lunes, 17 de diciembre de 2012

Lo filo-erótico en “El beso” de Gustav Klimt


Klimt, Klimt, Klimt…
Suenan los pasos de Eros,
flechas  llueven crispando las epidermis,
sensualidad bañada en oro,
incitando orgasmos policromáticos.

Klimt, Klimt, Klimt…
Apolo roza a Dafne en su metamorfosis a laurel,
Dionisos se retuerce en colapsos etílicos,
burlándose del ingenuo  dios,
quien cree detener el destino con un beso.

Klimt, Klimt, Klimt…
No hay más grande placer que el no consumado,
la fantasía obedece a los guiones del deseo,
el acto es siempre incompleto,
deja restos que tejen el velo de la insatisfacción.

Klimt, Klimt, Klimt…
El cuerpo de La Mujer no existe,
la desnudez de cada una es un lienzo único,
la mirada que esto apercibe
es oasis donde abreva la feminidad,
lugar para reflejarse y poseerse a si misma.

Klimt, Juan Pablo Brand
  
      2012, año de Gustav Klimt, Viena se vistió de dorado para celebrar al artista revolucionario cuyo estudio quizá fue más efectivo para dar buen curso a las neurosis histéricas de las vienesas que el legendario consultorio del Professor Sigmund Freud. Contemporáneos, el artista y el psicoanalista fueron portavoces de las mujeres, desnudando, uno su cuerpo, otro su alma,  mostraron el costo subjetivo de reprimir la expresión sensual de la feminidad, así como la castración cultural que esto implica, el empuje a una hiperracionalidad sintomática  o a los extremismos ideológicos y religiosos. La mujer es el ancla terrenal de los devaneos metafísicos.
      El catorce de julio de mil ochocientos sesenta y dos, seis años después del nacimiento de Freud, Gustav Klimt fue envuelto por primera vez por el calor del verano vienés. A los 35 años, junto con un grupo vanguardista, abandonó la decrépita institución oficial encargada de promover la creación artística en Viena, La Casa de los artistas, para inaugurar la Secesión, punto explosión del big bang  del modernismo cuyo lema  fundante fue A cada época su arte, al arte su libertad. También promovió el Taller de Viena, probablemente el origen del ahora llamado diseño industrial, antecedente de la mítica Bauhaus  de Weimar. Del Taller emanaron los mobiliarios y decoraciones de las más suntuosas casas y los edificios más representativos de Viena. Pensar la capital austriaca implica necesariamente la presencia del sello modernista, si no es así, la imagen es una creación vacua. Los habitantes de la Ciudad de México debemos a los artistas de la Secesión gran parte de la belleza visual de su Centro Histórico, lo que podría ser su Downtown. Los magníficos edificios con sus exquisitos interiores, construidos y decorados durante el periodo llamado Porfiriato, en el tránsito del siglo XIX al XX, son expresiones inspiradas en el  Art Nouveau.
       El año de 1898, marca el tránsito de Klimt de la orfandad rebelde a la adopción burguesa, al realizar el retrato de Sonja Knips, Klimt desata la vorágine de los pudientes vieneses por ser inmortalizados por la mirada y las manos del artista. Aún con su fama de seductor, los maridos pedían al maestro retratar a sus esposas, al parecer la opacidad de la vida sexual de las mansiones, se iluminaba con el erotismo expansivo del estilo Klimt.
       Gustav Klimt tuvo el privilegio de darle su primer beso a Alma Schlindler, mejor conocida como Alma Mahler, junto a él, la compositora  abrió el cauce de una intensa y polifacética vida sexual. Tras el idilio con Klimt se casó con el músico Gustav Mahler, el arquitecto fundador de la Bauhaus Walter Gropius y el novelista Franz Werfel. Fue amante del músico Alexander Von Zemlinsky, del biólogo Paul Kammerer y del pintor discípulo de Klimt, Oskar Kokoschka. Digna portadora de su nombre, Alma, representó la nueva era de las mujeres, llevó su sensualidad y sexualidad más allá del placer, las convirtió en vías para su formación intelectual y artística, su inteligencia llevó a sus esposos y amantes a designarla como revisora y correctora de sus obras. Su vida sexual llevó el ritmo de sus inquietudes artístico-intelectuales.  
       Adele Bloch-Bauer (cuyo retrato hecho por Klimt se vendió en 2006 en 135 millones de dólares) y Berta Zuckerkandl, amante y amiga, las dos dueñas de grandes fortunas, rodearon al pintor de un glamour del que él huía recurrentemente, el brillo de sus obras no se trasladaba a su trato social. Añorante del refugio de su estudio y la compañía de una dama, encontraba recovecos en el protocolo para escapar. Los hombres le reprochaban, las mujeres se inquietaban, para ellas, conservar sobre sí la mirada de Klimt las hacía sentir inundadas de una feminidad única, la cual les negaban sus novios, prometidos y maridos.
       Klimt no será el primer ni el último mujeriego que permanezca fiel a su madre hasta que la muerte los separe, la no renuncia al primer objeto de amor, ata las raíces más profundas del ser. Probablemente el misterio del magnetismo de Klimt fuera esa mirada esquiva, la que en algún momento se perdía olvidando la desnudez de las bellas mujeres que para él posaban, esa mirada buscando a su verdadero amor, la melancolía, único resto de ese amor inaugural definitivamente perdido. Nada hay más atractivo para algunas mujeres que poder curar el dolor de un hombre talentoso, desterrar a su madre y junto con ella a la nostalgia por la mirada que les despertó su grandiosidad, para colocarse en el lugar causa de deseo, de la exclusividad.
        Fuera de su madre, con la única mujer con la que Gustav Klimt pudo compartir su vida fue con la que llegó a ser la diseñadora de modas más cotizada de la cumbre vienesa, Emilie Flöge, a la cual conoció y retrato cuando ésta tenía doce años. ¿Cómo lo logró? Con una radical distancia sexual, como nos cuenta Elizabeth Hickey, en su novela El beso, al parecer sólo hubo un encuentro sexual entre Gustav y Emilie, el resto fue una cercanía intensamente afectiva y de mutua admiración. Según la autora, el espacio protector fue impuesto por Gustav Klimt, no habría que descartar la hipótesis de que el artista sexualizaba solamente lo temporal, por tanto, mujer que tuviera sexo con él, estaba destinada a salir de su vida. Compañera de viajes, de periodos vacacionales, de ideas, complemento estético, Emilie Flöge le fue fiel en cuerpo y alma a Klimt, éste solamente en alma, por lo que al morir le heredó la mitad de sus bienes, un obsequio bastante oneroso.
       Algunos estudiosos de la obra de Klimt, opinan que en su cuadro más famoso, El beso, concluido en 1908, está representado el pintor besando a Emilie. Otros consideran que retrata el momento en que el dios Apolo besa a la ninfa Dafne, antes de que ésta se convierta en laurel. Lo cierto es que el hombre porta una especie de túnica, prenda utilizada siempre por Klimt cuando pintaba. La mujer está hincada, recibiendo el beso del hombre al tiempo que atrapa el cuello y una mano de éste que a su vez roza el rostro de ella y con la otra mano sostiene su cabeza. Más allá de la siempre fragmentada verdad histórica, la obra refleja el amor de estas dos figuras de la grandeza austriaca. Es un beso al que denominaría filo-erótico, proyecta un profundo cariño fraternal sin dejar de lado una vibra erótica. Considero que la fuerza de la imagen emana de su simbolismo, un amor de pareja duradero, solamente es posible en el equilibrio de lo filial y lo erótico. Si permanece solamente lo filial, se derrumba la pareja para convertirse en una bonita o sado-masoquista amistad. Si es lo sexual el lazo exclusivo, se derriten los enclaves subjetivos, con el peligro de quedar atrapados en una escena que no cesa de repetirse, en una rutina corporal carente de toda poesía, de toda creación.
            La vigencia del amor, subyace en el ímpetu de un beso.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

La puerta de las ilusiones

Un cuento a favor de los buenos tratos hacia las niñas y los niños

Luz de luna sobre el bosque, el canto del viento convoca a los milenarios sueños atesorados entre los frondosos brazos de árboles cómplices de los deseos humanos. Las hojas murmuran: “una niña llora, su tristeza cubre esta noche con un manto de dolor”, una lechuza sisea: “las lágrimas de una niña ensombrecen todo lo que en nosotros es alegría”, la tierra no se contiene y abraza a la niña: “¿qué tienes pequeña?”. Con voz sofocada le contesta: “Tenía un cofre lleno de ilusiones y me lo han robado”, un estruendo se deja escuchar desde el tronco del árbol más viejo del bosque: “¿Quién se atrevió a robarte tus ilusiones? Solamente es capaz de hacer eso quien ha perdido las propias”. Sintiéndose acompañada y comprendida, la niña comenzó a contar la historia: “Primero llegó el silencio y se llevó mis ‘te quieros’, luego la indiferencia se apropió de las sonrisas, la ausencia me dejó sin abrazos y el enojo me arrebató el cofre vacío para que ya no guardara más ilusiones”.
De pronto inició un temblor intermitente, como un latido muy intenso, todo lo animado e inanimado guardó silencio, un intenso perfume olor a pino  impregnó cada espacio vacío así como la piel de todos los seres habitantes del lugar. Brotó una fuente lanzando chisguetes color esmeralda, de un verde profundo que iluminó hasta el rincón más oculto. Una ardilla gritó sorprendida: “¡el corazón del bosque!”.  Una fuerte de voz con tonos líquidos resonó: “Pequeña, querida niña, este es un bosque de sueños y deseos, no puedes permanecer en él si no tienes una ilusión”, más triste que asustada la niña respondió: “¿pero qué puedo hacer si me las han robado?”, a lo cual replicó la voz: “no hay ladrón tan hábil, ni tan poderoso, que pueda dejarte sin ilusiones, has buscado en todos lados pero has olvidado indagar en el cielo, cada estrella que ves es una ilusión esperando por un niño o niña triste como tú, aparecen sólo de noche porque es cuando más solos nos sentimos y no dejan nunca de brillar para recordarte su presencia. La puerta de las ilusiones es tu corazón y cada vez que se lo obsequias a alguien se abre para dejar entrar nuevas estrellas, nuevas ilusiones”. La niña sonrío y corrió hasta encontrar a otro niño triste, al abrazarlo vio bajar a una estrella que primero la iluminó y luego se perdió a la altura de su corazón. Sintió una profunda alegría, ya no necesitaba un cofre, ahora sabía que sus ilusiones nacerían con cada una de sus expresiones de amor hacia los demás.

domingo, 25 de noviembre de 2012

En busca de la música perdida: Gun’s and Roses, Marillion y los tributos de la memoria

Guns´s and Roses y el Síndrome de Page

Me pierdo en el blanco de la pantalla, pareciera que me he desprendido del mundo sensorial, súbitamente de mi ipod emanan unas notas y mi cuerpo reacciona con los síntomas del Síndrome de Page (en honor a Jimmy), es una variante de la epilepsia que presentamos especialmente los varones, en la que ante estímulos guitarrísticos, sean estos requintos, arpegios o simples acordes, el cerebro manda una señal a brazos y manos obligando al sujeto a colocarse en lo que los neurólogos, tras años de investigación, han denominado “posición del guitarrista”, tras lo cual las manos comienzan a simular el movimiento de interpretación del instrumento. La “posición del guitarrista” se acompaña de movimientos convulsivos de cabeza y con expresiones faciales que pueden denotar rudeza o inspiración, en esta última son signos característicos el cierre de ojos y lo que los especialistas llaman  “gesto de estreñimiento”.
Superado el ataque me es posible reconocer el estímulo, es la apertura de la canción Sweet Child of Mine, de Guns N’ Roses.  Súbitamente visualizo a un charro con falda escocesa, al parecer el Síndrome de Page ha causado daños irreversibles en mi persona, ¿será una revelación sobre el potencial curativo de una bebida compuesta de tequila y whisky?, ¿será Ewan McGregor protagonizando la vida de Jorge Negrete? o quizá ¿Alejandro Fernández de gira por Edimburgo? Cuando estoy por resignarme a mi nueva condición mental, me rescata un empuje de reminiscencia. Es 2 de abril de 1992 (si existieran dudas sobre la precisión del dato, puedo mostrar evidencia, pues aún conservo el boleto el cual ya asemeja un papiro) , estoy en el Palacio de los Deportes de la Ciudad de México, es la gira de Use your illusion y a unos metros se encuentra, a la orilla del escenario, un sujeto semidesnudo con la cara tapada por un abundante cabello crespo. Posiblemente el impacto de dicha escena me llevó a olvidarla, haber escuchado incesantemente esa canción al grado de casi borrar en mi tornamesa los canales del Long Play de Appetite for Destruction y de repente estar frente a Slash, el guitarrista de Guns N’ Roses, interpretando uno de los arpegios que marcaron la década de los ochenta, fue un exceso de conmoción. Pero, ¿y el charro con falda escocesa?, es Axl Rose, quien en ese momento representaba lo más cercano a una divinidad, era un Hércules o un Aquiles posmoderno, su sola presencia cortaba la respiración de legiones de doncellas dispuestas a abandonar todo para ir tras él y despertaba los deseos miméticos de hordas de mancebos.
En un proceso absoluto de asociación libre, aparece Axl Rose con su típica pañoleta en la cabeza y playera blanca, brincando enajenadamente encima del escenario, del cual emerge, frente a la mirada fascinada de la devota multitud, un piano de cola. Todas las luces, excepto las que se dirigen al piano, se apagan, Rose se sienta frente a él y tras jugar con algunas notas inicia la interpretación de November Rain, el Palacio de los Deportes se cimbra por la vocinglería y una marea de puntos de luz se extiende por todo el recinto. La expectativa frente al primer estribillo es la antesala al síncope. Repentinamente:

When I look into your eyes
I can see a love restrained
But darlin' when I hold you
Don't you know I feel the same

Todos los sueños parecían plasmarse, el impulso era a abrazar y besar al humano más inmediato, hasta detenerse frente al rostro extasiado, sudoroso y poco agraciado del amigo. Hay límites que ni en el frenesí más desatado se cruzan.
Tras el concierto, la añoranza. La experiencia fue la de haber entrado al Olimpo para después ser expulsado a una realidad que se dibujaba más cruda frente al contraste de lo previamente vivido. Encontrar el coche estacionado junto al de nosotros con el parabrisas roto por una piedra, agudizó esta sensación.
Pasadas las semanas,  saturado por la escucha de los dos discos de Use your illusion, que fueron mis primeros CD’s, me sobrepuse a mi primera experiencia concertil e inicie mi preparación para retornar al Palacio de los Deportes el 25 de noviembre del mismo año, pero ahora para ser testigo de la primera visita de U2 a México, en su gira The Zoo TV Tour, al cual siguieron los conciertos de Peter Gabriel en el mismo espacio, el 24 de septiembre de 1993 y el de Pink Floyd el 9 de abril de 1994 en el Foro Sol, el cual todavía llevaba el nombre de Foro Autódromo.
Recientemente estuvo Metallica en México, la noticia me hizo sentir nostalgia mezclada con la sensación de escucha de murmullos del ayer, los cuales elevaron su volumen hasta representarme como espectros a un grupo de adolescentes con jeans rotos, botas con punta de metal, camisa de leñador amarrada a la cintura y playera desfajada, arrojándose unos contra otros en un ritual  iniciático… Repetir dicho ritual como treintañero, seguramente implicaría una visita al ortopedista o al menos una fuerte dosis de Advil o Febrax, acompañada de friegas de Lonol.
De cualquier manera, conservo el Síndrome de Page como remanente de aquella época, cuando era habitante de Paradise City.


Marillion, un amor con aroma de lavanda

Lavandas azules, dilly dilly, lavandas verdes
Cuando yo soy un rey, dilly dilly, tu serás una reina
Un penny por tus pensamientos querida mía
Un penny por tus pensamientos querida mía
I.O.U. (I owe you – te lo debo) por tu amor
I.O.U. (I owe you - te lo debo) por tu amor

Canto cuasi delirante, estridente balbuceo de un necio amante entregando su miseria a cambio de una mirada. Eso es apariencia, sólo apariencia en este bello texto, cuyo enigma me fue arrojado a través de una de las melodías más bellas del rock progresivo, Lavender, interpretada por el grupo Marillion, integrado por leales discípulos del mítico Tolkien, al menos en su trayecto por la década de  los ochenta.
Misterio, inquietante misterio ocultaban estas palabras. Escaleras al cielo, ladrillos en la pared o una Lucy con ojos caleidoscopicos me resultaban más comprensibles frente a este despropósito inglés cuya fuerza no cesaba de mostrarme la distancia entre su mensaje original y las limitaciones de mi comprensión. Por referencias de queridos amigos sabía de su compositor, cuya vocación bibliófaga multiplicaba las posibilidades exegéticas y por tanto,  lo inescrutable del texto.
Resignado a escuchar sin comprender, lo cual no era novedad en mi vida, fui sacudido por un giro de la fortuna. Como sucede muchas veces con los libros, lo que un día quitan, otro lo obsequian. Leyendo la novela London de Edward Rutherfurd, aparecieron danzando frente a mis ojos las estrofas Lavandas azules, dilly dilly, lavandas verdes… En un primer momento tuve la sensación de haberme perdido a mí mismo, posiblemente las 353.6 (la fracción es debida a una desagradable interrupción) veces que había escuchado la melodía de Marillion habían tenido su efecto en mis neuronas. Lavé mi rostro con agua fría y las letras seguían ahí, acompañadas de elementos más contundentes para ahondar en el enigma.
Inquiriendo las fuentes del texto, se me  develó que su intensidad hunde sus raíces en la canción Lavender blue, nacida en el folklor inglés del siglo XVII. Como sucede con este tipo de tradiciones, los orígenes son difusos, sin embargo, predominan las versiones de que era una canción de cuna o una pieza componente del festival de Twelfth Night, que se celebraba la duodécima noche posterior a la nochebuena la cual corresponde la Noche de Reyes o Epifanía, noche de festejo para los reyes en la antigua Inglaterra.
El instante es la cuna del deseo, la sucesión de instantes crea la apariencia de extensión del deseo. Todo supuesto “deseo mayor” sellará su finiquito si su ruta no es decorada y perfumada por las lavandas de los instantes. Más el instante también es fragilidad, se quebranta inesperadamente, ¿Cuántas veces no hemos sido sustraídos estrepitosamente de la eternidad de un momento? La clausura del instante es el umbral de la memoria, transcurrido el instante el resto es recuerdo. Pero recordar también se constituye en un instante, por lo que el ser y su memoria se entrelazan, borrando cualquier margen que pretenda dividirlos.
          Escuchar una y otra vez una melodía es prolongar un pasado en constante fuga, es un instante de negación del tiempo, certeza necesaria frente a la incertidumbre de lo no escuchado o lo por escuchar. Saber de las millones de voces atravesando los siglos con la entonación de la frase Lavandas azules, dilly dilly, lavandas verdes; me despierta un sentimiento de inclusión en el coro de las generaciones, atravesado por la aflicción por aquello que ha quedado en el horizonte de lo posible por la humana insistencia por el eterno retorno de lo igual.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cuando creo... (Divertimento poético-ateológico)

Cuando creo,
creo lo que creo.
¿Creencia en la Creación o
creación de la creencia?
La creatura crea un credo 
y cree en lo Creado.
El Creador no creado,
crea para que los creados crean,
ellos creen y el Creador ya no crea.
No creo en lo Creado,
creo en lo que creo que creo.

domingo, 11 de noviembre de 2012

La ansiedad como negación del amor perdido

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La angustia como sabemos, está siempre conectada con una pérdida… con una relación bilateral a punto de desvanecerse para ser reemplazada por alguna otra cosa, algo que el paciente no puede enfrentar sin vértigo. Jacques Lacan expuso así en 1956 los hilos profundos de la angustia, agregando años después, en el seminario sobre La angustia que ésta es la falta de la falta, esto es, la ansiedad no es consecuencia de la ausencia del pecho sino de su presencia envolvente, entendiendo el pecho como al primer objeto de amor en nuestras vidas, que en muchos casos es la madre biológica.

La naturaleza del objeto constituye uno de los temas más polémicos  en la historia del psicoanálisis, sobre todo cuando se plantea la función del primer objeto. Con respecto a esto, refiere Freud en Tres ensayos de teoría sexual:

Cuando la primerísima satisfacción sexual estaba todavía conectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más tarde, quizá justo en la época en que el niño pudo formarse la representación global de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción. Después la pulsión sexual pasa a  ser, regularmente, autoerótica, y sólo luego de superado el período de latencia [niñez] se restablece la relación originaria. No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño el pecho de su madre se vuelve paradigmático de todo vínculo de amor. El hallazgo [encuentro] de objeto  es propiamente un reencuentro

      Retomo la frase la pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio, pues me parece un planteamiento central para establecer la naturaleza y función del primer objeto. Esto es, desde mi perspectiva, la cual considero sustentada en los planteamientos de Freud, la primera relación es de tipo químico-orgánica. La pulsión tiene su fuente en el cuerpo y antes de la posibilidad de representación esa pulsión solamente se puede dirigir a otro cuerpo, que a su vez dirige su pulsión al bebé. Ese primer vínculo es cuerpo a cuerpo y por tanto es irrepetible puesto que al paso del tiempo la condición anatomo-fisiológica se modifica, pero sobre todo al aparecer la capacidad de representación en el bebé será arrancado súbitamente de la posibilidad de establecer una relación como esa primera, esto es, exclusivamente corporal.
    La relación cuerpo a cuerpo permanece como una huella que puede sufrir retranscripciones, sin embargo, su molde original no podrá ser modificado, en adelante, solo serán posibles las variaciones con respecto a las huellas originales y estas variaciones son las que viabilizan las representaciones.
Freud plantea que los primeros vínculos sexuales son los más importantes y después de que la actividad sexual se divorcia de la nutrición resta una parte considerable que ayuda a preparar la elección de objeto y restaurar dicha pérdida. Lo que significa que los primeros vínculos permanecerán como referencia fija, mientras que la experiencia de pérdida, de falta, será la dinámica. Lo cual permitiría afirmar que lo que es susceptible de movimiento es la posición frente a la falta del objeto y esta posibilidad de movimiento es la condición de lo humano. Con respecto a esto, Lacan afirma El sujeto no vuelve a hallar los carriles preformados de su relación natural con el mundo exterior. El objeto humano se constituye siempre por la mediación de una primera pérdida. Nada fecundo le sucede al hombre sino por la mediación de una pérdida del objeto.
Por su parte, Winnicott plantea que la posibilidad de separación del primer objeto, el apartamiento del cuerpo que ha procurado la continuidad orgánica, implica un proceso, durante el cual se necesita un sustituto al cual llama objeto transicional, ese objeto representará al primer objeto  al tiempo que será el punto de partida de toda representación simbólica. El objeto concreto, a través del juego se va constituyendo en un espacio en el cual el objeto se convierte en un medio para la manifestación subjetiva y creativa. Este espacio es el nombrado como potencial, el cual es para Winnicott la zona disponible para maniobrar en términos de la tercera manera de vivir (donde está la experiencia cultural o el juego creador) es muy variable de un individuo a otro. Esto es así porque esta tercera zona es el producto de las experiencias de las personas… en el ambiente que predomina. Esto es, el espacio potencial no está dentro del individuo, ni afuera, en el mundo de la realidad compartida y su fundamento es la confianza del bebé en la madre. La existencia de este espacio llevaría a la afirmación de que en el caso de los seres humanos no hay separación, sino solo una amenaza de ella; y la amenaza es traumática al mínimo o al máximo según las experiencias de las primeras separaciones, la calidad en los cuidados del bebé definirán la calidad y amplitud de este espacio potencial.
De esta forma, Freud, Lacan y Winnicott coinciden en que la base de la estructuración psíquica así como toda relación de objeto remitirán a las huellas dejadas por la primera relación, por el vínculo cuerpo a cuerpo de los primeros días de la vida, por el objeto real, radicalmente perdido (Josafat Cuevas).
Dice Freud:

Cuando [una madre] enseña al niño a amar, no hace sino cumplir su cometido; es que debe convertirse en un hombre íntegro, dotado de una enérgica necesidad sexual, y consumar en su vida todo aquello hacia lo cual la pulsión empuja a los seres humanos.

       Del primer objeto  se mama la fuerza de la vida, sin embargo, si ese objeto no se aparta, el bebé queda prendado a él, excluido de cualquier otro deseo que no sea ese primer objeto, se hace ofrenda. Pero la ausencia, aunque sea mínima, es inevitable, y en esa falta que tuvo que ser deseo se instala la angustia, la cual aparecerá en adelante ante la separación real o imaginada del primer objeto de amor o sus representaciones.
       Toda ansiedad tiene su origen en este proceso, la intensidad de la misma en cada persona, expresará necesariamente su nivel de negación de la pérdida del primer objeto de amor. De ahí la diferencia entre el ansioso y el deprimido, el primero espera el retorno de lo que no puede volver, lo traslada de una a otra representación con la expectativa de encontrar lo que ya no es, quedando atrapado por la angustia ante la evidencia de la pérdida radical del primer objeto. El drama del ansioso nace de la expectativa por  encontrar al objeto de amor original.  El deprimido sabe perdido el objeto, al igual que el ansioso se niega a sustituirlo, pero a diferencia de él,  ya no lo busca, queda entre las redes de un duelo perpetuo por ese primer amor.
       La ansiedad es la manifestación de una separación que no se consuma, por eso aparece ante todas aquellas circunstancias donde la persona enfrenta la falta, la expulsión de ese paraíso original del cual no le enseñaron a salir.
        Nos encontramos en la era de la ansiedad, lo cual puede encontrar su explicación en el hecho de que nadamos en océanos de imágenes con islotes de simbolismo. Nos disfrazamos para fascinar, simulamos para hacernos carnada, con la expectativa de que en medio del cardumen aparezca ese objeto primero que nos engullirá para que en su vientre no sintamos su ausencia. Habitamos un salón de espejos donde se busca ser reflejado, encontrar La Mirada, la unidireccional. En medio de esto, desciende sobre nosotros la promesa de la felicidad, ese pecho gigante emanado de los gabinetes académicos el cual se oferta como fuente inagotable de leche, en cuyo pezón se pueden colgar todos aquellos que lo deseen, pues los recursos son inagotables, lo que hace falta es propósito y voluntad. 
Estos son solamente paliativos para la ansiedad, de nada sirve negar la pérdida de nuestro amor original, no retornará, tan sólo nos queda encontrar sustitutos que en su propia incompletud nos recuerden nuestra condición de orfandad y nos orientemos más en dirección del deseo que de la angustia.
      En conclusión, todos experimentamos ansiedad, nadie sale ileso de las batallas de la separación. Quizá la excepción sean los alexitímicos, los que afirman no experimentar ansiedad, cuando en realidad es que los invadió tanto en algún momento de su vida que ya no la reconocen. Sin embargo, la angustia que apaga el deseo es señal de que la sombra de nuestro primer objeto de amor nos está aplastando al grado del derrame de nuestra propia vida. De esta sombra solamente se puede salir transitando por las rutas del duelo, es inevitable el paso por los pantanos de la depresión, aún con el riesgo de ahogarse en ellos. Sólo así se puede renunciar al objeto y resignarse a conservar sólo sus huellas, las cuales son el origen, la causa del deseo y de toda la creación humana. 

lunes, 29 de octubre de 2012

Niño con alma vieja


Fui un niño con alma vieja,
mis años infantiles son el eco de un corazón
que se parceló prematuramente,
para albergarlos a todos y
evitar la fragmentación del amor.
Me gustaba jugar a ser melodía,
embellecer la armonía y el ritmo circundante.
Leí para entender, canté para convocar, escribí para resguardar.
Hijo de la fe, la esperanza y la caridad,
creí devotamente en una bondad superior, en el futuro y en los otros;
hasta que de mi herejía constitucional emanaron las interrogantes
y con ellas mi destierro voluntario de lo infalible.
Reinventé mi infancia,
me le fugué al destino;
con imágenes, letras, ideas y amigos
jugué a crear otro mundo,
que al materializarse no dio cabida a un Dios.
Pero quien ha sido tocado por lo numinoso,
está marcado por cicatrices metafísicas,
que lo impulsan a creer aún frente al vacío.
La mía es una mística blanca,
una fe que se traza tenue sobre la nada,
una esperanza sin paraísos,
una caridad sin redención.
Soy el niño jugando con los elementos,
tierra, agua, aire  y fuego,
creando figuras efímeras,
repitiendo sin cesar lo propiamente humano,
para no vivir sintiendo que muero,
para no morir sintiendo que vivo.



martes, 16 de octubre de 2012

Lacan y "El origen del mundo"

En 1998 vi por vez primera vez la pintura “El origen del mundo” de Gustave Courbet en  el Museo de Orsay de París, una imagen en extremo inquietante no sólo por lo que representa sino la forma en que lo representa. Aunque Coubert no le dio este título a la obra, desde el instante en que la observé me pareció un concepto interesante, otra mirada a lo que podría considerarse el origen del mundo.
     El Museo de Orsay se encuentra en la Rue de Lille, misma calle donde vivió y atendió el psicoanalista Jacques Lacan por cuatro décadas. Sin embargo, la calle no es la única conexión entre el teórico del goce y el lienzo del siglo XIX. La historia de “El origen del mundo” es apasionante, como sólo pueden serlo las narrativas sobre el devenir de pinturas y esculturas famosas.
     “El origen del mundo” nos coloca en la frontera entre lo erótico y lo pornográfico, en el punto exacto donde la mirada puede transitar de ser transgresora a ser transgredida.  
      Les invito a este viaje a través de las vistas de La Otra Gaceta, esta maravillosa revista electrónica a la que retorno gracias al gran anfitrión de las letras que es José Ángel Leyva.
     El link directo al artículo Lacan y “El origen del mundo” es el siguiente:

martes, 9 de octubre de 2012

La espera

Sentado con tu ausencia,
me visitan todas mis esperas,
nueve meses para ver por primera vez la luz,
minutos eternos entre el malestar y el pecho,
el ansia por esa confortante caricia,
la estupidez de todo aquello que no fue juego,
mis pequeñas muertes atrapado en las jaulas de la educación,
los días inútiles entre mi cumpleaños y Navidad,
los días inútiles entre Navidad y mi cumpleaños,
restos de tiempo sin bohemia,
los vacíos secos anhelando labios,
ahogo al navegar en los mares de la vanidad,
el hastío en las conversaciones vacuas,
la inquietante abstinencia de lectura, música y escritura;
los recovecos sin romance,
la silla vacía de quienes no llegan,
otros nueve meses para ver a mi hijo a la luz y
luego las horas añorando sus sonrisas.
Pero tú no llegas.
Te esperaré,
hasta que la espera no me duela,
hasta que seas otra espera.

Las esperas, Juan Pablo Brand



Si fueras mágica,
si fueses música,
si el sol saliera por tu piel,
seríamos amantes.
Si tu fueras mía
podría soportar por fin
este silencio entre las olas de la espera.
El silencio de la espera, Gianpietro Felisatti, Malise y Gloria Nuti

       La espera es solitaria, aunque esperemos juntos, la espera es solitaria. Nuestra vida es una sucesión de esperas, algunas vidas son los paréntesis entre las esperas, otras vidas son espera. Esperamos por todo, personas, momentos, objetos, en fin somos esperadores. En ocasiones las esperas son cataratas de ansiedad, la expectativa ante un diagnóstico, la incertidumbre por la ausencia prolongada e inexplicable  de un ser querido, la llegada de uno de esos sujetos transformadores de nuestro valle subjetivo, los pasos previos a un tránsito importante en la vida. A veces la espera es pretexto para encontrarnos, aún sin estarnos buscando. El silencio también es espera, sobre todo cuando permite la palabra del otro. La espera es influida por nuestra biografía y nuestro entorno. Aunque antes la gente vivía menos, sabía esperar más, pues con todo y lo absurdo que pueda sonar, tenían más tiempo. Leyendo sobre la historia de la noche, o para ser correcto, la historia cultural de la noche, encontré que antes del dominio de la electricidad, los hábitos de sueño eran diferentes, lo cual rompe el mito de lo saludable de las siete u ocho horas continuas de sueño. Tras el atardecer, las personas iban a dormir, tras algunas horas de inconsciencia se despertaban y salían de sus casas, convivían unos momentos con sus familias y vecinos y regresaban a la somnolencia hasta el amanecer. De esta manera, la noche perdía todo su halo terrorífico, por mas angustias que atraparan al insomne, sabía que en poco tiempo podría acompañar sus malestares. Lo mismo sucedía en los monasterios y conventos, les despertaban a media noche para una oración denominada Maitines, un recurso invaluable para exorcizar a los demonios tentando la espiritual disposición a pasear por el jardín de las delicias.  La gran mayoría de las personas pasaba cada uno de sus días en una pequeña población, se organizaban de manera similar a los hobbits resguardados en su Comarca. Por tanto, la ensoñación aspiracional no robaba tantas horas, la dificultad en la obtención de los recursos amarraba las preocupaciones a la tierra, el mar y las estaciones. Esto no es una nostalgia de la edad de oro, como la llama Woody Allen, es simplemente una breve reflexión sobre las variaciones culturales de la espera.
      Inevitable es preguntarnos ¿por qué o por quién estamos dispuestos a esperar? y ¿qué o quién nos obliga a esperar?  En la espera apostamos nuestros bienes más valiosos, el ser y el tiempo, con la expectativa de verlos multiplicarse. Lo contrario es la resignación, dejar de esperar asumiendo que no hay cambio posible, el resignado es quien retira sus monedas de la mesa o quien lo ha perdido todo y se hunde en la nada. Hay ocasiones donde somos obligados a esperar, bajo el yugo de las tiranías, millones de seres humanos han esperado días, meses y años por su libertad. La enfermedad nos atrapa en esperas que van del suave reposo hasta segundos inacabables de dolor que se resisten al poder de los analgésicos.
       El arquetipo de la espera es Penélope, uniendo y deshaciendo un tejido cuya conclusión sería el punto de no retorno de su amado Ulises. Al paso de los años, la espera puede hacernos olvidar al sujeto de la espera, como la Penélope de Serrat, que dejó de esperar al amado, para amar la espera. Sin embargo, la de Homero tiene a Telémaco (el luchador lejano), el hijo que le recuerda que alguna vez estuvo en los brazos de su amado y su amado estuvo en ella. Como en las épocas troyanas, sigue habiendo guerras, también hay viajes de negocios, estancias académicas o proyectos personales y profesionales que conllevan distancia geográfica. En general, ya no creemos en las sirenas pero existen los Table dance, los prostíbulos, los masajes ejecutivos y otros sex-services. Hombres y mujeres surcan el mundo, mientras otras y otros esperan su retorno, con la expectativa de que hayan resistido el canto de las sirenas o  los tritones. Ulises es el arquetipo del nómada-sedentario, esto es, de quien es fiel a su tierra, que resiste toda invitación a desviarse voluntariamente de su ruta de retorno, es el engrane ideal del arquetipo esperador.
Pero en la actualidad se visualiza a los esperadores del lado de los vulnerables, lo cual se intensifica con el uso de tecnologías de comunicación y las redes sociales. Los teléfonos móviles, los mensajes sms, Facebook, Twitter, etcétera; nos han condicionado. Vamos creando patrones de espera y respuesta, para cada persona tenemos una medida, si esa medida no se cumple aparece la ansiedad y la incertidumbre. Los ositos Teddy han cedido su lugar a los teléfonos móviles, quienes son la compañía más confortable durante la noche, hay quienes podrían prescindir de su pareja en la cama pero no del móvil. Quien hace esperar tiene el poder, quien espera pierde.  Recientemente se anunció que Facebook había llegado a los mil millones de usuarios, aunque la cifra no alcanza a la cantidad de humanos que sufren hambruna, es una cantidad muy significativa de la especie humana viva. El “tiempo real” nos hace impacientes, cuando nos comunicamos por las vías tecnológicas, sabemos que el otro está ahí y salvo que tenga un argumento a favor de su silencio, si no responde, intuimos motivos poco amables. Esta impaciencia ha hecho de las redes sociales el sustituto de los confesionarios y las respuestas o el silencio de los seguidores determinan la expiación o la condenación. Pero no hay de que preocuparse, los pecados se quedan en las redes sociales, ¡Ajá! El extremo de esta intolerancia a la espera se vio ilustrado hace unas semanas con la noticia de una madre británica que tuvo conocimiento de la muerte de su hija a través de Facebook, la joven murió de una sobredosis de drogas y sus buenos amigos intolerantes al dolor y necesitados de catarsis comenzaron a publicar la noticia por este medio negando totalmente las implicaciones para quienes podían recibir la información a distancia de los hechos.
La espera es la antesala del futuro, es el presente tejiendo el mañana. Tenemos derecho a esperar, esto es, a pensar, a reflexionar, a sentir, a digerir la vida. El asunto no es la espera sino por qué, para qué, cómo y por quién esperamos, la medida del sentido es el valor de lo esperado.

jueves, 4 de octubre de 2012

La sombra del adolescente y su proyección en el cine vampírico

Adéntrate en estos brazos otra vez y túmbate junto a mí.
El compás de este tembloroso corazón ahora mismo redobla cual tambor.
Late por ti, sufre por ti.
No conoce ni como es su sonido, puesto que es el tambor de los tambores, la canción de las canciones.

Una vez tuve la rosa más excepcional que nunca antes se había dignado a florecer.
El crudo invierno heló su capullo y me la arrebató demasiado pronto.
Ay, soledad.
Ay, desesperanza.
Para buscar los confines del tiempo, pues no hay en el mundo entero un amor más grande que el mío.

Annie Lennox, Love song for a vampire



Estaba totalmente segura de tres cosas: primera, Edward es un vampiro. Segunda, una parte de él, y no sabía que tan potente podía ser esa parte, tenia sed de mi sangre. Y tercera, estaba incondicional e irrevocablemente enamorada de él.
Así habla Bella, doncella posmoderna ávida de acariciar los frágiles bordes de la estabilidad, para ser arrastrada a la espiral del goce donde la temporalidad se detiene para eternizarse en un instante. En su garganta gritan la legión de voces adolescentes saturados hasta la naúsea de reciclar los sueños perdidos de la modernidad y por tanto sus palabras son devoradas día a día por millones de pubertos y pospubertos que ahora esperan impacientes el estreno de la última parte del final de la saga cinematográfica de Crepúsculo basada en el best seller de Stephenie Meyer.
Edward Cullen, el vampiro metrosexual, se une a la pléyade de héroes inmortales, con poderes extraordinarios que han navegado en la última década por ríos de tinta y mares de pixeles. A lado de magos y elfos, Cullen observa a los homo sapiens con un rictus de desdén por sus breves y fastidiosas vidas.
Pero la historia del vampiro en el cine es larga, se remonta casi a los orígenes del séptimo arte. En 1922 se estrenaNosferatu, de Friedrich Wilhelm Murnau, quien por un conflicto con los derechos de la obra de Drácula de Bram Stocker, decide hacer su propia versión y por tanto su personaje principal se nombra diferente. Tomando como punto de partida este filme, resulta necesario enfatizar que no existe el vampiro, sino los vampiros, puesto que cada época le otorga a este hemofílico ser características acordes al clima cultural de la época. Drácula se convierte así en el portavoz de la pulsionalidad del momento. Nosferatu es una creatura poco agraciada, con aspiraciones de empoderamiento y alguna faceta romántica. Esta representación es retomada por Werner Herzog en 1979, logrando una actuación magistral de Klaus Kinski. Nosferatu nada se acerca al Drácula dandy caracterizado por Bela Lugosi, quien ya aparece elegantemente vestido, perfectamente peinado y discretamente acompañado de sus concubinas. Con Lugosi el Drácula cinematográfico va adquiriendo esa dualidad que ha fascinado a millones de espectadores. El violento e insensible hematófago cuyo frío corazón se vuelca frente a la belleza de Mina.
En el inventario no podía faltar el toque de comicidad, el cual es dado magistralmente por Roman Polanski en la película que lleva como título Perdóneme, pero sus dientes están en mi cuello. En este largometraje, Polanski se burla de los tradicionales atributos del vampiro al incluir un vampiro judío que es inmune a la cruz y un vampiro homosexual que sacrifica la búsqueda de sangre fresca a cambio de la atención de Alfred, vampiro representado por el mismo Polanski. No se puede dejar de mencionar aquel singular clásico del cine nacional que es El Santo contra las mujeres vampiro, la cual obtuvo reconocimiento de los intelectuales surrealistas franceses al considerarla una exquisita expresión de su movimiento artístico.
La lista es extensa, pero el objetivo no es detallar la cinematografía vampírica, sino solamente ofrecer breves antecedentes al tema central de este trabajo, que es la fascinación que provoca en los adolescentes la figura del vampiro, enfatizando la apropiación de personajes caracterizados en el cine.
Sin la intención de poner en duda la originalidad de Meyer, quiero hacer referencia a la película The Lost Boys (Joel Shumacher) de 1987. En ella aparecen contenidos narrativos similares a los de la serie de Crepúsculo. Una familia compuesta por varios hijos, en este caso todos varones, los cuales visten al estilo Jon Bon Jovi, los cuales tienen expresiones asociales, mas no hacen sospechar su verdadera naturaleza. Aunque hay una historia de romance, el núcleo narrativo es la relación entre Michael, caracterizado por Jasón Patric y David, estelarizado por Kiefer Sutherland. La inclusión de estos actores, a los que se suman otros con características similares, marca la nueva era del vampiro en el cine, puesto que ya no aparece el mítico Drácula sino jóvenes en plenitud, con apariencia seductora, entregados totalmente a los placeres, ajenos a cualquier afectividad con los humanos, narcisistas y sobre todo, deseados intensamente por las mujeres y envidiados por los varones que al mismo tiempo desean imitarlos. También aparece la paradoja del vampiro, esto es, la elección de la eternidad a cambio del deseo.
Posteriormente se estrena Drácula de Bram Stocker, una obra maestra de Francis Ford Coppola, la cual es fiel al texto original del autor, es más, en buena parte de la película se respeta el estilo epistolar de la obra de Stocker. La obra de Coppola nos muestra a Drácula en todas sus facetas, haciendo de Gary Oldman un personaje protéico, arrastrado de la violencia más implacable al erotismo extremo.
En 1994, se proyecta en la pantalla grande el largometraje Entrevista con el vampiro, la cual adapta la novela de 1976 de Anne Rice, punto de partida de sus crónicas vampíricas. Este filme repite el recurso de The Lost Boys al colocar como protagonistas a los actores Tom Cruise, en el papel de Lestat de Lioncourt, a Brad Pitt como Louis de Pointe du Lac y a Antonio Banderas como Armando. La historia de Rice nos muestra un nuevo semblante del vampiro, la culpa. Sentimiento totalmente ausente en los filmes previos. Louis (Pitt) es un vampiro atormentado, que en su necesidad expiatoria accede a darle una entrevista a un reportero caracterizado por Christian Slater. La historia parte del siglo XX, nos envía al siglo XVIII y vuelve al presente. Entrevista con el vampiro, nos muestra los efectos secundarios de la condición vampírica, también muestra la intensidad de los vínculos entre los vampiros, que alcanzan una cercanía casi homosexual.
Anne Rice es actualmente una autora de culto, es la guía espiritual de darketos y góticos. Su personaje de Lestat se ha constituido en un icono de la posmodernidad y es fuente de identificación para adolescentes en todo el mundo.
La serie deCrepúsculo de Stephenie Meyer se inserta en esta genealogía. Ella va más allá al incluir también a los licántropos, esto es los llamados hombre lobo. Sin embargo, estos personajes requerirían un análisis independiente. Si en el tema de los vampiros es obligada la referencia a lo ominoso de la muerte, los hombres lobo nos remiten a lo ominoso de la locura, además de abrir la puerta a temas como el chamanismo.
Para iniciar el análisis, retomo una cita de la obra de Hamlet, la cual problematiza la condición del adolescente al respecto de las tres preguntas básicas de los seres humanos: ¿De donde venimos?, ¿a dónde vamos? y ¿quién nos quiere?
Cito:
Ser o no ser, ésa es la cuestión ¿Es más noble sufrir mentalmente el golpe de las flechas de la fortuna, o alzarse en armas contra el mar de las dudas y, en el ataque, terminar con ellas? Morir, dormir, no más. Y si al dormir es cierto que acaban los dolores del alma y las heridas mil que nuestra carne hereda, es una apetecible consumación. Morir, dormir; dormir, tal vez soñar. He ahí el inconveniente: dormidos en la muerte, una vez despojados de los mortales vínculos, el temor a los sueños nos paraliza; ese recelo hace tan duradera la desgracia.
Esta es la voz de Hamlet, el trágico adolescente al cual le han sido develados los siniestros hilos de la condición humana, jugando a la locura o huyendo de la cordura, Hamlet es el arquetipo del joven que disuelve la niebla de la novela familiar para descubrir los intrincados lazos de eros con tánatos. Saber duele, por lo mismo para el que sabe la muerte pierde su ominoso semblante y la vida se vuelca sospechosa.
Hamlet muere a consecuencia de un exceso de verdad y como él, todo adolescente camina por la delgada frontera de la muerte y la enajenación. Crecer es morir, cada día transcurrido va cercando las posibilidades de ser. Cada elección es una renuncia. Esto es la base del concepto psicoanalítico de castración. Si una niña o un niño no renuncia a ser todo, no será nada. La verdad es que no hay verdad y eso es lo que carcome a Hamlet, mirar el vacío lo arrastró a la aniquilante angustia.
En tiempos de Hamlet no había cine, por tanto él buscó representar la verdad enunciada por el espectro de su padre en una obra teatral. Ahora que recibimos los frutos del séptimo arte, se amplían las formas de representación. Una puesta en escena teatral es única, si uno es espectador en un teatro, sabe que es testigo de una pieza única que sólo podrán observar quienes están presentes en ese momento. En contraste, el cine es una repetición al infinito, puede variar el formato, pero no así el contenido, las actuaciones, la iluminación, la música, etc.
Cuando uno es atrapado por un largometraje, experimenta un deseo de posesión, si fuera posible nos instalaríamos un chip en el cerebro para ver a voluntad las escenas que más nos han impactado. Pero esta fascinación, se origina en nuestra profunda necesidad de mirarnos, nos arrojamos en océanos de imágenes con el fin de encontrarnos, el que la pantalla se asemeje tanto a nuestra naturaleza yoica, la convierte en un espejo de nuestras fantasías, por tanto la proyección es bidireccional.
Considerando la turbulencia que predomina en la referencia imaginaria de los adolescentes, el cine se constituye en un medio sin precedentes para poner en escena los conflictos que los aquejan.
El pasaje adolescente es la senda que lleva a la escena del gran teatro del mundo. Hasta no hace mucho tiempo el dar los primeros pasos en dicho camino implicaba transitar por rituales de reconocimiento de la tradición y conciliación con los ancestros. Se consideraba que un joven o una joven requeriría un más allá de si mismos para no claudicar. Arropar a sus noveles miembros era un acto de protección por parte de los mayores que preveían el inevitable encuentro con los dobles, el inminente retorno de los antepasados muertos quienes arrastrarían a sus jóvenes en intensas resacas de identificaciones, aturdiéndolos con la aparición azarosa de semblantes de familiares que no cesan de no morir.
Pareciera que los ritos desaparecen pero no así la necesidad de los adolescentes por ser impregnados por poderes superiores que les permitan salvaguardarse de los no-vivos que claman por su sangre para seguir existiendo.
Los adolescentes no saben que saben que las fuerzas que los habitan son la fuente tanto de su prevalencia como de su destrucción. Por tanto al enfrentarse al vampiro joven o adolescente de la pantalla, pueden recrear la representación de las fuerzas más obscuras.
Freud (1919) nos dice que lo ominoso tiene su origen en la presencia de ‘dobles‘ en todas sus gradaciones y plasmaciones, vale decir, la aparición de personas que por su idéntico aspecto deben considerarse idénticas… la identificación con otra persona hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situar el yo ajeno en lugar del propio – o sea, duplicación, división, permutación del yo- y, por último , el permanente retorno de lo igual (p. 234). El doble fue en su origen una seguridad contra el sepultamiento del yo, una enérgica desmentida del poder de la muerte (p. 235)
Por tanto el miedo se origina en lo conocido, pues de lo desconocido nada sabemos. No tememos el devenir del muerto sino la posibilidad de su regreso, el cadáver es ominoso al representar nuestro inevitable destino. Tememos no ser porque somos, tememos ser porque fuimos y temimos ser porque teníamos que ser.
El adolescente continuamente se escinde, experimentando terror frente a su doble, si la angustia es muy intensa puede identificarse totalmente con este. Aquí entra en escena el vampiro como otredad representativa de ese yo ideal primitivo, aquel que no conoce límites, el inmortal, el insaciable, pero necesitado profundamente del reconocimiento y amor de una mujer joven y mortal que de cuenta de su existencia.
Acerca de la soledad, el silencio y la oscuridad, todo lo que podemos decir es que son efectivamente los factores a los que se anudó la angustia infantil (p. 251), afirma Freud. Soledad, silencio y obscuridad nos arrebatan las posibilidades de proyección imaginaria lo cual nos hace caminar sobre el valle de las sombras y llamar desesperadamente al Otro, como bien afirman los salmos bíblicos: Aunque pase por el valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan (Salmo XXIII).
El problema es cuando el Otro no responde y tan sólo queda la noche obscura. El mutismo de ese gran Otro, empuja a los adolescentes a darle voz a esa pantalla iluminada, que se alza como un Olimpo de donde emanan mensajes para orientar el destino de los mortales. Las salas de cine se transforman así en templos iniciáticos donde los adolescentes reciben la sabiduría de sus ancestros y donde pueden luchar con su sombra sin los riesgos de la soledad, el silencio y la obscuridad, esa sombra que, como afirma Edgar Allan Poe, habla con la voz de una multitud de seres… con los acentos familiares y harto recordados de mil y mil amigos muertos (Poe, 1983, p. 274).

Referencias

Freud, S. (1919/1990). Lo ominoso. En Obras completas V. 17 (pp. 216-251). Argentina: Amorrortu.

Meyer, S. (2007). Crepúsculo. México: Alfaguara.

Poe, E.A. (1983). Sombra. En Cuentos V. 1 (8ª. Ed.) (pp. 271- 274). Madrid: Alianza.

Sopena, C. (Ed.) (2004). Hamlet. Ensayos psicoanalíticos. España: Síntesis.