las posibilidades son múltiples, pero la multiplicidad es en ocasiones causa de extravío.
      A pesar de sus sospechas, Freud se inscribe a la Facultad de Medicina de la Universidad de Viena en otoño de 1873 y le bastaron los primeros años de estudios universitarios para descubrir que “la peculiaridad y estrechez de mis dotes me denegaban cualquier éxito en muchas de las disciplinas científicas sobre las que me había precipitado en mi ardor juvenil” (Freud, 1925/1992, p. 9). De esta manera se le desentraña la sabiduría implícita en la enunciación de Mefistófeles, la cual cité directamente de una edición del Fausto y ahora retomo de la traducción que Etcheverry hace de la Presentación autobiográfica de Freud: “En vano rondará usted de ciencia en ciencia, cada quien sólo aprende lo que puede aprender” (Goethe, Fausto, parte I, escena 4 citado en Freud, 1925/1992, p. 9).
      Con la premisa de Mefistófeles, Freud va tras las huellas de los maestros que parece pueden tener el saber que el puede aprender. Entre 1874 y 1875 asistió a las conferencias impartidas por Franz Brentano que también contaron con la presencia de Husserl. Brentano fue un filósofo que rechazó el idealismo alemán, proponiendo la obra de Aristóteles como una alternativa, así como una psicología empírica. Aunque no hay testimonios que permitan afirmar la influencia de Brentano en Freud, al parecer, “serían las ideas de Aristóteles contenidas en De anima” (Castro, 2006, p.33) las que incidieron más en el novel estudiante. El impacto del pensamiento de Brentano se ve reflejado en una carta escrita por Freud a su amigo Eduard Silbernstein “Ya no soy un materialista, pero tampoco todavía un teísta” (Gay, 1990, p. 55). Esta confusión puede tener su origen en la convicción de Brentano por la existencia de Dios simultánea a su respeto por la obra de Darwin.
       A partir del cuarto semestre de la carrera, esto es, en verano de 1875, Freud optó por procurarse una programa de estudios más personalizado, esto llevó a que concluyera sus estudios en ocho años cuando el programa contemplaba que se cursara en cinco.
      En marzo de 1876 Freud viaja a la Estación Zoológica Experimental de Trieste, fundada por Carl Craus, Jefe del Instituto de Anatomía Comparada. Esta  excursión científica a las costas del mar Adriático fue su primer contacto directo  con el mundo mediterráneo que tanto lo fascinaría a través de su vida. Su línea de investigación durante su residencia en la Estación Zoológica se relacionó con un problema que “desconcertaba a los hombres de ciencia desde los días de Aristóteles” (Jones, 1996, p. 49), la estructura gonádica de las anguilas. Producto de esta investigación fue su primera publicación científica Observaciones sobre la morfología y estructura fina de los órganos lobulados de la anguila, descritos como testículos (referida en Freud, 1897/1991, p.223), la cual apareció publicada en el número de abril de 1877 del Boletín de la Academia de Ciencias. El contenido de ese texto demuestra que desde esas fechas Freud “trabajaba en la elaboración de una teoría del funcionamiento específico de las células nerviosas” (Roudinesco y Plon, 1998, p. 376), siendo así un antecedente de su Proyecto de Psicología (1895).
      Tras la experiencia en Trieste, Freud halló “sosiego y satisfacción plena” (Freud, 1925/1992, p. 9) en el laboratorio de fisiología de Ernst Brücke. Este fisiólogo, cuarenta años mayor que Freud, solía ser reservado en el trato, minucioso en la investigación y exigente en la dirección de su área de responsabilidad. Freud se formó así en el positivismo riguroso, le fueron transmitidos conocimientos por vía de un maestro que previamente a establecerse en Viena formó “escuela” con Helmholtz y Du Bois-Reymond. Estos investigadores sostenían que solamente las fuerzas “fisicoquímicas comunes” están “activas en el organismo” agregando que los fenómenos inexplicables debían abordarse exclusivamente con el “método  fisicomatemático” (Gay, 1990).
Durante su colaboración en el laboratorio de fisiología Freud escribió los siguientes trabajos científicos: Sobre el origen de las raíces nerviosas posteriores en la médula espinal de abocetes (Petromyzon planeri)(1877); Sobre los ganglios raquídeos y la médula espinal del Petromyzon (1878); Noticia sobre un método para preparaciones anatómicas del sistema nervioso(1879); Sobre la estructura de las fibras y de las células nerviosas del cangrejo de río (1882) (trabajos referidos en Freud, 1897/1991, pp.223-225). En su trabajo realizado en 1878 estuvo cerca de revelar la existencia de la neurona, sin embargo, las discontinuas circunstancias vitales de Freud llevaron a que hoy se atribuya dicho hallazgo a Waldeyer, quien denominó a la neurona en 1891.
      En 1882 la mala posición económica de Freud lo obligó a dejar el laboratorio, pero continuó publicando artículos de neurología hasta 1897, lo que significa que durante veinte años Freud concedió especial interés  a la investigación neurológica. En cuanto a la marca científica y afectiva  que Brücke dejó en Freud existe un dato palmario, poco tiempo después de la muerte del fisiólogo, nació  el cuarto hijo de Freud, el cual recibió el nombre del maestro: Ernst Freud.
En el verano u otoño de 1879, Freud recibió el llamado a prestar su año de servicio militar obligatorio. Respecto a esta experiencia Ernest Jones (1996) refiere lo siguiente:
En aquella época esto era bastante menos riguroso que ahora. Los estudiantes de medicina continuaban viviendo en su domicilio, y no tenían ninguna obligación salvo estar cerca de los hospitales. La dificultad residía en el terrible aburrimiento… El día en que cumplió veinticuatro años lo pasó Freud bajo arresto (mayo 6 de 1880), por haber estado ausente sin licencia. Cinco años más tarde tuvo interés en almorzar con el General Podratzky, que lo había hecho arrestar, y a quien no guardaba rencor, pues admitía haber faltado sucesivamente a ocho visitas (p. 66).

El aburrimiento motivó a Freud a realizar la traducción de cuatro ensayos de las Obras Completas de John Stuart Mill, tarea que lo mantuvo ocupado, además de gratificarlo económicamente. Esta actividad agregó al inventario de conocimientos, habilidades y actitudes de Freud, la de traductor profesional.
Concluido su servicio militar, Freud regresó a sus actividades académicas y de investigación. El treinta de marzo de 1881, aprobó el último de los exámenes necesarios para obtener su título. Jones (1996) nos ofrece una sucinta imagen de lo que fue la graduación de Sigmund Freud: “Tuvo lugar  en la hermosa aula del edificio barroco de la vieja Universidad. Estuvo presente la familia Freud, así como Richard Fluss con sus padres, los viejos amigos de su primera infancia, allá en Freiberg, Moravia” (p. 68).

Al pasar de los años, Freud aseverará lo siguiente con respecto a su quehacer como médico:
Después de cuarenta y un años de actividad médica, mi autoconocimiento me dice que yo no he sido nunca un médico en el verdadero sentido de la palabra. Me he hecho médico al verme obligado a desviarme de mi propósito original, y el éxito de mi vida consiste en el hecho de que, luego de una larga jornada que representó un rodeo, he vuelto a encontrar el camino que me recondujo a mi senda primera (Jones, 1996, p. 39).

     Las líneas precedentes dan cuenta de que Freud aprendió  “a discernir la verdad de la admonición de Mefistófeles” (Freud, 1925/1992, p. 9). Freud fue universitario y padeció las ansiedades propias de este periodo de formación, sin embargo, muy tempranamente percibió con claridad que no hay ningún programa curricular que satisfaga  el hambre de conocimiento de un sujeto, que el deseo por saber es un más allá de la universidad. Al no encontrar un saber que saciara su apetito epistémico Freud inventa el psicoanálisis y nos lega un tesoro simbólico el cual prevalecerá mientras sacie la apetencia de espíritus famélicos de conocimiento.
      Los pasos de Freud como estudiante ilustran lo que ha sido una constante en la vida de varios de los autores, artistas y científicos de la historia moderna;  esto es, que la formación universitaria es un medio y no un fin. Quien no discierna esto, muy posiblemente se extraviará en el deseo de otros, sean estos maestros, padres, instituciones, sociedad, mercado, etcétera. Revisar la vida de Freud no es un tampoco un fin en sí mismo, es un medio para encontrar aquello que puedo aprender de un autor cuya obra sigue inspirando el correr de abundantes ríos de tinta resistiendo los embates aniquiladores de la hipermodernidad.
     El 6 de mayo de este 2006, celebraremos los 150 años del nacimiento de Sigmund Freud, ausencia causa de deseo.


Referencias
Castro, R. (2006). Viajes de Legitimación. Freud y las ideas filosóficas en Viena
1880-1900. México: Espectros del Psicoanálisis.

Freud, S. (1897/1991).Sumario de los trabajos científicos del docente adscrito
Dr. Sigm. Freud, 1877-1897. Obras Completas (Vol.3)  (2ª. reimp.)
(pp. 219-250). Argentina: Amorrortu.

Freud, S. (1925/1992). Presentación autobiográfica. Obras Completas (Vol.20) 
(3ª. reimp.) (pp. 1-70). Argentina: Amorrortu.

Gay, P. (1990). Freud. Una vida de nuestro tiempo (2ª ed.). España: Paidós.

Goethe, J.W. (1831/2003). Fausto. Obras Completas (Vol. 1) (pp. 313-540).
España: Santillana.

Jones, E. (1996). Vida y obra de Sigmund Freud (Vol. 1). (4ª ed.)
Argentina: Lumen.

Mannoni, O. (1997). Freud. El descubrimiento del inconsciente (7ª ed.).
            Argentina: Nueva Visión.

Roudinesco, E. & Plon, M. (1998). Diccionario de Psicoanálisis. Argentina: Paidós.



[1] Cito la nota de Strachey (en Freud, 1925/1992, p. 8, nota 7): “Según Pestalozzi (1956), el verdadero autor del ensayo (escrito en 1780) fue el suizo G.C. Tobler; Goethe lo leyó medio siglo después y, por una paramnesia, lo incluyó entre sus propias obras”.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Las novias que no tuve

Grande es mi secreto,
tejer los silencios de nuestra historia,
esa que no te cuentas,
pero escriben mis ojos en tu reflejo.

Tenerte sin que seas mía,
trazar con mis lágrimas siluetas a las sombras,
borrarlas al anochecer,
intentar eludirte,
pues en cuanto escapas del recuerdo te atrapa un sueño.  

Eres todas, no eres ninguna,
el tuyo es un retrato inconcluso,
luz vacilante del eterno femenino,
amante prófuga de mis anhelos. 

Juan Pablo Brand, Grande es mi secreto


Delimitación conceptual
Novia que no tuve: Dícese de la dama con quien tuve intención pero no hubo ocasión.

Me encontró la canción Dreams de The Cranberries, la voz de Dolores O’Riordan apareció como el fantasma de las navidades pasadas de Scrooge, llevándome de la mano hasta  una ventana tras la cual me observé en una casa de Coyoacán jugando en un sillón 4 en línea con una hermosa adolescente un año menor que yo, quien me pregunta después de haberme ganado: ¿No te diste cuenta? Lo cierto es que no, aproveché todos sus momentos de concentración para mirarla, además de que ganarle era muy mala estrategia de seducción. Aún así, se sumó a la lista de las novias que no tuve, pues fuera del juego había cuatro en línea tras de ella.
Si la fantasía cotizara en bolsa, mi fotografía estaría en la revista Forbes. De ahí que me narrara historias de amor con mujeres que me gustaban, a muchas las he olvidado pero otras permanecen en mi recuerdo, como Rosa, aquella belleza a la cual fui a contemplar por más de un año a la salida de su colegio. En una ocasión tuve el arrebato de escribirle una carta e intentar entregársela, ella me miró con desdén mientras sus manos permanecieron inmóviles. Ahí mismo rompí la carta y aventé los trozos, busqué apoyo en mi manada de machos, les conté mi desventura. Ellos, empáticos con mi dolor, días después le gritaron al unísono por su nombre, difícilmente una mujer puede resistir el llamado de tantas voces masculinas, ni siquiera Rosa. Al voltear ella, mis amigos chiflaron con todo el poder de sus pulmones y doblaron sus brazos en una mentada de madre sinfónico-coreográfica (insulto del folclore mexicano que por su valor y eficacia debería ser nombrado patrimonio intangible de la humanidad).  Les agradecí su afán por vengar el desaire pero ese día anoté a Rosa en mi lista de las novias que no tuve.
De ese tiempo a la fecha la lista se ha engrosado, si cada novia que no tuve fuera una piedra, podría construir mi propio muro de los lamentos. He tenido serios errores de apreciación, se dice que el enamoramiento es una variante de la locura, habría que agregar que también de la estupidez.  Si en la balanza del amor se colocaran de un lado los actos de enajenación y del otro los de torpeza, los primeros quedarían notablemente en lo alto. Hay quienes levantan el rostro y sin ninguna reserva afirman: “No me arrepiento de nada”, les compadezco, una vida sin tropiezos inconfesables en el amor no merece ser llamada vida. Decía Lacan: “Amar es dar lo que no se tiene a quien no es”, no sin cierto rubor le doy la razón al psicoanalista francés, ¿cuántas cosas he hecho o regalado que rebasan mis recursos, por personas  que no existían? Esto es, al hacer el balance de mis inversiones basadas en idealizaciones, salgo en números rojos. La especulación es mala consejera en los terrenos del corazón.
Recuerdo a otra novia que no tuve, quien tras horas y horas invertidas al teléfono, una tarde me dijo: “No sé si sea mala noticia para ti pero ya tengo novio”. En cuestiones de tiempo no hay reembolso, comencé a calcular las horas-libro que había perdido y me dije que no volvería a sucederme algo así, pero aunque el espíritu esté presto, la carne es débil. Al poco tiempo ya estaba tras los pasos de otra dama.
Hay una cuyo recuerdo es como una taza de café al atardecer, la compañía perfecta. Con ella estuve a punto de falsear el dicho de que donde hubo fuego, cenizas quedan. Tras el intento de pretenderla, logramos una complicidad libre de coartada, alcanzamos esa magia que sólo pueden lograr una mujer y un hombre que optan por complementarse sin enamorarse. Es tan maravilloso que es imposible sostenerlo a través del tiempo, probablemente ese sea el encanto, en cuanto inicia comienza su final.
He compuesto seis canciones en mi vida, ninguna de ellas memorable. Una fue inspirada por una novia que no tuve, la primera estrofa sonaba así:

Sobre la arena deslizando una ilusión,
tu vista atrapa a las aves al flotar
y te estremeces al pensar,
que algún día alas tendrás

     Tenía diecisiete años y cuando interpretaba mi canción al piano generaba el efecto cucaracha, todos alrededor se esparcían o se ocultaban en el rincón más cercano. Recurrí al placebo de quien no logra popularidad con sus creaciones: “Canté para mí”. Solamente mi querido primo Gerardo encontró algún valor a mis canciones y en algún momento me grabó con un artefacto casero, años después las digitalizó, gracias a lo cual todavía conservo dos de ellas. Entre las que se encuentra la de Sobre la arena, dedicada a esa otra novia que no tuve.
     Recordar a las novias que no tuve es como entrar en una librería de viejo, donde encuentras tomos que en su momento tuvieron un lugar importante en la vida, pero al paso de los años se unieron a una colección empolvada y perdida en las capas geológicas de la memoria. Te acercas, miras algunos con indiferencia, te detienes frente a otros con nostalgia, abres los que particularmente remiten a un bello recuerdo, pero al final te vas sin llevarte ninguno. Parafraseando al maestro Cervantes Saavedra, varias de ellas se ubican en algún lugar de una mancha y de sus nombres no quiero acordarme, muchas han sido diluidas por el olvido y otras, muy pocas, habitan en mi Monte Helicón, musas que de tiempo en tiempo retornan para obsequiarme un motivo para escribir, sobre eso que no fue, pero aún así, viví con ellas. 

martes, 4 de marzo de 2014

Morir en un sueño


Un sueño me conmovió intensamente la otra noche, lo co-protagonicé con mi querido amigo Carlos R., de quien daré más detalles líneas abajo. Era una vuelta a los tiempos de la adolescencia, cuando ir de fiesta era un peregrinaje, un evento de primer orden al cual nos dirigíamos como un clan tras la búsqueda de su dios primigenio. En el sueño, había la noticia de una fiesta a la cual debíamos llegar en un tiempo breve, la propuesta de Carlos fue ir en motocicleta (aunque nunca le he visto manejar una), él como conductor y yo como acompañante. Arrancamos a gran velocidad por uno de los típicos Ejes (calle con numerosos carriles) de la Ciudad de México, al momento pensé: “No traemos casco”, pero todo indicaba que llegaríamos rápido y no sería necesario. En medio de mi pensamiento, me descubrí flotando lejos de la moto, en un instante se me reveló el suceso, habíamos chocado y los dos éramos lanzados como flechas al vacío. Caímos al pavimento y nuestros cuerpos se deslizaron a gran velocidad. Fueron segundos eternos en los cuales tenía la certeza que había perdido todo control sobre mis movimientos y mi devenir, lo más llamativo es que experimentaba una ansiedad muy ligera mientras pensaba: “Voy hacia a la muerte y no puedo hacer nada”. Veía delante de mí a Carlos, mientras intentaba girar sobre mi cuerpo, pues la ropa se había desgarrado de un lado y deseaba cambiar para evitar el desgarre de la siguiente capa que era mi piel. Visualizaba diferentes puntos de colisión en los cuales reventaría mi cabeza. Nuestra velocidad disminuyó hasta detenernos, seguíamos vivos aunque muy maltrechos, los brazos llagados y heridas en cada rincón. Se hilvanaron otros sucesos en el sueño tras los cuales desperté, revisé mi cuerpo detalladamente,  me sentí como Lázaro emergiendo del sepulcro. Sólo fue un sueño, pero inmediatamente supe que algo de mí acababa de morir.
¿Quién es Carlos R.? Mi primer amigo de la adolescencia. Desde mi lectura original del texto de Psicoanálisis de la adolescencia del gran Peter Blos, encontré a Carlos entre sus líneas, cuando el autor describe a ese mejor amigo de la adolescencia temprana, con el cual se crea una amalgama narcisista. Con él aprendí a fumar, juntos nos embriagamos por primera vez. Mientras yo me lancé a los arrebatos del amor, tejiendo historias rayanas en los dramas decimonónicos, él operaba con discreción y serenidad, era el amante sigiloso que  llegaba cuando todos nos habíamos ido. Compartimos viajes, amigos, todo tipo de celebraciones, confidencias y mucha música. Actualmente lo veo con poca frecuencia pero ocasionalmente lo convoco en mis remembranzas, como a todas esas mentes de mi generación, citando a Allen Ginsberg, en compañía de quienes robé el fuego a los dioses.
Con él iba a morir en mi sueño, quizá por eso no estaba angustiado, más bien me pesaba la tristeza, sentía que todo lo vivido eran solamente pródromos de la sincronía de nuestra extinción, nos conocimos con el fin de acompañarnos  en la muerte.
¿Qué murió esa noche? De eso no puedo hablar, tan sólo mascullar. Perdí la ingenuidad de lo cotidiano, cuando se roza la barca de Caronte,  aún en un sueño, los días se derriten como relojes dalíneanos, se sospecha de los minutos como emisarios de lo inevitable. Solemos pensar que las etapas de la vida se cierran en bloque, conforme avanzo en los años descubro que las etapas son como un tejido complejo compuesto de infinidad de hilos, al paso del tiempo algunos se rompen, mientras otros resisten, es por eso que podemos seguir hilos hasta nuestra infancia o adolescencia. Esa noche se rompió uno de los hilos amarrados a mi edad de la punzada, de ahí la tristeza, el desgarro y el dolor. Hasta el momento no logro hacer el recuento de los daños.
Uno de los obsequios de vida que recibí de Carlos fue la música de U2, particularmente la canción de Pride (In the name of love), eran tiempos en que soñaba con ser protagonista de un cambio mundial, acababa de caer el sólido muro de Berlín, creía que se podía lograr lo imposible. Teníamos un grupo musical, escribía poemas y comenzaba a entender la complejidad del escenario internacional. Pensaba en el amor como una fuerza de cambio, se fortaleció mi convicción por la no-violencia. Todo esto se consumó años más tarde en mi decisión de estudiar Psicología, abandonando el plan de estudiar Derecho, descubrí que mi camino de transformación era de la persona hacia la sociedad. Se amarró un hilo, aquel que se rompió la noche de mi sueño.
Han pasado 25 años del mítico 1989, perdimos lo mejor del socialismo y heredamos lo peor del capitalismo, su pragmatismo. A diario se fumigan las casas, las calles, las aulas, las oficinas, las redes sociales, esto es, lo habitable física y virtualmente. Todo con el fin de erradicar la poiesis, la que los pragmáticos sienten como una gran amenaza. El mundo se torna letárgico, prevalecen los reproductores sobre los productores, es una era de insaciables repetidores e imitadores de los trending topics. Hay lamentos por la muerte de José Emilio Pacheco y celebración por el centenario del nacimiento de Octavio Paz, pero pocos pueden citarles, porque lo que realmente importa es conocer Los cuatro acuerdos o La paradoja.
En mi sueño murió ese furor juvenil por el cambio, tan veloz que choca con la realidad y lanza a la fricción del existencialismo burocrático. Probablemente sea un paso en dirección de la sabiduría, es el esclarecimiento de que el cambio y la transformación no son consecuencia de un propósito personal, sino de una compleja madeja de elementos que se organiza en un momento específico de manera inexplicable. Esto rompe la lógica pragmática del self made woman/man y la retórica de la autoayuda, la cual es buen negocio porque es como el barniz de uñas, decora pero rápidamente se quiebra.
En medio de la obsesión por las autopistas, donde el objetivo único es llegar (aunque no se tenga claro para qué), me gusta andar por los caminos prolongados, como el Psicoanálisis, donde es posible convivir con el paisaje, detenerse, respirar, contemplar, sabiendo que toda llegada es solamente una escala. 

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.


¡A su salud, Don Pedro Calderón de la Barca!