1861,
en la madre Rusia corrían aires de libertad, largos años de encarnizadas luchas
en pos de la abolición de la esclavitud habían llegado a su fin, el
multifacético pueblo ruso, sometido durante siglos al poder zarista, aspira una
bocanada de emancipación, con la liberación llegan las ideas de cambio, los
oprimidos, entre los que se encuentran los mujiks tan exaltados por Lev
Tolstói, descubren el placer de pensar por sí mismos. No tardarán en propagarse
los planteamientos de Karl Marx, inspiradores del movimiento bolchevique que
años más tarde diezmará encarnizadamente al último eslabón de la enigmática
dinastía Romanov con más de trescientos años de dominio.
Entre
los tornados libertarios llega al mundo una mujer cuyo devenir se verá
estigmatizado por el apasionado espíritu ruso en sublime fusión con la fuerza
racionalista de la segunda mitad del siglo XIX europeo, cuya principal fuente
brotaba de las tierras austro-húngaras. Louise, último vástago de la familia
Salomé, vio la luz por primera vez el 12 de febrero de 1861, al haber sido
precedida por cinco hermanos varones, fue recibida jubilosamente por Gustav, su
padre, quien deseaba profundamente tener entre sus herederos a una mujer, no
así la madre quien para entonces se sentía predestinada a procrear puros
hombrecitos. Con ascendencia alemana por la línea paterna, la cariñosamente
llamada Liola, vivirá desde pequeña en un ambiente donde la cultura rusa y
alemana se transmitirán indiferenciadamente. Su padre, viejo y fiel servidor de
los Romanov, había escalado las más altas cimas que su carrera le ofrecía,
contando con cincuenta y siete años al momento del nacimiento de Louise, era un
afamado general miembro del Estado Mayor, lo que daba derecho de habitación en
el edificio de dicha guardia que se localizaba frente al majestuoso Palacio de
Invierno. Gustav será para la pequeña Lou la representación de todo lo
idealizable, su divinidad particular, tras su muerte lo buscará
incansablemente, seguirá las huellas y caminará junto a los hombres más
brillantez de su época, los cuales parecería tenían que cumplir con la
condición de pertenecer al contexto cultural germano.
Atea
precoz, Lou demostró desde su infancia la perspicacia que la caracterizará el
resto de su vida. Siendo adolescente, un pastor la preparaba para la
Confirmación, a la que ella se oponía vehementemente, en algún momento el
clérigo afirmó que no había lugar donde Dios no estuviera, y ella sin reparos
respondió: “Sí, en el infierno”. Tiempo después conocerá a un personaje quien alimentará su
espíritu con tal fuerza que la impulsará durante el resto de sus días. Gillot,
un pastor famoso por sus elocuentes sermones, se convirtió en el primer tutor
de Louise, con una guía metódica la llevó al estudio de los grandes temas de la
cultura occidental, sin embargo, también fue el primero en dejarse arrastrar
por el mágico encanto de esta mujer, que en dicho momento era ya una joven muy
alta, delgada, con ojos azul claro y cabello rubio con destellos rojizos que
enmarcaban su frente alta; su pequeña nariz y mentón redondo circundaban unos
sensuales labios. Gillot, quien estaba casado y era padre de dos hijos, inició
los arreglos para separarse y casarse con Liola, más al enterarla de esto, ella
se negó rotundamente convencida de que el matrimonio para la mujer era sinónimo
de limitaciones, especialmente intelectuales. Louise decide salir de Rusia,
marchar a Zurich para estudiar una carrera profesional, más esto no era posible
si antes no se confirmaba, por lo que su decepcionado tutor accede a ser testigo
de dicho sacramento, hecho que confirmó su profundo amor por su joven pupila,
puesto que esto implicaba perderla para siempre, sin embargo , permaneció como
una marca indeleble en su vida, ya que fue él quien la nombró por vez primera
Lou, nombre que conservará nuestra protagonista hasta su último respiro.
Seguida
por su madre, aferrada conservadora a la que su hija tantos dolores de cabeza
le había ocasionado, Lou inicia en 1880 estudios de religión, filología,
filosofía e historia del arte. Dos años más tarde la intensidad de sus empeños
intelectuales la llevan a sufrir síntomas de fatiga como frecuentes
desvanecimientos. Su delicado estado de salud la obliga a ir en busca de un clima
más benigno, por tanto, viaja a Roma. Este pequeño viraje en su vida se
convertirá en una fulgurante experiencia que sellará su destino
irreversiblemente, entrará a su vida no un hombre, sino un superhombre:
Friedric Nietzsche. Este encuentro ha llevado a diversos autores a exaltar sus
fantasías, entre los que sobresale Irving Yalom, quien da inicio a su novela El día que Nietzsche lloró con una joven
Lou pidiendo la intervención del maestro y mecenas de Sigmund Freud, Josef
Breuer, para ayudar a su amigo Frederic. Que más quisiera que extenderme en los
detalles del encuentro Lou-Nietzsche, pero el objetivo de este escrito es
arribar a la relación de la rusa con Freud y el psicoanálisis. A pesar de esto,
no puedo dejar de anotar que Nietzsche le propuso matrimonio a Lou y ésta lo
rechazó, pero no lo dejó con las manos vacías, pues cuentan algunas lenguas
especializadas que la presencia de Lou fue la que inspiró la obra fundamental
de Nietzsche: Así habló Zarathustra.
El tiempo siguió su curso y en 1887 Lou se casó con Carl Andreas,
filólogo estudioso del persa, que prendado de la rusa, la convenció de casarse
con él tras una amenaza de suicidio. Si bien Lou aceptó el contrato matrimonial
y la vida común, estableció desde el principio que Carl no tendría derecho a
llevar el matrimonio a su consumación, y a pesar de que estuvieron casados
hasta la muerte de Andreas, cuarenta años después, todo parece indicar que se
respetó el precepto. Tras varios cambios de residencia, Lou y Carl se
establecieron definitivamente en Gotinga, lugar donde Andreas se desempeñaba
como maestro, y donde llevaron una vida sedentaria, de la que Lou huía
frecuentemente.
En 1897, la también Salomé, conoce a quien será su gran amor,
posiblemente el primer hombre a quien la ya infatigable escritora, se entregó
no solamente en espíritu, sino en cuerpo. Rainer María Rilke, será durante tres
años el amante, el confidente, y el compañero inseparable de Lou, junto con él
visitará su hogar y hará un largo recorrido por Rusia; a su lado, se orientará
hacia uno de los grandes temas de su obra: la creatividad del artista. Ella
narra la anécdota que la impulsa a proteger como un néctar sagrado, la
inspiración del artista. Rilke es uno de los grandes poetas de la lengua
alemana, en una ocasión encontró el argumento para una novela, lo que
significaba el ingreso a un formato novedoso en su escritura, lo compartió con
Lou y ésta, como ya tenía conocimientos de psicoanálisis, lo interpretó. En
respuesta el poeta le dijo: “Ya no la podré escribir”. Con terror, Lou
descubrió lo lábil que es la creatividad del artista, por lo que se opondrá
enérgicamente a que los artistas sean psicoanalizados, puesto que al
interpretar sus producciones psíquicas corren el peligro de extinguir su
inspiración. Como mencioné, el vínculo íntimo dura solamente tres años, pero
mantendrán contacto epistolar hasta el fallecimiento del poeta en 1926, cuanto contaba 51 años.
En el
año 1911, Lou acude al tercer Congreso de Psicoanálisis, que se llevó a cabo en
Weimar. Sin tener muchos antecedentes en este nuevo ámbito del conocimiento, es
presentada a Sigmund Freud, quien se río “de su vehemencia por aprender
psicoanálisis”, sin embargo, el padre del psicoanálisis no tardó en descubrir
el genio de esta mujer. Meses después, el 25 de octubre de 1912, Lou
Andreas-Salomé le escribe a Freud una carta en la que resume su determinación
para los años postreros. Dice:
Después de haber asistido el pasado otoño al Congreso
de Weimar, no he podido abandonar ya el estudio del psicoanálisis, y cuanto más
profundizo en él, más fuertemente me atrae. Y he aquí que va a cumplirse ahora
mi deseo de pasar algunos meses en Viena: ¿Verdad que podré dirigirme a Ud,
asistir a sus clases, y solicitarle me autorice a tomar parte en las sesiones
de los miércoles por la tarde? Consagrarme plenamente a esta tarea es la
finalidad única de mi estancia.
Esta
carta es un ejemplo de aquella mezcla de respeto y osadía con la que Lou se
dirigía a los grandes pensadores, por un lado halaga hasta la exaltación, pero
al mismo tiempo no se limita en la expresión de sus deseos, y no teme caer en
la desfachatez. Habiendo platicado en una sola ocasión con Freud, se atreve a
solicitar su participación en la exclusiva sesión de los miércoles, donde
solamente ingresaban hombres (claro, exceptuando a la madre de Freud, quien
cada noche abría la puerta para darle a “Sigi” su beso de buenas noches), y
dentro de estos sólo aquellos a los que Freud consideraba más leales y
cercanos. Sin embargo, Lou no verá frustradas sus pretensiones, puesto que se
mismo año inició su formación en el círculo vienés y en 1922 fue aceptada en el
círculo de los miércoles de una forma inédita, puesto que fue la primera
persona en ingresar sin haber presentado previamente trabajos científicos.
Lou
practicó la terapéutica psicoanalítica hasta el fin de sus días, teóricamente
dos temas ocuparon su interés: la investigación de los estados psíquicos
extremos que conducen al artista a la creación de su obra y la adoración del
religioso a Dios. Con respecto al primer punto, se negaba a compartir tres
ideas freudianas sobre el arte:
1.- Creía
que el arte se explica por sí mismo y no requiere ser comparado con el sueño.
2.- Se
oponía a considerar la obra artística como el producto de la represión, para
ella la obra de arte procede de “una consumación, de la fuerza de una
realización involuntaria e inevitable de algo que todavía no es personal”.
3.-
Muestra su desacuerdo con la excesiva valoración del momento social en función
de la obra de arte, para ella: “un creador es el que sólo actúa movido por el
gozo o el ímpetu de la obra y aunque por lo demás se sienta influido por sus
semejantes, ya sea en lo ético o en lo erótico, ninguno de estos factores
interviene en la obra propiamente dicha”.
Agrega:
-
En
el artista se expresa siempre el impulso narcisista primario, por lo que sus
impulsos sexuales tienen un acentuado ascetismo, concluye que “a su erotismo
[el del artista] se le escapa una parte de su objetividad material. Su
materialización está en la obra".
En lo que se refiere al ser humano
religioso planteó lo siguiente:
-
Llegó
a la conclusión de que la idea de Dios era una proyección erótica y que a pesar
de la terrible prohibición de asociar lo religioso y lo sexual: “la
voluptuosidad no supone una profanación de lo religioso ni tampoco un simple
primitivismo del concepto; todo lo contrario, asocia profundamente, haciéndolos
perennemente interdependientes, a la oración y al sexo”.
-
Para
ella, los más sublimes éxtasis espirituales coincidían con los más profundos
impulsos eróticos, dice: “nos elevamos o nos dejamos caer, nos entregamos a la
oración o a la sensualidad, en realidad, ello sólo puede ser problemático para
el observador externo que quiere buscar la diferencia”.
Aunque no lo menciona explícitamente, en
las ideas de Lou Andreas-Salomé resuena el concepto del numen. Fue, años más
tarde, el psicoanalista Erik Erikson, quien rastreó la génesis de estas
experiencias en la fascinación del bebé por la presencia de la madre. Fuente de la estética y lo
sagrado, misterio inescrutable, la madre representa el primer objeto numinoso.
Abraza, seduce, sosiega, también asfixia y devora, es el cero del código
binario, es el origen y la nada, es
mismidad y lo completamente otro, oxímoron que arrulla y embrutece. Es
el vientre y la tumba, la casa de
la alegría y la muerte. De ahí que la creación y el éxtasis
arrastren consigo a la angustia, son instantes de exceso de vida, un roce con
lo eterno, que al final se tiñen con la más obscura soledad, al mirar de frente
la imposibilidad de transferir la existencia, es la invectiva a la madre por
obsequiar una vida que se agota.
Lou
Andreas-Salomé murió en 1937, las palabras de Freud son el mejor homenaje a su
vida, entremezcla de ternura, reconocimiento y dolor:
El 5 de febrero de este año tuvo dulce muerte en su
casita de Gotinga Lou Andreas-Salomé, poco antes de cumplir 76 años. Los
últimos veinticinco años de vida de esta mujer extraordinaria estuvieron
dedicados al psicoanálisis, al cual brindó valiosos trabajos científicos,
ejerciéndolo además en la práctica. No digo gran cosa si confieso que todos
nosotros sentimos como un honor su ingreso en las filas de nuestros
colaboradores y compañeros de lucha, y, al mismo tiempo, como una nueva
confirmación del contenido de verdad de las doctrinas analíticas.