A Schur lo atormentaba su imposibilidad de aliviar el
sufrimiento de Freud… el 21 de septiembre, estando sentado junto a su paciente,
Freud le tomó la mano y le dijo: “Schur, usted recuerda nuestro ‘contrato’,
prometió no dejarme en la estacada cuando llegara el momento. Ahora solo queda
la tortura, y no tiene sentido”. Schur respondió que no lo había olvidado.
Freud dio un suspiro de alivio, retuvo la mano del médico por un momento y
dijo: “Se lo agradezco”. Después de una ligera vacilación, agregó: “Hable esto
con Anna, y si ella piensa que está bien, terminemos”… El 21 de septiembre le
inyectó tres centigramos de morfina (la dosis normal como sedante son dos
centigramos) y Freud se hundió en un sueño tranquilo. Cuando volvió a agitarse,
Schur repitió la dosis, y le administró una final al día siguiente, el 22 de
septiembre. Freud entró en coma del que ya no despertó. Murió a las tres de la
madrugada, el 23 de septiembre de 1939… El viejo estoico conservó el control de
su vida hasta el final (Gay,
1990).
La medicina
forense reconoce cuatro modos posibles de muerte: asesinato, accidente, muerte
natural y suicidio. Entre estas opciones la que define mejor el tipo de muerte
de Sigmund Freud es el suicidio, más puntualmente el suicidio asistido. No fue
el primer psicoanalista en
suicidarse, pero no queda duda de que es el más notable, toma la decisión tras
dieciséis años de padecer cáncer en toda el área bucal y utilizar una prótesis
que suplía la parte derecha del paladar, la cual le fue reseccionada. A lo cual
se sumaron treinta y un cirugías. El cáncer apareció tres años después de que
publicara su libro Más allá del principio
del placer, donde replanteó su teoría final de las pulsiones, el dualismo
entre vida y muerte. Tras el regreso de los sobrevivientes de la Primera Guerra
Mundial, Freud descubre que nuestro psiquismo puede, como consecuencia de
experiencias traumáticas, orientarnos a la autodestrucción, por vía de la
compulsión a la repetición, la cual es movilizada por la pulsión de muerte. La
también llamada Tánatos, es una
energía muda que rompe las ligazones libidinales para empujarnos a lo que Freud
denominaba un estado Nirvánico. Vida
y muerte se demezclan, sin embargo, la enfermedad, la depresión, la tragedia,
las pérdidas, convocan a la muerte disolviendo el impulso a la vida. Congruente
con su afirmación de la sexualidad y la vida, Freud decidió cuando morir, su muerte
fue acto de vida.
La
lista de psicoanalistas suicidas es larga. Una de las biografías más
conmovedoras de la historia del psicoanálisis es la de Viktor Tausk. Lou
Andreas-Salomé, quien fuera su amante, escribió sobre él: Desde el principio yo sentí en Tausk esa lucha de la criatura humana,
y fue eso lo que me tocó más profundamente. Animal, hermano mío, tú. De
origen eslovaco, Tausk estudió Derecho por imperativos familiares, tras haberse
casado y teniendo dos hijos, se separa y viaja a Berlín para probar suerte con
la literatura. Finalmente llega a Viena, donde es amparado por la exclusiva
Sociedad Psicológica de los Miércoles, encabezada por Sigmund Freud. Le ofrecen
apoyo para estudiar medicina y se convierte en un miembro distinguido de la
primera generación de psicoanalistas, convirtiéndose en el autor de una obra
maestra de la clínica psicoanalítica: Acerca
de la génesis del aparato de influir en el curso de la esquizofrenia Tras
participar en la Primera Guerra Mundial y varios romances tortuosos, el 3 de
julio de 1919, a los cuarenta años de edad, se suicidó estrangulándose con un
cordón de cortina y disparándose en la sien.
Wilhelm
Stekel, fue el cuarto miembro fundador de la Sociedad Psicológica de los
Miércoles. Creativo y talentoso, Stekel se ganó un lugar privilegiado entre los
primeros psicoanalistas, sin embargo, su obsesión con el sexo lo llevaba
constantemente a los linderos de la vulgaridad, hecho que llevó a Freud a
referirse a él como un cerdo absoluto.
Posteriormente fue señalado precisamente por Viktor Tausk por su mitomanía,
señalamiento al que se unió otro pionero y biógrafo oficial de Freud, Ernst Jones.
Stekel inventaba casos clínicos con el objetivo de respaldar sus hipótesis.
Expulsado de la Sociedad, Stekel continuó fiel a los planteamientos freudianos,
mas el fundador nunca lo dejó volver al círculo íntimo. Con la entrada de los
nazis a Austria, huye a Suiza y posteriormente migra a Inglaterra. Enfermo de
diabetes y con gangrena en un pie, se suicida con una inyección de insulina en
una habitación de un hotel de Londres el 25 de junio de 1940, a los 72 años.
Paul
Federn fue el quinto adherente de la Sociedad Psicológica de los Miércoles.
Hizo una carrera brillante como psicoanalista y en 1938 emigró con su familia a
Estados Unidos. Desde niño Federn dio muestras de un humor melancólico, tras la
muerte de su esposa y diagnosticado con un tumor maligno en la vejiga, Federn
se suicidó el 3 de mayo de 1950. Llama la atención que ni en la muerte abandonó
su gusto por el orden. Cuenta Élisabeth Roudinesco (1998): Ordenó sus asuntos, dejó instrucciones estrictas a su amigo Edoardo
Weiss, y retiró de su banco una pistola cuidadosamente guardada en un cofre. La
cargó con dos balas. Durante todo el día recibió normalmente a sus analizantes…
En mitad de la noche redactó una carta para su hijo Walter –diagnosticado
como esquizofrénico- le advertía que
tuviera cuidado: quedaba una bala en el cargador, a las tres de la madrugada,
sentado en su sillón de analista, le bastó un disparo. Tenía 79 años y queda la duda de si la
nota a su hijo era una invitación para unirse a él.
Famoso
por su trabajo con niños autistas y sus investigaciones psicoanalíticas sobre
los cuentos de hadas, Bruno Bettelheim se suicidó la noche del 12 al 13 de
marzo de 1990 a los 87 años, ahogándose con una bolsa de plástico revestida de
caucho. Psicoanalista eminente y director durante 30 años de la Escuela
Ortogénica de Chicago, la cual recibía niños clasificados como autistas, tras
su muerte fue acusado de tirano, impostor, falsificador, plagiario y charlatán.
Previamente a su suicidio, Bettelheim había perdido a su esposa, lo acompañaba
permanentemente la preocupación por su salud y el miedo a la invalidez, además
de mostrarse colérico y depresivo.
Considerada
una de las psicoanalistas de niños y adolescentes más brillantes de la historia
psicoanalítica, Arminda Aberastury, quien fuera una mujer muy bella, llegando a
su sexta década de vida contrajo una enfermedad de la piel que le desfiguró el
rostro. Se suicidó en 1972, a los 62 años. De origen argentino formó parte del grupo
de élite de los orígenes del psicoanálisis en su país, conformado por Arnaldo
Rascovsky, Ángel Garma, Marie Langer y Celes Cárcamo. Aberastury fue
melancólica desde su juventud. Además de sus trabajos sobre clínica con niños
es recordada por su libro escrito en colaboración con Mauricio Knobel La adolescencia normal.
La lista
es más extensa: Silberer Herbert, Vittorio Benussi, Sophie Morgenstern,
Tatiana Rosenthal, Clara Happel, Eugénie Sokolnicka… Jacques Lacan, su muerte
no fue causada por suicidio asistido pero si por eutanasia, tras sufrir una
peritonitis seguida de septicemia, se cuenta que sus últimas palabras fueron:
“Soy obstinado… Desaparezco”.
Frente
a estos datos cabe la pregunta: ¿Tiene el psicoanálisis un mayor historial de
suicidas que otros campos del conocimiento? Difícil responder, lo que es un
hecho es que la cantidad de suicidas con una trayectoria profesional muy
reconocida si parece estar por encima de otros campos.
Al
conocer las circunstancias que precedieron a los suicidios, encontramos algunas
constantes, particularmente la enfermedad física y los rasgos melancólicos.
Freud
abordó en algunas ocasiones el tema en la Sociedad Psicológica de los Miércoles
y profundizó en el mismo en su libro Duelo
y Melancolía, en el cual lo explicó como un autocastigo, una vuelta sobre
el sujeto de un deseo dirigido a otro. Habría que agregar que con el texto Introducción al Narcisismo, Freud
también nos ofrece referentes teóricos para entender el suicidio. Una de las
tantas aportaciones de Freud fue
mostrarnos como los seres humanos podemos representarnos a nosotros mismos como
objetos y por tanto tener la posibilidad de rechazarnos y desear nuestra propia
aniquilación. Sin embargo, sus innovaciones al tema son muy escuetas, si se considera el
impacto del mismo en la sociedad y en el campo de la salud mental. Probablemente,
el grupo pionero de psicoanalistas no pudo librarse de los mismos fenómenos que
analizaba, así como en las familias y las instituciones se veta el tema del
suicidio cuando uno de sus miembros opta morir por esta vía, los numerosos
casos de suicidio en las primeras generaciones de psicoanalistas llevaron al
silencio y el ocultamiento.
Desde
mi perspectiva la práctica del psicoanálisis es una actividad de alto riesgo,
sus propias bases epistemológicas hacen necesaria la implicación subjetiva del
especialista en su aplicación clínica. Como mencioné al principio, el impulso
autodestructivo está en todos, si uno no está en un constante reconocimiento de
la manifestación de la pulsión de muerte, el riesgo es convertirse en una
especie de imán que se va saturando de muerte hasta empujar a la enfermedad
física, la melancolía, las conductas autolesivas, que pueden concluir en
suicidio.
Escribir
estas líneas me llevó a la reflexión sobre cómo los psicoanalistas, curadores
de heridas psíquicas, les resultan insoportables las imposturas patológicas del
cuerpo. Lo cierto es que la muerte forma parte del proceso existencial y por
tanto, es tocado también por la libertad. El filósofo Emile Cioran afirmaba que
a él la vida le había resultado soportable al saber que tenía la opción del
suicidio, quizá esta alternativa sea la versión secular de la extremaunción
católica, en una los creyentes esperan ser limpiados de sus pecados para
esperar serenamente el tránsito al paraíso, en la otra el tener el control
sobre el fin de la vida libera de las angustias por la incertidumbre sobre la
llegada de la propia muerte.
Referencias
Gay, P (1990). Freud. Una vida de nuestro tiempo. España:
Paidós.
Roudinesco, É. (1995). Lacan. Argentina: FCE.
Roudinesco, É. y Plon, M.
(1998). Diccionario de Psicoanálisis. Argentina:
Paidós.