Klimt, Klimt, Klimt…
Suenan los pasos de Eros,
flechas llueven crispando las epidermis,
sensualidad bañada en oro,
incitando orgasmos policromáticos.
Klimt, Klimt, Klimt…
Apolo roza a Dafne en su metamorfosis a
laurel,
Dionisos se retuerce en colapsos etílicos,
burlándose del ingenuo dios,
quien cree detener el destino con un
beso.
Klimt, Klimt, Klimt…
No hay más grande placer que el no
consumado,
la fantasía obedece a los guiones del
deseo,
el acto es siempre incompleto,
deja restos que tejen el velo de la
insatisfacción.
Klimt, Klimt, Klimt…
El cuerpo de La Mujer no existe,
la desnudez de cada una es un lienzo
único,
la mirada que esto apercibe
es oasis donde abreva la feminidad,
lugar para reflejarse y poseerse a si
misma.
Klimt,
Juan Pablo Brand
2012, año de Gustav Klimt, Viena se vistió de dorado para celebrar
al artista revolucionario cuyo estudio quizá fue más efectivo para dar buen
curso a las neurosis histéricas de las vienesas que el legendario consultorio
del Professor Sigmund Freud.
Contemporáneos, el artista y el psicoanalista fueron portavoces de las mujeres,
desnudando, uno su cuerpo, otro su alma,
mostraron el costo subjetivo de reprimir la expresión sensual de la
feminidad, así como la castración cultural que esto implica, el empuje a una
hiperracionalidad sintomática o a
los extremismos ideológicos y religiosos. La mujer es el ancla terrenal de los
devaneos metafísicos.
El catorce de julio de mil ochocientos sesenta y dos, seis años
después del nacimiento de Freud, Gustav Klimt fue envuelto por primera vez por
el calor del verano vienés. A los 35 años, junto con un grupo vanguardista,
abandonó la decrépita institución oficial encargada de promover la creación
artística en Viena, La Casa de los
artistas, para inaugurar la Secesión,
punto explosión del big bang del modernismo cuyo lema fundante fue A cada época su arte, al arte su libertad. También promovió el Taller de Viena, probablemente el origen
del ahora llamado diseño industrial, antecedente de la mítica Bauhaus de Weimar. Del Taller
emanaron los mobiliarios y decoraciones de las más suntuosas casas y los edificios
más representativos de Viena. Pensar la capital austriaca implica
necesariamente la presencia del sello modernista, si no es así, la imagen es
una creación vacua. Los habitantes de la Ciudad de México debemos a los artistas
de la Secesión gran parte de la
belleza visual de su Centro Histórico, lo que podría ser su Downtown. Los magníficos edificios con
sus exquisitos interiores, construidos y decorados durante el periodo llamado Porfiriato, en el tránsito del siglo XIX
al XX, son expresiones inspiradas en el
Art Nouveau.
El año de 1898, marca el tránsito de Klimt de la orfandad rebelde a
la adopción burguesa, al realizar el retrato de Sonja Knips, Klimt desata la
vorágine de los pudientes vieneses por ser inmortalizados por la mirada y las
manos del artista. Aún con su fama de seductor, los maridos pedían al maestro
retratar a sus esposas, al parecer la opacidad de la vida sexual de las
mansiones, se iluminaba con el erotismo expansivo del estilo Klimt.
Gustav Klimt tuvo el privilegio de darle su primer beso a Alma
Schlindler, mejor conocida como Alma Mahler, junto a él, la compositora abrió el cauce de una intensa y
polifacética vida sexual. Tras el idilio con Klimt se casó con el músico Gustav
Mahler, el arquitecto fundador de la Bauhaus
Walter Gropius y el novelista Franz Werfel. Fue amante del músico Alexander Von
Zemlinsky, del biólogo Paul Kammerer y del pintor discípulo de Klimt, Oskar
Kokoschka. Digna portadora de su nombre, Alma, representó la nueva era de las
mujeres, llevó su sensualidad y sexualidad más allá del placer, las convirtió en
vías para su formación intelectual y artística, su inteligencia llevó a sus
esposos y amantes a designarla como revisora y correctora de sus obras. Su vida
sexual llevó el ritmo de sus inquietudes artístico-intelectuales.
Adele Bloch-Bauer (cuyo retrato hecho por Klimt se vendió en 2006 en
135 millones de dólares) y Berta Zuckerkandl, amante y amiga, las dos dueñas de
grandes fortunas, rodearon al pintor de un glamour del que él huía
recurrentemente, el brillo de sus obras no se trasladaba a su trato social. Añorante
del refugio de su estudio y la compañía de una dama, encontraba recovecos en el
protocolo para escapar. Los hombres le reprochaban, las mujeres se inquietaban,
para ellas, conservar sobre sí la mirada de Klimt las hacía sentir inundadas
de una feminidad única, la cual les negaban sus novios, prometidos y maridos.
Klimt no será el primer ni el último mujeriego que permanezca fiel a
su madre hasta que la muerte los separe, la no renuncia al primer objeto de
amor, ata las raíces más profundas del ser. Probablemente el misterio del
magnetismo de Klimt fuera esa mirada esquiva, la que en algún momento se perdía
olvidando la desnudez de las bellas mujeres que para él posaban, esa mirada
buscando a su verdadero amor, la melancolía, único resto de ese amor inaugural
definitivamente perdido. Nada hay más atractivo para algunas mujeres que poder
curar el dolor de un hombre talentoso, desterrar a su madre y junto con ella a
la nostalgia por la mirada que les despertó su grandiosidad, para colocarse en
el lugar causa de deseo, de la exclusividad.
Fuera de su madre, con la única mujer con la que Gustav Klimt pudo
compartir su vida fue con la que llegó a ser la diseñadora de modas más
cotizada de la cumbre vienesa, Emilie Flöge, a la cual conoció y retrato cuando
ésta tenía doce años. ¿Cómo lo logró? Con una radical distancia sexual, como nos
cuenta Elizabeth Hickey, en su novela El
beso, al parecer sólo hubo un encuentro sexual entre Gustav y Emilie, el
resto fue una cercanía intensamente afectiva y de mutua admiración. Según la
autora, el espacio protector fue impuesto por Gustav Klimt, no habría que
descartar la hipótesis de que el artista sexualizaba solamente lo temporal, por
tanto, mujer que tuviera sexo con él, estaba destinada a salir de su vida. Compañera
de viajes, de periodos vacacionales, de ideas, complemento estético, Emilie
Flöge le fue fiel en cuerpo y alma a Klimt, éste solamente en alma, por lo que
al morir le heredó la mitad de sus bienes, un obsequio bastante oneroso.
Algunos estudiosos de la obra de Klimt, opinan que en su cuadro más
famoso, El beso, concluido en 1908,
está representado el pintor besando a Emilie. Otros consideran que retrata el
momento en que el dios Apolo besa a la ninfa Dafne, antes de que ésta se
convierta en laurel. Lo cierto es que el hombre porta una especie de túnica,
prenda utilizada siempre por Klimt cuando pintaba. La mujer está hincada,
recibiendo el beso del hombre al tiempo que atrapa el cuello y una mano de éste
que a su vez roza el rostro de ella y con la otra mano sostiene su cabeza. Más
allá de la siempre fragmentada verdad histórica, la obra refleja el amor de
estas dos figuras de la grandeza austriaca. Es un beso al que denominaría
filo-erótico, proyecta un profundo cariño fraternal sin dejar de lado una vibra
erótica. Considero que la fuerza de la imagen emana de su simbolismo, un amor
de pareja duradero, solamente es posible en el equilibrio de lo filial y lo
erótico. Si permanece solamente lo filial, se derrumba la pareja para
convertirse en una bonita o sado-masoquista amistad. Si es lo sexual el lazo
exclusivo, se derriten los enclaves subjetivos, con el peligro de quedar
atrapados en una escena que no cesa de repetirse, en una rutina corporal
carente de toda poesía, de toda creación.
La
vigencia del amor, subyace en el ímpetu de un beso.