lunes, 17 de junio de 2013

Dios ha muerto, se ha suicidado

La Biblia en llamas,
un crucifijo clavado en su vientre,
las notas de la Zarabanda de Händel
se destemplan con su alarido.

Nada de lo humano le es ya asequible,
desde la visión lo supo,
se rasgó la piel y emanó luz,
a través de su ombligo miró el infierno,
no había duda, era Dios.

Dios sólo puede morir por mano propia,
ni demonios, ni ángeles, ni santos, ni almas penantes,
pueden asesinarlo.

La vida lo abandona,
todo se consuma con un susurro:
“Me he matado, soy Dios, he matado a Dios”