miércoles, 30 de noviembre de 2011

Sobre el arte de estar enamorado


     Hace dos mil años, Ovido escribió su Ars Amandi. Inspirado en ese poema didáctico sobre el amor, en 1956 Erich Fromm publica en inglés su multicitado pero pocas veces aplicado The art of loving,  y tres años después apareció la edición en español con el título El arte de amar. Cuarenta y cinco años después, y a pesar del maravilloso texto que matizó notablemente mi decisión de caminar por las rutas “psi”,  seguimos siendo igual de ignorantes con respecto al amor. Quizá el amor es de esos temas con respecto a los cuales habría que seguir el prudente consejo del filósofo Ludwig Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, hay que callar”.
       A diario, frente a mis pacientes, sean niños, adolescentes o adultos; me pregunto: “¿qué es el amor?”. Cuando una respuesta comienza a dibujarse, la noticia de algún acto humano me lleva a dudar y finalmente a renunciar a mi dilucidación.  Su naturaleza evasiva puede ser la fuente de su fuerza, como afirmaba en buen Freud, quien se entrega al amor es el más vulnerable, pues la incertidumbre de los designios de eros hace del amor una condición de alto riesgo.
       Advierte, implacable, Rainer Maria Rilke en la primera de sus Elegías del Duino: “Pues lo hermoso no es otra cosa que el comienzo de lo terrible en un grado que todavía podemos soportar y si lo admiramos tanto es sólo porque, indiferente, rehúsa aniquilarnos”. Después de leer esto resulta inocente lanzarse a los brazos de la belleza y el amor sin un dejo de temor, lo harán solamente los ilusos, los tibios o los perversos.   
       Sin embargo, a pesar de las incontables referencias a las agudas aristas del amor, los humanos lo hacemos el protagonista de nuestros días, los consultorios psicoterapéuticos se impregnan incesantemente con el perfume de las historias de amor o el agrio tufillo del desamor.
      Lo cierto es que más allá del eterno inventario de los sinsabores del amor, estar enamorado es la más deliciosa de las locuras, es la sinrazón más sublime, la cual, como todo lo sublime, se puede convertir en un arte.  Hay quienes disfrutan del enamoramiento salvaje, otros viven tranquilos con el enamoramiento estratégico, es decir, racional y regulado. Los hay que viven el enamoramiento como una suerte de destino o quienes sólo se enamoran de reproducciones de sí mismos. Para mi, estar enamorado es un estado en permanente creación, por eso resulta absurdo afirmar “soy enamorado”,  decimos que “estamos enamorados” porque podemos dejar de estarlo. Para mí, estar enamorado es hacer de mi amor la fuente de un arte, del que emanen  a diario obras para obsequiarlas a mi amada, quien podrá palpar en ellas la medida de mi amor.   
      Para afinar la claridad de mis dichos, he decidido invitarles a degustar la bella letra de una canción de Pablo Milanés, la cual considero la canción más romántica escrita en castellano. Un solo obstáculo me ha limitado en otros momentos  para hacer explícito mi gusto por la pieza, su título, se llama Yolanda, lo cual seguramente les llevará a preguntarse sobre mi reserva. Mi madre se llama como la canción y mi mente psicoanalítica me arroja inmediatamente a las lecturas edípicas. Pero decidido a no restringirme por esto, prefiero dejar a su consideración la letra de esta bella canción, la cual iré comentando para ilustrar mi perspectiva del arte de estar enamorado. De cualquier manera, para no distraer a los lectores con detalles autobiográficos, citaré la versión de Guadalupe Pineda, la cual se titula Te amo y omite el nombre de Yolanda.
Esto no puede ser no mas que una canción
Quisiera fuera una declaración de amor
Romántica sin reparar en formas tales
Que ponga freno a lo que siento ahora a raudales
Te amo
Te amo
Eternamente te amo

      Lograr que toda expresión sea una declaración de amor es la más alta aspiración del enamorado, hacer del tiempo el lienzo donde se plasma una eterna poesía a la amada, dejando de lado las formas para liberar las palabras más sazonadas por el arrebato romántico. Decir incesantemente “Te amo”, sin sentir que la frase o la intención se erosionan con su enunciación. Purificarse del imperativo de lo novedoso, para disfrutar del placer de lo renovado. 
Si me faltaras no voy a morirme
Si he de morir quiero que sea contigo
Mi soledad se siente acompañada
Por eso a veces se que necesito
Tu mano
Tu mano
Eternamente tu mano
      ¡Milanés, en tus manos encomiendo mi corazón! Si me faltaras no voy a morirme, si he de morir quiero que sea contigo… Excelsa apología del amor no-masoquista, en tiempos donde impera el estilo Amar te duele, o lo que es lo mismo el No pain, no love, el poeta cubano nos muestra un horizonte de amor bajo en dependencia: no te necesito para vivir, pero quisiera estar hasta la muerte junto a ti. Otra no menos grande: Mi soledad se siente acompañada, por eso a veces se que necesito, tu mano… es la frase romántica más honesta que conozco. Somos una legión de soledades, nuestra vida es intransferible, más allá de las fantasías Ciencio-ficcionarias. Saber elegir la compañía a nuestra soledad es el mayor de los dones. Estamos rodeados de personas que no eligen sino acompañantes placebos o deciden vivir en medio de puros desechos tóxicos. Las compañías que uno se procura son evidencia de quienes somos, de ahí la sabiduría del dicho popular “dime con quien andas y te diré quien eres”. Enamorarnos implica el deseo de compartir nuestra intimidad con alguien, ¿a quien invitamos al espacio íntimo?, la respuesta da cuenta del valor que para nosotros tiene ese lugar donde necesariamente somos vulnerables. Hay quienes invitan a la violencia, quienes reciben a la locura,  conviven con el riesgo, en fin, pareciera que para intimidar requieren pagar una cuota de masoquismo. Por el contrario hay quienes sólo pretenden dar entrada a la perfección, expulsando a los invitados por cualquier nimiedad. Algunos se enamoran de personas que les permiten evadir la intimidad, son los social lovers. En fin, muchas pueden ser las variaciones, cada quien conoce su constelación de “intimidados” y hasta donde constituyen oportunidades para acompañar su soledad o son puros recursos de evasión de sí mismos, de su soledad.
           
Cuando te ví sabia que era cierto
Este temor de hallarme descubierto
Tu me desnudas con siete razones
Me abres el pecho siempre que me colmas
De amores
De amores
Eternamente de amores
       El umbral del enamoramiento, en el cual deseamos profundamente que esa otra o ese otro, descubran nuestra intención y nuestro sentir, experimentando simultáneamente el temor a no ser correspondidos, miedo que inspira todas las poses pre-relacionales. Ríos de palabras corren todos los días, conjuntando propuestas para esta etapa, en ocasiones es tan grande la fobia al rechazo, que muchas personas dejan pasar frente a sí a quien pudo ser el amor de su vida. Como dice Pablo, Este temor de sentirme descubierto, tu me desnudas con siete razones… El enamorado está expuesto, está desnudo, los intentos por ocultar dicha desnudez lo hacen lucir como el personaje del cuento El traje nuevo del Emperador de Hans Christian Andersen, quien creyendo portar un majestuoso atuendo en realidad expone su desnudez a todos. La capacidad para estar expuestos sin ser invadidos por la paranoia es una de las artes mayores del estar enamorado. Los seres humanos nacemos con mecanismos para defendernos, quienes han sufrido daños tempranos suelen intensificar sus defensas colocando grandes barreras al otro por el temor a que el dolor regrese. Quien sintió su dolor acompañado por una persona suficientemente empática, puede vincularse de una manera espontánea, no niega el dolor pero lo vive como algo pasajero.
Si alguna vez me siento derrotado
Renuncio a ver el sol cada mañana
Rezando el credo que me has enseñado
Miro tu cara y digo en la ventana:
Te amo, te amo, eternamente te amo
       Una frase de Octavio Paz que cito incansablemente es la de “Amar es combatir”, cuando uno siente que ya no tiene sentido luchar por la amada, cuando uno se siente derrotado, cuando uno deja de combatir, entonces el enamoramiento empieza a evaporarse hasta convertirse en un terreno árido. Uno puede saber cuan amado es, observando el nivel de combate de la otra persona por uno. Hay que ser precavidos en esta evaluación porque la capacidad de combate también depende de personalidades y estilos, por tanto, sólo podremos medir el nivel de combate de alguien a partir de su peculiaridad. Al mismo tiempo, hay pseudocombatientes, son los simuladores que exaltan sus proezas en el amor o las realizan solamente para socializarlas y satisfacer el apetito voyeurista de sus “seguidores”. La frase Rezando el credo que me has enseñado, es la síntesis del arte de estar enamorado. Aunque remita al poema idealista nacionalista de “¡México, creo en ti…!” de Ricardo López, considero que cuando le decimos a la persona amada “Creo en ti”, es una manifestación de profunda confianza, la cual impulsa el deseo de compartir el resto de la vida con ella: “Creo en ti, creo en nosotros, creo en lo que somos y en lo que podemos ser”. Considero que encontrar personas en las cuales creer, en las cuales confiar, es la mayor faena de la vida. Pero encontrar a la persona por cuyo amor decidamos reescribir nuestro Credo es el mayor de los logros, del cual deriva una vida de creatividad, una vida existencialmente artística.
       El arte de estar enamorado es el de la confianza, creer que con ese otro (esa otra), el amado (la amada),  crearemos conjuntamente la mejor de las vidas.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Letras etéreas: vulnerabilidad, amor y libertad




Tras una vida soñando con ese instante, de pronto me encontré lanzándome de una avioneta, cayendo libre a 200 kilómetros por hora sintiendo arrebatadoras caricias del viento y la fuerza de la tierra atrayéndome a ella, celosa de que tempranamente hubiera entregado mi amor a las nubes. Libre de todo pensamiento, con el cuerpo totalmente comprometido en la experiencia, como tendría que ser toda vivencia de verdadero placer, eternicé los segundos en ese fugaz orgasmo con la naturaleza.
El solipsismo se rompió súbitamente con una voz diciéndome: “voy a abrir”, destrozando mi fantasía de poder extender mis brazos y remontar libremente el vuelo. El paracaídas hizo su labor de resistencia, el resto fueron sólo suspiros, como esa quietud postcoital, donde se visualiza el retorno a la realidad pero se conserva el furor de los momentos previos.
Crucé la frontera del tiempo, mis fantasmas del pasado fueron arrastrados por el soplo del aire. Mirar a la tierra de frente, reírme de su gravedad, me llevó a sentir la soportable levedad del ser, en el instante de la caída supe que era otro quien bajaba.
La experiencia me develó un secreto oculto en el ruido de la era actual. En un tiempo donde todo mundo valora sus “fortalezas”, una luz cayó sobre una frase que visualicé al momento de caer: “El miedo a la vulnerabilidad es la raíz de todos los miedos y el miedo devora las alas de la libertad”.  Trabajar las fortalezas negando la vulnerabilidad es como hacer ejercicio tomando esteroides anabólicos, se crea una fuerza ficticia, aparente. De ahí que estemos rodeados de gente con “talento muscular”, de “personalidades hiperanabolizadas”, espíritus secos intoxicados de sí mismos.  
Hace unos días vi la magistral obra cinematográfica de Terrence Malick, El árbol de la vida, la cual hace uno de los planteamientos más profundos a nuestra condición humana: Frente a la conciencia de nuestra vulnerabilidad ¿dónde buscamos respuestas: en la naturaleza o en la divinidad, en el devenir o en la gracia? En lo personal, me oriento por natura, creo que el único sentido de nuestra existencia es el que nosotros mismos le podemos dar a partir de nuestra maravillosa y terrorífica herencia filogenética que nos permite tener conciencia de nosotros mismos. Sin embargo, respeto profundamente a quienes como el Job bíblico, de cuya historia parte la película, abren sus brazos a la felicidad y dolor dictaminados desde esferas celestiales. Finalmente a creyentes, ateos y agnósticos, se nos contagia por igual el miedo a la vulnerabilidad y nuestras creencias o teorías tan sólo son intentos por disminuir nuestra angustia.
En los últimos años fui lanzado de un lado a otro por mis múltiples vulnerabilidades, pero resistí el impulso casi inercial a mirar al cielo y deseché el ideal occidental del “solitario”, la vida estilo “Palacio”, dejé de buscar el futuro en el espejo y me encontré , o más bien me reencontré, con los otros y en los otros. Sobreviviente de la hoguera de las vanidades, quedé hastiado del derroche narcisista de los “empoderados”, los “pro-activos” y los “creativos”; todos ellos ostentadores de una aburrida “in-vulnerabilidad”.
Dice Octavio Paz: “El hombre es un ser precario, complejo, doble o triple, habitado por fantasmas, espoleado por los apetitos, roído por el deseo: espectáculo prodigioso y lamentable. Cada hombre es un ser singular y cada hombre se parece a todos los otros. Cada hombre es único y cada hombre es muchos hombres que él no conoce: el yo plural. Cervantes sonríe: aprender a ser libre es aprender a sonreír”.
Al pisar tierra, tras largos minutos flotando en las entrañas de la atmósfera, fue deslumbrante la claridad: “aceptar mi vulnerabilidad me hará libre”. Hoy me asumo vulnerable, de ahí que recibo los embates como manifestaciones del sentimiento de vulnerabilidad de los demás, de su miedo a ser libres.