viernes, 22 de junio de 2012

Vuelo nocturno: la acción como sentido en una obra de Antoine de Saint-Exupéry


No pedimos ser eternos; pedimos tan sólo no ver que los actos y las cosas pierden de repente su sentido. El vacío que nos envuelve, se hace entonces patente... Y he aquí por dónde se introduce en nosotros la muerte: esos mensajes que carecen ya de sentido.

Reflexión de Rivière en Vuelo nocturno

Antoine de Saint-Exupéry, de la estirpe de los primogénitos del siglo XX, nació en Lyon (Francia) el 29 de junio de 1900, en una familia de antiguo abolengo provincial. Huérfano temprano de padre, creció en el Castillo de Saint-Maurice-de-Rémens rodeado de mujeres: madre, hermanas, tías, primas, nanas e institutrices. Sus estudios con los jesuitas y posteriormente con los maristas, lo llevaron al ámbito contrastante en un tiempo donde los géneros se construían entre rígidos cercos culturales.
Tras sus estudios de arquitectura, realizó su servicio militar, en cuyo ejercicio encontró la pasión que lo atrapará por el resto de sus días, la aviación. Realizó su primer vuelo en solitario el 9 de julio de 1921, pero ya desde los doce años había sido un viajero de los vientos en compañía de un piloto. No es ocioso recordar que es el tiempo de los inicios de la aviación, sin embargo, Saint-Exupéry, será beneficiario de las estrategias de vuelo innovadas durante la Primera Guerra Mundial, donde personajes como el mítico Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, lograron grandes hazañas en el aire y llevaron el manejo de aviones de una rústica técnica al arte de enfrentar fuerzas de la naturaleza y fuerzas humanas.
Se une a la pionera empresa de correo aéreo Aéropostale, fundada en 1918. En 1928 es nombrado director de la compañía en el área del desierto del Sahara donde vivió en una casa de madera y durmió en un colchón de paja. Afirmaba que nunca había amado tanto su casa como cuando vivió en el desierto, el encanto no disminuyó cuando en 1935 cayó junto con su operador en medio de este desierto y tras días vagando bajo un sol que casi les arrebata la vida, fueron rescatados por un beduino.
Lo anterior es solamente un antecedente para llegar al punto biográfico del autor en el cual se encuentran los motivos de su inspiración para escribir Vuelo nocturno. En 1929 se traslada a Buenos Aires como director de Aeroposta Argentina. En esta ciudad desarrolló su labor como director, escribió y conoció a la que sería su esposa hasta su muerte, la salvadoreña Consuelo Gómez Carrillo. Nacida Consuelo Suncín, tomó como propios los apellidos de su segundo esposo, el diplomático guatemalteco Enrique Gómez Carillo, del que también heredó una gran fortuna y que la hizo viuda por segunda vez, pues ya había perdido a su primer esposo, un mexicano radicado en San Francisco que murió en un accidente de ferrocarril. Escritora y artista, amó y sufrió a Saint-Exupéry por quince años, no solamente por sus constantes ausencias propias de los pilotos aviadores, sino por el gusto del francés por las aventuras extramaritales. Se cuenta que la preciada rosa del libro de El Principito, publicado por el escritor en 1943, representa a Consuelo y al amor tornadizo que Saint-Exupéry sentía por ella.  En sus Memorias de la rosa, Consuelo escribió sobre Antoine: “El no era como las otras personas, era como un niño o un ángel que ha caído del cielo”. Quizá el ser amado por tantas damas en su infancia le permitió conservar en su vida adulta esa condición inocente e infantil tan atractiva para tantas mujeres que para amar a un hombre deben sentir que lo cuidan; además, su encanto, talento, espíritu aventurero y posición social, debieron dificultar la exclusividad al atraer tantas miradas fascinadas. Lo cierto es que quien se mueve constantemente crea mayor deseo en los otros, aparenta estar viviendo más y despierta en los sedentarios la  impresión de que su vida es aburrida, pero es solamente un efecto de la relatividad, pues se evalúa el movimiento de los demás a partir del propio movimiento, por tanto, el punto no es que el otro viva más, sino que el observador siente que está viviendo menos. Hay personas que consideran “vivir” a la acumulación de contenidos: conocimientos, experiencias, sensaciones, bienes, etc. Conciben el tiempo como un referente para optimizar la acumulación, por tanto, su prioridad es la acción. Hay quienes visualizan la vida como un trayecto, de ahí que el tiempo no sea el referente principal, sino solamente una condición de la existencia y es la reflexión su medio de realización. Saint-Exupéry, al menos en la flor de sus treinta, pertenecía al primer grupo, lo cual refleja en su novela  Vuelo nocturno.
Fabien a bordo de su avión inaugura el texto, lo que hace pensar en que será el protagonista y la tempestad su antagonista, al avanzar línea tras línea, Rivière, quien ocupa el puesto que el mismo Saint-Exupéry ocupaba en Aeroposta Argentina, va cobrando fuerza, alzándose como el héroe, quien encabeza una batalla, imponer la acción humana por encima de las fuerzas de natura, con la finalidad de economizar tiempo, nuestro personaje crea una red de vuelos nocturnos para agilizar el servicio postal: De esta manera los tres aviones postales de Patagonia, de Chile y de Paraguay regresaban del Sur, del Oeste y del Norte hacia Buenos Aires. Allí se esperaba su cargamento, para dar salida, hacia medianoche, al avión de Europa.
A sus cincuenta años, Rivière ha logrado la templanza necesaria para coordinar operaciones complejas, dando prioridad al cumplimiento de las acciones, evalúa su vida a partir de experiencias exitosas. La edad y la rutina en ocasiones le imponen destellos de sabiduría, las cuestiones alrededor de la vida lo atrapan temporalmente, pero las desecha como distractores en el cumplimiento de los objetivos, lo único que concibe valioso entre acción y acción, es la planeación misma de las acciones:

Rivière, responsable de toda la red, paseaba a lo largo de la pista de aterrizaje de Buenos Aires…. Se asombró de reflexionar sobre problemas que jamás se había planteado. Y, no obstante, volvía hacia él, con melancólico murmullo, la suma de deleites que siempre había eludido: un océano perdido. «¿Tan cerca está, pues, todo eso...?» Se dio cuenta de que, poco a poco, había aplazado para la vejez, para «cuando tuviera tiempo», lo que hace agradable la vida de los hombres. Como si realmente un día se pudiese tener tiempo, como si se ganase, al fin de la vida, esta paz venturosa que todo el mundo se imagina. Pero la paz no existe. Tal vez no existe siquiera la victoria. No existe la llegada definitiva de todos los correos.
 
       La gente de acción visualiza el descanso como su meta, la cual justifica los esfuerzos cotidianos, sin embargo, Rivière emerge del universo literario para mostrarnos el fin de la senda: la paz no existe y probablemente la victoria tampoco. Quien se enfoca en contenidos, requiere permanentemente de encontrar y llenar continentes, el vacío les resulta insoportable. Su mayor temor es que sus acciones no tengan sentido, que no exista nada que contabilizar, más es mejor.
Rivière valora a las personas a partir de su capacidad para concretar acciones, sin importar mucho sus talentos o sus proyectos personales. Un sistema impersonal requerirá siempre de un reglamento, la gran legislación de los procesos, el libro sagrado de las acciones. Rivière afirma:  El reglamento es como los ritos de una religión, que parecen absurdos pero forman a los hombres. La inteligencia es un peligro, inspira preguntas, lleva al cuestionamiento y por tanto a la subversión. El apego a las ordenes, a los procesos y al reglamento son los rasgos más valorados, esto lleva al protagonista a elaborar el siguiente juicio sobre el inspector Robineau: No es muy inteligente; por eso presta grandes servicios.
       El amor es riesgoso, amar implica tiempo, limita la acción y por tanto la acumulación: Amar, amar únicamente, ¡qué callejón sin salida! La prueba en contra del amor, es que mucha gente ha vivido sin él pero no ha nacido quien pueda afirmar que ha vivido sin tiempo. Rivière, queriendo encontrar un interlocutor ante su indiferencia frente al amor, dialoga con el contramaestre Leroux:

− ¿Se ha ocupado usted mucho del amor en su vida, Leroux?
− ¡Oh!, el amor, sabe usted, señor director...
− Sí, a usted le ha pasado lo que a mí; nunca ha tenido tiempo.
− Muy poco, ciertamente...
Rivière escuchaba el sonido de esa voz, para saber si la respuesta era amarga; pero no lo era. Este hombre experimentaba, vuelto hacia su vida pasada, el tranquilo contento del carpintero que acaba de cepillar una hermosa tabla: «Hela aquí. Ya está hecha.» «Hela aquí – pensaba Rivière -, mi vida está hecha.» Rechazó los pensamientos tristes que en él despertaba la fatiga, y se dirigió hacia el cobertizo, pues el avión de Chile zumbaba ya en el aire.

        Una falla aparece en su sistema, el avión que viaja desde la Patagonia, el que pilotea Fabien, se ha perdido, tras largas horas de localización, el diagnóstico de la situación es implacable, todo en la atmósfera circundante es tormenta, queda combustible para media hora de vuelo y el primer oasis para aterrizar posiblemente se encuentre a más de mil kilómetros. Ante esta crítica situación un temor merodea a Rivière, que aparezcan los elementos efectivos del drama, esos que tanto estorban al momento de intentar salvar a los hombres, ese llanto y desesperación de la esposa de Fabien que intenta eludir, pero no resulta posible. Su mayor preocupación, no es la vida del piloto, sino que sean cuestionados los vuelos nocturnos, se cancelen y disminuya la velocidad del servicio de la empresa.
       Un recuerdo de la infancia retorna a la memoria de Rivière, el vaciamiento de un estanque para buscar un cuerpo. La imagen del cadáver lo persigue, quizá por su estática. Para él, la vida no es problema, es la muerte lo que lo inquieta, es un límite a la acción: La vida se contradice tanto, que uno se las arregla como puede con la vida... Pero perdurar, crear, cambiar el cuerpo perecedero.  Atrapado en las redes de la reflexión, las que tanto le desagradan, un pensamiento hace presencia como una iluminación, la gran certeza de quien ve en la muerte el fin de la existencia, la raíz de toda serenidad y de todas sus angustias: Lo que tu persigues muere contigo. A partir de este planteamiento, somos un deseo retroalimentándose a sí mismo, somos la causa de nuestras propias causas, somos el fin de nuestros propios fines. Frente a este vacío, la acción se convierte en islote de sentido:

El objetivo, tal vez, nada justifica, pero la acción libera de la muerte. Esos hombres perduraban a causa de su navío¿Victoria? ¿Derrota...? Estas palabras carecen de significación. La vida está por debajo de esas imágenes y prepara ya otras nuevas. Una victoria debilita a un pueblo, una derrota despierta otro. La derrota que ha sufrido Rivière es tal vez una enseñanza que aproxima la verdadera victoria. Sólo importa el acontecimiento en marcha.

       Sólo importa el acontecimiento en marcha… Es la conclusión de Rivière, la cual deja más preguntas que respuestas: ¿hasta dónde se justifica la renuncia al bienestar individual con el objetivo de buscar el bien común?, ¿todo sistema social requiere de víctimas humanas para funcionar?, ¿es la domesticación de las emociones un gran logro de la modernidad?, ¿es la acción la mayor fuente de sentido en la vida humana?, ¿la inteligencia y el talento obstaculizan las tareas compartidas?, ¿la eficacia se impone sobre la biografía, esto es, no importa quien eres ni de donde vienes sino lo que sabes hacer?
        Vuelo nocturno, nos lanza al gran debate que ha ocupado a numerosos filósofos desde la mitad del siglo XIX, trascendencia vs. inmanencia, o lo que es lo mismo, ¿debemos buscar el sentido en algo diferente a nosotros mismos o debemos orientarnos por guías personales? Resulta difícil engranar las dos, considero que una de las fuentes de ansiedad en la actualidad es que las personas buscan trascender siendo ellas mismas, sueñan con diseminar su yo como mensaje viral, inspiradas (¿engañadas?) por un incesante desfile de personajes, que a través de conferencias, libros o artículos, afirman haberlo logrado. Prefiero permanecer en el lugar de la sospecha, creo que hay muchas personas pertenecientes a la “extraña raza de gente” de la que habla Emile Gauvreau: que pasa su vida haciendo cosas que detesta, para ganar dinero que no quiere, para comprar cosas que no necesita, para impresionar a gente que le desagrada.


martes, 5 de junio de 2012

De donde no se vuelve


Me muevo hacia delante para atrapar mi propio tiempo
y el tiempo va siempre hacia atrás…
De donde no se vuelve.

Alberto García-Alix

       Es cuatro de abril del año dos mil doce, recorro el andador Macedonio Alcalá, puente entre dos centros de ascensión espiritual, vena que une la Catedral de la ciudad con el Templo de Santo Domingo. Colores, olores y sabores vuelan hasta los sentidos, recuerdan al visitante que si la diversidad tuviera un hogar se localizaría en Oaxaca. El sol amenaza con hervir el pavimento y abrasar la piel, en un orden que sólo natura puede imponer, los caminantes nos organizamos sobre una estrecha franja de sombra como hormigas en dirección al nido.
Rastreo sin buscar, el impulso me lleva al Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO), aunque me remite a su similar en Monterrey, las dimensiones del sureño son tan sólo una escala del norteño, pero el recuerdo de haber sido sorprendido por la obra de Julio Galán en la tierra regiomontana me hace pensar en la oportunidad de ser atrapado nuevamente por una obra. Las primeras salas me hacen sentir como en esos espacios necesarios de un museo de arte, una obra temática pero lejana a las entrañas de lo humano. Recibo un obsequio de una pared de un patio interior, una frase del oaxaqueño Rufino Tamayo: “No quiero retratar el árbol o el hombre, sino rehacerlos, ‘recrearlos’. Para mí esta es la función del arte. Y esta recreación se hace por medio de la poesía”. Con esperanza renovada subo unas escaleras donde me encuentro con una sala de video donde se proyecta una especie de documental del fotógrafo Alberto García-Alix. Temeroso ingreso al ala obscura, experimento resistencia frente a obras artísticas donde el creador parece dirigirse a especialistas, asumiendo que el espectador conoce toda la historia del arte occidental y desde ese lugar de privilegio tendrá el honor de entender su propuesta.
Encuentro un desfile de video y fotografías en blanco y negro, contextualizadas por  la narración de una voz rasposa al estilo Joaquín Sabina, ese peculiar sonido que emana de gargantas donde el alcohol y el tabaco han hecho surco.  No es el buen Sabina, es el mismo García-Alix quien sigue un guión que él mismo ha escrito, al cual llamó De donde no se vuelve. La circulación de 200 fotografías capturadas entre los años 1976 a 2008 sumada a la locución de un sobreviviente de la batalla de las jeringas, me hipnotiza, un híbrido se apodera de mi pecho, donde danzan abrazados la fascinación y el espanto, los rostros tan vivos y altaneros de yonkis que se eternizaron en la juventud, momificados por lo que el mismo García-Alix llama los excesos del pasado:

Vapores de opio donde el tiempo es sombra.
Vapores de opio sueñan letras chinas. Vapores de opio sueñan letras chinas.
Morfina…
Pentazocina. Palfium. Dolantina. Pentapón. Sosegón…
Pentazocina. Palfium. Dolantina. Pentapón. Sosegón…
Ampollas de clorhidrato mórfico… Ampollas de clorhidrato mórfico…
Heroína… Heroína…
El limbo que antecede al infierno. El limbo que antecede al infierno.
El fracaso narcotizado no duele, tampoco el miedo…
Carlitos Gardel en cucharilla de plata…
¡Hay que bailar! Y eso hicimos la mayoría de la pandilla
Tere y yo, Willy, Fernando, Rosa, Chito y Magui, Manolo…
Como en un homenaje, se nombra a las caídas y los caídos por las flechas de heroína, miro las imágenes como si frente a mí se encontrara el anuario de un panteón: “Por favor, sonrían, graduados de la vida, generación 1980”.
El primero en morir fue mi hermano Willy y la primera en nacer
fue su hija Nuria.
Una lección magistral de vida.
Teresa estaba convencida de que éramos jóvenes con alma de héroe
y Fernando decía que vivíamos desencajados en un estrato marginal.
Mi única disciplina era la misma que hoy: hacer fotos.
Los amigos de aquellos días y nuestra común odisea, congelados.
Éramos jóvenes. Ingenuos. Irreverentes. Inquietos. Agitadores… Creativos…
Larga vida al Rock ‘n’ Roll!
Pero, para muchos de nosotros, nuestro error fue que nuestra mística
estaba anclada a una épica destructiva.
En esta luz que anestesia el remordimiento, renace el deseo...
Si pudiese me daba un homenaje.
Por matar el miedo soy capaz…
Capaz de cualquier delito.

     Nuestro error fue que nuestra mística estaba anclada en un épica destructiva… Describiendo a jóvenes de hace más treinta años, la frase podrían apropiársela muchos jóvenes de la actualidad, es un enunciado para un domingo, las generaciones noveles han abandonado los confesionarios como sitio expiatorio, ahora cumplen su acto de contrición en sus habitaciones, enterrados en sus camas, “crudeando” o luchando contra los espectros de una noche de anfetaminas, sedientos de serotonina, escarban entre sus drogas suaves para matar el miedo y no ser arrastrados por el pánico o la depresión.
       Educados para recorrer líneas, caminamos desde la infancia impulsados por la idea de avanzar, de ir hacia delante, del progreso. Es nuestra mentira más valorada, diariamente nos imponemos el reto de “mejorar”, lavamos y enceramos nuestra carrocería para lanzarnos a la vorágine donde miles o millones, depende donde vivamos, se mueven bajo el mismo precepto. En cada esquina encontramos a los nuevos profetas, quienes proclaman la felicidad afirmando que quien no es feliz es culpable de su condición, pues la alegría es tan abundante como el aire que respiramos, por tanto, basta desear la felicidad para que ésta llegue a nosotros y nos impregne como el más denso perfume. De ahí que andemos disfrazados de optimismo, complementando nuestro atuendo con amuletos contra “la mala vibra”, contra esos “otros” que no han verificado su emisión de contaminantes y amenazan con obstruir nuestro proceso de “atracción” de las energías positivas.
Detrás de este primer plano se despliega la condición humana, ese universo al cual la piel hace frontera, donde hierve la subjetividad combatiendo a cada instante para intentar engranar sus fuerzas con ese afuera, esa realidad plagada de estímulos, riesgos y otros cuerpos con su respectiva subjetividad. La conciencia de nosotros mismos, es un don paradójico obsequiado por la evolución, saber que estamos, pero sobre todo saber que somos, nos motiva a desear que de ese ser emanen formaciones, creaciones que nos confirmen o que impacten en los otros. Pero la misma conciencia nos lleva a  visualizar nuestra finitud, a ubicarnos en pasado y futuro, sumados a un presente que se nos escapa perpetuamente. Nuestra relación con el tiempo nos empuja a la obsesión por vivir, haciendo de la vida algo extraordinario cuando en realidad es algo dado, a diferencia de los animales no humanos, nosotros condicionamos la existencia a ciertos criterios que nos llevan a calificarla de buena o mala.
Síntoma de la aspiración a la felicidad perpetua, los yonkis mutan en happy face, se burlan del esfuerzo, hacen de su limbo un Parnaso, seducen a musas inventadas por ellos, ensoñando una vida asombrosa, pero el tiempo les muestra su creación, un cráter tallado por su girar sobre sí mismos:

Fernando, la noche que murió, mirándome fijamente, dijo:
«Respirar… Un día más.»«Respirar… Un día más»…
Fernando decía que lo que aprendió en sus últimos diez años de vida cabía
en una caja de cerillas.

Ahogado en drogas, angustia y paranoia; solo, no por voluntad, sino por la extinción de su mundo, García-Alix se curó en el encuentro:

Mordí el corazón de un pájaro…
Pero mi alma mira. Mira hacia delante.
Se busca a sí misma. Se busca a sí misma.
Hoy con Laoda y mañana en otros ojos.
La magia de la vida es el encuentro.
El encuentro nos mueve. Nos posiciona… Nos acerca.

       Sus fotografías congelaron el tiempo, pudo ser dios de manera intermitente, en los momentos donde el disparo de su cámara abría su ojo para  alojar la memoria. García-Alix, abandona la mística de la épica destructiva para entregarse al éxtasis de las luces y sombras, a la mística de la imagen, la cual es aún ficticia, pero es más tangible y duradera que los arrebatos por heroína. Las siguientes líneas de Alberto García-Alix, son las que acompañan el último acto de su video, es una cita extensa, pero fragmentar el texto implicaría romper su maravilloso ritmo, sería negarle a la lectora o al lector de este escrito, arribar Al otro lado de la vida… De donde no se vuelve por la vía construida por el fotógrafo, quien nos obsequia estas explosiones de subjetividad y nos invita a pensar en nuestra propia vida, a inventariar las fotografías que nos llevan  una y otra vez adonde no volvemos, a los momentos en que habitamos  cavernas, a periodos sórdidos donde hicimos de la autodestrucción nuestra mística y del dolor nuestra ceremonia sagrada. Regresar a ese otro lado de la vida, simplemente para sonreír por sabernos todavía vivos y ponernos menos serios pues hagamos lo que hagamos, nuestros retratos serán en cien años, como dice García-Alix, los de un cadáver.    
       Recomiendo acompañar la lectura con la pieza Like a dream del genial Zbigniew Preisner: http://www.youtube.com/watch?v=PA97WPmdJZY


No puedo tener una mirada inocente. Mi intención nunca es honesta.
Es maliciosa. Es maliciosa.
Recojo ecos vivos de lo que vieron mis ojos.
Recojo ecos vivos de lo que vieron mis ojos.
Poseer presencias me excita. Me alimenta.
En esos momentos ni yo me conozco.
Fotografío lo vivo como ya muerto, con la intencionalidad de un forense y…Fotografío lo vivo como ya muerto, con la intencionalidad de un forense y…
¡Ahí te quiero ver! No es fácil.¡Ahí te quiero ver! No es fácil.
Un juego masoquista, atrapar mi suspiro en la foto.
La fotografía se asienta en la fe de lo que es visible. La fotografía se asienta en la fe de lo que es visible.
Por tanto, el suspiro no puede verse pero fotografiar me obliga a encontrarlo. Por tanto, el suspiro no puede verse pero fotografiar me obliga a encontrarlo.
A multiplicar lo que miro. A multiplicar lo que miro.
Jugar con el exceso de ver y de verme…
Delimito el espacio.
Decido el cómo y el dónde mirar. Decido el cómo y el dónde mirar.
Mirar por la cámara protegiéndome y encerrándome por fin en mí mismo.
Tras la cámara me convierto en un cíclope.
Un único ojo anhelante. Un único ojo anhelante.
La toma fotográfica me lleva al trance…
¡Ah! ¡Cazar el momento!
Apropiarme de ese algo más que busco…
Apropiarme de ese algo más que busco…
¡Poseer…!¡Poseer…!
Sí, poseer con malicia. Intencionadamente.
Me muevo en la noche intentando iluminar mi sombra.
Si ayer fotografiaba silencios, hoy fotografío mi propia voz.
Este viaje tejido sobre una memoria de luces, destellos, ilusiones ópticas,
persigue una revelación.
Un puente.
Un puente sobre el abismo. Un renacer constante.
El aliento.
Una vez más una convulsión me agita…
La tensión de un anhelo eternamente insatisfecho conduce mis ojos.
Los detiene…
Sombras rotas… Letras chinas…
Fundido en ellas redimo los reproches del destino…
Me consuelo…
Un ajuste de cuentas: 214 x 1 = 317.
Camino bajo farolillos rojos...
Nietzsche dijo que no hay mundo sin espejo.
Un espejo para desnudar el alma.
La escenografía visible de un sentimiento al compás de mis emociones.
Hoy tengo la conciencia de que una forma de ver es una forma de ser.
Soy fotógrafo.
La fotografía es el espacio donde imaginarme.
En la fotografía, destino y presente sueñan en el latir de un fragmento de tiempo,
un permanente pasado.
Un permanente pasado…
No hay retorno posible.
Con las fotografías un mar de recuerdos se despierta.
Se agita. Se encrespa…
Fotos y más fotos que dejan tras de sí un eco. El eco de mis pasos.
La fotografía es un certificado de presencia... De ausencia.
La fotografía es iconografía de muerte. Está en su naturaleza.
En ella ya no somos como somos. Somos como éramos…
Ciertamente en la fotografía hay un elemento fatalista.
En cien años todos calvos. Quiero decir que una colección de retratados
es una colección de futuros cadáveres.
La fotografía es un poderoso médium.
Nos lleva al otro lado de la vida.
Y allí, atrapados en su mundo de luces y sombras,
siendo sólo presencia, también vivimos.
Inmutables. Sin penas. Redimidos nuestros pecados.
Por fin domesticados… Congelados.
Al otro lado de la vida... De donde no se vuelve.