martes, 17 de diciembre de 2013

Desde el miedo


Hace unos días, recibí un mensaje de mi buen amigo Miguel Ángel Nogueda con una suma de reflexiones entre las que se encontraba una sobre la vida del águila. En el texto se plantea que un águila puede vivir hasta 70 años, pero a los 40 años debe cambiar su pico, sus garras y sus plumas. Para lograr esto debe resguardarse durante ciento cincuenta días en un nido en lo alto de alguna montaña. Una vez localizado su espacio, comienza a golpear su pico hasta arrancarlo, tras lo cual comienza a crecerle uno nuevo que le servirá para remover las uñas, al emanar las nuevas continúa con la extracción de las plumas. Una vez concluido el proceso el águila puede vivir otros treinta años, pero no seguir este ritual instintivo y doloroso significa la muerte prematura del águila.
     Me encuentro a dos años y medio de cumplir cuarenta años, como el águila siento la necesidad de renovar mi voz y mis defensas, un llamado profundo al cambio de piel para poder vivir los próximos años, sean el número que sean. Es fácil enunciar el deseo pero inevitablemente inicio mi vuelo hacia el nido en la montaña y el miedo de la visión me detiene regresándome a tierra. Me aferro a mis "yoes" con sus respectivos imaginarios: niño, adolescente, adulto joven, estudiante, profesionista, maestro, hijo, hermano, padre, amigo, lector, escribano, psicoanalista… Esto que reconozco como “yo” es el collage con el cual juega puzzle mi conciencia. En medio de este movimiento de piezas me atrapa la idea de que vivo la inversión del dicho de Arthur Rimbaud, Yo no es otro, Otro es yo. No es un desdoblamiento de personalidad, una escisión ni despersonalización, es un esclarecimiento sobre los compromisos creados por mi conciencia con la única intención de huir del miedo:

Otro es yo,
soy el trazo borroso de la mano invisible,
ente líquido escurriéndose en la alcantarilla de la novedad.

Mis pensamientos tienen copyright,
mis afectos se cotizan en la bolsa,
mis placeres causan impuestos,
mis fantasías son plagio involuntario,
mis instantes felices engrosan las estadísticas de la negación,
mi amor es un escupitajo bioquímico,
mi muerte es una afrenta a la ciencia,
mi soledad causa sospecha,
mi silencio causa sospecha,
mi reflexión causa sospecha,
mi defensa de la estética causa sospecha,
mi cuestionamiento a la sospecha causa sospecha.

Otro es yo,
sólo en el desapego hay liberación,
el resto es ficción.

     Lo cierto es que al experimentar miedo, me integro a una pléyade  humana demasiado humana. Hace algún tiempo encontré en la red los resultados de un proyecto de la Fundación Goodplanet, denominado  7 mil millones de Otros, cuya explicación dejo a la propia Fundación:

En 2003, luego de La Tierra vista desde el cielo, Yann Arthus-Bertrand junto a Sibylle d'Orgeval y Baptiste Rouget-Luchaire lanzó el proyecto "7 mil millones de Otros". 6.000 entrevistas fueron filmadas en 84 países por veinte realizadores que salieron al encuentro de Otros. Desde el pescador brasileño al boticario chino, del artista alemán al agricultor afgano, todos respondieron a las mismas preguntas sobre sus miedos, sus sueños, sus pruebas, sus esperanzas: ¿Qué aprendió de sus padres ? ¿Qué querría transmitir a sus hijos ? ¿Qué pruebas tuvo que atravesar? ¿Qué representa el amor para usted?... 
Cuarenta preguntas esenciales permiten descubrir tanto lo que nos separa como lo que nos une. Estos retratos de la humanidad de hoy son accesibles en este sitio internet. El corazón del proyecto, que es mostrar todo lo que nos une, nos une y nos diferencia, se encuentra en las películas, que incluyen los temas tratados durante estos miles de horas de entrevistas.

     En la página se pueden consultar los videos con los testimonios de todas las categorías de preguntas. A continuación hago referencia a varias de las respuestas dadas a la pregunta “¿Cuál es su mayor miedo?”:
   A la obscuridad.
   Al Diablo.
   A Dios.
   A que Dios no exista y estemos solos en el universo.
   Al despertar del volcán, sobreviví hace diez años a una erupción.
   A contradecirme.
   A que alguien hable mal de mí.
   A quedarme sola en el mundo.
   A encontrar a una mujer a la que quiera mucho y luego me deje.
   A que no me dejen casarme con quien quiero.
   A que mi hijo único se case con una mujer que me desagrade.
   A que me priven de mi libertad de pensamiento y acción.
   A mi marido cuando bebe, me da miedo que me pegue y me mate.
   A que le pase algo a mis hijos.
   A no poder tener hijos.
   A no tener éxito en la vida.
   A contraer SIDA.
   A la pobreza.
   A enfermar.
   Al mañana.
   A perder el trabajo.
   Al hambre.
   A la crisis financiera.
   A que la fuerza del hombre rompa el equilibrio de la naturaleza y la destruya.
   A que mis hijos no se ocupen de mí en un futuro.
   A la locura.
   A la demencia senil.
   A no poder suicidarme.
   A morir.
   A que me entierren viva.
   A morir sin haber hecho lo que quería de la vida.
   A perder a un hijo.
   A otro atentado.
   A la tortura.
   A la noche.
   A que obliguen a mis hijos a ir a la guerra y matar a otros.
   A caer prisionero.
   A no estar seguro en casa.
   A los recuerdos de la guerra.
   Al poder de las grandes potencias.
   A la maldad humana, a la crueldad.
   Al miedo mismo, si nos invade acaba con la esperanza.

Llamaron especialmente mi atención aquellas personas que afirman no tener miedo, algunas por un fuerte sentido de serenidad y otras por experiencias vividas tan intensas, que no dejaron lugar al miedo, como una madre que afirma que tras la muerte de su hijo ya no ha sentido miedo, puesto que ya vivió lo peor. Finalmente,  transcribo parte de un testimonio dado por un afro-europeo desde Banín, en la República Checa:

Al otro. El otro no es nunca un amigo. No es un amigo porque es capaz de lo inimaginable, de lo peor. Confías en él, te abandonas y te hace una mala jugada inimaginable. Me dan miedo los hombres. Los amo, pero también los temo.


    En resumen, vulnerabilidad, el miedo es la respuesta a la amenaza, pero si bien todos los testimonios son válidos como posibles riesgos, cada persona organiza una constelación particular de sus temores. Su lugar de residencia, su edad, su cultura, sus condiciones de vida, sus redes de apoyo o su historia, pueden ser variables en la delimitación de sus principales miedos. Al parecer, los seres humanos somos los únicos animales que nos anticipamos a la amenaza, sintiendo miedo antes de que ésta aparezca y esto es posible por la conciencia y su construcción del yo, creamos una imagen con la cual jugamos en diferentes escenarios como si fuera un videojuego, fantaseando con todos los riesgos que pueden aparecer a nuestro paso.
     El miedo es una expresión de nuestros apegos, de ahí que sea tan difícil dejarlo atrás, pues superarlo es salir de las dinámicas relacionales con las que hemos vivido. El miedo puede llevarnos al filo de un abismo donde sentimos que nos quedan solamente dos caminos: autodestruirnos o destruir a la otredad, sean personas, animales, plantas o el entorno en general. El miedo es la fuente del dolor psíquico y de la violencia. Por tanto, abandonar el miedo es una reconciliación con lo propio y lo otro.
     Mis alas se ahuecan, la montaña está frente a mí, aún viviendo en un país hiperviolento, plagado de temerosos dispuestos a terminar con todos los otros con tal de sobrevivir, donde tener un proyecto de vida es un acto de resistencia,  guardo un fulgor de esperanza, suficiente para llegar al nido para arrancarme las narrativas de mi conciencia y llegar a los 40 con un renovado sentido de vida, que Otro no sea yo, sino ser siendo con otros seres, sin miedo, sin violencia.

martes, 10 de diciembre de 2013

Lo Porno tronó más fuerte que el Boom en la FIL 2013: Mario Vargas Llosa vs. Sasha Grey


Es un hecho, estamos en un cambio de época, la humanidad se reinventa, con la muerte de los grandes líderes de la segunda mitad del siglo XX, entre los que se encontraba Nelson Mandela, se cierra un capítulo histórico para dar lugar a lo que podría ser un pico hipercapitalista previo a la caída del sistema. Es probable que ingresemos a una era tecnocomunicocrática, esto es, la tecnología como base material del sistema y la comunicación como su fuerza ideológica, ya no será tan importante el contenido, sino la forma de la comunicación y los mensajes más valiosos serán aquellos capaces de multiplicarse en otros mensajes. La gente lee, se informa, juega, en fin, consume, con la profunda motivación a poderse comunicar más, a poder publicar en las redes sociales sus actos, sus dichos, sus ideas y sus consumos, a contar con el discurso más popular y sobre todo, el más “original”. Se cae el axioma de Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”, ahora “El mensaje es el medio”, el medio para… todo lo posible.
Es en este sentido que entiendo el eclipse que creó Sasha Grey sobre Mario Vargas Llosa, uno de los héroes literarios del llamado Boom Latinoamericano, y muchas otras escritoras y muchos otros escritores, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2013. Sasha Grey, nacida Marina Ann Hantzis en Sacramento California en 1988, migra en 2006 a Los Ángeles para integrarse a la industria del Cine Porno, desempeñándose exitosamente durante cinco años, lo cual le valió catorce premios AVN y XRCO, que son los oscares de la cinematografía porno y ofrecen premios por categorías como “A la mejor escena de sexo oral”.  En su tránsito por esta industria Sasha comenzó a calificarse como “estrella existencial”, una especie de Simone de Beauvoir del universo porno. En el año 2011 decide abandonar la actuación porno, intenta abrir su propia productora y fracasa, así que inicia una carrera en la música, como DJ y en el modelaje. En ese mismo año la organización Reading Across America, la invita a leer en un salón de niños de primer grado de una escuela de Los Ángeles, varios padres protestaron, seguramente muchos habían sido espectadores de sus audacias sexuales y les inquietaba que se encontrara tan cerca de sus vidas, pues uno de los grandes encantos del mundo porno, es que está “afuera”, atrás de la pantalla, donde queda marginado de las buenas costumbres hogareñas. Lo cierto es que según el Dr. Ogi Ogas (así se llama, no es broma, ni albur), entrevistado por la BBC en julio de 2013, el 14% de las búsquedas en internet y el 4% de los sitios, están asociados a la pornografía. Cada año se crean 51 millones de páginas web, a finales de 2012 había 634 millones, si le sumamos los 51 millones de 2013, tenemos 685 millones de páginas, si calculamos el 4%, resulta que hay aproximadamente 27, 400, 000 de páginas web dedicadas a la pornografía.
La experiencia de Sasha Grey como lectora en escuelas, le mostró una de las varias vertientes de su vocación, la de ser escritora. Impulsada por el éxito de aquella trilogía erótica escrita por E.L. James, Cincuenta sombras de Grey, que parecía tener dedicatoria a su vida, Grey descubre que las personas están mucho más dispuestas a leer sobre erotismo que a practicarlo, así que inicia la redacción de su novela La Sociedad Juliette, la cual anuncia como la entrada a un serial literario. Este libro es el que presentó Sasha Grey en la FIL, provocando un alud de medios y visitantes en su evento, donde declaró que ella es una representante de su generación, una voz que deja claro que: “Las mujeres tienen el poder”.
Desde tiempos ancestrales, el sexo ha sido un medio de ascenso social, numerosas son las historias de hombres y mujeres ostentando sus encantos, habilidades o secretos sexuales, para seducir a l@s poderos@s. En el siglo XX, los medios de comunicación masiva abren este mercado con una fuerza sin precedentes, los impresos y las pantallas no solamente se convierten en las vías regias del entretenimiento, sino también en catálogos para que l@s poderos@s conozcan que placeres tienen a su disposición. Esto crea las condiciones para el binomio fama-poder. Al paso del tiempo la oferta se hace excesiva, por tanto, las oportunidades de acceso a los impresos o a las pantallas se reduce, así cobran fuerza industrias alternas que eran marginales previamente, entre las cuales se encuentra la cinematografía pornográfica. Se abre para las estrellas porno una puerta antes vedada y logran ingresar a la fama, quizá la figura más emblemática de este camino es Sylvester Stallone. No conozco las tribulaciones que llevaron a Sasha Grey al mundo porno, pero todo parece indicar que desde un inicio lo visualizó como una escalera a los escaparates globales, de esta manera si se hace representante no de una generación, sino un fragmento generacional dispuesto a cualquier cosa con tal de alcanzar la fama. Esto ha creado, como mostré anteriormente con las cifras, un exceso de oferta en el universo porno, por tanto, cabe preguntarnos por la siguiente industria lanza- “talentos”.
La sombra de Grey cayó sobre Vargas Llosa, quien de esta manera se hizo víctima de lo que él mismo denominó la Civilización del espectáculo, concepto que propuso por primera vez en 2009 en un artículo en la revista Letras Libres  y que amplió a un gran ensayo que se publicó como libro en 2012. En un resumen muy puntual, retomo las que considero las ideas centrales expuestas por el escritor peruano en el 2009 con respecto a las bases de la Civilización del espectáculo:

  • El bienestar posterior a la Segunda Guerra Mundial y la escasez de la posguerra.
  • La democratización de la cultura.
  •  El estilo light en las artes.
  • La desaparición de la crítica cuyo vacío llenó la publicidad.
  •  La exaltación de la música como signo de identidad.
  •  La masificación.
  •  La generalización del consumo de las drogas.
  • El laicismo.
  •  El eclipse de “el intelectual”.
  •  La banalización de la política.
  • El dominio del sexo sobre el erotismo.
  • El amarillismo periodístico y la promoción de la información como entretenimiento.
  • La fascinación por las catástrofes.

Es importante aclarar que Vargas Llosa no considera todos estos puntos como negativos, sin embargo, como él mismo afirma al final del artículo, se muestra pesimista ante esta era de Occidente que nos ha deparado el privilegio de convertir el entretenimiento pasajero en la aspiración suprema de la vida humana y el derecho de contemplar con cinismo y desdén todo lo que aburre, preocupa y nos recuerda que la vida no es sólo diversión, también drama, dolor, misterio y frustración.
La última novela del Nobel de Literatura 2010, se llama El héroe discreto, al menos en la FIL, fue empañado por La heroína exhibicionista. Al parecer, actualmente (y quizá en toda la historia de la humanidad), las batallas en la cama son más populares de que las sociales, políticas o las del espíritu.
Sasha Grey nos trae un mensaje desde el más acá, muy similar al que transmitió el actual presidente de México en la FIL del 2012, cuando se hizo el protagonista de la Feria con su dificultad para encontrar el título de tres libros: Más vale guapo conocido, que feo por conocer. Ya no importa tanto el contenido de lo que se escribe, sino la historia y la imagen de quien lo escribió. Por mi parte, les dejo a los anémicos de erotismo el libro de Sasha Grey y continuaré leyendo la maravillosa novela de Laura Restrepo, Hot Sur, cuya protagonista, María Paz,  nos muestra en su relato en primera persona, los costos que tiene para el gran porcentaje de la población mundial, el pretendido estado de bienestar.


martes, 3 de diciembre de 2013

Las navidades pasadas


Para Beto,
por todas las navidades pasadas,
por tu amor truncado,
por el dolor que causa tu primera ausencia.


En memoria de Eucario Torres Chávez,
víctima adolescente en un asalto la noche del 2 diciembre de 1990.
“Quizá será la fiebre llevamos en la sangre,
quizá será la forma que tenemos al sentir...”



En el altar de la memoria,
lloro las lágrimas no lloradas por mis ancestros,
soy el centinela de sus dolores,
portador de sus sueños vulnerados,
soy la cicatriz de sus desdichas.

Sus cenizas revolotean errantes,
persiguen la puerta hacia la infancia de los tiempos,
canto plegarias al vacío de sus creencias,
mi voz es el coro de sus deseos marchitos,
nada conservo de su aroma,
se borró su tacto de mi piel.

Sólo encontrarán la paz en el olvido,
al abandonar la casa del recuerdo
para ser viajeros en la diáspora genética,
ahí donde la palabra se rinde al poder del acto.

Juan Pablo Brand, Mis ancestros


     La navidad es una espina que comienza a dolerme con el arribo del frío, con un impulso masoquista escucho los villancicos que sellaron mis sueños infantiles, sucede que cuando me descuido soy presa de un intenso sentimentalismo y por tanto fácilmente me dejo atrapar por el anzuelo de las subidas de voz típicas de las canciones navideñas, la versión de Oh holy night en voz de Celine Dion puede exprimirme los ojos hasta secarlos. Mi dolor nace del despojo de la magia, siendo niño viví navidades de ensueño, quizá por un pacto no escrito de mi familia materna de hacer de estas fechas algo grande, donde se desdibujaban las fronteras de la realidad. Somos tantos primos que podíamos representar una pastorela con todo y borregos, impregnados por las tradiciones del norte del país, lo nuestro era Santa Claus, quien  representado por alguno de los tíos nos hacía sentir privilegiados y poseedores de un trato VIP al recibir la visita del rey del Polo Norte dos veces en una misma noche.
      Aún con mis marcadas distancias con el catolicismo, debo reconocer que pase momentos maravillosos al interior de una iglesia, la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, perteneciente a los vestigios del antiguo barrio de Mixcoac en la Ciudad de México. Por esas inexplicables sincronicidades, en dicho lugar se congregó una comunidad que se consolidó durante el trabajo de colaboración para apoyar a las víctimas del sismo de 1985, momento en que se suspendieron las actividades escolares y pudimos estar aproximadamente dos semanas preparando alimentos para que fueran distribuidos entre los damnificados. A lo anterior se sumó la fuerza espiritual de quien era el párroco en aquella época y ahora es el rector de la Basílica de Guadalupe, Enrique Glennie Graue. Yo tenía nueve años y me sentía participe de algo importante, pareciera que cada uno tuviéramos un lugar especial, y esto alcanzaba su culmen en las celebraciones de la noche de navidad, momento en que con una vela encendida cada uno y cada una aportábamos nuestra pequeña luz para iluminar la gran galería del templo de la que retiraban la luz eléctrica.
      Finalmente estaban mis vecinos, que también iban a la mencionada iglesia. Vivía en una privada que era como un pequeño pueblo, un pueblo mágico. En una ocasión, siendo ya joven, en pleno disfrute de tiempo de ocio puse a trabajar mi memoria para hacer una lista con los nombres de los vecinos y visitantes que habían pisado esa privada, desistí al llegar al número 600, cantidad considerable , partiendo de que solamente había seis casas.  De esos, al menos 500 habían entrado a mi casa. En algunos momentos llegamos a convivir en fechas especiales aproximadamente cuarenta o cincuenta niñ@s, con quienes se organizaban grandes posadas en las que era necesario el desfile de varias piñatas para no dejar a nadie con el deseo de golpearla o sin dulces.
     Por todo lo anterior mis navidades tenían una dimensión que hoy visualizo como irreal, a partir de cierto momento, como una gran inversión en medio de una caída súbita de la bolsa de valores, todo comenzó a diluirse, como las migajas de Hansel y Gretel, puedo hacer con mis pérdidas un camino que me lleva a la casa del desencanto.
     Con mi hijo retornan algunos de los encantos de la navidad, pero su mismo entusiasmo es la expresión de mi pérdida, su mayor expectativa son los regalos que recibirá y los buenos momentos que pasará jugando con ellos. Para mí los regalos eran un agregado de una gran fiesta y la expectativa era tener nuevos juegos y juguetes para jugarlos con otros.  Ahora que lo veo en pugna con uno de sus primos por usar un iPad, siento que vive una especie de capitalismo infantil en lucha permanente y solitaria por el objeto de deseo, mientras que pienso que yo viví una especie de comunismo infantil donde el juego era un constructo co-creado,  había propiedad, pero el juego era de todos. Había batallas y exclusiones, pero difícilmente estabas solo.
      Cuando la navidad es pura nostalgia, es señal de que ha perdido su fuerza ritual. Más allá de su sentido religioso o económico, la navidad es de las pocas celebraciones que nos convocan para renovar nuestra historia, llorar a quienes se han ido y actualizar el pacto de convivencia con nuestros seres más queridos. Es un tiempo de transmisión transgeneracional donde niñas y niños escuchan las narrativas de su familia para enlazarse con una tradición simbólica, para que en un futuro la hagan suya o la repudien, pero no vayan por la vida anémicos de referentes. Si conservo alguna esperanza en navidad es para obsequiarle a mi hijo aquello que tuve siendo niño, particularmente esa profunda sensación de pertenecer y participar en algo más grande que él mismo, lo cual da contorno a las intensas fuerzas narcisistas que nos habitan y orienta hacia lo otro, donde la vida humana cobra sentido.


martes, 19 de noviembre de 2013

Tú, sin más porqué,
tú, que bésame,
tú, me tienes de furriel
de un roto de tu piel.

Tú, como la cal
que húmeda es mortal,
tú, blanqueas mi razón
calando hasta el colchón,

Tú.

Tú, montada en mí.
Yo, montura hostil.
Tú, me abrazas con los pies
y yo lamo el arnés.

Tú, y sin ti yo no.
Tú, y sin ti ya no.
Tú, me has hecho dimitir
y hoy yo se dice así:

Tú.

Jose María Cano,


Y cuando todo acabó,
apareció el demonio.

Juan Pablo Brand


     En el erotismo YO me pierdo, afirma George Bataille, en este naufragio se puede llegar al Tú, como afirma José María Cano o extraviarse a perpetuidad en el Eso, en la trama insalvable del goce. Agrega Bataille, las posibilidades de sufrir son tanto mayores cuanto que sólo el sufrimiento revela la entera significación del ser amado. La posesión del ser amado no significa la muerte, antes al contrario; pero la muerte se encuentra en la búsqueda de esa posesión. Los lazos eróticos son el preludio de la muerte, nada hay tan cerca de la aniquilación que la fascinación por las danzas sexuales con un ser amado, se disparan los resortes de la posesión, laberinto sin salida, si se logra poseer al otro se descubre que el impulso de la obsesión está más allá de la persona, si no se le posee, emana una intensa ansiedad donde la fantasía arroja al ser amado de brazo en brazo.
     Cuando el Tú deja de ser una alternativa para convertirse en un imperativo, es cuando el YO, en toda su fragilidad, se pierde y queda a merced del amo. Lo verdaderamente dramático es que este lazo queda fuera de la jurisdicción de la llamada voluntad, simplemente sucede. Los segundos corren gritando Tú, lo cotidiano se derrite, el sentido se diluye, no hay más valor ni credo que Tú.
      Impregnados del romanticismo, nos apegamos a las narrativas del amor psicológico, ese que se piensa y crea imágenes maravillosas, el erotismo es otra cosa, sus anclas se enclavan en el cuerpo, en la química y física de los sentidos, es cuando en la piel quedan restos indelebles de la presencia de la persona, son los aromas saliendo al encuentro de manera inesperada, a mitad del día o taladrando la imaginación nocturna.
     Aún con su semblante siniestro, el Tú es quizá la mayor evidencia de que estamos vivos, es la conjunción más sublime del cuerpo y el espíritu, eclipse que desvanece todos los supuestos, prueba última de nuestro deseo. El erotismo conlleva vulnerabilidad, la escena íntima se sustenta en la confianza, es lanzarse desprotegido a la batalla del placer, donde todos ganan o todos pierden, el erotismo no es tibio ni excluyente.
     Como señala Bataille, el erotismo es transgresión, la rutina es para los gimnasios. Por eso cuando se encuentra a ese Tú que hace posible la transgresión, se crea un intenso vínculo de atracción. Sin embargo, cabe la pregunta ¿cuánto erotismo soportamos?, esto es, ¿de cuánta transgresión somos capaces? Esto no es una pregunta cualquiera, muchas personas amargan sus días fantaseando sobre los encantos de la transgresión, pero no necesariamente están dispuestas a saborear las hieles que acompañan al erotismo. El erotismo es incompatible con la estabilidad, su encanto es lo impredecible y debe terminar para escapar de lo normativo.
     Probablemente, cuando se delira con el Tú, la vida inflama cada recoveco del cuerpo, se rozan los bordes entre lo extremo y los estertores de la muerte, quien ha vivido los placeres del erotismo está condenado al exilio, no podrá sentirse jamás cómodo en los universos ordenados, inesperadamente lo atraparán los fantasmas de la reminiscencia, su corazón retumbará como alarma antisísmica y tendrá que huir para no morir.   







domingo, 10 de noviembre de 2013

Le mal du pays: Las adolescencias perdidas de Murakami


Para mis ya casi colegas: Daniela A.,
Daniela S., Eli, Jimena, Mariana y Rodrigo.

Por la nostalgia que sentirán
al recordar estos años.
En gratitud por tantas sonrisas.

Perdido estoy,
no encuentro mi camino,
veo una luz,
más no es el destino que la vida me ha trazado.

Confusión es lo que siento,
estoy en un jardín de rosas,
al tocarlas me doy cuenta
que espinas es lo que he cosechado
y no las flores que siempre soñé.

Sigo mi camino
y encuentro un amor,
más sólo logro aumentar mi confusión,
continúo y encuentro una aventura
que a mi andar nada ayudó.

Al haber creído encontrar mi destino
me doy cuenta  que ese rumbo era un camino
donde sólo serpientes había.

Pero hoy he encontrado un nuevo recorrido,
en el que parece que hay una flor lejana
y lucho por alcanzarla,
más el miedo de cortarla y perderla pronto,
no me deja continuar.

¿Será éste el camino que siempre tuve en mis sueños,
donde la felicidad no acabaría y
nunca más me volvería a perder?


Juan Pablo Brand, Perdido (1991- 15 años)



      Los amores y dolores de la adolescencia son huellas indelebles, el compromiso afectivo de dicha etapa no tiene precedentes ni procedentes, es la edad del legítimo romanticismo. El poema que abre el texto lo escribí a los quince años, leerlo es un viaje a ese tiempo a una de esas tantas noches en que azotado por la confusión intentaba cercar con palabras el dolor que me desbordaba. Propenso al enamoramiento, transité la adolescencia con un dramatismo rayano en los terrenos del joven Werther. Quizá esto explique el impulso que siento hacia algunos libros de Murakami, Tokio Blues  lo leí escuchando una y otra vez la canción de Norwegian Wood de The Beatles, la cual da nombre al subtítulo de la novela. Seguí las tribulaciones de Toru Watanabé con una incesante compactación de pecho, esa legión de adolescentes que ven frente a sí la edad de veinte de años como una edad maldita, umbral que al cruzarse obliga a soltar la pasión adolescente para dedicarse a crecer hasta arribar a la muerte. En su nueva novela, Los años de peregrinación del chico sin color, Haruki Murakami repite la fórmula, un treintañero inicia un viaje de la memoria hasta sus años de adolescencia, con la intención de darle dirección al sinsentido. El ser similar no lo hace igual, es como cuando se viaja dos o más veces a la misma ciudad, nunca es la misma, nunca somos los mismos.
     Tsukuru Tazaki, cuyo nombre significa crear, llega a los treinta y seis años sin lograr curar la herida que le hizo su grupo de amigos de adolescencia cuando un día, teniendo veinte años y sin mediar ningún motivo le avisan que no le quieren volver a ver. Tras un periodo de profunda depresión donde le acompañó la ideación suicida, Tsukuru decide enfocar su existencia en su mayor placer, su carrera de ingeniero y particularmente su especialización en construcción de estaciones de trenes. A la exclusión le precedió la diferencia, el grupo estaba conformado por tres hombres y dos mujeres, los cuatro restantes se autodenominaban con colores:  Aka (rojo) Ao (azul), Shiro (blanco) y Kuro (negro). Tsukuru era el chico sin color, concepto que introyectó como una cualidad ontológica: Supongo que, simplemente, no tengo nada que ofrecer a nadie. Bien pensado, ni siquiera tengo nada que ofrecerme a mi mismo. Lo cierto es que nuestro personaje sufre de los daños propios de la exclusión, mientras siente que su vida no tiene ninguna tonalidad, imagina la vida de sus amigos excluyentes, en una perpetua convivencia maravillosa, plena de comparsería y algarabía. Pero como también sucede en muchos casos, la versión del excluido no se corresponde con la de los excluyentes. En la búsqueda de sus amigas y amigos de la adolescencia, dieciséis años después de la separación, Tsukuru experimenta las recurrencias de los navegantes de Facebook, descubre que el paso del tiempo ha desdibujado a sus coloridos amigos, como aves que pierden su plumaje, las personas se enrolan en  un estilo de vida el cual lentamente va dominando sus días, como le declara Aka a Tsukuru: Hubo una época en la que tuve unos amigos estupendos. Tú eras uno de ellos. Sin embargo, en algún momento de mi vida los perdí… Pero ya no hay vuelta para atrás. No se pueden devolver los productos una vez que has roto el precinto. No queda más remedio que seguir adelante.
Al igual que en Tokio Blues, una pieza musical acompaña a esta novela, es un fragmento de una de las suites de la serie Années de pèlerinage  de Franz Lizt, la cual se llama Le mal du pays que es una manera muy poética de nombrar a la Nostalgia y era una de las piezas que más disfrutaba interpretar al piano la trágica Shiro. Es una música excelsa, notas que parecen ir tras la alegría pero súbitamente algo las retiene e impregna de una profunda tristeza, como la nostalgia, que significa un dolor que regresa o quizá nunca se fue. En esto también hay riesgo, así como el determinismo de Aka, el estancamiento de Tsukuru puede atrapar en un destino insalvable: Es como si mi vida se hubiera detenido a los veinte años… A partir de este momento, el tiempo se volvió leve. Los años habían ido pasando en silencio, como brisa suave. No le habían dejado heridas ni penas, intensas emociones ni alegrías, y tampoco recuerdos memorables. Y ahora estaba a punto de entrar en la madurez.
La magia y el terror de las edades de la vida es que se van consumiendo mientras se les vive, no hay crédito ni mensualidades, lo que no se vivió, no se vivió. El dolor de Tsukuru deja de ser poco a poco un mal del pasado para convertirse en miedo al futuro, quien desea regresar es quien no ve horizontes.  
Murakami nos obsequia una joya, al mostrarnos los privilegios de crear sobre el ser creados, el no tener color es la posibilidad de ser todas las tonalidades y ninguna, la gente suele buscar obsesivamente su color, su identidad, pero la identidad es de esas cosas de la vida que cuando las alcanzas te pierdes.


domingo, 3 de noviembre de 2013

Nuestra otra vida, mi aprendizaje con MAD MEN


Recuento de una obsesión: cinco temporadas, sesenta y cinco capítulos, cincuenta y dos horas. Todo esto en dos semanas. Se dice que siempre hay la oportunidad para una primera vez, Mad Men lo ha sido para mí en lo que a series televisivas se refiere. Puede sonar ocioso pero no les engaño cuando afirmo que aprendí más en esas 52 horas que si hubiera cursado un diplomado o cualquier dispositivo de educación formal, además con la ventaja de poder distribuirlas al gusto mientras tuviera los recursos básicos: tiempo, computadora, audífonos y señal de internet. A lo anterior hay que agregar los beneficios en cuanto a costos, la renta mensual de Netflix cuesta aproximadamente 7.6 dólares por mes, un diplomado cuesta en promedio 1000 dólares. En fin, medido en costo-beneficio, Mad Men se lleva las palmas, el único excedente fueron esas horas de madrugada que tuve que invertir.
¿Qué aprendí con Mad Men? Sobre historia viva de los años sesenta del siglo XX en Estados Unidos, relaciones humanas, sistema empresarial, el origen de la publicidad como la conocemos en la actualidad, adicciones, sexualidad, género, comunicación, conflictos (de pareja, familiares, en el trabajo, sociales), en fin, la narrativa y los personajes están magistralmente estructurados. Dicen mi hermano y mi primo Fernando, que estudia un doctorado en letras, que las series televisivas han revolucionado las formas narrativas y le han ganado lugar a la literatura tradicional. Ahora puedo decir que tienen razón, mi experiencia con Mad Men ha sido como lo fue mi lectura de Los Miserables (Víctor Hugo), Crimen y Castigo (Dostoyevski) o Guerra y Paz (Tolstói), con esa intensa ansiedad por la espera del siguiente capítulo. La serie inició en 2007 y se ha anunciado su séptima temporada en 2014.
La serie abre varias líneas de análisis, pero me ha interesado una en particular, un aspecto tan obvio que parece no tener la mayor importancia, lo que he denominado “nuestra otra vida”. Nadie, absolutamente nadie, nos acompaña o puede acompañarnos en todos los instantes de nuestra vida, aún en las mayores dependencias, el pensamiento o los sueños se vuelven inaccesibles. Esto es, nadie tiene nuestra historia completa más que nosotros mismos, aunque estemos muy cercanos a una o varias personas no hay quien pueda saber todos nuestros actos, pensamientos, deseos o fantasías. Esto es lo maravilloso y siniestro de la vida humana, sólo podemos ser legítimamente narrados por nosotros mismos pero al morir todos esos recovecos históricos mueren con nosotros. Cobran particular interés los secretos y las complicidades, al paso del tiempo vamos entrelazando una biografía oculta de la que nadie es testigo en su totalidad, pero también vamos creando alianzas que se conservan aún en las mayores crisis, eso que se resguarda “entre nosotros”. Amores, vivencias o negocios están impregnados de esta complicidad donde quienes participaron acuerdan explícita o implícitamente guardar silencio y esto no sólo con el objetivo de cuidar una reputación, sino por la necesidad de sentirnos dueños de nuestras vidas, nuestros recuerdos y nuestra subjetividad.
En la serie Mad Men, Don Draper representa el arquetipo del sujeto misterioso, cuyo pasado está pleno de vacíos e inconsistencias. Lo que le da mayor fuerza es que estos espacios sin letra lo envuelven constantemente en un halo de dramatismo. Alrededor de él  se van tejiendo infinidad de historias donde predomina lo no dicho, lo oculto, lo que los griegos denominaban lo obsceno, esto es, aquello que está atrás de la escena que es esencial para su desarrollo pero no debe ser mostrado. El desfile de personajes maravillosos de Mad Men que van desde los niños hasta los ancianos, nos muestra que siempre que estamos con otra persona, hay paralelamente esa otra vida.
Apasionantes e inquietantes son las raíces de lo que decidimos mantener oculto y lo que hacemos para lograrlo, representan soplos de libertad, la emancipación de toda forma de vasallaje. Desde el niño que guarda un secreto hasta el torturado que no delata a sus compañeros, la “otra vida” es el espacio de nuestra autenticidad. Esto no está libre de conflictos, para muchas personas reservarse ciertos aspectos de su historia les resulta muy complicado, en la tradición católica se instauró el dispositivo de la confesión, precisamente por el poder del binomio secreto-autonomía, bajo el argumento de “que aunque no lo confieses, Dios sabe lo que has hecho, pero si lo confiesas igual y eres beneficiario de su misericordia”, la educación católica condiciona para la culpa y la delación.  
Guardar secretos, la confidencialidad es un acto subversivo en la actualidad, en general, las personas ya no acuden a los confesionarios pero cumplen sus actos de contrición en las redes sociales. Es por eso que el personaje de Don Draper, más allá de su atractivo físico y talento, tiene tanto impacto, su capacidad de discreción es casi sobrehumana, por experiencia propia sabe que lo más importante es lo que sucede en este momento y que en el instante no necesariamente optamos por las decisiones más sabias, pero estas decisiones tejen historias y las personas estamos obsesionadas por dicho tejido, así que tenemos la tendencia a buscar  la relación causa-efecto, aún con los riesgos que esto implica. Conocemos a una persona y queremos saber de donde viene, quien ha sido, cuales son sus vínculos, a qué se dedica, y mientras más claro sea todo esto, nos sentimos más tranquilos con respecto a esa persona. Pero esto es pura ficción, puesto que todos tenemos esa “otra vida” que reservamos y ocultamos tras la retórica acerca de lo que “realmente somos”.
Las resacas contra la reserva son el chisme y el rumor, que nacen de la inquietud por el secretismo, nuestro cerebro es narrativo, de ahí nuestra tendencia al cierre de historias y cuando no tenemos explicación le agregamos lo que creemos, lo que imaginamos o sospechamos, casi siempre con la peor de las versiones. Aunque todos tenemos nuestro acervo personal de indecibles, partimos del supuesto de que quien pondera su información personal seguramente ha hecho algo vergonzoso o ilegal. También ecualizamos la confianza a la ausencia de secretos, en una relación íntima esperamos que no haya secretos, lo cual no solamente es imposible, sino que es poco operativo. Dejemos de lado los actos, imagínense diciéndole a su pareja absolutamente todas sus fantasías, si fuera así no habría parejas. Se aplica también con amigas y amigos, nos sentimos excluidos si se guardan alguna información personal, lo experimentamos como una pérdida de valía en la vida de dicha persona.
La confianza no tendría que estar sostenida en la información, además los datos pueden ser manipulados u omitidos parcial o totalmente, la confianza es un acuerdo de convivencia entre dos o más personas  donde se asume que cada una de las partes se cuidará de no causar daño a las otras. Si es una pareja, se acordarán los derechos y los límites en la relación, en un vínculo profesional habrá colaboración, confidencialidad y ética, en fin, quizá la lealtad y la confianza son compañeras inseparables. Cada vínculo tiene su historia y por tanto sus secretos, conservarlos es mantener el brillo que esa relación tuvo o tiene, según sea el caso. Desear saber todo sobre otro es buscar su posesión, es una expectativa de fusión.
Mientras escribo estas líneas hago búsquedas musicales en YouTube, la nube creada por los algoritmos me trajo vientos con el tema principal de la película El Padrino (The Godfather) y con la música retornó a mi memoria una frase clásica de Don Vito Corleone, representado espléndidamente por Marlon Brando: Cada hombre tiene su propio destino. Así sea.