miércoles, 8 de enero de 2014

Celebrar con un "Selfie" los cien años del narcisismo freudiano

No hay que apagar la luz del otro para lograr que brille la nuestra
Mahatma Gandhi

Caminar por el salón de los espejos del Palacio de Versalles es un rito iniciático del esnobismo, es un tránsito entre dos dimensiones, la del campo tridimensional donde uno es observador y el bidimensional donde uno se constituye en escena de lo observado, como si de una fotografía se tratara es posible mirarse con un fondo de bellos jardines y un extenso lago artificial, tal como se vieron Luis XIV, Luis XVI, Napoleón, María Antonieta o Josefina. La imaginación permite representarse las grandes fiestas donde seguramente la nobleza y los poderosos de la Francia de los siglos XVIII y XIX se observaron en esos espejos y se enorgullecieron de ser ellos al formar parte de esa instantánea del glamour. Ahora son las revistas de sociales las que cumplen esa función de espejo, a las personas les gusta mirar su imagen en esos inventarios del poder y la moda, esa imagen que parece tener una vida independiente, viajando por los medios y las redes sociales, evidencia de que “se es alguien”, y la prueba de que “se es” es que hay otros que están viendo la imagen. Si algo hay particularmente ilusorio son las imágenes, sean físicas o mentales, sin embargo, son tan accesibles y fáciles de entender que las consideramos la evidencia más reveladora.
En la actualidad tenemos los recursos y los medios para el self-branding, esto es, promover nuestra imagen, ideas y producciones como una marca en sí misma. La palabra Brand me es sumamente familiar, puesto que la llevo por apellido, lo cual me motivó hace muchos años a ir tras su origen. Significa tizón, esto es, ese instrumento de metal que se pone al fuego para posteriormente colocarlo sobre la piel de los animales para marcarlos como propiedad. Partiendo de esto el self-branding es la aspiración a ser el tizón que marque a quien se nos acerque, ya sea por la vía material o digital. La función que cumplían las religiones, las ideologías, las empresas, los productos, ahora las cumple el YO. Esto da un contexto para la proliferación del Selfie, estos autorretratos fotográficos que pueden conservarse para el museo personal o que se publican en redes sociales para medir su efecto de branding. El autorretrato no es nuevo, grandes artistas lo han elegido como tema: Durero, Da Vinci, Rembrandt, Goya, Van Gogh, Picasso, Schiele, Kahlo, Bacon, entre otr@s. Sin embargo, ahora no vienen a mi memoria imágenes de estos artistas enviando besos, en ropa interior o con gestos cómicos. También en los autorretratos de estos artistas podemos ver claras diferencias entre quienes pertenecen a la era de la fotografía y los que no, los primeros suelen representarse con modificaciones, alteraciones o elementos agregados, mientras que Durero, Da Vinci, Rembrandt o Goya se retratan con sumo cuidado, de otra manera la imagen de sus rostros se hubiera perdido.
Lo interesante con los Selfies es que las personas se sorprenden con su propia imagen, se dicen a sí mismas: ¡que guapa!, ¡que guapo!, ¡que sexy!, ¡que original! ¡woaw¡, ¡jajajaja! Es más un encuentro que un descubrimiento, es el doble que nos trae noticias de nosotros mismos, es un ciclo que va de uno a lo otro y de vuelta a uno. De ahí que las personas elijan para su publicación un Selfie entre mil que han hecho, regularmente el encuentro con nuestra imagen no es tan amable. En los Selfies acompañados predominan algunos estereotipos: sonrientes, sexys, “originales” (con pretensiones artístico-conceptuales) y cómic@s. Esto varía de acuerdo a con quien se comparta el Selfie y los objetivos del mismo.
Ante esto, cabe la pregunta ¿para qué hacer Selfies? La respuesta la dio Sigmund Freud hace cien años (1914) en su ensayo Introducción del narcisismo. Con la reminiscencia del mito griego de Narciso, quien precisamente quedó prendado de un Selfie obsequiado por un lago, Freud da un salto teórico-clínico de gran escala. Desde mi perspectiva este texto tiene una importancia similar a La interpretación de los sueños, es más, al paso del tiempo, el abordaje freudiano de los sueños ha sido ampliamente cuestionado, mientras que el concepto de narcisismo es actualmente imprescindible en la investigación de la condición humana, tanto en su análisis general como en sus manifestaciones psicopatológicas. El psicoanalista parte de la descripción que hizo Näcke en 1899 de una perversión sexual a la cual denominó Narcisismo y que se define como aquella conducta por la cual el individuo da a su cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual. No haré una disertación sobre la sustentación freudiana, se puede consultar directamente en el texto, aunque es posible que sea de difícil lectura para quienes no estén familiarizados con los conceptos freudianos, puesto que su contenido está muy condensado y por tanto el autor obvió en el lector el conocimiento previo de su obra. Retomaré solamente algunos puntos para dar cuenta de la actualidad de dicho ensayo.
En Introducción del narcisismo, Freud cimentó la base de una revolución clínica, organizó los argumentos de un dinamismo psíquico que explica por qué los seres humanos podemos representarnos y tratarnos a nosotros mismos como si fuéramos un objeto. Con el fin de ofrecernos una fenomenología de sus dichos, toma los ejemplos de la enfermedad orgánica, la hipocondría y la vida amorosa.
Con respecto al primer punto nos dice: Es sabido –y nos parece un hecho trivial- que la persona afligida  por un dolor orgánico y por sensaciones penosas resigna su interés por todas las cosas del mundo exterior que no se relacionen con su sufrimiento. Basta recordar cualquier enfermedad o malestar físico que hayamos sufrido para coincidir con Freud. Es frecuente que la persona enferma modifique sustancialmente su actitud para con los otros y las cosas. Se suelen intensificar las conductas de autocuidado, los sentimientos de indefensión y los pensamientos alrededor de un trato injusto o de señalamientos sobre las posibles causas de contagio o causa del malestar, que se suelen focalizar en alguna persona en particular. Se pierde el interés por los gustos cotidianos como comer, beber, el sexo, convivir, en fin, cada persona es afectada en su constelación de placeres.
En el caso del hipocondríaco, Freud nos dice que retira interés y libido de los objetos del mundo exterior y los concentra sobre el órgano que le atarea. Esto es, el hipocondríaco hace del supuesto órgano afectado el centro de sus preocupaciones, lo que le permite justificar su desprendimiento de los demás, intentando además atraer las miradas de los otros sobre su malestar. Freud lo explica como una estasis (estancamiento de sangre o de otro líquido en un órgano del cuerpo) derivada de una hiperconcentración libidinal, esto es, una de las manifestaciones de la energía que dinamiza el psiquismo humano. Al analizar este padecimiento, Freud nos obsequia un enunciado sublime, un poema psicoanalítico: Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar.
En cuanto al modo narcisista de amor, Freud nos ofrece un mapa muy preciso que nos coloca frente al cuestionamiento de nuestra forma de amar y de quienes afirman que nos aman. Para él, en el tipo narcisista se ama:
-       A lo que uno mismo es (a sí mismo).
-       A lo que uno mismo fue.
-       A lo que uno querría ser.
-       A la persona que fue una parte del sí-mismo propio.

Esto es un golpe sustancial a la exacerbación amorosa, eso que entendemos como “lo romántico” es en muchas ocasiones narcisismo puro, el “romántico” no puede simplemente amar, sino que tiene que emprender grandes hazañas, aplicar intensamente su creatividad y supuestamente renunciar a sí mismo con tal de lograr un impacto en el ser amado. En el fondo, el “romántico” quiere ser excepcional, único y totalmente original; no está tan interesado en la otra persona sino ser testigo del reflejo de la fuerza de su “amor”. Esto es muy tangible en la ansiedad actual por hacer de la entrega del anillo de compromiso un hecho espectacular, “del que se hable”. La oportunidad de las fotografías y su publicación en redes sociales intensifica la necesidad de hacer algo excepcional. La comprometida, si es que acepta el anillo, porque el show y la inversión no aseguran el “sí”, estará más preocupada por dar a conocer los detalles a sus amigas que por un momento de amor con el comprometido, quien a su vez leerá en el rostro de su prometida y después en las respuestas en redes sociales, su “efecto romántico”. El amante narciso en adelante encontrará un desfile de espejos que le dirán: “que lindo”, “ojalá mi novio haga algo igual de especial”, “se ve que la amas mucho”, etcétera. Esto en ocasiones tiene como consecuencia que los preparativos de las bodas duren más que los matrimonios o la fidelidad, puesto que The show must go on, lo cual es difícil de lograr en la rutina de un hogar. Otra opción es que entren en escena l@s hij@s, quienes en su fragilidad, vulnerabilidad y total dependencia, son instrumentos fáciles del narcisismo de sus padres. Como dice Freud: El punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad asedia duramente, ha ganado su seguridad refugiándose en el niño. El conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres, que en su trasmudación  al amor de objeto revela inequívoca su prístina naturaleza. Esto es, los hijos se convierten en prótesis narcisistas en las cuales los amantes del tipo narciso pueden implantar e impulsar todas esos aspectos que ellos mismos desean ser, desearon ser o esperaron que sus propios padres o seres queridos quienes les cuidaron, fueran.
      El que el Maestro vienés describiera magistralmente el “amor propio”, no lo libró de los impulsos narcisistas a perpetuar su imagen. Si bien en su época resultaba casi imposible hacer un Selfie, fue retratado numerosas veces y cuidaba cada detalle de su vestimenta, arreglo, postura y expresión. De ahí que sea tan recurrente la representación de Freud con un puro, en al menos tres de sus famosos retratos aparece con uno prendido en la mano, correspondiendo a varias edades a partir de su cincuentena.
     Desde la perspectiva freudiana, el narcisismo es inevitable, es un tránsito necesario en el desarrollo infantil y un factor imprescindible para la estabilidad psíquica. Esto llevaría a la conclusión de que es una condición humana universal, sin embargo, algunas tradiciones orientales lo plantean de manera diferente, el yo es un creador de ilusiones al cual hay que apaciguar y erradicar para poder conectar con la totalidad, de ahí que desde algunas expresiones del budismo quede eliminado el yo y sus derivaciones, hasta en la enunciación. Por ejemplo, no afirman “Me duele”, sino solamente “Duele”, o “Escucha” en lugar de “Escúchame”. No conozco la opinión de los budistas sobre los Selfies, pero lo poco que conozco de budismo me lleva a pensar que quizá los consideren una distracción inútil y peligrosa para la el logro de las cuatro nobles verdades.
     Como dijo el Señor, o sea Yo, les dejo este nuevo mandamiento:  Ámenme las unas y los otros como Yo me he amado. Interrumpo la redacción, tomaré un Selfie para recordarme cuando escribí sobre los Selfies…


Ahí Self-ven.