No
pedimos ser eternos; pedimos tan sólo no ver que los actos y las cosas pierden
de repente su sentido. El vacío que nos envuelve, se hace entonces patente... Y
he aquí por dónde se introduce en nosotros la muerte: esos mensajes que carecen
ya de sentido.
Reflexión de Rivière en Vuelo nocturno
Antoine de
Saint-Exupéry, de la estirpe de los primogénitos del siglo XX, nació en Lyon
(Francia) el 29 de junio de 1900, en una familia de antiguo abolengo
provincial. Huérfano temprano de padre, creció en el Castillo de Saint-Maurice-de-Rémens
rodeado de mujeres: madre, hermanas, tías, primas, nanas e institutrices. Sus
estudios con los jesuitas y posteriormente con los maristas, lo llevaron al
ámbito contrastante en un tiempo donde los géneros se construían entre rígidos
cercos culturales.
Tras sus estudios
de arquitectura, realizó su servicio militar, en cuyo ejercicio encontró la
pasión que lo atrapará por el resto de sus días, la aviación. Realizó su primer
vuelo en solitario el 9 de julio de 1921, pero ya desde los doce años había
sido un viajero de los vientos en compañía de un piloto. No es ocioso recordar
que es el tiempo de los inicios de la aviación, sin embargo, Saint-Exupéry,
será beneficiario de las estrategias de vuelo innovadas durante la Primera Guerra
Mundial, donde personajes como el mítico Manfred von Richthofen, el Barón Rojo,
lograron grandes hazañas en el aire y llevaron el manejo de aviones de una
rústica técnica al arte de enfrentar fuerzas de la naturaleza y fuerzas
humanas.
Se une a la pionera
empresa de correo aéreo Aéropostale,
fundada en 1918. En 1928 es nombrado director de la compañía en el área del
desierto del Sahara donde vivió en una casa de madera y durmió en un colchón de
paja. Afirmaba que nunca había amado tanto su casa como cuando vivió en el
desierto, el encanto no disminuyó cuando en 1935 cayó junto con su operador en
medio de este desierto y tras días vagando bajo un sol que casi les arrebata la
vida, fueron rescatados por un beduino.
Lo anterior es
solamente un antecedente para llegar al punto biográfico del autor en el cual
se encuentran los motivos de su inspiración para escribir Vuelo nocturno. En 1929 se traslada a Buenos Aires como director de
Aeroposta Argentina. En esta ciudad
desarrolló su labor como director, escribió y conoció a la que sería su esposa
hasta su muerte, la salvadoreña Consuelo Gómez Carrillo. Nacida Consuelo
Suncín, tomó como propios los apellidos de su segundo esposo, el diplomático
guatemalteco Enrique Gómez Carillo, del que también heredó una gran fortuna y
que la hizo viuda por segunda vez, pues ya había perdido a su primer esposo, un
mexicano radicado en San Francisco que murió en un accidente de ferrocarril.
Escritora y artista, amó y sufrió a Saint-Exupéry por quince años, no solamente
por sus constantes ausencias propias de los pilotos aviadores, sino por el
gusto del francés por las aventuras extramaritales. Se cuenta que la preciada
rosa del libro de El Principito, publicado
por el escritor en 1943, representa a Consuelo y al amor tornadizo que Saint-Exupéry
sentía por ella. En sus Memorias de la rosa, Consuelo escribió
sobre Antoine: “El no era como las otras personas, era como un niño o un ángel
que ha caído del cielo”. Quizá el ser
amado por tantas damas en su infancia le permitió conservar en su vida
adulta esa condición inocente e infantil tan atractiva para tantas mujeres que
para amar a un hombre deben sentir que lo cuidan; además, su encanto, talento,
espíritu aventurero y posición social, debieron dificultar la exclusividad al
atraer tantas miradas fascinadas. Lo cierto es que quien se mueve
constantemente crea mayor deseo en los otros, aparenta estar viviendo más y
despierta en los sedentarios la impresión
de que su vida es aburrida, pero es solamente un efecto de la relatividad, pues
se evalúa el movimiento de los demás a partir del propio movimiento, por tanto,
el punto no es que el otro viva más, sino que el observador siente que está
viviendo menos. Hay personas que consideran “vivir” a la acumulación de
contenidos: conocimientos, experiencias, sensaciones, bienes, etc. Conciben el
tiempo como un referente para optimizar la acumulación, por tanto, su prioridad
es la acción. Hay quienes visualizan la vida como un trayecto, de ahí que el
tiempo no sea el referente principal, sino solamente una condición de la
existencia y es la reflexión su medio de realización. Saint-Exupéry, al menos
en la flor de sus treinta, pertenecía al primer grupo, lo cual refleja en su
novela Vuelo nocturno.
Fabien a bordo de
su avión inaugura el texto, lo que hace pensar en que será el protagonista y la
tempestad su antagonista, al avanzar línea tras línea, Rivière, quien ocupa el
puesto que el mismo Saint-Exupéry ocupaba en Aeroposta Argentina, va cobrando fuerza, alzándose como el héroe,
quien encabeza una batalla, imponer la acción humana por encima de las fuerzas
de natura, con la finalidad de economizar tiempo, nuestro personaje crea una
red de vuelos nocturnos para agilizar el servicio postal: De esta manera los tres aviones postales de Patagonia, de Chile y de
Paraguay regresaban del Sur, del Oeste y del Norte hacia Buenos Aires. Allí se
esperaba su cargamento, para dar salida, hacia medianoche, al avión de Europa.
A sus cincuenta
años, Rivière ha logrado la templanza necesaria para coordinar operaciones complejas,
dando prioridad al cumplimiento de las acciones, evalúa su vida a partir de
experiencias exitosas. La edad y la rutina en ocasiones le imponen destellos de
sabiduría, las cuestiones alrededor de la vida lo atrapan temporalmente, pero
las desecha como distractores en el cumplimiento de los objetivos, lo único que
concibe valioso entre acción y acción, es la planeación misma de las acciones:
Rivière,
responsable de toda la red, paseaba a lo largo de la pista de aterrizaje de
Buenos Aires…. Se asombró de reflexionar sobre problemas que jamás se había
planteado. Y, no obstante, volvía hacia él, con melancólico murmullo, la suma
de deleites que siempre había eludido: un océano perdido. «¿Tan cerca está,
pues, todo eso...?» Se dio cuenta de que, poco a poco, había aplazado para la
vejez, para «cuando tuviera tiempo», lo que hace agradable la vida de los
hombres. Como si realmente un día se pudiese tener tiempo, como si se ganase,
al fin de la vida, esta paz venturosa que todo el mundo se imagina. Pero la paz
no existe. Tal vez no existe siquiera la victoria. No existe la llegada
definitiva de todos los correos.
La
gente de acción visualiza el descanso como su meta, la cual justifica los
esfuerzos cotidianos, sin embargo, Rivière emerge del universo literario para
mostrarnos el fin de la senda: la paz no existe y probablemente la victoria
tampoco. Quien se enfoca en contenidos, requiere permanentemente de encontrar y
llenar continentes, el vacío les resulta insoportable. Su mayor temor es que
sus acciones no tengan sentido, que no exista nada que contabilizar, más es
mejor.
Rivière valora a
las personas a partir de su capacidad para concretar acciones, sin importar
mucho sus talentos o sus proyectos personales. Un sistema impersonal requerirá
siempre de un reglamento, la gran legislación de los procesos, el libro sagrado
de las acciones. Rivière afirma: El reglamento es como los ritos de una
religión, que parecen absurdos pero forman a los hombres. La inteligencia
es un peligro, inspira preguntas, lleva al cuestionamiento y por tanto a la
subversión. El apego a las ordenes, a los procesos y al reglamento son los
rasgos más valorados, esto lleva al protagonista a elaborar el siguiente juicio
sobre el inspector Robineau: No es muy
inteligente; por eso presta grandes servicios.
El
amor es riesgoso, amar implica tiempo, limita la acción y por tanto la
acumulación: Amar, amar únicamente, ¡qué
callejón sin salida! La prueba en contra del amor, es que mucha gente ha
vivido sin él pero no ha nacido quien pueda afirmar que ha vivido sin tiempo.
Rivière, queriendo encontrar un interlocutor ante su indiferencia frente al
amor, dialoga con el contramaestre Leroux:
−
¿Se ha ocupado usted mucho del amor en su vida, Leroux?
−
¡Oh!, el amor, sabe usted, señor director...
−
Sí, a usted le ha pasado lo que a mí; nunca ha tenido tiempo.
−
Muy poco, ciertamente...
Rivière
escuchaba el sonido de esa voz, para saber si la respuesta era amarga; pero no
lo era. Este hombre experimentaba, vuelto hacia su vida pasada, el tranquilo
contento del carpintero que acaba de cepillar una hermosa tabla: «Hela aquí. Ya
está hecha.» «Hela aquí – pensaba Rivière -, mi vida está hecha.» Rechazó los
pensamientos tristes que en él despertaba la fatiga, y se dirigió hacia el cobertizo,
pues el avión de Chile zumbaba ya en el aire.
Una
falla aparece en su sistema, el avión que viaja desde la Patagonia, el que
pilotea Fabien, se ha perdido, tras largas horas de localización, el
diagnóstico de la situación es implacable, todo en la atmósfera circundante es
tormenta, queda combustible para media hora de vuelo y el primer oasis para
aterrizar posiblemente se encuentre a más de mil kilómetros. Ante esta crítica
situación un temor merodea a Rivière, que aparezcan los elementos efectivos del drama, esos que tanto estorban al
momento de intentar salvar a los hombres, ese llanto y desesperación de la
esposa de Fabien que intenta eludir, pero no resulta posible. Su mayor
preocupación, no es la vida del piloto, sino que sean cuestionados los vuelos
nocturnos, se cancelen y disminuya la velocidad del servicio de la empresa.
Un
recuerdo de la infancia retorna a la memoria de Rivière, el vaciamiento de un
estanque para buscar un cuerpo. La imagen del cadáver lo persigue, quizá por su
estática. Para él, la vida no es problema, es la muerte lo que lo inquieta, es
un límite a la acción: La vida se
contradice tanto, que uno se las arregla como puede con la vida... Pero perdurar,
crear, cambiar el cuerpo perecedero. Atrapado en las redes de la reflexión, las que tanto le
desagradan, un pensamiento hace presencia como una iluminación, la gran certeza
de quien ve en la muerte el fin de la existencia, la raíz de toda serenidad y
de todas sus angustias: Lo que tu
persigues muere contigo. A partir de este planteamiento, somos un deseo
retroalimentándose a sí mismo, somos la causa de nuestras propias causas, somos
el fin de nuestros propios fines. Frente a este vacío, la acción se convierte
en islote de sentido:
El
objetivo, tal vez, nada justifica, pero la acción libera de la muerte. Esos
hombres perduraban a causa de su navío…
¿Victoria? ¿Derrota...? Estas palabras
carecen de significación. La vida está por debajo de esas imágenes y prepara ya
otras nuevas. Una victoria debilita a un pueblo, una derrota despierta otro. La
derrota que ha sufrido Rivière es tal vez una enseñanza que aproxima la verdadera
victoria. Sólo importa el acontecimiento en marcha.
Sólo importa el acontecimiento en marcha… Es la conclusión de Rivière, la cual deja más
preguntas que respuestas: ¿hasta dónde se justifica la renuncia al bienestar
individual con el objetivo de buscar el bien común?, ¿todo sistema social
requiere de víctimas humanas para funcionar?, ¿es la domesticación de las emociones
un gran logro de la modernidad?, ¿es la acción la mayor fuente de sentido en la
vida humana?, ¿la inteligencia y el talento obstaculizan las tareas
compartidas?, ¿la eficacia se impone sobre la biografía, esto es, no importa
quien eres ni de donde vienes sino lo que sabes hacer?
Vuelo nocturno, nos lanza al gran debate
que ha ocupado a numerosos filósofos desde la mitad del siglo XIX,
trascendencia vs. inmanencia, o lo que es lo mismo, ¿debemos buscar el sentido
en algo diferente a nosotros mismos o debemos orientarnos por guías personales?
Resulta difícil engranar las dos, considero que una de las fuentes de ansiedad
en la actualidad es que las personas buscan trascender siendo ellas mismas,
sueñan con diseminar su yo como mensaje viral, inspiradas (¿engañadas?) por un
incesante desfile de personajes, que a través de conferencias, libros o
artículos, afirman haberlo logrado. Prefiero permanecer en el lugar de la
sospecha, creo que hay muchas personas pertenecientes a la “extraña raza de
gente” de la que habla Emile Gauvreau: que
pasa su vida haciendo cosas que detesta, para ganar dinero que no quiere, para
comprar cosas que no necesita, para impresionar a gente que le desagrada.