Hace
unos días, recibí un mensaje de mi buen amigo Miguel Ángel Nogueda con una suma
de reflexiones entre las que se encontraba una sobre la vida del águila. En el
texto se plantea que un águila puede vivir hasta 70 años, pero a los 40 años
debe cambiar su pico, sus garras y sus plumas. Para lograr esto debe
resguardarse durante ciento cincuenta días en un nido en lo alto de alguna
montaña. Una vez localizado su espacio, comienza a golpear su pico hasta
arrancarlo, tras lo cual comienza a crecerle uno nuevo que le servirá para
remover las uñas, al emanar las nuevas continúa con la extracción de las
plumas. Una vez concluido el proceso el águila puede vivir otros treinta años,
pero no seguir este ritual instintivo y doloroso significa la muerte prematura
del águila.
Me
encuentro a dos años y medio de cumplir cuarenta años, como el águila siento la
necesidad de renovar mi voz y mis defensas, un llamado profundo al cambio de
piel para poder vivir los próximos años, sean el número que sean. Es fácil
enunciar el deseo pero inevitablemente inicio mi vuelo hacia el nido en la
montaña y el miedo de la visión me detiene regresándome a tierra. Me aferro a
mis "yoes" con sus respectivos imaginarios: niño, adolescente, adulto joven,
estudiante, profesionista, maestro, hijo, hermano, padre, amigo, lector,
escribano, psicoanalista… Esto que reconozco como “yo” es el collage con el
cual juega puzzle mi conciencia. En medio de este movimiento de piezas me
atrapa la idea de que vivo la inversión del dicho de Arthur Rimbaud, Yo no es
otro, Otro es yo. No es un desdoblamiento de personalidad, una escisión ni
despersonalización, es un esclarecimiento sobre los compromisos creados por mi
conciencia con la única intención de huir del miedo:
Otro es yo,
soy el trazo borroso de la mano
invisible,
ente líquido escurriéndose en la
alcantarilla de la novedad.
Mis pensamientos tienen copyright,
mis afectos se cotizan en la bolsa,
mis placeres causan impuestos,
mis fantasías son plagio involuntario,
mis instantes felices engrosan las
estadísticas de la negación,
mi amor es un escupitajo bioquímico,
mi muerte es una afrenta a la ciencia,
mi soledad causa sospecha,
mi silencio causa sospecha,
mi reflexión causa sospecha,
mi defensa de la estética causa
sospecha,
mi cuestionamiento a la sospecha causa
sospecha.
Otro es yo,
sólo en el desapego hay liberación,
el resto es ficción.
Lo
cierto es que al experimentar miedo, me integro a una pléyade humana demasiado humana. Hace algún
tiempo encontré en la red los resultados de un proyecto de la Fundación
Goodplanet, denominado 7 mil millones de Otros, cuya
explicación dejo a la propia Fundación:
En
2003, luego de La Tierra vista desde el cielo, Yann Arthus-Bertrand junto
a Sibylle d'Orgeval y Baptiste Rouget-Luchaire lanzó el proyecto "7 mil
millones de Otros". 6.000 entrevistas fueron filmadas en 84 países por
veinte realizadores que salieron al encuentro de Otros. Desde el pescador
brasileño al boticario chino, del artista alemán al agricultor afgano, todos respondieron
a las mismas preguntas sobre sus miedos, sus sueños, sus pruebas, sus
esperanzas: ¿Qué aprendió de sus padres ? ¿Qué querría transmitir a
sus hijos ? ¿Qué pruebas tuvo que atravesar? ¿Qué representa el amor
para usted?...
Cuarenta
preguntas esenciales permiten descubrir tanto lo que nos separa como lo que nos
une. Estos retratos de la humanidad de hoy son accesibles en este sitio
internet. El corazón del proyecto, que es mostrar todo lo
que nos une, nos une y nos diferencia, se encuentra
en las películas, que incluyen los temas tratados durante estos
miles de horas de entrevistas.
En
la página se pueden consultar los videos con los testimonios de todas las
categorías de preguntas. A continuación hago referencia a varias de las
respuestas dadas a la pregunta “¿Cuál es su mayor miedo?”:
•
A la obscuridad.
•
Al Diablo.
•
A Dios.
•
A que Dios no
exista y estemos solos en el universo.
•
Al despertar del
volcán, sobreviví hace diez años a una erupción.
•
A contradecirme.
•
A que alguien
hable mal de mí.
•
A quedarme sola
en el mundo.
•
A encontrar a
una mujer a la que quiera mucho y luego me deje.
•
A que no me
dejen casarme con quien quiero.
•
A que mi hijo
único se case con una mujer que me desagrade.
•
A que me priven
de mi libertad de pensamiento y acción.
•
A mi marido
cuando bebe, me da miedo que me pegue y me mate.
•
A que le pase
algo a mis hijos.
•
A no poder tener
hijos.
•
A no tener éxito
en la vida.
•
A contraer SIDA.
•
A la pobreza.
•
A enfermar.
•
Al mañana.
•
A perder el
trabajo.
•
Al hambre.
•
A la crisis
financiera.
•
A que la fuerza
del hombre rompa el equilibrio de la naturaleza y la destruya.
•
A que mis hijos
no se ocupen de mí en un futuro.
•
A la locura.
•
A la demencia
senil.
•
A no poder
suicidarme.
•
A morir.
•
A que me
entierren viva.
•
A morir sin
haber hecho lo que quería de la vida.
•
A perder a un
hijo.
•
A otro atentado.
•
A la tortura.
•
A la noche.
•
A que obliguen a
mis hijos a ir a la guerra y matar a otros.
•
A caer
prisionero.
•
A no estar
seguro en casa.
•
A los recuerdos
de la guerra.
•
Al poder de las
grandes potencias.
•
A la maldad
humana, a la crueldad.
•
Al miedo mismo,
si nos invade acaba con la esperanza.
Llamaron
especialmente mi atención aquellas personas que afirman no tener miedo, algunas
por un fuerte sentido de serenidad y otras por experiencias vividas tan
intensas, que no dejaron lugar al miedo, como una madre que afirma que tras la
muerte de su hijo ya no ha sentido miedo, puesto que ya vivió lo peor.
Finalmente, transcribo parte de un
testimonio dado por un afro-europeo desde Banín, en la República Checa:
Al
otro. El otro no es nunca un amigo. No es un amigo porque es capaz de lo
inimaginable, de lo peor. Confías en él, te abandonas y te hace una mala jugada
inimaginable. Me dan miedo los hombres. Los amo, pero también los temo.
En
resumen, vulnerabilidad, el miedo es la respuesta a la amenaza, pero si bien
todos los testimonios son válidos como posibles riesgos, cada persona organiza
una constelación particular de sus temores. Su lugar de residencia, su edad, su
cultura, sus condiciones de vida, sus redes de apoyo o su historia, pueden ser
variables en la delimitación de sus principales miedos. Al parecer, los seres
humanos somos los únicos animales que nos anticipamos a la amenaza, sintiendo
miedo antes de que ésta aparezca y esto es posible por la conciencia y su
construcción del yo, creamos una imagen con la cual jugamos en diferentes
escenarios como si fuera un videojuego, fantaseando con todos los riesgos que
pueden aparecer a nuestro paso.
El
miedo es una expresión de nuestros apegos, de ahí que sea tan difícil dejarlo atrás, pues superarlo es salir de las dinámicas relacionales con las que hemos
vivido. El miedo puede llevarnos al filo de un abismo donde sentimos que nos
quedan solamente dos caminos: autodestruirnos o destruir a la otredad, sean
personas, animales, plantas o el entorno en general. El miedo es la fuente del
dolor psíquico y de la violencia. Por tanto, abandonar el miedo es una
reconciliación con lo propio y lo otro.
Mis
alas se ahuecan, la montaña está frente a mí, aún viviendo en un país
hiperviolento, plagado de temerosos dispuestos a terminar con todos los otros
con tal de sobrevivir, donde tener un proyecto de vida es un acto de
resistencia, guardo un fulgor de
esperanza, suficiente para llegar al nido para arrancarme las narrativas de mi
conciencia y llegar a los 40 con un renovado sentido de vida, que Otro no sea
yo, sino ser siendo con otros seres, sin miedo, sin violencia.