Para mi querido Gerardo, otro X-Generation que se nos casa
Mi tía
Beatriz nos hizo llegar vía correo electrónico el retrato de mi Tatarabuela
Fidelia, su rostro me pareció tan ajeno que sufrí un leve estremecimiento, a
menos de cien años de su muerte ya es una completa desconocida. Le reservo un
poco de afecto por saber que cuidó de mi abuelo cuando era niño, pero fuera de
eso no conozco más detalles de su vida, por tanto, decidí recurrir a la
imaginación para intentar representarme su voz, su andar, su lenguaje, sus
sueños, sus aspiraciones, sus miedos, sus amores, sus secretos, sus
prejuicios, todo esto a la luz de la reflexión de que
todo eso es ahora lo que Jean-Paul Sartre denominó “una pasión inútil”. Me cuestioné sobre la obsesión por ser
recordados y los esfuerzos que hacemos para lograrlo, concluí que es una de las
peores inversiones que se pueden hacer en la vida: quita tiempo, tiene mínimas
garantías de lograrse, causa ansiedad y su caducidad es muy limitada.
Llegado
a este punto, se incrementó la complejidad de mis planteamientos, si soy
agnóstico y no tiene ningún sentido ser recordado, entonces la idea de
trascendencia es absurda. Por un instante me consolé con la idea de la
inmanencia, del aquí y el ahora, del bienestar, del placer, del lenguaje, de la
eternización del presente… pero no tardó en arribar a mi memoria la famosa
triada del Buda: enfermedad, vejez y muerte; así como la novela de Michel
Houellebecq, Las partículas elementales. Me
duró poco el placebo, pero encontré un tercer camino, la evasión, me puse a
navegar sin brújula por internet, pasé más de una hora viendo memes sobre
diferentes temas, seguí en automático la conexión de una noticia con otra, me
puse a buscar películas en Netflix, depuré mi correo electrónico, hasta que
comenzó a vibrar la angustia en cada rincón de mi cuerpo y no pude hacer nada
durante un buen rato más que mirar la pared frente a mi, de la cual emanaron, entre
el juego de luces y sombras, las facciones de mi Tatarabuela Fidelia, seguro de
que de vivir todavía le tendría que hablar de “Usted”, le pregunté: “¿Fidelia, por qué se anda
escapando Usted del pasado? ¿No ve que tengo que trabajar y Usted se aparece
así porque sí? Además sólo vino a causarme preocupaciones”, no contestó, y que
bueno, porque de otra manera ahora no estarían leyendo esto y yo estaría
tomando altas dosis de risperidona.
Sin
trascendencia, ni inmanencia, ni evasión, quede atrapado en un limbo sin tiempo
ni espacio, sólo atiné a desplegar mi lista de canciones y seleccionar la
búsqueda aleatoria, como ha sucedido en otras ocasiones, mi computadora lanzó
sal sobre mis llagas y me propuso la canción Los caminos de la vida de la Tropa
Vallenata:
Los caminos de la vida,
no son como yo pensaba,
como los imaginaba,
no son como yo creía.
Los caminos de la vida,
son muy difícil de andarlos,
difícil de caminarlos,
yo no encuentro la salida.
Recordé
aquellas noches de disertación de la adolescencia, sobre el sentimiento trágico
latinoamericano en la raíz de esta canción, frente a la cual las obras de Esquilo, Sófocles y
Eurípides me parecían comedias. Con la intención de darme ánimos me dije:
“Calma, tan sólo eres un representante más de la Generación X, sobre la que
cayó el fin de la Guerra Fría, el fin de la Historia, el fin del Sujeto, el fin
de las Ideologías, el fin de lo Analógico, el fin de las Religiones, el fin del
Método, el fin del Milenio… creciste en una era moribunda, te tocó la moda grunge, eres contemporáneo de los
integrantes de Radiohead y de Kurt
Cobain, eres de una generación
perdida entre los Baby Boomers y los Millennials, te educaron en un mundo
caduco”.
“Fidelia,
¿sigue ahí? No sé en que año nació, pero calculo que compartimos el hecho de
haber crecido en el último cuarto de un siglo, Usted del XIX y yo del XX. Sé
que no me puedo quejar, Usted vivió antes del descubrimiento de la penicilina,
en un México convulso en tránsito del Porfiriato a la Revolución Mexicana, a la
vez que se luchaba la Primera Guerra Mundial en Europa. Sé que a nuestra
generación se le adelgazó la piel, que no somos ni héroes ni villanos, quizá
seamos buenos críticos pero no tenemos
la arrogancia de los Yuppies ni
la indolencia de los Millennials. No
me mire así Fidelia, sé que en una guerra no sabría que hacer, sé que
sobrevaloro mis ideas y afectos, que asumo con ingenuidad que la creatividad es
mejor que la eficiencia, sé que exalto la soledad porque no estoy solo”.
En
algún momento de mi vida la canción My Way
cantada por Frank Sinatra me hacía llorar, fantaseaba con los últimos días de
mi existencia, me atraía esa actitud de vividor desapegado que se despide con
la sensación de haber hecho todo a su manera. Ahora sé que era el sueño de mi generación, abandonar el
pedestal de la Historia para andar por los caminos de la leyenda personal, con
el “mochilazo” como emblema pensábamos que el mundo era un gran hostal a
nuestra espera, como la memoria tenía más valor que la fotografía, exagerábamos
nuestras narrativas con la intención de ofertarlas como únicas. Pero el mercado
se impuso y la poética quedó restringida al espacio íntimo, poco a poco todo
dejó de ser “a nuestra manera”. Por eso somos una generación fanática de las distopías,
pues representan nuestro paraíso perdido.
Termina
la noche y no tengo respuestas, creo que mi Tatarabuela Fidelia tampoco las
consiguió, las únicas certezas son que ella estuvo y ya no está, que si ella no
hubiera estado yo no estaría y si yo y su descendencia no estuviéramos, ya
nadie la recordaría. ¿Será que en la genealogía está el sentido? ¿qué existimos
porque otros existieron y para dar existencia a otros? ¿será que valoramos
tanto a la familia porque en ella se sostiene la ilusión de continuidad? No
creo que mis tataranietos lean esto, tampoco sé si me importa, de cualquier
manera les resultaría tan ajeno como a mi el retrato de Fidelia.
Quizá
la incertidumbre sea el núcleo de la vida humana, el no saber nos hace desear,
no lo sé. Por el momento les dejo con esta oda de la Generación X cantada por
las 4 Non Blondes, la pregunta que le
da título es el grito de mi generación: ¿Qué
está pasando? (What’s Up?). Sonó tan fuerte que otro X, Jan Koum, hizo de
él una aplicación: WhatsApp.
Y así lloro algunas veces
cuando reposo en mi cama,
sólo para sacar todo lo que hay en mi cabeza
y me siento algo peculiar.
Y así me levanto y doy un paso afuera,
tomo un profundo respiro,
llego hasta arriba,
y grito a todo pulmón:
¿Qué está pasando?