sábado, 7 de mayo de 2011

Atisbos psicoanalíticos a los siete pecados capitales: Pereza




Presentación

        Siendo congruente con el tema, no escribí presentación por pereza.

     Esta es la penúltima entrega de esta serie, previamente publiqué las entradas sobre soberbia, gula, avaricia, ira, lujuria y seguirá la de envidia.
       Para leer la presentación general de la serie, pueden seguir este link:



Pereza
El perezoso se parece a un montón de excrementos: el que los levanta se sacude la mano (Eclesiástico, 37, 11). Enérgica expresión de uno de los libros sapienciales de la Biblia, escrito por Jesús ben Sira, sabio de Jerusalén quien siguió el estilo salomónico de escritura para denunciar vicios como la pereza, voz sustantiva denotando la lentitud, la indolencia y en la tradición cristiana la acedia.
Aldous Huxley en su ensayo Acedia componente de su libro Al margen, refiere que los santos del desierto la denominaban daemon meridianus, espíritu maligno cuya hora favorita de visita era bajo el ardiente sol: “Yacía a la espera de aquellos monjes que se hastiaran de trabajar bajo el sol opresivo, aprovechando un momento de flaqueza para forzar la entrada de sus corazones. Y una vez instalado dentro, ¡qué estragos cometía!, pues de repente a la pobre víctima el día le resultaba intolerablemente largo y la vida desoladoramente vacía”. Para Huxley, el Taedium cordis, lo cual traduzco desde mi total ignorancia del latín como “Tedio del corazón”, no se puede confundir con la pereza, la cual es solamente una de tantas manifestaciones de la acedia.
Como todos los pecados capitales, la acedia es tallo del cual emanan numerosos pecados menores: ociosidad, morosidad, frialdad, falta de devoción y “el pecado de la aflicción mundana, llamado tristitia”: En la Modernidad, la acedia dejó de ser pecado derivando en una enfermedad, la cual se alabó como el espíritu del Romanticismo. Para 1923, momento en el cual Huxley publica estos ensayos, la acedia ya no era pecado, ni enfermedad sino “un estado mental que el destino nos ha impuesto”. Lúcida descripción del mal de nuestra época, pues asumimos como destino el aburrimiento, el desánimo y las desesperación, los cuales ya no responden a la cruz acompañada del grito Vade Retro Satana, el hastío es una amenaza permanente trascendiendo el mediodía para extenderse a un horario Always Open.
Muchas denominaciones se la han dado a la actual sociedad, una de ellas es la “del aburrimiento”. Aburrirse es una encrucijada, un cruce de caminos dirigiéndose a múltiples direcciones. En algunos encuentros sociales uno puede experimentar aburrimiento, lo cual suele ser un grito desesperado del deseo, huir para evitar morir por sobreexposición a la estupidez. Pero existen los aburridos consuetudinarios, espíritus tibios atrapados en el goce, despreciando cualquier placer ajeno a la sensualidad y al presentismo.
Para Heidegger, la modernidad se caracteriza por el horror vacui, el pánico frente al vacío, manifiesto en el aburrimiento, entendido desde la raíz latina que remite al significado de aborrecimiento. El filósofo propone lanzarse al vacío a través del aburrimiento, hasta llegar al aburrimiento profundo,  arribar al es ist einem langeweiling, al uno se aburre, estado donde el sujeto desaparece, pues el aburrimiento se devora al yo y el mundo se vuelve indiferente. Inmersos en estas profundidades del tedio, el tiempo deja de importar y la persona se vive como una inmensa unidad temporal inarticulada. El desvanecimiento de las fronteras temporales permite la experiencia plena del instante, la cual es para Heidegger la posibilidad auténtica de existir.  Como afirma Daniel Lesmes “en el aburrimiento heideggeriano está en operación lo que podría llamarse un sentir del mónakos, del solitario, y es que a pesar de su insistencia en que el hombre es ser-en-el-mundo, Heidegger, como sabemos, se aísla”.
       Es así como podemos vincular el aburrimiento al ocio, ese tiempo exento de responsabilidad laboral, donde podemos enfocarnos en el estudio, la contemplación y la creatividad. De ahí que la palabra escuela derive del griego skolé, origen del concepto ocio, pues solamente el ocioso puede enfocarse en actividades que no representan obligaciones para satisfacción de necesidades ni contemplan ingresos económicos. Quien se dedica al negocio, esto es al no-ocio está cubriendo necesidades corporales, laborales o compromisos sociales. Es probable que la actual crisis de la educación, en particular la de nivel superior, sea porque los estudiantes se representan su paso por la universidad como un negocio, como una obligación para cubrir sus necesidades, razón por la cual no experimentan la devoción por el conocimiento.
El ocio es por tanto la oportunidad para aburrirse, para arrojarse al vacío en busca del instante. Sin embargo, el horror vacui, ataja a muchas personas haciéndoles insoportable el sentimiento de soledad, por tanto se refugian en el entretenimiento, vocablo que significa “mantener juntos”, huyen del abismo del ser para aletargarse en el incesante rumor de las masas. Las redes sociales, anegadas de tedio, corrompiendo el encanto del acontecimiento, muestran el desfallecimiento de la posibilidad estética, contemplativa y personal de nuestra época. Borran la diferencia entre compartir con el otro a derramarse sobre el otro, por la incertidumbre sobre el propio ser, expresado por la necesidad de poner a votación el deseo y el placer: “Me responden, por tanto, existo”. Lo mismo sucede con todo el espectro de los mass media, los cuales masajean al yo, creando una relación de complicidad para acallar al ser, despojándole del ocio, abatiéndolo en la pereza.
Pero ¿cuál es el devenir del deseo en la pereza? Preguntémosle a Herr Professor Sigmund Freud.
Tras el embate de la Primera Guerra Mundial, Freud revolucionó su teoría de las pulsiones y la expuso en el texto Más allá del principio del placer. Previo a esta publicación el autor pensaba en términos de placer-displacer, tras la epidemia de dolor de la posguerra, la cual sacó a flote sintomatologías inimaginables, en las que las vivencias traumáticas reaparecían incesantemente atormentando el día a día de miles de personas, Freud se vio en la encrucijada de sostener su sistema a pesar de las evidencias que lo cuestionaban o, como solía hacer, ser su propio crítico y replantear su teoría. Optó por lo último, dando nacimiento al concepto de compulsión a la repetición, en la cual un dolor enquistado golpea una y otra vez la vida anímica de las personas, arrojándolas a una intensa angustia, para la cual se busca remedio en la aspiración a un estado nirvánico, esto es, reducir a cero el nivel de excitación externo o intrapsíquico. Una fuerza en negativo impulsa este principio, la pulsión de muerte, una energía muda rompiendo las redes eróticas hasta llevar al sujeto al estado inanimado. Posteriormente Freud encontrará que muchos humanos crean una ligazón entre placer y aniquilación, un consorcio  de pulsiones de vida y muerte, donde la destrucción se vive placenteramente. Son los masoquistas, para quienes el dolor es su prueba de existencia y el placer sólo la antesala de nuevos dolores.
     Quizá vincular pereza y masoquismo despierte muchas suspicacias, la falta de espectacularidad de la pereza nos lleva a pensar que solamente es consecuencia de falta de voluntad. Pero analizando con mayor profundidad cuanta vida y cuanta muerte habitan al perezoso, probablemente no descartemos con tanta facilidad la posibilidad masoquista.
Se me ha ocurrido el juego de palabras “Pere-ser”, para dar cuenta de la condición óntica del perezoso, no es un ser-para–la-muerte sino un ser-en–la-muerte, es quien obsequia su tiempo y por tanto su vida como ofrenda a un Otro Supremo,  a un Otro hambriento del ser y el tiempo de los humanos, el cual ofrece a cambio distracción y entretenimiento.
         Pere-ser es eternizar el instante aniquilándolo, el perezoso no distingue un minuto de otro, un día de otro, el tiempo sólo actúa en su cuerpo, lo cual implica desde un argumento inspirado en la obra de Lacan, vivir una vida completamente real, anémica de imaginación y simbolismo.



7 comentarios:

  1. ¡Excelente el atisbo de esta semana! En la octagonal “demonología” de Evagrio Póntico, encontramos a lype (tristeza) y a acedía (desabrimiento, pereza). Como el ocho es un número muy oriental, Gregorio Magno en su ferviente espíritu oxidental, forza los logismoi evagrianos para que cuadren con la simbología romana reducíendolos a siete. El pecado de pereza nace entonces de la mezcla entre la tristeza y la acedia. Considero muy afortunada la asociación que haces entre la acedía y el aburrimiento heideggeriano, yo también encuentro muchas similitudes entre los dos conceptos.
    Diariamente escuchamos interminables quejas de la gente con respecto a su actividad laboral: estoy harto, cansado, no es lo que yo quiero, no me llena, no me deja tiempo para lo mío, etc. Ok, arroja a toda esta gente en el ocio total durante siete días… ¿se dedicarían realmente a hacer todo aquello que querían hacer mientras laboraban?, por supuesto que no, ya que el ocio los enfrenta al vacío existencial, pero en vez de arrojarse de lleno a ese vacío, se instalan en un punto medio (mediocridad, daemon meridianus), en el aburrimiento (el horror vacui). Al decir esto, no hago de ninguna manera, la apología de la hiperactividad capitalista y de la productividad obsesiva ya que esto también es un signo del horror vacui, otra de sus múltiples manifestaciones. Pero la pregunta más inquietante no es acerca de la naturaleza del aburrimiento, sino ¿porqué la angustia ante el vacío? Me atrevo a responder: porque la angustia patentiza la nada, no se trata de miedo, que siempre es miedo ante algo determinado, sino de la angustia primaria, la angustia ante todo y ante nada a la vez; el radical estar suspensos ante la posibilidad de todo asidero, de toda seguridad. Y sin embargo es ahí donde surge la originaria “patencia” del ente como ente —diría Heidegger— y agrega: “La nada no es nunca nada, y tampoco es algo en el sentido de un objeto; es el Ser mismo, cuya verdad se pone al alcance del hombre cuando éste se ha superado como sujeto, es decir: cuando ya no se representa como objeto lo existente”. Difiero en la interpretación de Daniel Lesmes: el ser-en-el-mundo es la estructura relacional que caracteriza al Dasein como tal. Esta estructura arraiga la trascendencia humana, o en otras palabras, la trascendencia humana es su ser-en-el-mundo. Ni siquiera el eremita más radical se encuentra fuera del mundo, nadie puede “aislarse” del mundo según Heidegger. Decir que el mundo pertenece al Dasein no es decir que el mundo es “subjetivo”; tampoco lo contrario: que es “objetivo”. Es previo a esa diferenciación, a toda diferenciación.

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  2. Mike, primero gracias por el comentario. Me gusta la conclusión de tu comentario, con respecto a lo subjetivo y lo objetivo, una diferencia que ha protagonizado grandes debates filosóficos y que al final del camino resulta que es pura ficción. Día con día los noticieros nos saturan de datos "objetivos" y como ¿pa'que nos sirven?: para estar informados; y eso ¿pa'qué nos sirve?: para platicar con otros que también están informados; y eso ¿pa'qué nos sirve?: para tener opinión y tema de plática; y eso ¿pa'qué nos sirve?: para no pasar por ignorantes; y eso ¿pa'qué nos sirve?: para que nos quieran. De haber empezado por ahí, nos ahorrábamos largas horas de escucha de datos de los que conservamos el 5% o 10% y al paso del tiempo quizá el 1%. Evidentemente el ser está en otra parte. Un abrazo

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  3. Me pregunto: ¿cómo diferenciar un problema de pereza, acedia o negligencia, de un problema físico o metal: falta de litio, una deficiencia orgánica o una compleja problemática personal? Como siempre, las zonas de frontera me causan problema, no hay afirmaciones absolutas, y adopto una postura de relatividad moderna o de casuística jesuita.

    Saludos,

    Ricardo

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  4. Ricardo, desde que Heisenberg planteó su principio de incertidumbre, no sólo se cuestiona lo observado sino al observador. En este sentido cuando se hace un análisis general, suelen desdibujarse las particularidades. Disfruto mucho el paso de mi telescopio al escribir al microscopio en mi consultorio, porque desde las dos perspectivas observo la complejidad de la condición humana. Los teóricos del caos afirman que las fronteras son siempre borrosas, pero al mismo tiempo no renuncian a las fronteras, porque las requerimos para no desbordarnos epistemológicamente.
    Un abrazo

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  6. Mi Estimado Miguel,Heidegger planteaba que el Dasein podía ser "propio" o "impropio". El Dasein propio se encuentra lanzado a su más peculiar poder ser, su comprender es el de "ser deudor" sabe que su vida no tiene un sentido predeterminado, su encontrarse es en la angustia, su habla es la silenciosidad y todo esto conforma su estado de resuelto, donde puede ser y dejar ser al otro. El impropio está "en estado de perdido", se halla arrojado a la cotidianidad y ha olvidado su finitud, se encuentra envuelto en la avidez de novedades, su comprender es el de la ambigüedad y su habla es del orden de las habladurías (Tamayo, 2001. Del síntoma al acto). Me parece que este paciente no quiere ser porque en realidad no ha sido, ha quedado atrapado en el Dasein impropio y lo ha confundido con su ser. Me gusta tu expresión "ánimo de la época", el cual parece orientado por la experiencia del Dasein impropio o lo que Winnicott llamaró el falso self. Un abrazo

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  7. Yo veía a un paciente adicto que dijo una vez: "No es que me quiera morir, no. Lo que quisiera es no existir, no ser". Y me parece ahora, recordando a Eduardo Kalina, que el "Dasein" en esta persona, que me parece condensa el ánimo de la época, es una curiosa operación dialéctica negativa: se arroja al mundo alejándose de sí mismo y del mundo.

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