viernes, 29 de julio de 2011

Migajas de una obsesión, la tragedia de Celestino Cabaleiro



      El escritor depende de la ausencia para escribir, nos dice Miguel Ángel Nogueda en su novela Migajas. Es interesante que el autor utilice la palabra ausencia, la cual denota la falta de presencia pero no de existencia. Por tanto, la condición de la escritura es, para Nogueda,  la privación de la presencia  de un ser. Pero ¿cómo saber que el ser ausente en realidad ha estado? Por el rastro de sus Migajas. Se suele decir Donde hubo fuego, cenizas quedan, llevemos la frase por las rutas del trigo, Donde hubo pan migajas quedan. Esos restos son los que empujan al escritor a la añoranza del ser, esa insoportable sensación  que convoca su ambición creadora, su pretensión de ser entidad generadora de ser y por tanto exenta de soledad.
Nuestra psique está espolvoreada de migajas, residuos de presencia, origen de toda ansiedad. El psicótico junta las migajas y hace figuritas de pan simulando presencias. El perverso se confunde con las migajas y juega a ser él mismo un pan. El obsesivo cuenta incesantemente las migajas para saber si son suficientes para sentir placer, mientras la histérica esparce migajas  por las psiques de los otros.
 Cirilo Celestino Cabaleiro  Custodio, el agonista (su desventura lo exime de ser prot-agonista) de la novela, es de los cuenta migajas, su drama es que no tiene drama. Su vida se resume a un conteo incesante de esos restos de presencia para asegurarse que no ha perdido ninguno. Celestino se une al clan de los áridos de placer, aquellos que su vida se limita a confirmar que están vivos. Su agrupación está conformada por: Bartleby, el escribiente (Herman Melville), quien protegido por su mantra “Preferiría no hacerlo”, evita el placer a toda costa; Antoine Roquentinal el de la nausea sartreana, quien enarbolando la absurdidez, renuncia a la conclusión de su obra. Pnin, de Vladimir Nabokov, el académico idealista atrapado en las intrigas propias de las universidades; Pereira, el temeroso reportero de  Tabucchi y Don José  (Todos los nombres, José Saramago) el reivindicador de suicidas.
Todos ellos son exiliados arquetipales, son parias de los Arquetipos fisiológicos, no son héroes culturales, no son pater autoritas, no son viejos sabios. No son hijos, no son padres, no son esposos, no son… También quedan fuera de los Arquetipos culturales, los cuales resumen de la siguiente manera Pearson y Marr en su maravilloso libro What story are you living?

Arquetipo
Dones
Riesgos
Inocente
Optimismo, confianza, esperanza, fe, sencillez
Ingenuidad, dependencia infantil, negación, olvido
Huérfano
Realismo, resiliencia, interdependencia, empatía
Cinismo, tendencia a victimizarse o victimizar, queja crónica
Guerrero
Disciplina, coraje, determinación, habilidad
Miedo o impotencia que derivan en crueldad, arrogancia
Cuidador
Comunidad, nutrición, compasión, generosidad
Martirio, sometido, co-dependiente, tendencia a la culpa
Buscador
Autonomía, ambición, identidad, expansión
Incapacidad de emprender, desilusión crónica, alienación, soledad
Amante
Pasión, compromiso, entusiasmo, sensualidad
Objetivizar a los otros, adicción al romance y al sexo, sexualidad desbordada
Destructor
Metamorfosis, revolución, capacidad para dejar ir
Dañarse a sí mismo y a otros, enojo incontrolable, uso de tácticas terroristas
Creador
Creatividad, visión, habilidad, estética, imaginación
Autoindulgencia, perfeccionismo, narcisismo exacerbado
Legislador
Responsabilidad, soberanía, estrategia
Rigidez, controlador, elitismo
Mago
Transformación, canalización, curación
Manipulación, desconexión de la realidad, conductas de gurú
Sabio
Sabiduría, desapego, conocimiento, escepticismo
Dogmatismo, pomposidad, antipático
Bufón
Humor, vida aquí y ahora, exaltación
Libertinaje, irresponsabilidad, pereza, crueldad, estafa


      Celestino está signado por la mayor de las obsesiones, la rutina lo revitaliza, su mayor sosiego es la de un día concluido según el orden establecido, pero habrá zozobra, pues al obsesivo el bienestar le resulta siempre  sospechoso: Todo parece estar saliendo gratamente, así que se encuentra feliz y radiante, casi hasta el punto de rozar la algarabía, pero como el destino es caprichoso y la esencia del ser humano insaciable, se ve precisado a dudar ante tanta placidez. La trampa obsesiva, cuando finalmente aparece el placer, lo secunda la amenaza de aniquilación.
      Para Lacan la neurosis es propiamente una pregunta que el ser le plantea al sujeto. En el caso de la neurosis obsesiva, la pregunta es sobre la incertidumbre de la propia existencia, es la incesante pregunta sobre la muerte: ¿Ser o no ser?, ¿Estoy vivo o estoy muerto?, ¿Por qué existo? Estas preguntas lo atan a imperativos los cuales debe cumplir para justificar su existencia. El obsesivo no se siente tarjeta-habiente de la banca del placer, la culpa lo corroe hasta el punto de requerir expiación para sentirse digno de obtener migajas de existencia.
      La obsesividad extrema puede llevar a un estado onto-zómbico, un ser-zombie, estado en el cual un día siempre es igual al siguiente y donde la vida solamente tiene lugar en su manifestación de sobrevivencia. De ahí que personajes como Celestino queden fuera de la red arquetipal, es tanto su temor a ser que optan por jugar al no-ser.  Pero no por ello se logra extirpar la angustia, ésta aparecerá  con su semblante más pavoroso, para susurrarle al oído al obsesivo: “Estás muerto”. Ante lo cual el obsesivo huye despavorido hacia la manía, hacía la exaltación, hacia una exacerbación de la vida ingresando así al arquetipo del bufón, que en los arcanos del Tarot se representa con el loco, es la mixtura de libertad, caos y locura. Es el nómada en busca de verdad, es el errante buscando luz.
      Este salto lo da Celestino cuando lo familiar se hace persecutorio, cuando la galleta le dice No se deje asaltar por la soledad y él inmediatamente asocia la frase con la señora que lo ayuda con el aseo de su casa, la cual se llama Soledad. Utilizando una salida típica del obsesivo, en lugar de indagar en su subjetividad, proyecta el peligro sintiéndose perseguido por la pantalla de su proyección. Para Celestino su Soledad es la prueba de la veracidad de los mensajes en la galletas e incapaz de simbolizar el contenido se deja atrapar por el signo, por la señal que solamente permite una interpretación.
      En ese momento, Cabaleiro de convierte en un Clown, pero es una máscara, una defensa, una algarabía artificial como última certeza de la propia existencia. Celestino expone lo falso de su devenir Clown en su falta de misterio, es obscenamente trasparente. La compulsiva enunciación de frases con la fórmula “No es que sea…” da cuenta de su anémica secrecía. Hay más enigma en una pared blanca que en Celestino. Esa falta de clandestinidad es la que lleva a quienes lo rodean a llenarlo de atributos, los seres humanos no soportamos el vacío y frente a él solemos saturar los espacios libres con barro de sentido.
      A pesar de él, Celestino se enamora. La desafortunada es Florencia Fidelina de la Fe Fortuna, que en su nombre lleva la penitencia.  Ubicada en el arquetipo de la Cuidadora, se orienta hacia los riesgos más que a los dones, se martiriza, la culpa la lleva a la certeza de que la locura de Celestino es por causa de ella por lo que se debe ofrendar a él para limpiar sus pecados. Florencia y Celestino llegan vírgenes a su encuentro sexual y salen vírgenes de él, pues no pierde la virginidad quien tiene sexo sino quien ha gozado de él. Para ellos el sexo es un una estación en la ruta, un punto en el itinerario, tienen sexo no por pasión sino por confusión.
      El Clown Cabaleiro no necesitaba una Cuidadora, necesitaba una Amante, alguien que transformará su locura destructora en locura erótica. Una histérica que le mostrara que la vida es vida mientras se respira, que la verdadera pregunta es la de Tiresias, por el placer con el que se vive esa vida y en última instancia si se goza más como hombre o como mujer, lo cual ya fue respondido también por el invidente: las mujeres gozan más, de ahí que los varones hayan construido sistemas para acotar en las mujeres el descubrimiento de ese gozo. Cuando una mujer descubre su potencial de placer, conquista no a un hombre sino a  todos (heteros, gays, bis, trans, etc.) y a muchas mujeres, lo cual resulta amenazante para cualquier aspiración de exclusividad.
      Pero el infortunado Celestino, a pesar de su devoción a la diosa fortuna, cayó en brazos de una Cuidadora, quien arrulla su atimia  y lo desea más como Bufón que como Amante.
      La psique humana es inclemente, lo que no es Eros es Thánatos. Celestino seguirá el destino del clan de los áridos de placer: la tragedia.
      Quizá su epitafio tendría que decir… No muera antes de vivir.

Nota:
Migajas es la primera novela de mi buen amigo Miguel Ángel Nogueda Ramos, quizá por ello hay momentos donde el lector tiene la sensación de que el autor quiere escribirlo todo, sin embargo, esta ambición, esta grafofilia es el principal síntoma de que en breve tendremos frente a nuestra mirada otro libro de Miguel, lo cual agradeceré profundamente. Enhorabuena para él. La novela fue publicada por Miguel Ángel Porrúa en su Colección Varia literaria PIRUL. Se consigue en librerías como Gandhi y el Sótano.

viernes, 22 de julio de 2011

Ser visto, ser mirado y fascinar: la mirada del otro y la ansiedad por el estatus


Nicolas de Chamfort, en realidad llamado Sébastien-Roch Nicolas, escribió La naturaleza no me ha dicho “no seas pobre”; ni mucho menos “sé rico”; pero sí me pide “se independiente”. Quien fuera miembro de la Academia Francesa a finales del siglo XVIII enuncia así una frase capaz de inspirar las más profundas reflexiones sobre el bienestar y el deseo humanos. Al leerlo inmediatamente vino a mi mente una idea: “ni los ricos, ni los pobres pueden ser independientes”. Nadie alcanza riqueza sin dejar tras de sí una enorme estela de compromisos, los cuales pueden extenderse por generaciones. Si la riqueza es heredada, el rico habrá crecido atándose incesantemente a formas y estilos “de rico”, lo cual le limita desde la salida a la calle hasta los usos para comer.  Si el rico se “fue haciendo rico”, entonces vivirá temeroso de perder la riqueza. Investigaciones revelan que las personas que por medio de sus acciones acumularon una fortuna tienen como principal motivación para seguir haciendo dinero, no tanto ser más ricos, sino alejarse cada vez más de la pobreza. Puede parecer que las dos opciones refieran a lo mismo, pero mientras en el caso de quien busca la riqueza por la riqueza el motor profundo es una gran ambición, en los otros casos el impulso encuentra su fuerza en un intenso temor a la pobreza, sobre todo, si emergieron de ella. En general, los ricos tienen que cuidarse de quienes añoran sus bienes, sean criminales o no, tienen que estar pendientes de sus competidores, deben cuidar su reputación, sea la que sea. Deben tener precauciones con sus propias familias, es muy frecuente “el fuego familiar” cuando los números comienzan a crecer, especialmente cuando llega el momento de distribuir la riqueza y el estatus al momento de las herencias. El rico tiene compromisos sociales, comerciales, políticos, religiosos y algunos otros inconfesables. Estos compromisos le implican asistir a desayunos, comidas, cenas, brindis, ceremonias, conferencias, informes, etc, etc, etc. En fin, el rico no tiene tiempo para ser independiente y su condición de rico, lo hace necesariamente dependiente del dinero.   
El pobre requiere de su familia, de su comunidad, de los apoyos del Estado, de sindicatos, de organizaciones sociales, etc. Su falta de protección social, lo empuja a la dependencia, toda crisis le implica recurrir a otro para asegurar su continuidad.
Esto no lleva automáticamente a la conclusión de que por pertenecer a la clase media una persona es independiente, la realidad muestra día con día lo contrario. Sin embargo, al no estar en una posición tan codiciada por tantos, el no tener tantos compromisos y por otro lado no ir al ritmo de la necesidad, el no estar tan desprotegido socialmente y tener cierto rango de oportunidad para hacer elecciones laborales, económicas, sociales, de salud, entre otras, le permite acercarse más a la independencia que los otros grupos sociales.
Desde su nacimiento durante la Revolución Industrial inglesa, como una categoría para distinguir  a profesionales y hombres de negocios de los nobles y terratenientes, la clase media no ha cesado de transmutarse. En la era de las democracias se convierte en ideal social, precisamente porque la condición clasemediera es la que se acerca mucho más a los principios democráticos, emanados todos, de aquellos heredados de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.
 Entonces cabe preguntarse ¿por qué si los clasemedieros tienen las condiciones más óptimas para la independencia, hay tan poca libertad entre los miembros de la clase media? ¿Por qué sufren del Síndrome Aspiracional del Violinista en el Tejado (SAVT): Si yo fuera rico, yadi, dadi, dadi, didu, didu, didu, didu, dum? Me parece que la respuesta a esta pregunta, se encuentra en aquella categoría delimitada y trabajada por el filósofo Alain De Botton: Ansiedad por el estatus. Para este autor, “los signos y síntomas” de dicha ansiedad, serían los siguientes:

·      Una preocupación tan perniciosa que puede llegar a arruinar periodos  prolongados de nuestra vida, que nos lleva a pensar que corremos el peligro de no responder a los ideales de éxito establecidos por nuestra sociedad y que quizá por ello nos veamos despojados de dignidad y de respeto; una inquietud que nos dice que ocupamos un escalón demasiado modesto o que estamos a punto de caer en uno inferior.
·      La ansiedad la provocan, entre otras cosas, la recesión, el despido, los ascensos, la jubilación, las conversaciones con compañeros del mismo sector, las reseñas periodísticas sobre personas destacadas y el éxito de los amigos. Puede que, al igual que ocurre con el hecho de confesar la envidia (una emoción afín), sea socialmente imprudente poner de manifiesto el grado de cualquier ansiedad y en consecuencia, no es habitual tener pruebas de que existe ese drama interior, que generalmente queda reducido en su expresión a una mirada absorta, una sonrisa frágil o un incómodo silencio cuando se tienen noticias de los logros ajenos.
·      Si nuestra posición en la escala nos causa tanta preocupación es porque la idea que tenemos de nosotros mismos depende enormemente de cómo nos ven los demás. Dejando a un lado a ciertos individuos poco comunes, para tolerarnos a nosotros mismos nos basamos en las señales de respeto que emite el mundo.
·      Los triste es que el estatus es difícil de conseguir y más difícil todavía de mantener durante toda una vida. Podemos fracasar por estupidez, por no conocernos lo suficiente, por razones macroeconómicas o por malevolencia.
·      Y con el fracaso vendrá la humillación: la corrosiva certeza de haber sido incapaces de convencer al mundo de nuestra valía y, por tanto, de estar condenados a contemplar a los triunfadores con amargura y a
nosotros mismos con vergüenza.

       Para De Botton, las causas de la Ansiedad por el estatus son: la falta de amor, el esnobismo, las expectativas, la meritocracia y la dependencia.
      El filósofo plantea que cualquier vida adulta se define por “dos grandes historias de amor”. La primera es la narración de nuestra búsqueda de amor sexual, en la cual se inspira el origen de mucha música y literatura. La otra, es la historia de nuestra búsqueda del “amor del mundo”, el cual es un relato “más secreto y más vergonzoso”. Este amor es el que engarza al resto de las causas, todas nacidas de la necesidad de que mirada de los otros se pose sobre nosotros.
       La palabra esnobismo tiene su origen en una costumbre que había en varios colegios universitarios de  Oxford y Cambridge, la cual consistía en escribir  en las listas de exámenes, la indicación “s. nob” (contracción de sine nobilitate, sin nobleza), junto al nombre de aquellos alumnos comunes, es decir, no aristócratas. En la actualidad, lo que define  a los esnobs, es su inflexible insistencia  en la perfecta equiparación entre rango social y valía humana. Esto es, sus criterios para evaluar a las personas se limitan a las ideas que tienen sobre los rangos sociales, lo cual suele traducirse en errores de pensamiento como los referentes a vincular inteligencia y enriquecimiento. En muchos casos la inteligencia misma es un obstáculo para enriquecerse. Imaginen a una persona que vende un producto y toda su vida se concentra en vender ese producto y dicha insistencia le lleva a ganar una fortuna. Su ganancia no es producto de la inteligencia sino de contar con producto rentable, de la insistencia y por supuesto, de la suerte. Hay superdotados intelectuales que ni siquiera se saben vestir. De ahí la importancia de distinguir entre habilidad e inteligencia. Para De Botton, el esnobismo es producido por un miedo histérico a lo que podría ocurrir si uno fuera incapaz de adquirir un estatus elevado o de rodearse de aquellos que sí lo han conseguido; un miedo a verse privado de cualquier atención, amor, respeto e incluso de todo medio de vida.
       La otra causa de Ansiedad por el estatus se refiere a las expectativas. Nuestro autor considera que para entender el efecto de las expectativas en el incremento de la ansiedad debemos explorar el proceso psicológico que precede a nuestra forma en que definimos lo que es “suficiente”. El parámetro de lo “suficiente” no se puede establecer en soledad, siempre se planteará a partir de la condición de quienes nos rodean: lo que genera ansiedad y resentimiento es la sensación de que podríamos ser diferentes a lo que somos. Esto empuja a la envidia y solemos envidiar a quienes consideramos similares a nosotros: Hay pocos éxitos más inaguantables que los de nuestros supuestos iguales. En la actualidad estamos asfixiados por libros de superación y autoayuda, los cuales casi siempre parten de la historia de alguien que vivía una vida casi miserable, en una situación económica desfavorecida, hasta que encontraron la ecuación para el “éxito”. Paradójicamente estos libros más que elevar la autoestima la hunden, pues supuestamente son escritos por personas promedio, lo que los hace más cercanos. Todavía en el siglo XIX si alguien no tenía éxito, lo podía atribuir a un sinnúmero de motivos, en esto momentos y tras la lectura de esta marea de literatura redentora, si uno no es “exitoso” es porque literalmente es un imbécil. Millones en el mundo han leído a Robert Kiyosaki, su fórmula Padre rico, padre pobre, es una versión socioeconómica del Complejo de Edipo freudiano, pero en una lectura invertida. Freud proponía que si el niño se identificaba con su padre, se salvaba de la castración. Para Kiyosaki, quien se identifica con su padre pobre está condenado a ser castrado económicamente. Además, visto desde otra perspectiva, si todos los lectores de Kiyosaki se hicieran ricos, la economía mundial se desgajaría.
       De Botton concluye con respecto a las expectativas: El precio que hemos pagado por esperar ser mucho más que nuestros antepasados es la sensación de que estamos lejos de ser todo lo que podríamos ser.
       Para el filósofo, las ideas sobre el fracaso y el éxito, lo que el llama “la meritocracia” se transformaron súbitamente tras la Segunda Guerra Mundial, dando un giro a una tradición que venía desde los orígenes del cristianismo. Para simplificar las ideas, las colocaré en un cuadro:

ANTES
AHORA
Los pobres no son responsables de su situación y son la parte más útil de la sociedad
Los útiles son los ricos, no los pobres
El estatus inferior carece de connotaciones morales
El estatus propio tiene connotaciones morales
Los ricos son pecadores y corruptos y han logrado sus riquezas robando a los pobres
Los pobres son pecadores y corruptos y deben su pobreza a su propia estupidez


       A manera de ocurrencia, diré que la columna de “Antes” parece compilar el pensamiento de la izquierda mexicana, a los padres pobres que todavía creen en el capital. El de “Ahora” a los neoliberales, sean del partido que sean, los padres ricos, que operan con puras operaciones virtuales.
      La meritocracia se sustentaba en la virtud, en la actualidad se sustenta en lo económico. Es por ello, que ahora los grandes líderes morales son los millonarios, los que descienden de su Olimpo para mirar a los ojos a los jodidos y recordarles el nuevo evangelio: “En verdad, en verdad os digo: compitan los unos con los otros, como yo he competido”. La Gracia está ahora dada por la red, quien no obedezca los mandatos, será castigado por el Todopoderoso, frente a lo cual el penitente buscará señal  de Wi-Fi para gritar: “Google, ¿por qué me has abandonado?”, para finalmente entregarse a la red: “En tu servidor encomiendo mi perfil”.
      Finalmente, está la Dependencia, nos dice De Botton: la ansiedad es la criada de la ambición contemporánea porque el sustento y la estima dependen, como mínimo de cinco elementos imprescindibles, de cinco razones para no dar por hecho  el logro o el mantenimiento de la posición deseada dentro de la jerarquía.  Estos cinco elementos son: dependencia de un talento voluble, dependencia de la suerte, dependencia de un empleador, dependencia de la rentabilidad de un empleador (si no maneja bien su negocio se hunde jalando a sus empleados) y dependencia de la economía global. En conclusión, solamente nuestro  talento parece estar dentro de la esfera de nuestro control, siempre y cuando lo tengamos.
       Lo cierto es que la Ansiedad por el estatus no es exclusiva de la clase media, al ser la búsqueda de la mirada y la confirmación del otro, todos los seres humanos somos potenciales buscadores de estatus. Como dice De Botton la concepción que tenemos de nosotros mismos, podría representarse  como un globo con grietas, siempre necesitado de amor externo para mantenerse inflado y siempre vulnerable a los más nimios “pinchazos” de la desatención. Somos cazadores de miradas, dialoguemos brevemente con Juan David Nasio, quien en su libro La mirada en psicoanálisis, expone las raíces profundas de nuestra necesidad de atraer las miradas de los otros.
       Para Nasio resulta importante diferenciar entre ver, mirar y fascinarse o desde la perspectiva del otro, ser visto, ser mirado y fascinar. El ver parte de nosotros, está posibilitado por el sentido de la vista, la dirección de la vista es definida por el yo. Este autor plantea que ver, es percibir imágenes pregnantes, esto es, reflejan lo que el mismo yo es. Ver es siempre esperar aquello que se va a ver, lo que podemos reconocer. Llama pregnantes a todas aquellas formas que adquieren sentido para el yo. Por ejemplo, puede ser que encontremos de frente a una personas y no “veamos” un signo religioso que trae colgado en el cuello, sencillamente por que no lo conocemos y por lo mismo, no lo reconocemos. La visión va del sujeto al objeto, o más bien, del sujeto que reconoce al objeto. La visión es territorio de lo imaginario, dominio por excelencia del yo.
       El mirar sorprende al yo, no nace en nosotros, primero somos mirados desde fuera. Cuando un ser humano nace, es rodeado por las miradas de los otros, cada una desde una posición deseante diferente. Esas miradas permiten que un ser humano deje solamente de “ver”, para empezar a mirar, para buscar al objeto que lo desea pero al cual no controla. El yo busca al otro, nuestro inconsciente encuentra la mirada del otro. Por lo mismo, nuestro yo es sorprendido por miradas que el inconsciente registra. Infinidad de veces me ha sucedido que miro fijamente a alguien y ese alguien voltea sorprendido, pareciera un evento casi mágico, pero no, es nuestra subjetividad mirando más de lo que vemos.
       Finalmente la fascinación, para lo cual será necesario hablar del falo imaginario, espero que las lectores y las lectoras no se asusten, intentaré explicar el concepto brevemente. El psicoanalista Jaques Lacan, plantea que la condición humana se estructura desde tres registros: real, imaginario y simbólico. Lo imaginario es el orden de las apariencias, las cuales siempre ocultan estructuras subyacentes. Con el concepto de falo imaginario, Lacan se refiere a la percepción que tienen las niñas y los niños en los primeros años de su vida del deseo de su madre, eso que la madre desea más allá del infante y con lo cual el infante pretende identificarse para captar toda la atención de la madre. No le basta su parcela de deseo materno, quiere todo. El infante lee en la mirada de la madre la dirección de su deseo.  Al paso del tiempo la representación de la madre es desplazada a todo aquel a quien se le  considere capaz de ofrecer lo que la madre no dio.  La mirada de la madre es  la que puede garantizar el goce, la experiencia plena de satisfacción, la voz del padre es la que emite la ley, es el ingreso a lo simbólico y por tanto al deseo que trasciende la experiencia exclusivamente física. La fascinación es la experiencia de estar confrontados a una imagen que evoca de una manera tan pura el goce que despierta en nosotros el goce. Esta imagen nos atrapa, porque se nos aparece como una simulación del objeto temprano, de la madre, esto a niveles inconscientes. Esto explica el llamado amor a primera vista, alguien queda fascinado por la presencia del alguien y ese alguien se siente totalmente halagado por la intensidad de la mirada que recibe.
       La Ansiedad por el estatus es la ansiedad por ser mirados y en última instancia, por fascinar a los otros. Sabemos que al fascinar al otro, nos podemos ocultar tras el semblante de la imagen que fascinó, podemos jugar a ser otros, diferentes a la imagen que tenemos de nosotros mismos. El riesgo de la fascinación, es que solamente funciona a distancia, lo mismo que el estatus, conforme nos acercamos al otro o el otro se acerca a nosotros, se va desdibujando el semblante magnificado y va aflorando el sujeto que somos. Por eso, los esnobs y los fascinadores son fóbicos a la intimidad, pues en ese espacio su estatus y su poder de fascinación se ve permanentemente amenazado.
      Hay en todo esto una trampa, desde el psicoanálisis sabemos que la intensidad de la idealización del otro es equivalente al nivel de la negación de lo que realmente es ese otro. Por tanto, en mis clases suelo decir “cuídense de la idealización, mientras más los idealice alguien, mayor es la distancia que está poniendo con lo que ustedes realmente son”.
La Ansiedad por el estatus, la Ansiedad por fascinar, es la ansiedad de no ser si se está fuera del eje de la mirada del otro. La libertad está más allá de esta ansiedad, es transitar de ser en el otro a ser con el otro.