El
mundo fue sólo de los dos
y
para los dos,
su
hogar, unas nubes tendidas al sol,
en
sus miradas amor,
en
sus respuestas sí,
y
para su dolor, un sólo fin.
Él
se fue,
los
cabellos pintados de gris,
ella
dejó de cuidar las flores del jardín y le decía:
“Ven,
tenemos que vivir”.
Y
los muchachos del barrio le llamaban loca,
y
unos hombres vestidos de blanco le dijeron: “Ven”.
Y
ella gritó: “No señor, ya lo ve, yo no estoy loca.
Estuve loca ayer, pero fue por amor”.
El riesgo de un amor para siempre es el inevitable encuentro con la
muerte, aún con la esperanza del re-encuentro metafísico, la separación
corporal deja una hendidura dolorosa e inquietante. Lo que fue plural se
convierte en un incierto singular, se desvanece el “nuestro” sin recuperarse el
“mi”. La mitad vacía de la cama es un abismo, señal de ausencia, espectro
intocable de un cuerpo que por instantes intermitentes fue una sola carne con
quien sobrevive. Es el amor melancólico, ese que sólo puede pervivir anudado al
ser perdido, apego a un amante fantasma, que duele aunque ya no esté. Es el
amor cantado por José Luis Perales en su poema musical Le llamaban loca y llevado a la fama por el grupo vasco Mocedades. A la protagonista la
separación del amante la encierra en una profunda anhedonia, en el pozo donde
se conserva una sola luz, el recuerdo del que se fue. Y los muchachos del barrio le llamaban loca, es una imagen
maravillosa para representar a ese otro que observa a la doliente sin un ápice
de empatía, vivimos en la peor época para sufrir, el dolor es considerado una
enfermedad y una afrenta a las aspiraciones optimistas de los demás, quienes
presurosos pretenden ocultar toda evidencia de falta, sin importar que sea en
el psiquiátrico, el asilo o la tumba. Cuando está por atraparla el brazo
médico, la doliente grita: “No estoy loca”, lo cual es cierto, pues de otra
manera no sentiría la punzada de la ausencia del amante, su drama es conservar
la razón aún sin razón, pues la vida en adelante será sólo la espera de la
muerte.
Penélope,
tristeza a fuerza de esperar,
sus ojos, parecen brillar
si un tren silba a lo lejos.
Penélope,
uno tras otro los ve pasar,
mira sus caras, les oye hablar,
para ella son muñecos.
Dicen en el pueblo
que el caminante volvió.
La encontró
en su banco de pino verde.
La llamó:
"Penélope, mi amante fiel, mi paz,
deja ya de tejer sueños en tu mente,
mírame, soy tu amor, regresé".
Le sonrió,
con los ojos llenitos de ayer,
no era así su cara ni su piel.
"Tú no eres quien yo espero".
Y se quedó,
con su bolso de piel marrón
y sus zapatitos de tacón
sentada en la estación.
Adiós amor mío, no me llores, volveré antes que de
los sauces caigan las hojas. Piensa en mí, volveré por ti. Amor sin metáfora, esclavitud a la
palabra, a ese Otro que si no se crea, destruye. Letra que se graba en el
devenir, sin posibilidad de re-significaciones. Confrontación radical con lo
real, el amante no puede irse, existe o no existe, en presencia está, en
ausencia está por llegar, como el Godot de
Samuel Beckett. Su desaparición implica el cerramiento inminente de la brecha
que hace posible lo otro, es la vuelta a la fusión, al útero materno. Es el
amor esquizofrénico, como el de Penélope de
Joan Manuel Serrat, que nada tiene que ver con la cantada por Homero en la Odisea, salvo por la espera del amante.
La esposa de Ulises, tiene una evidencia tangible del amor de su amante, su
hijo Telémaco, al tiempo que el no tener noticias de la muerte del héroe, es la
señal de su posible regreso. No así la Penélope
de Serrat, a quien le bastaron unas cuantas palabras de Un caminante, esto es de lo efímero, para dedicar su vida a su
espera, vestida igual que cuando lo conoció porque de otra manera no la reconocería,
esto es, es un amor totalmente imaginario el cual depende de la continuidad de
la similitud, por eso cuando años después regresa el amante, él la reconoce
(está igual), pero ella a él no (ha cambiado), pues no es a quien ella espera,
esa representación que se congeló en el tiempo que es metonimia de su amante,
esto es, signo que no puede transformarse, a-simbólico. Penélope no espera a Un caminante sino a El caminante, aquél que le mostró que podía amar a otro.
Antes de que empiece a amanecer
y vuelvas a tu vida habitual,
debes comprender que entre los dos
todo ha sido puro y natural.
Tú loca manía,
has sido mía
sólo una vez.
Dulce ironía.
Fuego de noche, nieve de día.
Luego te levantas y te vas,
él te esta esperando como siempre,
luces tu sonrisa más normal,
blanca, pero fría como nieve
Tú, loca manía,
has sido mía
sólo una vez.
Dulce ironía.
Fuego de noche, nieve de día.
Y mientras yo, me quedo sin ti,
como un huracán rabioso y febril,
tanta pasión, tanta osadía.
Fuego de noche, nieve de día.
Oxímoron habitando el
corazón, contrarios que no logran preservar el amor, gemelos disímiles
arrebatándose la misma perla. Impotencia para conciliar las dos caras del amor,
miedo que ahoga la euforia en los pantanos del desencanto, ansiedad que
disfraza al dolor con las pieles de la vehemencia. Fuego de noche, nieve de día, apego que por las noches es Afrodita
arrastrando a Adonis al éxtasis extremo, y de día es Perséfone, la diosa fría
del inframundo, gobernante de los fantasmas pasados, quien atrapa a Adonis en
las tinieblas de ese amor perdido tempranamente y para siempre. Es el amor
bipolar, el cual transita del arrullo caluroso de la madre vibrante, al
estatismo de la madre muerta, que aún respirando no transpira vida. Y mientras yo, me quedo sin ti, canta
Ricky Martin, dando cuenta de la amante elusiva que arde en la negación de la
falta y se congela bajo la nevisca del abrazo ausente.
Tres formas de amar, tres
rostros de una sola aspiración, tres desengaños del amor bonito. El amor es un
poliedro vitalizado por el rizoma del que emergen nuestros apegos, el romance
es el acoplamiento en el espacio y el tiempo de dos caras que se presumen
compatibles, mientras tanto los poliedros siguen girando, de ahí que sólo se
pueda señalar “Al amor de mi vida” al momento de la muerte, esto a condición de
que haya existido.