En la Universidad Intercontinental de la Ciudad de México coordino una línea de investigación cuyo objetivo es sustentar y diseñar dispositivos de intervención clínica, educativa y social para mejorar la calidad de vida de niños y adolescentes. Del contexto de esta línea de investigación emanó el presente artículo que escribí en co-autoría con las estudiantes de la Licenciatura en Psicología Daniela Gándara Arroyo y Beatriz Eugenia Parra Montero. Es una propuesta para fomentar la mentalización y la autoestima positiva en niños diagnosticados con Trastorno por Déficit de Atención con y sin Hiperactividad a través de la escritura expresiva.
El artículo se publicó en la revista electrónica foroUIC y se puede consultar en la siguiente dirección:
http://foro.uic.edu.mx/?p=1100
jueves, 18 de septiembre de 2014
martes, 9 de septiembre de 2014
El último Kundera, el ombligo y la insignificancia
Todo
comienza con una disertación sobre el mensaje erótico que transmite el ombligo de las
mujeres, signo de igualdad en
contraste con la diversidad que representan las nalgas, los muslos y los senos.
Alain, el protagonista intrigado, anuncia: “Hoy en día se ha puesto de moda
pasear así con el ombligo al aire. Dura como mínimo hace diez años… ¡Pero no olvides
que la moda del ombligo inauguró el nuevo milenio! Como si, en esa fecha
simbólica, alguien hubiera levantado una cortina que durante siglos, nos
hubiera impedido ver lo esencial: ¡que la individualidad es una ilusión!”. Es
casi un manifiesto, donde el personaje nos muestra, a través de una práctica
estética, el verdadero fin de la modernidad, no la llegada de la posmodernidad,
sino el arribo de una nueva era aún innombrada. Quizá por eso, el mismo autor
ponga en voz de La Franck, una viuda reciente, una declaración que parece
contradictoria con la de Alain: “¡El ser humano no es sino soledad!... Una soledad
rodeada de soledades!”. Se expresa así un síntoma de nuestra actualidad,
deseamos la individualidad, pero nos duele la soledad, deseamos la comunidad,
pero vivimos al otro como una impostura. Es probable que Kundera sea la voz de
una Europa a la deriva, depositaria de la caída del comunismo y del fracaso del
capitalismo: “¿Una utopía asesinada tras la cual ya no habrá otras? ¿Una época
de la que ya no quedará huella? ¿Libros y cuadros arrojados al vacío? ¿Una
Europa que ya no será Europa? ¿Bromas de las que ya nadie reirá?”. Con la
última cuestión, el autor entrelaza como serpiente que se muerde la cola, el
inicio su obra novelística con su novela recién publicada, La fiesta de la insignificancia, la cual es muy probable que cierre
su obra, pues tiene 85 años y entre su novela inmediata previa y ésta, pasaron
14 años. Su primera novela, La broma,
la publicó en 1967, no tan joven, a los 38 años. En su trama, el universitario
de nombre Ludvik Jahn hace una broma sobre el optimismo, escribe en el reverso
de una postal: “El optimismo es el opio del pueblo, el
espíritu sano hiede a idiotez” y la envía. Este hecho desata una persecución en
medio de la Checoslovaquia comunista. Cercanos a los cincuenta años de dicha
publicación, muchos pensamos que esa frase debería estar grabada con letras de
oro en el centro de todas las capitales del mundo.
¿Cómo
se transita de la broma a la insignificancia? En la novela se habla del
“crepúsculo de la broma”, de la “posbroma”. Es una perspectiva muy lúcida,
vivimos en tiempos de lo políticamente correcto, donde por más esfuerzo que
hagamos por liberar a una broma de su carga supuestamente discriminatoria,
siempre hay alguien que levanta la mano para expresar su indignación. Este
sistema respetuoso-paranoico, pretende la eliminación de las diferencias, que
todos seamos ombligos, porque fuera de la pareja proto-parental, Adán y
Eva, todos tenemos ombligo.
En realidad, esto da cuenta de cómo nuestra piel psíquica se ha ido adelgazando
hasta llevarnos una completa vulnerabilidad, en la que cualquier interpelación
es experimentada como una amenaza. De manera paradójica las redes sociales de internet
se saturan de videos con imágenes de pretendidas bromas que vistas con mirada
crítica son actos plenos de violencia y antisocialidad, pero eso si causa risa
y nadie reclama: adolescentes aventándose, destrozo de bienes públicos y
privados, caídas, golpes, denigración del otro, entre otros. Esto me lleva a
sentir nostalgia por los tiempos freudianos donde el chiste verbal era una
manera de re-orientar los impulsos y expresar las manifestaciones de nuestros
inconscientes a través de la palabra y no con actos.
Al
leer la novela tuve la impresión de que Kundera le dice, al fin, adiós a Joseph
Stalin, desentraña su imagen tiránica heredada de la Guerra Fría para encontrar
su lado humorístico, su capacidad de hacer bromas. No es una defensa del
dictador, sino la evidencia de los efectos del tiempo, Stalin no es bromista
por sus actos, sino porque sus actos y él mismo han sido olvidados, o ni siquiera
han sido registrados por las nuevas generaciones. Madeleine, una joven de 20
años de la supuesta Europa cultivada, ya no sabe quien fue Stalin. Así se
cumple el terrible augurio de otro personaje, llamado Charles: “Los muertos
pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en
la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la
memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo
real, pasan a ser marionetas”. De esta manera, Kundera dicta su propia
sentencia, si nadie lo recuerda, desaparecerá; si lo recuerdan, será una
marioneta. Esta destemplanza sólo podía provenir de una pluma valiente, de un
autor que ha visto caer todas las utopías del siglo XX.
En
1963, Jean-Paul Sartre visitó Praga, invitado por la Unión de Escritores de
Checoslovaquia, en esa ocasión, el filósofo, dramaturgo y escritor; predijo que
la gran novela del la segunda mitad del siglo XX se produciría por la búsqueda
de la verdad sobre el experimento del comunismo. Él mismo, después de leer La Broma, afirmó: “La pregunta que
plantea Kundera es sumamente radical: ¿por qué debiéramos sentir amor por ellos
[los seres humanos]? Sí, ¿por qué? Tal vez podremos responder a esta pregunta
un día, tal vez nunca”.
No es
noticia, ya terminó el siglo XX, la predicción de Jean-Paul Sarte se cumplió,
al menos en Europa, pues en Latinoamérica los escritores estaban ocupados con
el Realismo Mágico y la reinvención simbólica de sus orígenes. En el siglo XXI ¿Qué
nos queda? ¿Sobre qué vamos a escribir? Milan Kundera nos responde: Sobre la
insignificancia. Es su testamento, no es un imperativo ni un dogma, sólo una
propuesta. Hablemos de la levedad del ser, aunque sea insoportable. En esto
coincide con autores como Italo Calvino, quien antes de morir, en 1985, incluyó
la levedad entre sus Seis propuestas para un nuevo milenio, o
el catalán Enrique Vila Matas con su conferencia La levedad, Ida y vuelta. Kundera lleva la levedad al grado
máximo, la insignificancia, lo cual reconoce como una faena difícil: “Se
necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan
dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan sólo de
reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla”.
Esa es
la contradicción: Estamos solos, como todos los demás. Somos insignificantes,
como todos los demás. Sólo que unos seremos insignificantes en cuanto muramos y
otros lo serán cincuenta o cien años después. Habrá que pensar en una
No-logo-terapia, esto es, la terapia del sin sentido. Para los amantes del “Yo”
esto es una herejía, por mi parte, no creo tener en este momento una postura al
respecto, me parece que la propuesta de Kundera tiene un gran potencial
liberador, sin embargo, su siglo fue el XX y su propuesta quizá sea solamente
el primer paso hacia el siglo XXI, el cual nos reserva nuevos horizontes sobre
los cuales reflexionar. Pero de antemano, se agradece esta síntesis que nos
hereda Milan Kundera.
miércoles, 3 de septiembre de 2014
Carta a mi hijo. Sobre la transvaloración de la violencia.
Querido Hijo:
Habían
pasado ocho meses de embarazo cuando el ultrasonido tridimensional hizo el
prodigio, tu rostro apareció en pantalla, dormías, pero aún así un rasgo saltó
a la vista, tu peculiar nariz en la cual se sincretizaban dos genealogías, fue
un golpe de lo real, fui atrapado por un arrebato de entusiasmo seguido de una
profunda congoja, en ese instante supe que nunca más encontraría sosiego,
fue tanto amor el que sentí por ti que deseé poderte llevar a otro mundo, a un
lugar donde no tuvieras que sufrir, lo imposible de mi propósito me lanzó a la
más radical vulnerabilidad, por más esfuerzos que hiciera para liberarme de mis
temores, nunca podría abandonar la preocupación por tu devenir.
Han
pasado poco más de ocho años, tan sólo para confirmar el augurio de aquel día,
no he podido librarte del sufrimiento, yo mismo he sido causa de algunos de tus
dolores. Ahora que has crecido, superadas mis implacables fantasías de padre
novato, esa fragilidad fetal ha transitado hacia la fragilidad social. Sin ir
más lejos, pienso en las mañanas en que vamos camino a tu escuela en medio de los
conductores kamikaze de la Ciudad de
México dispuestos a morir o a matar, o ambas, con tal de conquistar unos metros
de asfalto, anarquistas que
impulsados por su imagen engrandecida desconocen todas las reglas de tránsito y
convivencia, fatuos incapaces de mirar el bosque. Cuando observo a conductores
comportándose como escarabajos en huída, sorteando obstáculos como si en ello
se les fuera la vida, para segundos después encontrármelos de nuevo frente a un
semáforo, no puedo dejar de sonreír y pensar que muchos de ellos son los que en
una conversación privada exaltarían el orden de los países del norte o europeos
y degradarían la imagen de México con adjetivos referentes a lo caótico:
“Necios que acusáis a sus conciudadanos, sin ver que sois la ocasión de lo
mismo que culpáis” . Frente a
estos padres y madres enardecidos no necesito más evidencias para entender la
expansión del acoso entre pares y la intensificación de la violencia en las
escuelas. ¿Pero son los únicos
responsables? No mi querido hijo, como sucede con la alimentación, esto es una
cadena.
Habitamos en la era de los contrasentidos, nunca antes se han
publicado tantas páginas promoviendo el desarrollo y el bienestar humano, al
tiempo que se publican millones de páginas exaltando todas las variaciones del
arte de la guerra: política, comercial, tecnológica, empresarial, etcétera. Las
instituciones promueven simultáneamente la ética y el impulso al éxito
desmesurado. Los financiadores de las obras filantrópicas, ecológicas y de
desarrollo, son los mismos que generan la pobreza, la contaminación y el
decrecimiento. Los poderes espirituales y económicos caminan cínicamente de la
mano, los líderes religiosos dan discursos en los estadios, mismos donde se
presentan las music stars y se
enfrentan los jugadores deportivos. Se combate el aborto pero se toleran las
guerras. Vivimos la época con mayor número de personas que han cursado algún tipo
de educación formal, a la vez que
se tienen las tasas más altas de desempleo. En fin, nunca antes se había buscado
tanto la felicidad y nunca antes se habían tenido tantos recursos para dañarnos
y destruirnos.
No
logro visualizar ningún horizonte para la concordia, salvo la invitación que ya
nos hacía Nietzsche hace más de un siglo, la transvaloración de todos nuestros
valores. Como él mismo anunció la muerte de Dios, muchos lo acusan de ser el
origen de nuestros actuales malestares, sin embargo, el sólo fue el profeta que
se atrevió a enunciar lo que todos callaban, las personas de su época ya vivían
ajenos a Dios y a toda certeza, sin darse cuenta. No hagas caso a quienes
repiten en automático la frase: “ya no hay valores”, mientras nuestra especie
conserve la conciencia tendrá valores, lo que sucede es que el valor es
relativo y arbitrario, en el mejor (o peor) de los casos es un consenso, por
eso la corrupción puede ser un valor, pues si un conjunto de personas le
encuentran beneficios harán de ella una práctica cotidiana y de la misma manera
para cualquier acto que puedas imaginar. La violencia misma es un valor, muchos
obtienen gratificaciones de ella, particularmente porque la violencia genera
miedo y ante el miedo las personas buscamos seguridad y evasión, y la vía regia para la seguridad
y la evasión en la actualidad es el consumo. Compras un dispositivo tecnológico
a un alto precio, inmediatamente sientes la necesidad de protegerlo de posibles
daños y ataques, por tanto compras protectores para caídas, contratas servicios
de respaldo y blindaje de tu información, así como seguros que cubren el posible
robo de tu dispositivo. Lo mismo sucede con una amplia cantidad de productos y
bienes, junto con ellos se requiere adquirir los recursos o servicios para
protegerlos o sustituirlos. Además el miedo hace más sugestionables a las
personas, convence a alguien de su vulnerabilidad y podrás venderle cualquier
cosa que le ofrezca resguardo, desde un llavero hasta una certeza política.
Te
preguntarás ¿qué sentido tiene la vida frente a este escenario?, ¿dónde queda
lo humano en medio de esta coexistencia de lo caótico y lo complejo que Félix Guattari
denominó caosmósis? ¿qué hacer ante
la normalización de la violencia? El primer paso, simple y gandhiano, es no
generar más violencia, detener la cadena. Luego sigue el salto más complicado,
promover la no-violencia en los otros, quizá esto exceda tus posibilidades, no
se trata de poner la otra mejilla porque eso genera más violencia. De vuelta a
nuestro punto de partida, esto es, la experiencia de conducir un automóvil en
una gran ciudad, mi opción es: “Al violento déjalo pasar”, no te dejes
contagiar de su agresividad, si te agrede, retén un poco el enojo y verás que
unos minutos después respirarás tranquilo. El violento va como depredador tras
su presa, requiere del otro para completar su impulso, lo odia y lo necesita al
mismo tiempo, pues si se queda solo con sus frustraciones se consume a sí
mismo. La violencia jamás será erradicada de los grupos humanos, la única
posibilidad es su regulación, en última instancia la autorregulación. La
no-violencia personal es el acto más radical de resistencia, indudablemente
también es peligrosa, pues el no-violento en su in-acción le retorna al
violento, como un espejo, su propio reflejo, y en su poca tolerancia a esta
confrontación y su disminuida capacidad auto-crítica, el violento prefiere
destruir el espejo antes que transvalorar sus impulsos.
Grandes son mis temores por tu devenir, tan grandes como mis deseos
por transvalorar la violencia actual para que puedas tener una vida que no se
limite a una permanente defensa. Los riesgos siempre estarán, no son opcionales,
pero la no-violencia sí es una elección. Recuerda en todo momento que los
enemigos no son los otros, sino las proyecciones que pones en ellos, pero también
debes cuidarte y evitar ser la pantalla de proyección de los otros.
Con amor
Tu papá
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