martes, 28 de julio de 2015

Te perdí en Facebook

Invoqué al dios Facebook,
le pedí te trajera de vuelta,
escribí tu nombre en sus entrañas,
complaciente como suele ser,
me obsequió tu rostro,
tantos años y nada habías cambiado,
no supe que hacer ante tan vibrante pasado.

Con los fragmentos entrelacé la narrativa,
aquella que me complacía,
aquella que me convenía,
imaginé que estabas también ahí para buscarme,
me ilusioné con ideas sobre el destino y la sincronía,
te volviste una íntima desconocida.

Como quien lanza plegarias al cielo,
solicité tu amistad,
empecé a temblar con cada aviso de mensaje,
al parecer el mercado me extrañaba más que tú,
si las promociones fueran declaraciones de amor,
sería un consumado Don Juan.

Caminaron las horas y los días,
mi fe comenzó a menguar,
desesperado busqué señales,
algún cambio en tu perfil,
una foto nueva con exceso de photoshop,
pero nada indicaba un antes y un después.

Un día sin respuesta en redes sociales,
equivale a meses de las viejas cartas,
como la vida de algunos insectos,
mi solicitud moriría en pocos días,
hice del muro de Facebook
el de mis lamentos.

Las semanas siguieron su curso,
el mundo de mis notificaciones se desertificó,
mi esperanza se pixeleó,
salí de la batalla con un baúl de palabras alentadoras,
con miles de risas y motivos de indignación,
adiestrado en lo políticamente correcto,
al parecer siendo mejor persona,
pero con la certeza de que te perdí en Facebook.

jueves, 23 de julio de 2015

Voces, mis órbitas a través del misterioso corazón de la mujer


En la petrificación amorosa, la voz sería a la mirada
lo mismo que el trueno es al relámpago, el fragor que
 sigue al resplandor y lo refleja.

Paul-Laurent Assoun. La mirada y la voz

I once had a girl, or should I say, she once had me... Así es, Norwegian Wood, pero no cantada por The Beatles, que en sí misma es una de mis canciones predilectas, sino por Priscilla Ahn, cuya espléndida voz suave es el umbral hacia la constelación del ensueño. Desde su descubrimiento, no hace mucho tiempo, la he obsequiado a mis oídos al menos cincuenta veces. Acompañada por una copa de buen vino y envuelta por el viento vespertino de un sábado, se acerca a la fórmula exacta del sosiego.
Estoy convencido, si la muerte se me aparece cantando con la voz de Céline Dion, no sentiré ni un roce de angustia, iré tras ella sin reparos y cuando me abandone el último respiro me encontrarán con una sonrisa. Lo confieso, escuché por primera vez la voz de la Dion cuando vi la película de Titanic en 1997, al momento de los créditos, la canción de My heart will go on, me hizo sentir intensamente la muerte de Jack Dawson (Di Caprio) y retornó a mi mente la frase de Rose DeWitt (Winslet): El corazón de una mujer, es un profundo mar de secretos; la cual asocié con la voz de Céline Dion y no con la mano de Winslet desempañando en un arrebato de placer el cristal del automóvil que les sirvió lecho amoroso. Aunque grabada antes de esa fecha, conocí su versión de The Power of Love años después, quizá sea una de las canciones más cursis que se hayan escrito, pero la letra es lo de menos cuando está cantada por la voz de Céline. Tanta es su fuerza que borró completamente la versión original grabada por Jeniffer Rush en 1984. Los matices, las tesituras, la fuerza, la dicción, los silencios, en fin, la coloratura; son una marea de estímulos que arrastra al precipicio de lo sublime. Y como toque final, I drove all night, la cual considero una de las interpretaciones más logradas de la Dion, juega con la voz como si se tratara de arena, inicia una vocalización y a la mitad la eleva, la baja, la regresa, sin que se noten los saltos. Como dicen los doctos, no se percibe el passaggio. El esplendor lo alcanza en el minuto 2:58 de la versión oficial, momento en el cual lo que significarían gritos para cualquiera otra cantante, ella sube y suaviza la voz. Por supuesto, dejó en el olvido la versión original cantada por Cyndi Lauper en 1988, pero hay que conceder que el video de Lauper es un desplante de la extravagante sensualidad que tienen esas mujeres que seducen con su insistencia por colocarse al margen del buen gusto, esto es, en la antípoda estética de Céline Dion.  
Whitney Houston, particularmente su I will always love you. De nuevo dejemos la letra a un lado, la canción es una Master class del uso del falsete. Pasa de un registro a otro sin ninguna dificultad como si una voluntad superior moviera su sistema fónico, logra el tono y el timbre deseados. Esta canción acompaña la escena final de la película de El guardaespaldas. La pieza me trae muy buenos recuerdos, sobre todo de una persona que me fue muy querida, en este instante rememoro con una sonrisa como fantaseaba toda una dramatización, en la cual llegaba a su fiesta de quince años y a pesar de la oposición de sus padres, la sacaba a bailar con la susodicha canción. Definitivamente cuando el dolor se hace memoria, tiene una sazón de exquisita añoranza.
Me dirijo ahora a territorios más inquietantes, al del Movimiento número IV del disco de El Greco de Vangelis. La voz, nada menos que de la diva catalana Montserrat Caballé. Desde hace muchos años sufro, y lo digo con toda intención, de una fascinación por la vida y la obra de El Greco. Hace como veinte años tuve un encuentro obsesivo con la obra del escritor griego Nikos Kazantzakis, famoso por sus obras llevadas al cine: Alexis Zorba, el griego y La última tentación. Uno de sus libros tocó las raíces de mis certezas como incipiente estudiante de psicología, su autobiografía Carta al Greco, sus batallas entre el comunismo y la mística cimbraron los pilares de mi sistema axiológico. Extraño esa época, extraño la pasión con la que leía a Kazantzakis, extraño los largos tiempos entumecido frente a los pocos cuadros del Greco en el Museo Soumaya en la Ciudad de México. Cuando escucho el canto de este Movimiento  de la Caballé, tengo la sensación de que lucho una batalla imposible, siento nostalgia de la espiritualidad de mi niñez, pero basta con que concluya para repetirme que soy un reo de mi subjetividad y que eso que una vez viví como Dios fue tan sólo la seducción de mi grandiosidad infantil, en la cual podía jugar a ser el último eslabón de un impensable universo.
Y finalmente, Marie Friedriksson, del grupo sueco Roxette. El conteo de canciones de iTunes, me delata, la suma de reproducciones de sólo tres canciones: Spending my time; Crash, Boom, Bang y It must have been love; alcanza las 878 reproducciones. ¿Esto se puede atribuir a una fijación perversa con la voz de Friedriksson? Lo siento, pero es menos interesante que eso. Es un hecho que las letras de Roxette son lo más adolescente que se puede encontrar en la oferta musical en inglés de finales de la década de los 80 y principios de los 90 del siglo XX.  Basten un par de dosis para corroborar el dicho:
      -       Trato de llamarte pero no sé que decirte. Dejo un beso en tu contestador automático. Oh, ayúdame por favor ¿Hay alguien que me pueda hacer despertar de este sueño?
     -       Porque cada vez que creo enamorarme ¡Crash! ¡Boom! ¡Bang!
Intento enamorarme pero entonces me estrello con una pared ¡Crash! ¡Boom! ¡Bang!

Esto es, las canciones de Roxette me trasladan al epicentro de mi adolescencia, en el cual mi mente narrativa y dramática hasta la necedad, me llevó a inventarme historias amorosas tan exaltadas que me creía el protagonista de grandes épicas románticas. En 1991, en Acapulco pude ver a Roxette en vivo en un Festival, y digo ver porque no cantaron ni tocaron, fue puro playback. Pero eso no impidió que las siete horas que se hacían en ese momento por carretera de regreso a la Ciudad de México, imaginara que la presencia de Roxette era una señal de que la chica que me encantaba y estaba sentada a unos cuantos asientos de mí en el camión y con quien había bailado toda una noche en la discoteca News; finalmente se acercaría y me cantaría: “Hola, tonto, te amo, únete al viaje del placer”.  Lo cierto es que el trayecto concluyó con otra canción: “Debió ser amor, pero terminó. Fue todo lo que quise y ahora vivo sin ello”.
Sucedió que de esos desencantos nacieron mis primeras poesías, así que perdí el amor pero gané la escritura. Así que escuchar las canciones de Roxette, es un rito de invocación a los orígenes, un peregrinaje por las heridas entre las cuales florecieron las primeras letras.
    Al respecto del enganche a las voces, afirma el psicoanalista Paul-Laurent Assoun en su libro Lecciones psicoanalíticas sobre la mirada y la voz: Lo que escucha “cantar” es entonces su objeto. Si la considera “melodiosa”, entonces es porque le presta las virtudes de objeto que se “mira” en ella. No vacilemos en reconocer al “objeto vocal” un valor de “fectiche”. Pero eso equivale a decir que el “objeto sonoro” no es más que el signo de una “falta”: viene a encarnar, por lo tanto, algo que se espera del otro, como si se aguardara sin cesar que eso hablara en el otro. “Señal” de la falta y suplencia reparadora. Siguiendo la línea de estos planteamientos, no me queda más que preguntarme: ¿Qué espero que sea cantado por Priscilla, Céline, Whitney, Montserrat y Marie? ¿Qué falta me señalan sus voces y cómo encuentro la suplencia a la misma? Si le doy crédito a mis asociaciones nacidas en el trayecto de esta escritura, todo me indica una inagotable búsqueda en sus voces de la revelación del misterio del amor femenino, fuente de las vivencias numinosas y por tanto, origen de toda creatividad, toda espiritualidad y todo enamoramiento. Pero también de lo ominoso, de la paranoia y la melancolía. Su voz es la encrucijada entre la creación y la nada, la posibilidad de ser otro sin desaparecer, es engranaje que permite ser amante y amado. Sus voces de mujeres condensan lo bello y lo siniestro, son causa de mi temor y temblor, pero también de toda la poesía que me habita.

miércoles, 15 de julio de 2015

Esfuerzo y modestia en el quehacer del psicoterapeuta

Como informé hace algunas semanas en este blog, ya está en red la página Psic.mx, que integra la revista "Transiciones" y el área de Blogs que se llama "Conversemos", en la cual acabamos de publicar varios trabajos breves. En particular mi blog se titula "El arte de la psicoterapia" y en esta ocasión hago una reflexión sobre el esfuerzo y la modestia en el quehacer del psicoterapeuta a partir de una propuesta del gran psicoanalista Juan David Nasio. El link de mi entrada es:
http://psic.mx/index.php/conversemos/item/78-esfuerzo-y-modestia-en-el-quehacer-psicoterapeutico

También encontrarán los escritos de:

domingo, 12 de julio de 2015

Y aún era domingo

Para mi querido primo-amigo Gerardo Barajas Garrido,
por ese reencuentro que no fue en domingo, pero que lo parecía.
Por la memoria común, la amistad y las letras.


Un sillón, la lluvia estival y sus recuerdos. El presagio de una nostalgia perfecta. Era domingo, el atardecer se detuvo con esa luz sepia de fotografía antigua, no le pareció ajena, así se iluminaban gran parte de sus sueños. Entre ellos había uno recurrente, en el cual volaba por encima de una ciudad desierta sin señales de cataclismo, el abandono parecía no responder a una guerra o desastre natural, tan sólo estaba carente de vida, sin ni siquiera un árbol o alguna persistente hierba. Como toda ausencia que resuena, descubrió que no respiraba, lo cual esclareció el misterio del fin de la vida en ese lugar, se quedó sin atmósfera. Una vez, al despertar, tuvo dos pensamientos, uno sobre la luz sepia de su sueño y el otro fue una fugaz  interpretación del viaje onírico que acababa de concluir, a su vida actual se le había agotado el oxígeno así que era tiempo de cambiar. Salió de su larga ensoñación y aún era domingo.
El incesante llanto de las nubes lo trasladó a su niñez, cuando durante las tardes lluviosas, en el hastío del encierro, esperaba frente a la ventana el cesar del temporal. En ocasiones intentaba contar las gotas, no todas, se limitaba a mirar un sólo metro cuadrado y sumarlas, para luego multiplicarlas por los metros cuadrados que imaginaba media la calle en la que vivía. Nunca logró el conteo. Otros momentos fueron más filosóficos, imaginaba a las gotas como personas y los charcos como la sociedad en la cual éstas se diluían, esto le hacía considerar a las gotas de las ventanas como las más autónomas, así que observaba por horas como se fusionaban unas con otras y al concluir el goteo, rescataba a varias con su dedo y las colocaba en un pequeño plato que metía en el congelador. Una vez en estado sólido las pasaba a un bote también al interior del congelador, conservando así su individualidad. De esta manera se sentía el guardián de los derechos de las gotas de lluvia. Un relámpago lo sacó de sus cavilaciones y aún era domingo.
Sus ojos se enturbiaron con la vuelta de esa escena en la que corre con sus amigas y amigos bajo la tormenta, cubiertos tan sólo con su osadía y calor adolescentes, era verano, eran vacaciones, eran libres y no estaban dispuestos a ceder ni un ápice de su albedrío. Añoró aquel fuerte abrazo de su gran amigo y el beso inesperado de la chica que lo mantenía insomne con su distancia. Bebían la lluvia, saltaban en los estancamientos y contaban al unísono los segundos entre el relámpago y el trueno para después gritar hasta llevar al límite sus pulmones. Ellas y ellos se habían dispersado, un dolor se le detuvo en la garganta y supo que nunca más correría a su lado escapando de la responsabilidad y, además, aún era domingo.
Se acercó al cristal y lo tocó con intención de sentir la fuerza del viento, fue así que rememoró las manos de su abuela, esos poemas encarnados con los cuales dirigía su fantasía los días de lluvia. Las movía frente a la ventana mientras le narraba como las gotas eran un obsequio del cielo para los árboles y eso explicaba la danza que éstos hacían durante las lluvias, era un gesto de gratitud por el don del agua y la vida. Su abuela murió una noche de verano, él todavía era niño y creía en la transmigración de las almas, sobre todo por las historias que le había contado ella. Desde ese momento al tocar la lluvia, tiene la sensación de que su abuela ha bajado del cielo para bendecirlo como solía hacerlo antes de dormir. Así decidió salir para sentir el contacto de las gotas sobre el rostro, pues fue una noche como esa cuando se fue su abuela, antes de la medianoche y cuando aún era domingo.

martes, 7 de julio de 2015

Anástasis

“Flotar es pericia de gases y almas, misteriosa es la expansión de unos en contraste con la cohesión de las otras”.
Así lo entendía esa conciencia etérea, instantes después de abandonar el cuerpo que habitó durante años. No transitó por ningún túnel, no siguió una luz, no le esperaba nadie, tan sólo apareció ahí, aunque el concepto “ahí” era reducto de su vida corpórea, estaba pero no ocupaba un lugar y su única medida de tiempo era la secuencia de sus representaciones.
Libre de sensaciones, no veía, no escuchaba, no olía, no percibía sabores ni registros táctiles. No experimentaba peso ni movimiento, no tenía volumen, todas las emociones se esfumaron. Era conciencia absoluta, ser que imposibilitaba la nada.
Su estado era una forma de abstracción blanca, una entidad conciente pero sin contenidos ni aprendizajes. Así fue hasta la fragmentación de la eternidad por una manifestación no energética, de súbito la conciencia se encontró corporeizada rodeada de millares de millones de cuerpos con la misma perplejidad en el rostro. La confusión fue acallada por una voz que resonó desde su interior, entre los restos de ese estado previo: “Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día”.
Volvieron las sensaciones, el peso, el volumen, el movimiento y las emociones. Renegó por la impostura de la anástasis, tras haber sido conciencia absoluta, la condición humana le resultó repulsiva.
El Hijo conoció sus pensamientos e inmisericorde se sacrificó una y otra vez para resucitar y esparcir la creencia en Él, condenándolo a permanecer confinado a una existencia de rezos y alabanzas al Padre, cuyo único poder es obstaculizar a los humanos su disolución en la Totalidad y conservarlos sujetos a su Voluntad de segmentación. 

miércoles, 1 de julio de 2015

La cama propia

En cuanto se despertó y vio su cama, supo que algo fue mal esa noche. Este pensamiento es habitual en quienes duermen acompañados, pero no era su caso, no tenía a quien responsabilizar sino a sí mismo, lo cual no era la mejor manera de iniciar un día. Primero lo visitó el desasosiego, la escena le hizo rememorar sus peores vivencias entre las sábanas, desde el encuentro con esa mancha misteriosa en un hotel de paso hasta las remotas noches en vela tras haber visto la película de “El exorcista” cuando era niño. 
Recordó la forma de dormir de las personas con las que había compartido la cama, la diversidad de los estilos le trajo al rostro la sonrisa más espontánea que había tenido en mucho tiempo. Cómo olvidar a “la estrella”, que invadía el centro del colchón y estiraba brazos y piernas, dejándole tan sólo un recoveco en el que dormía con una mezcla de cuidado y molestia. La “nunca-me-callo”, que hasta dormida seguía charlando. Su recuerdo era ameno, siempre le han intrigado los misterios del sueño, así que tener la oportunidad de investigar eventos como el sonambulismo o el habla dormida le resulta entretenido. Con ella, sus intentos por indagar información que le resultaba útil fueron infructuosos, así desacreditó los mitos de estos comportamientos nocturnos, como el que afirma que dormidas, las personas develan verdades. Qué decir de los sustos que le provocó “la muerta”, cuya cara bonita hacia más siniestra la experiencia. Para dormir, ella se colocaba boca arriba, cruzaba las manos sobre su pecho y así permanecía hasta despertar. La primera noche que pasó a su lado, se despertó por la madrugada por una urgencia fisiológica y súbitamente la encontró en esa posición de solemnidad funeraria, el grito que salió de su vientre la despertó, tuvo que argumentar el efecto de una terrible pesadilla pues nada seductor resultaba decirle que su visión le recordó a su abuela en el ataúd.
Las sonrisas se volcaron en profunda melancolía al momento que volvió a su memoria quien fue su gran amor, añoró ese maravilloso fin de semana en que se propusieron emular a John Lennon & Yoko Ono y no salieron de la cama durante casi 58 horas, salvo para los requerimientos corporales. Hicieron de la cama su territorio, todo sucedía ahí, era un lugar donde las posibilidades se multiplicaban a cada instante. Fue acostados sobre el cubrecama que ella le dijo que ya no le amaba. Durante meses lo conservó, se envolvió con él cada noche, sufrió con intensidad la mañana en que ya no encontró el aroma de ella en ningún rincón de la cubierta, pero también supo que era momento de terminar. Buscó el lugar ideal para hacer el ritual de quema de cubrecama, junto con el cual lanzó al fuego fotos, ropa y todas esas huellas que se van quedando en la rutina de convivencia.
    Su cama esa mañana se transformó en horizonte de sentido, la escena que lo conmovió al despertar fue señal de que en realidad nunca duerme solo, basta con que cierre los ojos para que las sábanas sean invadidas por demonios, hadas,  recuerdos  y toda la fauna que se alimenta de las formaciones de su  inconsciente. Aún así, la cama propia, como la habitación  propia de Virginia Woolf, es un espacio de posibilidad y creación el cual se resiste a compartir.