martes, 24 de junio de 2014

Charles Lasègue y el nacimiento de la anorexia



Han pasado más de ciento cuarenta años desde que Charles Lasègue (1873) delimitó la sintomatología de la anorexia en su artículo clásico Sobre la anorexia histérica, aún así el padecimiento todavía guarda profundos misterios. Se le ha querido etiquetar como mal de época, pero Ginette Raimbault y Carroline Eliacheff (1989) en su libro Las indomables. Figuras de la anorexia, nos aportan extensos y estructurados argumentos para mostrarnos que ya en la Grecia clásica, se encuentran expresiones de los síntomas en narrativas como Antígona de Sófocles. Por otra parte, los escritos y biografías de las místicas católicas se encuentran selladas con las ideaciones y conductas propias de la anorexia, las autoras se detienen en el análisis de Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia Católica que vivió en el siglo XV. También sale a escena, la famosa Sissi, Isabel de Baviera, Elisabeth de Austria-Hungría, quien fue inmortalizada por el director cinematográfico Ernst Marischka en su trilogía: Sissi, Sissi emperatriz y El destino de Sissi; estelarizada por Romy Schneider. Se dice que Sissi era una de las mujeres más bellas de su época, cuando vemos sus fotografías descubrimos que quizá en la actualidad no estaría considerada dentro de los más altos estándares de belleza, sin embargo, sus vestidos victorianos y su arreglo le daban un aire acorde a su posición, imperial. Estos mismos atuendos  le permitieron ocultar su delgado cuerpo el cual sometía a estrictas dietas y exhaustivos ejercicios. Por último, Raimbault y Eliacheff (1989), nos ofrecen el semblante de Simone Weil, la filósofa francesa de origen judío que renunció a su bienestar burgués para vivir las penurias de los más desfavorecidos de su sociedad. Al igual que sus antecesoras, Weil comía lo mínimo indispensable para sostenerse en pie, al tiempo que manifestaba hiperactividad, en su caso, esto implicó trabajar por temporadas como obrera en diferentes contextos, lo cual hacía hasta que su cuerpo se derrumbaba y requería una recuperación. Murió a los 34 años enferma de tuberculosis y desnutrida.

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miércoles, 18 de junio de 2014

Sonrisas, el código del Homo-Empathicus


Para Lilia Barajas, con toda mi empatía.
El pie de tus mensajes de correo dice:
“Lo que más me gusta al compartir, es tenerlos presentes”.
Te parafraseo:
“Lo que más me gusta al escribir, es saberlos presentes”
Hoy estás conmigo en esta celebración de la sonrisa,
y yo estoy presente contigo,
mis palabras son aves
que desde aquí te hacen llegar mi voz,
con un mensaje de aliento para tu pronta sanación.


Cuando sonríes… El mundo entero sonríe contigo
Louis Armstrong, When you’re smiling


Dos Mujeres en la ventana me observan, una cubre su sonrisa, la otra me la obsequia, cuentan los que saben que son prostitutas, pues han leído el Viejo vocabulario de refranes publicado por Correas en 1627, donde se cita aquél de: Moza que se asoma a la ventana cada rato, quiérese vender barato. Esto me deja sin cuidado, al menos su sonrisa es gratuita y como ciudadano digital puedo mirar a esas bellas españolas en cuanto les extraño, me hacen sonreír, también reflexionar sobre las nuevas ventanas que se abren en nuestro mundo, como las redes sociales en internet. Cierto que los criterios han cambiado, Murillo retrató a las jóvenes en el siglo XVII y mostrarlas asomadas en una ventana era un signo que indicaba su labor en la prostitución, hoy la gente se “asoma” desnuda frente al ojo digital como expresión de resistencia y libertad.
Es reconocido el poder de la sonrisa de La Gioconda, su mismo nombre remite a una persona agradable, llena de vida, pero con una connotación  juguetona. Es la que juega a reír o, mejor aún, la risueña. La sonrisa es un elemento constante en los personajes de las pinturas de Leonardo da Vinci, basten algunos ejemplos: La adoración de los magos; La virgen de las rocas; Santa Ana, con la Virgen y el Niño o San Juan Bautista. No sucede lo mismo con la obra, tanto pictórica como escultórica, de Michelangelo Bounarroti, cuyos personajes expresan ira, tristeza, templanza, indiferencia, pero no sonríen.  Esto me hace pensar como la obra de Michelangelo suele generar admiración y devoción, mientras que la pintura de Leonardo despierta empatía, el primero nos vincula con lo mítico, con seres que se mantienen a gran distancia de nosotros, da Vinci nos acerca a los dioses, La última cena es un mural que invita al convite, uno se integra a la escena. Por esto será difícil que surja un Código Bounarroti, hasta el más alto talento queda opacado frente a las sonrisas.
La sonrisa de Marilyn… –minuto de silencio. Durante mi adolescencia tuve en mi habitación una fotografía en gran formato de Marilyn Monroe con un frasco de Chanel N.5 en su mano izquierda mientras con la derecha se impregna del perfume, todo esto acompañado de una placentera sonrisa que la induce a cerrar los ojos, representación autoerótica de quien se sabe mirada sin mirar. Cada noche antes de dormir y cada mañana al despertar podía ver la sonrisa de Marilyn, en mis divagaciones psicoanalíticas he llegado a pensar que esta devoción se debía a que tenía un cierto parecido con la imagen de un ángel de la guarda muy conocida en aquella época donde aparecía cuidando a dos niños, la cual formó parte de mi repertorio icónico-católico infantil. Pero no todo en la infancia es destino, por lo que mi conclusión actual es que me conmueve la sonrisa de la Monroe, es un claroscuro inquietante, la diosa de la depresión ostentando una brillante y perfecta dentadura enmarcada por unos sugerentes labios rojos. No es una sonrisa de bienvenida, es un gesto de eternidad antes de morir.
En los terrenos del más acá, recuerdo con una sonrisa que no cesa la noche en que un querido primo rió sin interrupción durante una hora. Si bien, la risa no se equivale con la sonrisa, esta vivencia me mostró los límites de la empatía. Estábamos reunidos varios amigos y amigas, cuando una de ellas que se había ausentado un momento regresó y en cuanto mi primo la vio empezó a reír, pasados unos segundos nos contagiamos los demás, salvo la detonadora, quien se molestó al sentirse el foco de la burla grupal. Los segundos siguieron su curso y ya cansados terminamos la risa, excepto mi primo que continuaba, llegó así el momento de los: “ya,ya,ya”, “¿qué te pasa?”, “este ca…”. Todo aquello que enunciábamos intensificaba su risa, gente entraba y salía, su risa continuaba. Quienes encontramos la situación muy cómica, improvisamos un performance, discutimos alrededor de él sobre la causa de la risa, le agregamos algunos elementos decorativos, era en la prehistoria de los teléfonos móviles por tanto no hubo selfies ni otro tipo de registro. La risa continuaba, nuestro estado de ánimo comenzó a oscilar entre el enojo y la preocupación. Hubo quienes lo dieron por perdido, se descartó una variación de síntoma alcohólico pues él no bebía, la detonadora decidió irse. La solución fue dejarlo solo con su risa. Años después supe de una sintomatología descrita por primera vez en 1903, la cual es un prodrómico a un accidente vascular cerebral, se denominó Risa loca (fou rire) y su manifestación es una risa incontrolable por varias horas. No fue el caso de mi primo, todo se explica con una paráfrasis de una canción de los Enanitos verdes que solíamos cantarle: El es el rey Gerardo (en el original: El es un rey extraño), un rey de pelo largo.
Mentiría si afirmara que recuerdo la primera sonrisa de mi hijo, pero como no pretendo estar en el cuadro de honor del apego, lo que me importa es que verlo sonreír es mi ansiolítico. Como narraba, cuando era adolescente me despertaba con la sonrisa de Marilyn Monroe, ahora lo hago con las sonrisas de mi hijo, tengo fotografías suyas sonriendo desde varias de sus edades. Cuando estamos juntos nuestro juego más preciado es hacernos sonreír y reír. Él me sorprende con sus ocurrencias, le gusta contar historias, las cuales llena de frases maravillosas, una vez a los siete años y con gran sorpresa mía, enunció ésta: ¿Te imaginas la palabra maldito en una presencia tan noble? Pensé que podría ser el inicio de una novela o una frase dicha por una voz en off en la primera escena de una película. Por su parte, él es el único espectador que conoce todas mis imitaciones de voz, mi galería de gestos completa,  así como mis narraciones más estrambóticas. Su sonrisa es el cruce de lo sincrónico con lo diacrónico, es una constante variando en el tiempo.
En la década de los 80’s del siglo pasado, hubo un programa televisivo para adolescentes en México que se llamaba XE-TU, el conductor era el hoy actor René Casados y su frase era: “Siempre sonríe y la fuerza estará contigo”, era una especie de Maestro Jedi del optimismo. Entre estos sacerdotes del bienestar, saturados de recursos para vencer todo mal, siento algo de temor de afirmar que me gusta sonreír, sin embargo, sonrío. La lectura del maravilloso libro La edad de la empatía, del biólogo Frans de Waal, me ha mostrado como una buena parte de eso que denominamos “lo humano”, en realidad es compartido con casi todos los mamíferos, las maravillosas narraciones del trabajo que hace con primates, así como sus experiencias con otras especies como elefantes o gatos, es una enseñanza plena de sabiduría. De Waal nos ayuda a bajar de nuestra quimera humana para mostrarnos que un elevado número de nuestras decisiones las tomamos con los mismos recursos que los macacos o los delfines, y sobre todo, nos ofrece diferentes pruebas de que una de nuestras principales características como mamíferos es la empatía, que constituye un código no racional que nos impulsa al vínculo, a la compasión, al cuidado y la imitación con y de los otros, sean estos animales o personas. Me gustó y rompió con muchos de mis prejuicios su explicación de cómo las conductas en los animales son un repertorio que no está determinado completamente por los genes, ni por condicionamientos, sino que pueden ser dirigidas a diversos fines y transmitidas a otras generaciones. Narra como una chimpancé en un momento descubrió que podía beber agua mojando su brazo y recuperando el líquido de ahí, así lo hizo el resto de su vida,  al igual que sus hijos y sus nietos. Entre las conductas que pueden cohesionar al grupo y disminuir la agresión está la sonrisa, como gesto espontáneo es un código universal. Cuando una persona no sonríe genera inquietud en el resto, de alguna manera se deshumaniza, borra al otro. Por otro lado, la sonrisa como imperativo secuestra la espontaneidad del gesto y genera una especie de coreografía relacional artificial, donde pasada la representación queda al descubierto la falta de intención.
Me parece que Frans de Waal nos aporta referentes científicos para abordar problemas como el bullying y la violencia. Como él afirma, la agresión se encuentra dentro de nuestro repertorio de posibilidades, sin embargo, la empatía nos permite reconocer el daño y el dolor en el otro. El autor comenta que si bien el concepto empatía es el que puede compartirse con mayor facilidad, lo convence más el vocablo alemán Einfühlung que significa Sentir dentro, esto es, conectar internamente con el sentir del otro. En lugar de buscar soluciones judiciales que alimentan el panóptico del poder o de llenar de mensajes las redes sociales con mensajes que nunca llegan a los destinatarios, conectemos con los niños, sintamos dentro lo que ellos viven y desde ahí fomentemos la empatía.  Recordemos que la violencia es una forma de defensa, si un niño violenta es porque siente el impulso a defenderse de algo, en ocasiones difuso. Por tanto, la violencia es una manifestación de las fallas en un sistema humano, que no logra crear las condiciones de seguridad y convivencia. La respuesta no está afuera, está en nuestra propia condición como especie, en nuestra condición mamífera que compartimos con más de cinco mil especies.
Les dejo con un chiste breve que espero les invite a la sonrisa: “¿Qué le dijo el panadero al teólogo? Respuesta: No hay masa ya”.






martes, 10 de junio de 2014

Tres canciones desesperadas, tres formas de amar: melancólica, esquizofrénica y bipolar.


El mundo fue sólo de los dos
y para los dos,
su hogar, unas nubes tendidas al sol,
en sus miradas amor,
en sus respuestas sí,
y para su dolor, un sólo fin.
Él se fue,
los cabellos pintados de gris,
ella dejó de cuidar las flores del jardín y le decía:
“Ven, tenemos que vivir”.
Y los muchachos del barrio le llamaban loca,
y unos hombres vestidos de blanco le dijeron: “Ven”.
Y ella gritó: “No señor, ya lo ve, yo no estoy loca.
Estuve loca ayer, pero fue por amor”.

El riesgo de un amor para siempre es el inevitable encuentro con la muerte, aún con la esperanza del re-encuentro metafísico, la separación corporal deja una hendidura dolorosa e inquietante. Lo que fue plural se convierte en un incierto singular, se desvanece el “nuestro” sin recuperarse el “mi”. La mitad vacía de la cama es un abismo, señal de ausencia, espectro intocable de un cuerpo que por instantes intermitentes fue una sola carne con quien sobrevive. Es el amor melancólico, ese que sólo puede pervivir anudado al ser perdido, apego a un amante fantasma, que duele aunque ya no esté. Es el amor cantado por José Luis Perales en su poema musical Le llamaban loca y llevado a la fama por el grupo vasco Mocedades. A la protagonista la separación del amante la encierra en una profunda anhedonia, en el pozo donde se conserva una sola luz, el recuerdo del que se fue. Y los muchachos del barrio le llamaban loca, es una imagen maravillosa para representar a ese otro que observa a la doliente sin un ápice de empatía, vivimos en la peor época para sufrir, el dolor es considerado una enfermedad y una afrenta a las aspiraciones optimistas de los demás, quienes presurosos pretenden ocultar toda evidencia de falta, sin importar que sea en el psiquiátrico, el asilo o la tumba. Cuando está por atraparla el brazo médico, la doliente grita: “No estoy loca”, lo cual es cierto, pues de otra manera no sentiría la punzada de la ausencia del amante, su drama es conservar la razón aún sin razón, pues la vida en adelante será sólo la espera de la muerte.

Penélope, 
tristeza a fuerza de esperar, 
sus ojos, parecen brillar 
si un tren silba a lo lejos. 
Penélope,
uno tras otro los ve pasar,
mira sus caras, les oye hablar, 
para ella son muñecos. 
Dicen en el pueblo 
que el caminante volvió. 
La encontró 
en su banco de pino verde. 
La llamó:
"Penélope, mi amante fiel, mi paz, 
deja ya de tejer sueños en tu mente, 
mírame, soy tu amor, regresé". 
Le sonrió,
con los ojos llenitos de ayer, 
no era así su cara ni su piel. 
"Tú no eres quien yo espero". 
Y se quedó, 
con su bolso de piel marrón 
y sus zapatitos de tacón 
sentada en la estación.


Adiós amor mío, no me llores, volveré antes que de los sauces caigan las hojas. Piensa en mí, volveré por ti. Amor sin metáfora, esclavitud a la palabra, a ese Otro que si no se crea, destruye. Letra que se graba en el devenir, sin posibilidad de re-significaciones. Confrontación radical con lo real, el amante no puede irse, existe o no existe, en presencia está, en ausencia está por llegar, como el Godot de Samuel Beckett. Su desaparición implica el cerramiento inminente de la brecha que hace posible lo otro, es la vuelta a la fusión, al útero materno. Es el amor esquizofrénico, como el de Penélope de Joan Manuel Serrat, que nada tiene que ver con la cantada por Homero en la Odisea, salvo por la espera del amante. La esposa de Ulises, tiene una evidencia tangible del amor de su amante, su hijo Telémaco, al tiempo que el no tener noticias de la muerte del héroe, es la señal de su posible regreso. No así la Penélope de Serrat, a quien le bastaron unas cuantas palabras de Un caminante, esto es de lo efímero, para dedicar su vida a su espera, vestida igual que cuando lo conoció porque de otra manera no la reconocería, esto es, es un amor totalmente imaginario el cual depende de la continuidad de la similitud, por eso cuando años después regresa el amante, él la reconoce (está igual), pero ella a él no (ha cambiado), pues no es a quien ella espera, esa representación que se congeló en el tiempo que es metonimia de su amante, esto es, signo que no puede transformarse, a-simbólico. Penélope no espera a Un caminante sino a El caminante, aquél que le mostró que podía amar a otro.

Antes de que empiece a amanecer
y vuelvas a tu vida habitual, 
debes comprender que entre los dos
todo ha sido puro y natural.
Tú loca manía,
has sido mía
sólo una vez.
Dulce ironía.
Fuego de noche, nieve de día.
Luego te levantas y te vas,
él te esta esperando como siempre,
luces tu sonrisa más normal,
blanca, pero fría como nieve
Tú, loca manía,
has sido mía
sólo una vez.
Dulce ironía.
Fuego de noche, nieve de día.
Y mientras yo, me quedo sin ti,
como un huracán rabioso y febril,
tanta pasión, tanta osadía.
Fuego de noche, nieve de día.

Oxímoron habitando el corazón, contrarios que no logran preservar el amor, gemelos disímiles arrebatándose la misma perla. Impotencia para conciliar las dos caras del amor, miedo que ahoga la euforia en los pantanos del desencanto, ansiedad que disfraza al dolor con las pieles de la vehemencia. Fuego de noche, nieve de día, apego que por las noches es Afrodita arrastrando a Adonis al éxtasis extremo, y de día es Perséfone, la diosa fría del inframundo, gobernante de los fantasmas pasados, quien atrapa a Adonis en las tinieblas de ese amor perdido tempranamente y para siempre. Es el amor bipolar, el cual transita del arrullo caluroso de la madre vibrante, al estatismo de la madre muerta, que aún respirando no transpira vida. Y mientras yo, me quedo sin ti, canta Ricky Martin, dando cuenta de la amante elusiva que arde en la negación de la falta y se congela bajo la nevisca del abrazo ausente.

Tres formas de amar, tres rostros de una sola aspiración, tres desengaños del amor bonito. El amor es un poliedro vitalizado por el rizoma del que emergen nuestros apegos, el romance es el acoplamiento en el espacio y el tiempo de dos caras que se presumen compatibles, mientras tanto los poliedros siguen girando, de ahí que sólo se pueda señalar “Al amor de mi vida” al momento de la muerte, esto a condición de que haya existido.


lunes, 2 de junio de 2014

El Vals Alejandra, una historia de familia



Cuenta la Ramirada que la tía Alejandra era muy hermosa, hablan de sus veladas en la plaza Machado y el teatro Rubio, donde era asediada por legiones de pretendientes, a los que ella, con su educación de institutrices y profesores privados, obsequiaba una mirada para después olvidarles. Se dice que una de esas noches la conoció Rafael Oropeza, quien al verla vaporosa, elevada en la belleza de sus diecisiete años, derramó su corazón para ofrecérselo de alfombra. Fue tal su fascinación que buscó al músico Enrique Mora, compositor de la conocida Orquesta de los Hermanos Mora. Le pidió un vals en honor de su amada, ante esto, el músico seguramente aseveró “Si se me permite preguntar ¿cuál es el nombre de la divina dama?”, a lo que Oropeza respondió: “ Alejandra Ramírez Urrea, la hija de Don Alejandro y Doña Elodia”, a lo que Mora quizá refrendó “Poco será mi arte frente a tal beldad, pero con su nombre en el Vals, todo se enmendará”.
 En la plazuela Machado, corazón social de aquel añejo Mazatlán, se estrenó el Vals “Alejandra” el 15 de julio de 1907, interpretado por la Orquesta de los Mora, fue recibido con beneplácito del público. Con la presencia de la agasajada, quien fue solicitada con insistencia por parte del enamorado, la noche anunciaba el tan esperado sí. Los aplausos llovieron al concluir la pieza, el compositor se acercó para entregar en propia mano la partitura a la entusiasmada joven, resaltaba su nombre en letras oscuras y grandes “ALEJANDRA”, ella dejó su asiento para recibir el obsequio y agradecer, ¿qué perla más grande puede haber para la vanidad de una joven doncella mazatleca que ser la estrella de una noche en la plaza Machado? Un rumor de permanencia  ya comenzaba a sonar: “Tu vals te sobrevivirá y serás conocida allende este siglo”.  
Pero no olvidemos al verdadero orquestador de toda esta maravillosa noche, Rafael Oropeza. Tras el agradecimiento de la dama Ramírez, Enrique Mora le hizo saber los motivos de su composición, así apareció mágicamente el encandilado joven, quien inmediatamente le preguntó si le había gustado su vals, con lágrimas en los ojos ella respondió que le había encantado, gesto que infló de esperanza a Rafael, así que la tomó de las manos al tiempo que murmuró en su oído si le gustaría que le tomara sólo una mano, pero para siempre. Alejandra Ramírez Urrea, no sólo hermosa sino inteligente, tan sólo soltó sus manos sin responder, Oropeza entendió que la inextinguible sonrisa y las emocionadas lágrimas no eran expresión de un amor recíproco sino una vanidad mimada , se retiró sabedor de que todo había concluido.
Nueve años después, Alejandra se casó con José María Retes y tuvieron tres hijos. Rafael Oropeza se casó y se fue a vivir a la Ciudad de México, más de mil kilómetros de distancia parecieron suficientes para dejar atrás las notas de ese Vals que le otorgó memoria pero selló su adiós a la amada Alejandra. Enrique Mora murió siete años después a causa de un mal hepático, su nombre figuró en la Orquesta Clásica de México de las festividades oficiales del Bicentenario de la Independencia de México, Alejandra le regaló la inmortalidad y él le correspondió de la misma manera.
Narra también la Ramirada que la tía Alejandra murió en Monterrey y su sepelio se acompañó con las notas de su Vals, paradójico destino para una pieza compuesta para celebrar su joven belleza, un vals trastocado en marcha fúnebre. Pero no hay que perturbarse, son contadas las personas cuyos nombres han encabezado la partitura de una obra orquestal, eso lo entendió bien la tía Alejandra, por lo que hizo de esta melodía la música de su vida y, al final, de su muerte.
Se suceden los párrafos sin que de cuenta de mi tono familiar con la que sin recato llamo tía. Resulta que de tener cuatro apellidos mi tercero sería Ramírez y el cuarto Zazueta, uno de Mazatlán, otro de Culiacán, mazatleco de padre y culichi de madre, aunque suene chocarrero. Mi bizabuelo se llamaba Miguel Ángel Ramírez Urrea, era hermano de Alejandra, una de sus hijas fue Carmen Ramírez, mi abuela, madre de mi padre, Miguel Ángel, homónimo de su abuelo, al igual que mi hermano. Mi abuela, excelente interprete de piano, nos solía deleitar con la versión para piano del Vals Alejandra, era un ritual de familia durante el cual yo escuchaba una lluvia de halagos para la tía Alejandra, pero  mi mente infantil se perdía en las ramas de las generaciones. Años después, viendo la película Santa Sangre de Alejandro Jodorowsky, que se ubica entre mis largometrajes más queridos, volvieron las notas de aquel vals de las narrativas de mi infancia, en ese momento sentí una profunda conexión con ese universo de la Sinaloa pre-revolucionaria donde se gestaron las glorias de mis familias paterna y materna, tiempo y lugar míticos que como Macondo o Comala, han sido devorados por la vorágine contemporánea, desdibujando el aura de la doncella, el enamorado y el músico tejiendo no el amor, sino su trascendencia en medio de la plaza Machado.
A la Ramirada se entrelaza otra historia en la que no me extenderé pues se puede consultar en múltiples fuentes históricas. La tía Alejandra y por tanto el bizabuelo Miguel Ángel, eran sobrinos nietos de Ignacio Ramírez “El Nigromante”, quien tuvo el complejo perfil de los reconocidos liberales mexicanos del siglo XIX: Escritor, poeta, periodista, abogado, político e ideólogo. Su apodo “El Nigromante” nació en su época de periodista junto a su amigo Guillermo Prieto. Este tío muy lejano, formó parte del Congreso Constituyente que elaboró las Leyes de Reforma, Benito Juárez lo nombró Secretario de Justicia e Instrucción Pública y años después, Secretario de Fomento. En el mural pintado por Diego Rivera en el Hotel del Prado, lo representó portando un letrero que decía “Dios no existe”, esto obligó a que el mural permaneciera fuera de la mirada del público por nueve años, cuando salió a la luz el mural sufrió ataques de estudiantes católicos, por lo que el artista decidió cambiar el contenido del letrero y escribir: “Academia de Letrán 1836”, en memoria del polémico discurso que Ignacio Ramírez “El Nigromante” enunció al ingresar a dicha Academia, uno de tantos actos de su vida que lo colocaron entre los grandes protagonistas de la creación del Estado laico mexicano.
Y yo que pensaba que mi liberalismo era una manifestación de mi libertad individual.
Despidámonos como lo hizo mi bella tía, con el Vals Alejandra:


https://www.youtube.com/watch?v=e5amkPjJSXw&index=3&list=PL11254A1499F53207


Fuentes:
  •  La memoria de la Ramirada (nombre dado en la familia a las reuniones que convocan a todo el clan Ramírez en Mazatlán, Sinaloa).
  • Otto Schober. Historia del Vals Alejandra. Disponible en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/historia-del-vals-alejandra
  • La versión del Vals Alejandra es la que incluyó Alejandro Jodorowsky en su película Santa Sangre.