domingo, 25 de diciembre de 2011

Desde Barcelona, un sopor mediterráneo interrumpido por Murakami


25 de diciembre en Barcelona, domingo y día festivo, una buen parte de la ciudad está conectada a la inactividad propia de estas fechas.
Viajando solo, la interrogante por el plan del día  se dirige primeramente a lo posible y luego al deseo. Descartadas las opciones comerciales y abarcadas una buena parte de las turísticas más importantes, quedaban dos caminos: Religio o Natura. Al ser una festividad religiosa, los templos católicos estarían abiertos, solamente que suelen cerrar de 13:30 a 16:30. Opté por Natura, habiendo visitado dos colinas de Barcelona: Montjuïc y la Colina de las cruces (Parc Güell); y el monasterio en Montserrat. Decidí que era el día de visita al Mediterráneo, el maravilloso clima y la gratuidad del  paseo, corroboraron la decisión.
Como suelen ser las playas de mares, en contraste con los de océanos, el oleaje es sutil, preciso para entonar su música sin imponer su poder  con golpes impetuosos sobre la arena. Añil profundo, gaviotas y pocas embarcaciones, constituyen la fórmula exacta para la inspiración poética.
Envuelto por un cielo azul completamente despejado, me dejé caer sobre la arena, a mirar y escuchar. Eso sí, atrapé estratégicamente mi inseparable mochila, al parecer, en Barcelona no es recomendable caer en éxtasis teresiano en sitos públicos, aunque las bellezas artísticas, naturales y humanas inviten a una mística contemplación, los roba-bolsas operan como radares de la distracción. Quizá el estímulo más complicado de evadir, por su cantidad, son las bellas catalanas. Subirse al metro es como abordar el “tranvía llamado deseo”,  una tras otra aparecen, es como habitar un hormiguero de hormigas reina. Uno se explica porque el monasterio tiene que estar lejos y en medio de la montaña, aquí los bonos celestiales por castidad se triplican, aun así, Montserrat tampoco es un refugio seguro, pues sus serranías son una sucesión de formas femeninas. Quizá un detalle inesperado es que pareciera que todas estuvieran  uniformadas, todas visten botas, jeans o mallones y  abrigo o chamarra. Debe ser la tendencia de invierno, pero llegué a la conclusión de que en la actualidad la moda no es la búsqueda de la originalidad sino la lucha por verse mejor con lo mismo. No es asunto local, pues había una gran cantidad de turistas orientales y compartían el uniforme.
Nunca había estado tan cerca del Mediterráneo, su incesante azul es un paisaje de reflexión zen, un vacío sobre el cual uno traza las líneas de su espiritualidad como rayas de un cuadro de Joan Miró.
Cuando el sol comenzó a crearme estragos, visualicé una red de restaurantes que me atrajeron como ratón tras el flautista de Hamelin. Todos enarbolan  nombres muy conceptuales, parece una muestra de lugares de la zona de Polanco en la Ciudad de México, pero ubicados a orillas del mar. Tras un recorrido por las afueras, elegí uno llamado Opium Mar, pero miré la carta antes de entrar, no pretendía romper mi romance con el Mediterráneo al recibir una cuenta exorbitante. En realidad, el precio se elevaba un poco sobre la media de lo que había visto hasta el momento, caro, pero recordando algunos lugarcillos donde te gastas tres euros menos, el lugar se perfilaba como paraíso.
Me atendió un mesero totalmente fashion: alto, delgado, trigueño, con rasgos ibérico-arábigos, en fin, un prófugo de un anuncio de Armani. Al preguntarle por los tintos que vendían por copa, desbordó un estilo gay que parecía que le había echado un piropo, lo cierto es que recibí noticias maravillosas, una opción era ese bálsamo emanado de las entrañas de la Ribera del Duero que se llama Protos. En comparación con las otras alternativas la copa tenía un precio elevado, pero el entorno lo justificaba. Cuando confirmé el pedido, pasó su mano por encima de la oreja izquierda y me dijo suavemente: ¡Vale! Como dicen por estas tierras, ¡Joder!, sentí que me aplicó aquella frase de Soltero maduro.. Pero en realidad ahí acabó la escena, al parecer era el capitán de meseros y su función era utilizar todos sus recursos de seducción en el momento clave en que uno hace el primer pedido. Seguramente sabe que agregar algo de encanto  al hambre y la fascinación de los comensales por el entorno, puede elevar el consumo.
Al visitar las instalaciones sanitarias, encontré que el lugar resguardaba un gran bar al cual convocaban  para recibir el 2012. Pensé que sería un lugar espléndido para festejar el inicio del último año maya, pero ya no estaré por aquí para esas fechas. Además una borrachera frente al Mediterráneo puede tener sus riesgos, con los sentimientos de grandiosidad provocados por el alcohol teniendo como escenario al mar con el mayor número referencias en la cultura occidental, puede emerger el Aquiles o Ulises que uno lleva dentro y  creer que ese manto de agua lo llama a grandes faenas.
Caminé otro tramo de la playa para luego encaminarme a otras rutas de Natura, crucé una de las entradas del Parc de la Ciutadella. Me dirigí a la famosa cascada diseñada por Josep Fontseré junto con su entonces estudiante, Antoni Gaudí. Pedí un café e inicié la redacción de estas líneas, tras lo cual me dispongo a seguir leyendo la magistral novela 1Q84 de Haruki Murakami, cuyas primeras dos partes (integradas en un solo libro) las porté, no sin cierto escepticismo, como libro de viaje. Mis dudas se derrumbaron desde las primeras páginas, en cuanto hago una pausa en el camino lo leo: en el transporte, en las comidas, en las noches y en mis tan gustadas escalas de lectura en parques, jardines, montañas y anexas. Esto ha tenido sus consecuencias, leí las 737 páginas en una semana, lo que me lanzó directo a La Casa del Libre, por la tercera parte. A pesar de la molestia por el hecho de que lo vendan más caro que en México, cuando en esta ciudad lo producen, lo compré y ya lo empecé a leer.
Desde mis tiempos  de lecturas rusas y de Los Miserables, no había sido atrapado de esta manera por un libro. El asunto es que ahora busco dos lunas en el cielo y en medio de tantos espacios mágicos que tiene Barcelona, siento que emerge a cada momento la Little People. No me han perdido, sucede que Murakami es un maestro de la pluma, utilizando sus propias palabras es un perceiver de la condición humana. Hay que leerlo, de otra manera  como dice el padre de Tengo, el protagonista: Si no lo entiendes sin que te lo explique, quiere decir que no lo entenderás por más que te lo explique.
Barcelona y 1Q84 quedaran impresos como un solo recuerdo en mí. En otra entrada, escribiré sobre el libro de Murakami, vinculándolo a otras series de libros que han tenido recientemente un gran  éxito, como Millenium, con las cuales comparte el tema de la violencia hacia la mujer, la cual parece intensificarse y diversificarse a cada momento, sumándose la violencia de las mujeres hacia su propio cuerpo, a través de crueles dietas, cirugías y ejercicios excesivos, esto es dolor, abstinencia y mutilación.
Por el momento seguiré mi andar catalán, mañana a Figueras, la patria chica de Dalí.  Bo adéu.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Un año más


Y en el reloj de antaño
como de año en año,
cinco minutos más para la cuenta atrás.
Hacemos el balance de lo bueno y malo,
cinco minutos antes de la cuenta atrás.
Y aunque para las uvas hay algunos nuevos,
a los que ya no están echaremos de menos.
Y a ver si espabilamos los que estamos vivos
y en el año que viene nos reímos.
1, 2, 3 y 4 y empieza otra vez
que la quinta es la una
y la sexta es la dos y así el siete es tres.

Un año más, Nacho Cano (Mecano)


       Escribo en el ocaso de este 2011, el cual muchos perciben como el umbral de la última noche vieja de la historia humana, teniendo como expectativa el cumplimiento de las profecías mayas en diciembre del 2012. En México es la antesala de un año electoral, cuyo tono ya pudimos saborear con el evento de Enrique Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, esto es, los candidatos y quizá la candidata (me refiero a Josefina Vázquez Mota que no sería la primera, aunque ella así lo crea. Si la memoria no me falla hubo tres previas: Rosario Ibarra en 1988, Cecilia Soto en 1994 y Patricia Mercado en 2006), buscarán mostrarse inmaculad@s para convencernos que son la esperanza que resolverá los añejos conflictos de nuestra nación, mientras opositores y medios de comunicación estarán a la caza obsesiva de sus errores para distraernos con minucias, mientras la lista de los muertos se va engrosando y las instituciones financieras juegan con la inflación organizando “buenos fines”. Si es grave o no que Peña Nieto no supiera citar tres libros, no lo sé, la historia muestra que ha habido gobernantes muy cultos y tiránicos, el nivel de lectura de una persona por si misma no es garantía de nada. Quizá lo que si puede llamar la atención es el cinismo de la simulación, puesto que Peña Nieto fue a la FIL a presentar un libro y sí resulta sospechoso que tras haber escrito un libro no pueda citar tres textos, se pudo haber citado a si mismo si tanta confianza tiene en su propuesta.
        Lo cierto es que las fuerzas proféticas y políticas suelen ser igual de eficientes, por lo cual resulta mucho más benéfico atraer el destino a nuestra cotidianidad. Por eso decidí iniciar esta última entrada del año con el fragmento de una canción que forma parte de mis rituales personales de cambio de ciclo anual. Un año más es una pieza compuesta por Nacho Cano, quien fue parte de la agrupación Mecano. Es una canción maravillosa pues su contenido tiene fuertes raíces locales, es decir, habla de muchas tradiciones del centro de España, pero en su mensaje se vuelve universal. La conjunción de duelo y esperanza, la balanza entre logros y propósitos, los símbolos de transición y protección para enfrentar el nuevo ciclo que muestra la doble cara de toda incertidumbre: la posibilidad de lo excelso y lo siniestro, de la abundancia y la escasez, la salud y la enfermedad, el logro y el fracaso, en fin, la visión en claroscuro que se agudiza en estos periodos, aunque sabemos que la vida suele acercarse más a un policromático cuadro abstracto de Kandinsky, que a un claroscuro retrato hiperrealista de Rembrandt.
        En la tradición el tiempo simboliza el límite en la duración, principalmente en la duración de nuestra vida. El tiempo es la medida de lo terreno, de lo humano, más allá del tiempo está lo eterno, donde se borran las fronteras del espacio y habita lo que se denomina divino. Salir del tiempo es migrar del orden cósmico, es transitar de la física a la metafísica, la gran desconocida. Quizá por eso me resisto a lo eterno, porque no lo entiendo, tengo tendencias cronofílicas, restos obsesivos de protección de mis ansiedades infantiles frente a la evidencia de la muerte. Aceptar lo eterno es negar el tiempo, negar el espacio, negar el límite, negar la muerte.
        La fiesta del cambio de año simboliza un rito fuera del tiempo, el momento preciso de las 00:00 horas es un instante de eternidad, donde ha concluido el año previo y no ha iniciado el siguiente, es el lapso vacío entre el atragante de la última uva y el primer abrazo. Los celtas celebraban su año nuevo, el Samain, el primero de noviembre, durante la fiesta los humanos convivían con los habitantes del sid,  el otro-mundo. En el transcurso de la ceremonia los visitantes del sid tenían la sensación de haberse ausentado solamente algunos días o meses, cuando en realidad formaban parte del sid desde siglos atrás. Si uno de ellos pisaba el mundo humano fuera del Samain inmediatamente sumaba la edad acumulada desde que transitó al sid, esto es, moría inmediatamente por una insoportable vejez. Como los habitantes del sid la noche del 31 de diciembre nuestros muertos también se hacen presentes, o dicho con mayor precisión, se hacen ausentes, esto es, su ausencia evidencia el paso del tiempo, da prueba de que algún día estuvieron y ahora ya no están. En la brecha del no-tiempo tras las doce campanadas, nuestra mirada se dirige al lugar que ya no ocupan, escuchamos el murmullo de su silencio, pero inmediatamente después atrapamos con regocijo las sonrisas de las pequeñas y los pequeños, eslabón que nos unirá al tiempo cuando crucemos el umbral de la casa de Cronos.   
         Escribió Horacio: Dum loquimur, fugerit invida aetas: carpe diem, quam minimum credula postero. Ensamblando varias propuestas de traducción, la versión que más me agrada es la siguiente: Mientras estamos hablando, he aquí que el tiempo envidioso se nos escapa. Aprovecha el día de hoy y no te fíes de ninguna manera del mañana. La frase Carpe Diem se popularizó cuando protagonizó el mensaje de la película de  La sociedad de los poetas muertos. El verbo Carpe se traduce también como saborear algo a bocados, seria como partir el tiempo en pedacitos para degustarlos lenta y plácidamente.
En una sociedad aspiracional como la nuestra, la frase del poeta latino llega como un remanso de serenidad en medio de la vorágine por la novedad y la permanente insatisfacción con el presente. Dedicamos horas de discurso y pensamiento al futuro mientras el presente continua su incesante huída, tememos a la muerte pero tiramos bocados a cada momento, sin darnos cuenta que todo tiempo despilfarrado es una pequeña muerte.
Como dice Mafalda, probablemente lo que acabo de escribir es tan cierto que no sirve para nada, sin embargo, es solo la problematización para arribar al verdadero punto que es el de la responsabilidad de vivir con nosotros y convivir con los otros.
Para abordar el tema, dialogaré con Viktor Frankl, quien ha sido calificado en muchas ocasiones como idealista, pero a diferencia de casi todos los teóricos “psi”, él no teorizó la violencia, sino teorizó desde la violencia. Víctima en los campos de concentración nazi (estuvo en tres, entre ellos el de Auschwitz) experimentó en primera persona el horror, vivenció el extremo de esa capacidad destructiva que es exclusiva de la especie humana. Sobreviviente de la maquinaria de la crueldad, decidió no aniquilar, ni aniquilarse, sino esforzarse por traducir a nuestro lenguaje, pues nada podemos entender de esa crueldad si no la sufrimos, el dolor no sólo de ser cosificado, sino de sentir a diario y por años las más terribles sensaciones que el cuerpo puede soportar.  Por eso, cuando Frankl habla de Sentido de la vida, le creo, pues vio frente a frente a la física de la maldad, mucho más terrible que la metafísica de la maldad, pues en la tradición occidental el demonio solamente quiere alejar a los humanos de Dios, no aniquilarlos.
Afín a los planteamientos del psicoanálisis, considero que vivimos en una condición patológica, somos seres en falta, sin embargo, la decisión de seguir viviendo se sustenta en el Sentido de la vida. Si seguir viviendo dependiera exclusivamente de la condición patológica, el suicidio sería más visitado que Facebook.
Con respecto al Sentido de vida, Frankl dice: En última instancia, el hombre no debería inquirir cuál es el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien se inquiere. En una palabra, a cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder  a la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida. Maravilloso mensaje en una era de crisis de la responsabilidad, actualmente pocas personas asumen la responsabilidad sobre sus vidas y sus aconteceres, hay la sensación de ser producto de… la familia, la sociedad, el sistema económico, etc. Si bien, estas instancias influyen fuertemente en nuestra vida, la responsabilidad de lo que se hace o como se procesa esta influencia, es de cada quien.
Al planteamiento de Frankl, agregaría que el Sentido de la vida se encuentra no solamente en la responsabilidad por nuestra vida, sino cuando logramos hacernos responsables de alguien o algo diferente a nosotros mismos. Desde mi perspectiva quien no logra crear en su vida algo diferente a sí mismo, difícilmente se puede asumir como trascendente. Esto aplica desde la reproducción humana, uno puede tener un coito y reproducirse, pero la creación de lo humano es un más allá de eso, es cuando uno asume la responsabilidad del ser que nace, le otorga un lugar en su subjetividad, en su hogar, en su genealogía y en la comunidad humana, impregnándolo con el perfume del amor necesario para promover su óptimo desarrollo.
Es por eso que en el rito del no tiempo me propondré ser más responsable conmigo, con mi tiempo, con mis seres amados, con la comunidad a la que pertenezco y por supuesto con las personas que confían en que con mis competencias y recursos clínicos puedo colaborar en el mejoramiento de su calidad de vida, particularmente los niños y adolescentes, quienes a diario forman en mi consultorio un espacio transicional, un  espacio potencial a partir del cual pueden vivir su patología desde una posición más creativa que destructiva y hacerse responsables  para crear algo diferente a ellos mismos  y así definir un Sentido de su vida y obsequiar a su comunidad los dones emanados de sus talentos.
Para concluir, retomo otra excelsa frase de Mafalda que resume todo lo expuesto anteriormente: ¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?