Un bicho se alojó en mi conciencia,
engordó a costa de mis ideas,
meses atrás engulló las primeras líneas
de un poema,
sentí sus patas arrastrando a sus fauces
cada letra,
desesperado golpeé mi cabeza para
tumbarlo,
recé letanías para empacharlo con material
tóxico,
bebí tequila esperando se mareara y
desistiera,
inclemente, el artrópodo resistió mis
ataques,
aniquiló mis versos.
Una noche le agradecí que degustara mis
pesadillas,
dejé atrás la gratitud cuando por la
indigestión vomitó sobre un sueño erótico,
matiz que convirtió la jornada en un
festín sadeano,
entre las tinieblas escatológicas surgió
el deseo de aspirar insecticida,
eliminar al insecto,
pero recordé la temporada en que me
sentí cucaracha,
temí suicidarme en el intento.
Durante una sesión de psicoanálisis,
acostado en el diván estaba por develar
un recuerdo encubierto,
sin importarle mis años de represión,
el bicho devoró la evocación,
tras lo cual invernó un tiempo en mi
inconsciente,
fueron días en que si me cruzaba con una
alimaña,
tenía impulsos edípicos,
perseguía moscos con la intención de
asesinarlos para casarme con la mosca,
me enamoré de una que otra garrapata.
Vaciada mi conciencia, el parásito
comenzó a sufrir hambres,
para ese momento mis habilidades
mentales eran casi nulas,
aún así mis balbuceos eran celebrados en
las redes sociales,
cuando quise compartir el drama que
vivía,
recibí agresiones de grupos defensores
de animales cognófagos,
de asociaciones ecologistas que
protegían los derechos del bicho,
con el argumento de que mi conciencia
era su hábitat.
Compadecido de la situación desesperada
de mi inquilino,
tomé antidepresivos,
si la despensa de mis pensamientos se
había agotado
al menos podía obsequiarle unos baños de
fluoxetina,
percibí algunos cambios en su
comportamiento,
una vez sentí que con una patita dibujó
en una de mis neuronas un “like”.
Han pasado varias semanas sin que sienta
su presencia,
los conceptos retornan poco a poco a mi
conciencia,
pero es como si mi memoria se hubiera
reseteado,
apenas identifico a las personas que
afirman conocerme,
mi única remembranza es el insecto,
me siento responsable de su muerte,
debí haber tenido más ideas, más
reminiscencias, más fantasías, más sueños;
lo pude alimentar por varios años, ¡maldita
acedia!
A manera de Requiem, escucho el Vuelo del abejorro de Rimsky Korsakov,
una araña en la pared, un escarabajo traído
por el viento, un ciempiés extraviado;
les quiero hablar, son familia,
pero suena mi móvil y su llamado diluye
el encanto.