martes, 26 de mayo de 2015

Tuitalgia, las estaciones de un amor en 140 caracteres.

Ciento cuarenta segundos bastaron para enamorarme de ti, lapso entre tu espalda y las esquinas de tus ojos, instante atrapado en mi memoria.

Ciento cuarenta minutos bastaron para que te enamoraras de mí o quizá de esas palabras que esparcí en tus oídos en sendero hacia tu corazón.

Ciento cuarenta horas bastaron para construir las fantasías de amor eterno, ese futuro saturado de romance y peripecias alrededor del mundo.

Ciento cuarenta días bastaron para saber todo la una del otro, el uno de la otra, iniciarnos en la escritura en plural de nuestra biografía.

Ciento cuarenta semanas bastaron para compartir los días, las tardes, las noches y abrazarnos en la celebración de nuestro territorio común.

Ciento cuarenta meses bastaron para eclipsar a perpetuidad esa estrella que encendimos antaño con la bravura de nuestras caricias y miradas.

Ciento cuarenta años bastaron para que la Isis de Madame Blavatsky se cubriera de nuevo con sus velos y se perdiera la magia entre nosotros.

Ciento cuarenta siglos bastaron para romper los lazos representados con manos por nuestros ancestros en las paredes de la cueva de Altamira.

Ciento cuarenta milenios bastaron para acabar con el sueño de los primeros humanos de andar de par en par hacia la consumación del ser-aquí.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Vivir con simplicidad voluntaria

Hace veintiún años, durante mi viaje de graduación de preparatoria en las playas de Ixtapa en el pacífico mexicano, tras largas horas de convivencia con amigos y compañeros sufrí una sobredosis de testosterona y decidí caminar por la playa para despejarme, iniciaba la noche y mi recorrido fue en medio del campo de batalla, pues a ese viaje se unieron incontables escuelas del Distrito Federal. Salté por encima de varios náufragos etilizados, evadí a parejas revolcándose en la arena, caminé un rato con un solitario gay, nos despedimos tras aclarar que surcábamos la playa con objetivos diferentes, anduve hasta encontrar un grupo muy ameno al cual me acerqué para descubrir con beneplácito que pertenecían a una pequeña preparatoria y que la persona que habían enviado a “cuidarlos” era su maestro de filosofía, el cual para ese momento había bebido más alcohol que un pirata retirado, tras unas horas de convivencia lo re-nombramos como “Heideverga”, en reconocimiento a su forma tan libre de ser-en-el-mundo y su espléndida sand philosophy. Fue en esa playa, en una noche que se transfiguró en amanecer, que la conocí, a una inteligente y atormentada chica con la cual debatí durante horas mientras contemplábamos los devaneos de su maestro y a sus amigos-compañeros haciendo cadenas humanas con la aspiración de vencer la fuerza del mar. Como una cursi historia adolescente nos besamos en el instante previo al amanecer y nos despedimos con la llegada de la luz. Una pregunta nos guió esa madrugada tan cercana a nuestro ingreso a la universidad, una inspirada en las enseñanzas del maestro Saúl Hernández (Caifanes): ¿Qué harás antes de que te olviden? Marché de regreso al hotel donde me hospedaba, en algún punto me detuve y me zambullí en el mar, es de los pocos momentos en mi vida en que he tenido ese estremecimiento que sólo da la certeza de sentido.  
La semana pasada mientras escuchaba la canción de The One de Elton John, dos frases me llevaron de regreso a esa playa, a lado de los discípulos de “Heideverga” y a Ella:

Porque cada hombre en su tiempo es Caín,
hasta que camina a través de la playa y ve su futuro en el agua,
un corazón perdido a su alcance.  

Donde las estrellas chocan como tú y yo,
sin sombras que tapen el sol,
eres todo lo que siempre necesité,
cariño, tú eres la única.

     Éramos dos corazones perdidos, arrastrábamos cada quien una cadena de tribulaciones amorosas y la sincronicidad nos obsequió aquel encuentro. Ella es única, no la volví a ver y por tanto quedó en mi memoria arropada con el aura mágica de aquella noche. Desempolvado el recuerdo, brotó de nuevo la pregunta: ¿Qué harás antes de que te olviden? Desde mi balcón en el piso 38 de la vida, puedo visualizar que esa pequeña trascendencia alcanzará a lo mucho tres generaciones, no más. Esas magníficas ensoñaciones junto a Ella se han asentado a base de terremotos existenciales y un doloroso proceso de sosiego del narcisismo. Esa madrugada Ella y yo re-inventamos el mundo, lo ajustamos a nuestra medida, la cual era inmensa,  Ella sería una gran filósofa y yo un psicoterapeuta revolucionario, todo esto sazonado con las sabias y arrastradas palabras de “Heideverga”. Como si viera mi vida desde la perspectiva de un drone fotográfico, hoy descubro que los bordes se están re-acomodando, en lugar de desear más, deseo menos, ya no pienso si me olvidarán pronto o no,  pues ni siquiera estaré ahí para saberlo. Me acerco poco a poco a lo que se denomina la simplicidad voluntaria.
Lucía Vincent en la entrada de un blog del periódico El País, publicada el 27 de enero de este año define la simplicidad voluntaria así:

Optar por la simplicidad es apostar por una vida austera donde prima la autocontención y la sencillez en los estilos de vida. A diferencia de la obligación de muchos a los que hoy en día se les impide alcanzar unos niveles materiales de vida que superen los umbrales de la pobreza en países como el nuestro, se distingue esta elección de vida en que sus prácticas son escogidas conscientemente. Los argumentos impulsores de esta modalidad –tanto a nivel individual como colectiva– se enfocan, todos ellos, hacia una vida contenida frente al consumismo, la acumulación dineraria y la adquisición de posesiones materiales que priman en nuestra sociedad.

En la página de la organización Selba nos proponen algunas guías de la simplicidad voluntaria, retomo algunas que me resultan afines:
·  Eliminar el exceso de posesiones y actividades.
·  Limitar el consumo de bienes materiales a aquellos que realmente necesitamos, centrándonos en cosas que producen bajo impacto en los recursos no renovables, que son durables, funcionales y agradables estéticamente.
·  Trabajar en algo satisfactorio y con sentido, que nos permita expresar nuestras habilidades y talento único y creativo, y que supone una contribución a la comunidad.
·  Vivir de manera que se conserven los recursos naturales, reciclando, preciclando (evitando compras que son un despilfarro de dichos recursos) y compartiendo lo que tenemos.
·  Invertir tiempo y energía en desarrollar unas relaciones estrechas y enriquecedoras con la familia y con los amigos.
·  Experimentar el placer de la belleza natural, sentir la conexión entre la naturaleza y nuestro ser interno, la fuerza del espíritu que se hace presente cuando estamos disfrutamos de la naturaleza en silencio.
·  Cuidar nuestro cuerpo con una alimentación sana, rica en alimentos no procesados y hacer ejercicio regularmente, caminando, yendo en bicicleta, corriendo o con otras actividades que ayuden a aumentar nuestra conciencia del cuerpo y que no son competitivas.
·  Ser más autosuficientes en nuestras necesidades diarias, aprendiendo a reparar nuestras cosas o practicando el intercambio de servicios con amigos y conocidos.
·  Depender menos de la forma de transporte "un coche por persona", y buscar métodos alternativos como andar, la bicicleta y el transporte público.

Para muchos la opción por la simplicidad voluntaria es síntoma de una generación cansada, es probable, pero no hay que confundir cansancio con hastío. ¿De qué estamos cansados? De haber comprado ideas bajo premisas imposibles: quien más estudia gana más, quien más trabaja gana más, quien ahorra tiene un mejor futuro, etcétera. En realidad, hagas lo que hagas, si un grupo de financieros en una ubicación estratégica hace fraudes o toma decisiones con datos inadecuados, te quedarás sin trabajo, sin dinero y con deudas y ansiedad; tengas los estudios que tengas. La vorágine de gran parte de los entornos laborales, hace que las personas dediquen su días a reducir daños, no a generar beneficios. Por tanto, la promesa de bienestar se limitó a la repartición de placebos tecnológicos para distraerse y sobrellevar los días a la espera de tiempos mejores. Frente a esto la pregunta es: ¿para qué esperar si de antemano sabemos que la situación tiene una alta probabilidad de que empeore pero no de que mejore?
Si pudiera volver a esa noche de playa le diría a Ella que tras veintiún años no la he olvidado y que las horas vividas a su lado fueron una ceremonia de tránsito, esa madrugada cambié mi piel, dejé los restos esparcidos en la arena y me lancé a las aguas del mar para purificarme. Desde aquel momento he cambiado varias veces de piel y ahora mismo estoy iniciando una nueva transición, no tengo claro que resultará de todo esto, pero mañana no seré el mismo que está escribiendo estas líneas. Así de simple.