domingo, 25 de noviembre de 2012

En busca de la música perdida: Gun’s and Roses, Marillion y los tributos de la memoria

Guns´s and Roses y el Síndrome de Page

Me pierdo en el blanco de la pantalla, pareciera que me he desprendido del mundo sensorial, súbitamente de mi ipod emanan unas notas y mi cuerpo reacciona con los síntomas del Síndrome de Page (en honor a Jimmy), es una variante de la epilepsia que presentamos especialmente los varones, en la que ante estímulos guitarrísticos, sean estos requintos, arpegios o simples acordes, el cerebro manda una señal a brazos y manos obligando al sujeto a colocarse en lo que los neurólogos, tras años de investigación, han denominado “posición del guitarrista”, tras lo cual las manos comienzan a simular el movimiento de interpretación del instrumento. La “posición del guitarrista” se acompaña de movimientos convulsivos de cabeza y con expresiones faciales que pueden denotar rudeza o inspiración, en esta última son signos característicos el cierre de ojos y lo que los especialistas llaman  “gesto de estreñimiento”.
Superado el ataque me es posible reconocer el estímulo, es la apertura de la canción Sweet Child of Mine, de Guns N’ Roses.  Súbitamente visualizo a un charro con falda escocesa, al parecer el Síndrome de Page ha causado daños irreversibles en mi persona, ¿será una revelación sobre el potencial curativo de una bebida compuesta de tequila y whisky?, ¿será Ewan McGregor protagonizando la vida de Jorge Negrete? o quizá ¿Alejandro Fernández de gira por Edimburgo? Cuando estoy por resignarme a mi nueva condición mental, me rescata un empuje de reminiscencia. Es 2 de abril de 1992 (si existieran dudas sobre la precisión del dato, puedo mostrar evidencia, pues aún conservo el boleto el cual ya asemeja un papiro) , estoy en el Palacio de los Deportes de la Ciudad de México, es la gira de Use your illusion y a unos metros se encuentra, a la orilla del escenario, un sujeto semidesnudo con la cara tapada por un abundante cabello crespo. Posiblemente el impacto de dicha escena me llevó a olvidarla, haber escuchado incesantemente esa canción al grado de casi borrar en mi tornamesa los canales del Long Play de Appetite for Destruction y de repente estar frente a Slash, el guitarrista de Guns N’ Roses, interpretando uno de los arpegios que marcaron la década de los ochenta, fue un exceso de conmoción. Pero, ¿y el charro con falda escocesa?, es Axl Rose, quien en ese momento representaba lo más cercano a una divinidad, era un Hércules o un Aquiles posmoderno, su sola presencia cortaba la respiración de legiones de doncellas dispuestas a abandonar todo para ir tras él y despertaba los deseos miméticos de hordas de mancebos.
En un proceso absoluto de asociación libre, aparece Axl Rose con su típica pañoleta en la cabeza y playera blanca, brincando enajenadamente encima del escenario, del cual emerge, frente a la mirada fascinada de la devota multitud, un piano de cola. Todas las luces, excepto las que se dirigen al piano, se apagan, Rose se sienta frente a él y tras jugar con algunas notas inicia la interpretación de November Rain, el Palacio de los Deportes se cimbra por la vocinglería y una marea de puntos de luz se extiende por todo el recinto. La expectativa frente al primer estribillo es la antesala al síncope. Repentinamente:

When I look into your eyes
I can see a love restrained
But darlin' when I hold you
Don't you know I feel the same

Todos los sueños parecían plasmarse, el impulso era a abrazar y besar al humano más inmediato, hasta detenerse frente al rostro extasiado, sudoroso y poco agraciado del amigo. Hay límites que ni en el frenesí más desatado se cruzan.
Tras el concierto, la añoranza. La experiencia fue la de haber entrado al Olimpo para después ser expulsado a una realidad que se dibujaba más cruda frente al contraste de lo previamente vivido. Encontrar el coche estacionado junto al de nosotros con el parabrisas roto por una piedra, agudizó esta sensación.
Pasadas las semanas,  saturado por la escucha de los dos discos de Use your illusion, que fueron mis primeros CD’s, me sobrepuse a mi primera experiencia concertil e inicie mi preparación para retornar al Palacio de los Deportes el 25 de noviembre del mismo año, pero ahora para ser testigo de la primera visita de U2 a México, en su gira The Zoo TV Tour, al cual siguieron los conciertos de Peter Gabriel en el mismo espacio, el 24 de septiembre de 1993 y el de Pink Floyd el 9 de abril de 1994 en el Foro Sol, el cual todavía llevaba el nombre de Foro Autódromo.
Recientemente estuvo Metallica en México, la noticia me hizo sentir nostalgia mezclada con la sensación de escucha de murmullos del ayer, los cuales elevaron su volumen hasta representarme como espectros a un grupo de adolescentes con jeans rotos, botas con punta de metal, camisa de leñador amarrada a la cintura y playera desfajada, arrojándose unos contra otros en un ritual  iniciático… Repetir dicho ritual como treintañero, seguramente implicaría una visita al ortopedista o al menos una fuerte dosis de Advil o Febrax, acompañada de friegas de Lonol.
De cualquier manera, conservo el Síndrome de Page como remanente de aquella época, cuando era habitante de Paradise City.


Marillion, un amor con aroma de lavanda

Lavandas azules, dilly dilly, lavandas verdes
Cuando yo soy un rey, dilly dilly, tu serás una reina
Un penny por tus pensamientos querida mía
Un penny por tus pensamientos querida mía
I.O.U. (I owe you – te lo debo) por tu amor
I.O.U. (I owe you - te lo debo) por tu amor

Canto cuasi delirante, estridente balbuceo de un necio amante entregando su miseria a cambio de una mirada. Eso es apariencia, sólo apariencia en este bello texto, cuyo enigma me fue arrojado a través de una de las melodías más bellas del rock progresivo, Lavender, interpretada por el grupo Marillion, integrado por leales discípulos del mítico Tolkien, al menos en su trayecto por la década de  los ochenta.
Misterio, inquietante misterio ocultaban estas palabras. Escaleras al cielo, ladrillos en la pared o una Lucy con ojos caleidoscopicos me resultaban más comprensibles frente a este despropósito inglés cuya fuerza no cesaba de mostrarme la distancia entre su mensaje original y las limitaciones de mi comprensión. Por referencias de queridos amigos sabía de su compositor, cuya vocación bibliófaga multiplicaba las posibilidades exegéticas y por tanto,  lo inescrutable del texto.
Resignado a escuchar sin comprender, lo cual no era novedad en mi vida, fui sacudido por un giro de la fortuna. Como sucede muchas veces con los libros, lo que un día quitan, otro lo obsequian. Leyendo la novela London de Edward Rutherfurd, aparecieron danzando frente a mis ojos las estrofas Lavandas azules, dilly dilly, lavandas verdes… En un primer momento tuve la sensación de haberme perdido a mí mismo, posiblemente las 353.6 (la fracción es debida a una desagradable interrupción) veces que había escuchado la melodía de Marillion habían tenido su efecto en mis neuronas. Lavé mi rostro con agua fría y las letras seguían ahí, acompañadas de elementos más contundentes para ahondar en el enigma.
Inquiriendo las fuentes del texto, se me  develó que su intensidad hunde sus raíces en la canción Lavender blue, nacida en el folklor inglés del siglo XVII. Como sucede con este tipo de tradiciones, los orígenes son difusos, sin embargo, predominan las versiones de que era una canción de cuna o una pieza componente del festival de Twelfth Night, que se celebraba la duodécima noche posterior a la nochebuena la cual corresponde la Noche de Reyes o Epifanía, noche de festejo para los reyes en la antigua Inglaterra.
El instante es la cuna del deseo, la sucesión de instantes crea la apariencia de extensión del deseo. Todo supuesto “deseo mayor” sellará su finiquito si su ruta no es decorada y perfumada por las lavandas de los instantes. Más el instante también es fragilidad, se quebranta inesperadamente, ¿Cuántas veces no hemos sido sustraídos estrepitosamente de la eternidad de un momento? La clausura del instante es el umbral de la memoria, transcurrido el instante el resto es recuerdo. Pero recordar también se constituye en un instante, por lo que el ser y su memoria se entrelazan, borrando cualquier margen que pretenda dividirlos.
          Escuchar una y otra vez una melodía es prolongar un pasado en constante fuga, es un instante de negación del tiempo, certeza necesaria frente a la incertidumbre de lo no escuchado o lo por escuchar. Saber de las millones de voces atravesando los siglos con la entonación de la frase Lavandas azules, dilly dilly, lavandas verdes; me despierta un sentimiento de inclusión en el coro de las generaciones, atravesado por la aflicción por aquello que ha quedado en el horizonte de lo posible por la humana insistencia por el eterno retorno de lo igual.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cuando creo... (Divertimento poético-ateológico)

Cuando creo,
creo lo que creo.
¿Creencia en la Creación o
creación de la creencia?
La creatura crea un credo 
y cree en lo Creado.
El Creador no creado,
crea para que los creados crean,
ellos creen y el Creador ya no crea.
No creo en lo Creado,
creo en lo que creo que creo.

domingo, 11 de noviembre de 2012

La ansiedad como negación del amor perdido

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La angustia como sabemos, está siempre conectada con una pérdida… con una relación bilateral a punto de desvanecerse para ser reemplazada por alguna otra cosa, algo que el paciente no puede enfrentar sin vértigo. Jacques Lacan expuso así en 1956 los hilos profundos de la angustia, agregando años después, en el seminario sobre La angustia que ésta es la falta de la falta, esto es, la ansiedad no es consecuencia de la ausencia del pecho sino de su presencia envolvente, entendiendo el pecho como al primer objeto de amor en nuestras vidas, que en muchos casos es la madre biológica.

La naturaleza del objeto constituye uno de los temas más polémicos  en la historia del psicoanálisis, sobre todo cuando se plantea la función del primer objeto. Con respecto a esto, refiere Freud en Tres ensayos de teoría sexual:

Cuando la primerísima satisfacción sexual estaba todavía conectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más tarde, quizá justo en la época en que el niño pudo formarse la representación global de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción. Después la pulsión sexual pasa a  ser, regularmente, autoerótica, y sólo luego de superado el período de latencia [niñez] se restablece la relación originaria. No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño el pecho de su madre se vuelve paradigmático de todo vínculo de amor. El hallazgo [encuentro] de objeto  es propiamente un reencuentro

      Retomo la frase la pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio, pues me parece un planteamiento central para establecer la naturaleza y función del primer objeto. Esto es, desde mi perspectiva, la cual considero sustentada en los planteamientos de Freud, la primera relación es de tipo químico-orgánica. La pulsión tiene su fuente en el cuerpo y antes de la posibilidad de representación esa pulsión solamente se puede dirigir a otro cuerpo, que a su vez dirige su pulsión al bebé. Ese primer vínculo es cuerpo a cuerpo y por tanto es irrepetible puesto que al paso del tiempo la condición anatomo-fisiológica se modifica, pero sobre todo al aparecer la capacidad de representación en el bebé será arrancado súbitamente de la posibilidad de establecer una relación como esa primera, esto es, exclusivamente corporal.
    La relación cuerpo a cuerpo permanece como una huella que puede sufrir retranscripciones, sin embargo, su molde original no podrá ser modificado, en adelante, solo serán posibles las variaciones con respecto a las huellas originales y estas variaciones son las que viabilizan las representaciones.
Freud plantea que los primeros vínculos sexuales son los más importantes y después de que la actividad sexual se divorcia de la nutrición resta una parte considerable que ayuda a preparar la elección de objeto y restaurar dicha pérdida. Lo que significa que los primeros vínculos permanecerán como referencia fija, mientras que la experiencia de pérdida, de falta, será la dinámica. Lo cual permitiría afirmar que lo que es susceptible de movimiento es la posición frente a la falta del objeto y esta posibilidad de movimiento es la condición de lo humano. Con respecto a esto, Lacan afirma El sujeto no vuelve a hallar los carriles preformados de su relación natural con el mundo exterior. El objeto humano se constituye siempre por la mediación de una primera pérdida. Nada fecundo le sucede al hombre sino por la mediación de una pérdida del objeto.
Por su parte, Winnicott plantea que la posibilidad de separación del primer objeto, el apartamiento del cuerpo que ha procurado la continuidad orgánica, implica un proceso, durante el cual se necesita un sustituto al cual llama objeto transicional, ese objeto representará al primer objeto  al tiempo que será el punto de partida de toda representación simbólica. El objeto concreto, a través del juego se va constituyendo en un espacio en el cual el objeto se convierte en un medio para la manifestación subjetiva y creativa. Este espacio es el nombrado como potencial, el cual es para Winnicott la zona disponible para maniobrar en términos de la tercera manera de vivir (donde está la experiencia cultural o el juego creador) es muy variable de un individuo a otro. Esto es así porque esta tercera zona es el producto de las experiencias de las personas… en el ambiente que predomina. Esto es, el espacio potencial no está dentro del individuo, ni afuera, en el mundo de la realidad compartida y su fundamento es la confianza del bebé en la madre. La existencia de este espacio llevaría a la afirmación de que en el caso de los seres humanos no hay separación, sino solo una amenaza de ella; y la amenaza es traumática al mínimo o al máximo según las experiencias de las primeras separaciones, la calidad en los cuidados del bebé definirán la calidad y amplitud de este espacio potencial.
De esta forma, Freud, Lacan y Winnicott coinciden en que la base de la estructuración psíquica así como toda relación de objeto remitirán a las huellas dejadas por la primera relación, por el vínculo cuerpo a cuerpo de los primeros días de la vida, por el objeto real, radicalmente perdido (Josafat Cuevas).
Dice Freud:

Cuando [una madre] enseña al niño a amar, no hace sino cumplir su cometido; es que debe convertirse en un hombre íntegro, dotado de una enérgica necesidad sexual, y consumar en su vida todo aquello hacia lo cual la pulsión empuja a los seres humanos.

       Del primer objeto  se mama la fuerza de la vida, sin embargo, si ese objeto no se aparta, el bebé queda prendado a él, excluido de cualquier otro deseo que no sea ese primer objeto, se hace ofrenda. Pero la ausencia, aunque sea mínima, es inevitable, y en esa falta que tuvo que ser deseo se instala la angustia, la cual aparecerá en adelante ante la separación real o imaginada del primer objeto de amor o sus representaciones.
       Toda ansiedad tiene su origen en este proceso, la intensidad de la misma en cada persona, expresará necesariamente su nivel de negación de la pérdida del primer objeto de amor. De ahí la diferencia entre el ansioso y el deprimido, el primero espera el retorno de lo que no puede volver, lo traslada de una a otra representación con la expectativa de encontrar lo que ya no es, quedando atrapado por la angustia ante la evidencia de la pérdida radical del primer objeto. El drama del ansioso nace de la expectativa por  encontrar al objeto de amor original.  El deprimido sabe perdido el objeto, al igual que el ansioso se niega a sustituirlo, pero a diferencia de él,  ya no lo busca, queda entre las redes de un duelo perpetuo por ese primer amor.
       La ansiedad es la manifestación de una separación que no se consuma, por eso aparece ante todas aquellas circunstancias donde la persona enfrenta la falta, la expulsión de ese paraíso original del cual no le enseñaron a salir.
        Nos encontramos en la era de la ansiedad, lo cual puede encontrar su explicación en el hecho de que nadamos en océanos de imágenes con islotes de simbolismo. Nos disfrazamos para fascinar, simulamos para hacernos carnada, con la expectativa de que en medio del cardumen aparezca ese objeto primero que nos engullirá para que en su vientre no sintamos su ausencia. Habitamos un salón de espejos donde se busca ser reflejado, encontrar La Mirada, la unidireccional. En medio de esto, desciende sobre nosotros la promesa de la felicidad, ese pecho gigante emanado de los gabinetes académicos el cual se oferta como fuente inagotable de leche, en cuyo pezón se pueden colgar todos aquellos que lo deseen, pues los recursos son inagotables, lo que hace falta es propósito y voluntad. 
Estos son solamente paliativos para la ansiedad, de nada sirve negar la pérdida de nuestro amor original, no retornará, tan sólo nos queda encontrar sustitutos que en su propia incompletud nos recuerden nuestra condición de orfandad y nos orientemos más en dirección del deseo que de la angustia.
      En conclusión, todos experimentamos ansiedad, nadie sale ileso de las batallas de la separación. Quizá la excepción sean los alexitímicos, los que afirman no experimentar ansiedad, cuando en realidad es que los invadió tanto en algún momento de su vida que ya no la reconocen. Sin embargo, la angustia que apaga el deseo es señal de que la sombra de nuestro primer objeto de amor nos está aplastando al grado del derrame de nuestra propia vida. De esta sombra solamente se puede salir transitando por las rutas del duelo, es inevitable el paso por los pantanos de la depresión, aún con el riesgo de ahogarse en ellos. Sólo así se puede renunciar al objeto y resignarse a conservar sólo sus huellas, las cuales son el origen, la causa del deseo y de toda la creación humana.