martes, 15 de mayo de 2012

La red de la crueldad se teje entre la obediencia y la indiferencia

Les comparto mi reiterado deleite por sentarme a la mesa de las palabras junto con un magnífico grupo de comensales en la revista "La Otra Gaceta".  Participo con el texto La red de la crueldad se teje entre la obediencia y la indiferencia, donde presento mi perspectiva de la crueldad acompañado de autores como Sontag, Lèvinas, Maquiavelo, Gramsci, Patocka, Bauman, entre otros. Tras una disertación, concluyo que  "actuar éticamente implica, en muchas ocasiones, actuar con desobediencia", pues la crueldad, que es exclusivamente humana, ha tenido sus expresiones más siniestras  al amparo de autoridades legitimizadas.
El link es el siguiente:

http://www.laotrarevista.com/2012/05/la-crueldad-juan-pablo-brand/#more-2844

miércoles, 9 de mayo de 2012

En el nombre del Padre, darse en la Madre


       Estación ausente, voz silenciosa, sosegada turbulencia, caótica armonía, ensueño real, indicio oculto, espíritu material, distinguida humildad, niño viejo, fervoroso agnóstico… en fin, mi padre es un oxímoron al cual decidí amar, pues en su tránsito por los opuestos me obsequió la libertad al manifestar su inconformidad y su resistencia a la hegemonía. Su dinamismo óntico es tan perceptible que prescindo de la comprensión para acceder a él.
       No así con mi madre, firme como el andar del tiempo, coherente constelación, adulta desde la cuna. Quieta cual sol, contempla el movimiento de los otros anclada en su privilegio gravitacional. Se tutea con Dios y en su diálogo se lamentan por las debilidades humanas, pero aún en su complicidad con lo divino, no toca la santidad, odia los escenarios, por tanto se esfuerza por no trascender lo suficiente como para merecer un nicho o un altar, nada le resultaría más incómodo que ser observada perpetuamente por miradas fervientes, ávidas de consuelo, rogadoras de subsidio celestial.
       Mi madre es un misterio en cuya sombra me constituí, la amé desde el principio, por lo que a diferencia de lo sucedido con mi padre, con ella tuve que aprender a moderar mi amor para lograr la transgresión, pues con una madre tan extensa la diferenciación sólo es posible al margen de sus leyes. Cuando se tiene tan cerca una supernova, el riesgo de quedar atrapado en su órbita es permanente, tras prolongadas batallas en los campos del corazón y el lenguaje, me constituí en cometa, de tal manera que cruzo frente al sol y entre las órbitas pero no me detengo, por eso no soy el que se va sino el que no ha llegado.
      Mi madre me regaló la fuerza, la libertad conlleva soledad, y la soledad sólo es soportable cuando uno desciende de los brazos maternos, cuando  emerge de la matriz para construir su heteropía, su otro lugar. Chevalier y Gheerbrant nos dicen que el simbolismo de la madre “se relaciona con el de la mar, como también con el de la tierra, en el sentido de que una y otra” son receptáculos y matrices de la vida, “en este símbolo de la madre se encuentra la misma ambivalencia que el del mar y la tierra: la vida y la muerte son correlativas. Nacer es salir del vientre de la madre; morir es retornar a la tierra. La madre es la seguridad del abrigo, del calor, de la ternura y el alimento; es también, por el contrario, el riesgo de opresión debido a la estrechez del medio y al ahogo por una prolongación excesiva de la función de nodriza y de guía: la genitrix devorando al futuro genitor, la generosidad tornándose acaparadora y castradora”.
       El amor al padre es una elección, el amor a la madre es una ratificación. Quien no se ha cuestionado el amor a su madre, no sabrá si lo que experimenta es amor por la persona o una inercia impulsada por el temor al abandono. Para ser en el mundo es necesario darse en la madre, impactar las representaciones de nosotros mismos emanadas del vínculo con la madre en el muro del padre, símbolo de la ley, de la organización allende el universo familiar. Ser genitores, creadores de nueva vida, tanto biológica como imaginaria o simbólica, implica dejar el posicionamiento de hija e hijo, de otra manera no hay creación sino duplicación. Renunciar a ser a toda madre, es decir, tener poca madre, nos evita muchos desmadres
Los autores antes citados refieren: “El padre no sólo es el ser que queremos poseer o tener; sino también el que queremos poder llegar a ser, el que queremos ser o valer. Y este progreso pasa por la vía de supresión del padre ‘otro’ hacia el acceso al padre ‘yo mismo’. Tal identificación con el padre entraña el doble movimiento de muerte (para él) y de renacimiento (para mí). El padre pues subsiste siempre como una imagen permanente de trascendencia, que sólo puede aceptarse  sin problema con un amor recíproco de adulto”.
Esto es, la madre nos da la fuerza para vincularnos, para amar, es la plataforma del ser. El padre despliega el horizonte de lo que podemos ser, es palabra que nos permite establecer acuerdos de convivencia. La mirada de la madre impulsa el enamoramiento, la voz del padre la continuidad del amor.  La madre es fascinación, el padre convicción. La madre es principio, el padre es fin.
Madre y Padre deben morir como genitores para renacer como referentes de reciprocidad, seres dialogantes con sus ancestros y descendientes, eslabones entre los vivos y los muertos, memoria retrospectiva y prospectiva. La mejor herencia es una historia compartida donde los miembros de un grupo puedan dar sentido a sus creaciones y facilitar el intercambio simbólico con otros grupos.