martes, 24 de mayo de 2016

Tres textos cortos

1
Desde que era niño me hago la pregunta: ¿por qué estoy vivo? No en un sentido depresivo sino de curiosidad. De ese momento al presente, me he afiliado a diversas creencias y teorías con la pretensión de dar respuesta a la pregunta.
La duda sigue vigente, de lo que se deduce que he dejado en el camino esas creencias y teorías.
Una idea de gran belleza que se ha transmitido de eslabón en eslabón en nuestra especie y que fue retomada magistralmente por Carl Jung, es la de sincronicidad. No la considero una creencia, más bien me lleva a tener una actitud específica ante los acontecimientos.
Sigo sin saber por qué estoy vivo, pero sé que se tuvo que dar un entramado muy complejo de hechos para que sucediera. El descubrimiento de la sincronicidad me ha llevado a darle importancia a todo instante de mi vida. Cada encuentro con una persona, un libro, una canción, una historia, una idea y hasta un recuerdo; me lleva a pensar sobre la conjunción que antecedió a dicho encuentro y sus posibles derivaciones.
Esto lo acabo de escribir en una especie de arrebato y lo he publicado, quizá como conclusión de ese arrebato. No sé en qué momento de su vida lo recibirá quien lo lea y que efecto (o no) le produzca.
Pero si has llegado hasta este punto del escrito, quiere decir que hemos logrado un instante de sincronicidad.

2
¿Hay diferencia entre la ignorancia y el olvido? Ignorar es no conocer, olvidar es no poder recuperar algo ya conocido. Sin embargo ¿en qué momento el olvido es tal que se vuelve ignorancia? En muchas ocasiones hemos escuchado frases como: “Eso yo me lo sabía pero ya no me acuerdo”. En este sentido olvidar tiene un mayor estatus que ignorar, la persona no se asume como ignorante sino como víctima de un episodio amnésico. Pero en otros momentos sucede lo contrario. No es lo mismo olvidar una cita que ignorarla. Si se argumenta “no me confirmaste” o “no me avisaste”, hay una mayor posibilidad de autodefensa que decir “se me olvidó”.
Esto puede ser motivo de una gran disertación, que no haré en este momento. Sólo agregaré una incipiente conclusión: En la vida hay quien te ignora y hay quien te olvida. A quien te ignora hay que olvidarle y a quien te olvida hay que ignorarle.

3

Anoche tuve una ensoñación en la que me visualicé anciano, me miré en el espejo del futuro posible. Muchas veces me he planteado como hubiera cuidado yo al niño que fui con la conciencia presente. Anoche por primera vez me pregunté en qué momento habré de comenzar a cuidar al viejo que seré. El yo habita un hogar en el presente, con ventanas que dan hacia el pasado y el futuro. Esto le genera al yo la sensación de estar siempre en el mismo sitio, es sólo cuando se asoma por las ventanas cuando descubre que su casa merodea como el castillo vagabundo de Miyazaki y en su andar las ventanas del tiempo se acercan hasta ser una misma.

jueves, 19 de mayo de 2016

Miradas borrosas, destinos inciertos


Hace varios años participé en una mesa de discusión sobre pensamiento complejo con el estimado psicólogo y filósofo Hugo Cansino, quien tras observar atentamente un performance que hice con una cabeza de unicel para explicar mi perspectiva de la dinámica holográfica del pensamiento, hizo su presentación, en la cual explicó magistralmente la importancia de distinguir entre lo epistemológico, lo ontológico y lo metodológico. En este sentido va mi artículo, discuto cómo abordajes como el de la “lógica borrosa”, resultan útiles en el campo de la ciencia, sin embargo, al trasladarlo al vínculo entre humanos, a lo ontológico, se convierte en un obstáculo. Una teoría puede describir hipotéticamente las características de la relación madre-hijo, pero cada vínculo madre-hijo es único. Hay quien confunde el pensamiento con el ser, sin distinguir que mientras el pensamiento se construye, el ser se constituye. En fin, el texto es una disertación sobre la importancia de la función materna y las implicaciones para la constitución de la subjetividad del bebé, de que su madre le dé sostén a partir de una mirada borrosa.

Pueden leerlo en:

Miradas borrosas, destinos inciertos

martes, 17 de mayo de 2016

Relato. Never tear us apart

      Tumbados en el jardín compartían los audífonos de un walkman, ella había conseguido una gran novedad,  un casete de 120 minutos de duración en el cual grabó las canciones más queridas por los dos. Con esa extensión de tiempo pensaron que no sería necesario voltear nunca el casete, pero llegó el momento en que la cinta se agotó y fue preciso interrumpir ese maravilloso sopor que los atrapaba cuando estaban juntos al atardecer.
      Él reconoció la canción con las primeras notas:
- Never tear us apart – dijo con esa peculiar sonrisa que ella nunca lograba interpretar.
- Sí, INXS – respondió ella sin saber que más decir.
- Me gusta esa parte en que dice que pueden volar porque todos tenemos alas – señaló él cambiando la misteriosa sonrisa por un gesto de aparente ternura.
 - ¿Y crees que sea cierto? – preguntó ella intentando no arruinar lo que parecía un momento tan íntimo.
- No creo que todos tengamos alas, otros las tienen pero tienen miedo de volar. Siendo niño, varias veces soñé que volaba y al despertar me paraba entusiasmado, levantaba mis brazos y esperaba el momento en que mis pies se separaran del piso. Pero claro, nunca pasó. Hubo ocasiones en que lloré  por la frustración, lo cierto es que no intenté nada arriesgado, pensaba que si lograba flotar al interior de mi habitación, después probaría en espacios abiertos – guardó silencio y miró largamente el cielo, daba la impresión de estar viendo algo volar.  
      Con ansiedad por el silencio, ella tardó en encontrar algo que decir:
- Nunca quise volar,  pero cuando era niña solía soñar con música, era extraño porque había piezas que no había escuchado antes, simplemente sonaban en mis sueños. Despierta tarareaba esos sonidos nuevos. Al escuchar esta canción por primera vez, reconocí en ella algunos acordes de esa música nocturna de mi niñez. Al poco tiempo te conocí, estabas con este walkman, con tus lentes obscuros y cantabas la canción, así supe que entre tú y yo habría algo especial – concluyó ella con un rictus de timidez.
- Será para siempre nuestra canción- dijo él mirándola a los ojos.
- Sí, será para siempre nuestra canción…


jueves, 12 de mayo de 2016

Los tiempos blancos de los solteros


Hace poco, en una mañana de domingo, único día que no doy clases ni tengo consulta, en un fin de semana que mi hijo no estaba conmigo y que por múltiples motivos no vería a nadie, tuve un pensamiento fascinante y terrorífico a la vez: “Lo que viva hoy, sólo lo sabré yo” y al final del día eso se corroboró. Lo fascinante fue la sensación de total libertad, de tener frente a mí un tiempo que sólo me pertenecía a mí. Lo terrorífico fue sentir que hiciera lo que hiciera, daría lo mismo, nadie se enteraría, lo cual me confrontó con la cuestión de si hacemos las cosas siempre con referencia a los otros.
Un porcentaje muy alto de personas pasamos de la casa parental a vivir con una pareja, a quienes de alguna manera u otra les informamos siempre dónde estamos y, en el caso de las parejas, les narramos durante el día o al final lo que hemos hecho. En estas circunstancias lo difícil es mantener en reserva algunos eventos de nuestras vidas. Las parejas que tienen hijos agregan testigos a esta crónica de la vida cotidiana. Por otro lado están las personas con las que se trabaja, con quienes se tienen historias compartidas las cuales nadie puede monopolizar.
      En fin, si alguien vive en pareja, tiene hijos, convive frecuentemente con amigos y trabaja; tendrá pocos momentos a los que denomino “tiempos blancos”, esto es, episodios de la vida que sólo quien los vive es testigo de ellos.
       Aunque hay solteros que sufren ansiedades de apego y hacen todo lo posible por estar siempre acompañados, otros disfrutamos esos tiempos blancos en los que se da eso que Alejandro Sanz describe con toda claridad en su canción “Cuando nadie me ve”:

Cuando nadie me ve
puedo ser o no ser
Cuando nadie me ve
pongo el mundo del revés
Cuando nadie me ve
no me limita la piel

Como soltero, uno sabe que los otros solteros (mujeres y hombres) tienen estos tiempos blancos de los que hablan poco, en las conversaciones se localizan vacíos sobre los que es prudente no preguntar. Si algún soltero exalta en exceso esos tiempos blancos, uno sospecha que algo no va bien, toda idealización esconde un desencanto. En ocasiones estos tiempos blancos no son agradables, se experimentan con una ansiedad difusa por estar con alguien, lo inquietante es que no hay claridad sobre el objetivo de la compañía, puesto que uno puede salir o llamar a alguien, pero no es la resolución a ese estado. En estos momentos yo suelo escribir, así puedo visualizar mi necesidad y saber si deseo realmente ver a alguien o es una inercia afectiva.
He transitado por todos los estados civiles, sólo me falta la viudez. Por un par de años después de divorciarme, cuando me preguntaban por mi estado civil, respondía que era divorciado. Sin embargo, el adjetivo es como una especie de impasse, como un limbo existencial: ya me separé definitivamente pero mi estado civil es con relación a esa unión. Como no hay ninguna restricción legal para estas situaciones, decidí que soy soltero, padre soltero. Es en el estado en que he cobrado mayor conciencia y responsabilidad con respecto al tiempo. Los extensos lapsos de libertad que se tienen suelen perder a muchos solteros, pareciera que sobra el tiempo y por tanto se le puede despilfarrar, pero el tiempo nunca sobra, lo que falta es imaginación y compromiso con la propia vida.
No suelo agregarme a ninguna causa, prefiero vivir bajo principios simples: la no-violencia, el respeto al otro, tanto intra-especie como inter-especie, el desarrollo de los talentos y un enfoque hacia la calidad de vida. Por eso mismo, este escrito no es un manifiesto, sino una reflexión sobre lo que vivo ahora, esta experiencia de los tiempos blancos que cambiará si dejo de ser soltero y si esto sucede, quiero estar en plena conciencia de lo que lo que estoy dejando.   


domingo, 8 de mayo de 2016

Relato. Amor esférico

Tuve una novia fanática del fútbol. Aficionada a un equipo local, otro internacional y al seleccionado nacional, nuestras actividades se organizaban a partir de los calendarios FIFA, CONCACAF y UEFA. Además pertenecía ella misma a un equipo amateur, que capitaneaba con gran entusiasmo. Para ella, el que yo asistiera a sus partidos, era el detalle más romántico que podía obsequiarle, lo cual no me dejó puntos de fuga. Hubo semanas en que sumé veinte horas de mi vida dedicadas al fútbol, la mitad de una jornada laboral. Muchas salidas eran con sus amigas y amigos que también portaban la marca de la pasión futbolera, así que los planes consistían en ver partidos en algún bar y luego platicar varias horas sobre el tema. Nuestras discusiones siempre incluían jerga futbolera por parte de ella: “estás fuera de lugar”, “nuestro balón está dividido” o “te aplicaré la pena máxima”. Llevaba con ella siempre una tarjeta amarilla y otra roja, consideraba que así se evitaba dar explicaciones y que el código no se prestaba a interpretaciones. En una ocasión tuve la ocurrencia de aplicar el mismo lenguaje y replicó que por mi poca formación futbolística no estaba autorizado a expresarme en esos términos. En otro momento salió a colación el futuro, deseaba tener hijos conmigo, pero su sueño era que jugaran al fútbol, es más, ya estaba pensando en que club inscribirles y los nombres en caso de que fueran mujeres u hombres: Lionel, Cristiana, Stefano o Stefanía, Armando, Diego, Hugo, Franz, Dinha, Edson o Edsonia y Zinedine, que podía aplicar a las dos opciones.           
Yo que solía ver solamente algunos partidos cada cuatro años cuando era el Mundial, me sentía desorientado sobre tan intenso ímpetu. Una noche tuve un sueño extraño, me encontraba encerrado en un espacio esférico, sin ninguna entrada de luz, súbitamente la esfera empezó a girar a gran velocidad de un lado a otro, en momentos parecía que volaba y sentía impactos constantes. Tardé varios minutos en descubrir que estaba en el interior de un balón de fútbol en medio de un juego. Desperté angustiado y al girarme hacia mi novia, la encontré dormida pero hablando, en realidad narrando el partido que vimos la tarde previa. 
Solicité consulta con un psicoanalista lacaniano que me recomendaron, necesitaba ayuda para delimitar el horizonte de mi amor. Tras narrarle la situación, me dijo: “Amar es dar lo que no se tiene a quien no es”. Me levanté del diván y le pregunté: “¿Qué significa eso, que aún con mi escasez de tiempo libre le dedico muchas horas al fútbol que apasiona a mi novia, pero en realidad ella no es mi verdadero amor?”. Respondió él: “Nos vemos la próxima sesión”. 
Aturdido por la frase, caminé sin poner atención, dirigí mis pasos a un parque, andaba como si estuviera en un túnel. De súbito, algo me golpeó muy fuerte en la cabeza, sólo alcancé a escuchar primero risas y luego expresiones de preocupación, mientras caía al piso. Me logré despejar de la niebla que me invadía y me encontré con sujetos vestidos de futbolistas con mirada expectante. Mi primer pensamiento fue, morí y en el más allá también todo será fútbol. El golpe fue con un balón, tras la primera reacción, pedí que me lo trajeran, ellos lo hicieron y al tenerlo entre las manos sentí un amor como nunca antes por ese esférico. Los jugadores me observaron con extrañeza y luego con susto cuando les abracé agradeciéndoles el golpe. Lo que no sabían es que el Dios Redondo había actuado a través de ellos para mostrarme la luz a la que estuve ciego por tantos años.
Meses después mi novia terminó la relación al considerar que lo mío ya era enfermizo, una adicción incontrolable hacia el fútbol que me separaba de ella. 
Así entendí la frase que me dijo aquel día el psicoanalista.


miércoles, 4 de mayo de 2016

Relato. Diálogo sobre el amor de la vida

La otra tarde me preguntaste sobre quién ha sido el amor de mi vida, sonreí y te dije que cada amor había sido mi vida. Nada satisfecha insististe, para ti es inconcebible que no haya un amor por encima de los demás, afirmaste tu convicción sobre quien había sido el amor de tu vida. Fue cuando te pregunté si morirías por la noche, tras mirarme con susto mezclado con odio inusitado, cuestionaste mi planteamiento, te  dije que hablabas del amor de tu vida como si ya no hubiera más vida, si vivirás mas tiempo cómo sabes que no llegará alguien a quien ames más que al supuesto amor de tu vida. Agregué que eso de pensar en términos de “amores de vida” tan sólo era una justificación para prácticas masoquistas de sufrimiento emocional o conformismo, cuando se trata de la relación actual, es como decir, ya lo encontré así que todo está cumplido y ahora sólo falta esperar la muerte.
Guardaste silencio por largos minutos, cuando pensé que quizá había ido demasiado lejos, cambiaste el enfoque y me preguntaste por quien había llorado más, te respondí que no podía medir mi amor en términos hidráulicos,  he tenido facetas en mi vida más dramáticas que otras y eso no da cuenta del tamaño de mi amor. Pero concedí algo, mientras había amores que apenas podía recordar, otros me acompañaban frecuentemente, como musas inspirando mis días. Esos son tus verdaderos amores, dijiste feliz. No lo sé, es probable que un verdadero amor sea aquel que es tan intenso que se agota en cuanto concluye y luego se olvida. No coincido, fue tu respuesta, los amores verdaderos son los que nos hacen ser lo que somos, por tanto no los podemos olvidar. No era mal argumento pero señalé que tenía una falencia, si habían sido tan maravillosos esos amores porque recordarlos con tanto dolor. Porque todo amor conlleva sufrimiento, me dijiste algo desesperada. Entonces apoyas mi teoría sobre el masoquismo, continué, tu parámetro del amor es en términos de dolor y no de placer.
     A dónde va todo esto, murmuraste mientras te torcías los dedos. Como no entendí el sentido de tu pregunta, te pedí puntualizar. Sí, lo nuestro, lo que me dices es que no sabrás lo que significa hasta que estés en tu lecho de muerte. Tuve que aceptar que dicho de esa manera me tomaste por sorpresa, entonces te observé atentamente por un tiempo indefinido. Te amo, afirmé, y mi amor por ti es tan particular que no pretendo ponerlo a competir con otros, mi amor por ti es único y nos pertenece sólo a nosotros dos, por lo que no lo inscribiré en  ningún concurso para probar si es el más grande amor. Pero como prueba de mi amor te puedo cantar ahora mismo la canción de Shania Twain “You’re still the one”. Te reíste y pediste que por favor no lo hiciera, porque si lo hacía dejarías de ser “the one” en ese instante. Te besé y te resististe un poco, pues había logrado esquivar una vez más la pregunta que realmente te importa, la de si tú eres el amor de mi vida.