La angustia como sabemos, está siempre conectada con una pérdida… con una relación bilateral a punto de desvanecerse para ser reemplazada por alguna otra cosa, algo que el paciente no puede enfrentar sin vértigo. Jacques Lacan expuso así en 1956 los hilos profundos de la angustia, agregando años después, en el seminario sobre La angustia que ésta es la falta de la falta, esto es, la ansiedad no es consecuencia de la ausencia del pecho sino de su presencia envolvente, entendiendo el pecho como al primer objeto de amor en nuestras vidas, que en muchos casos es la madre biológica.
La
naturaleza del objeto constituye uno de los temas más polémicos en la historia del psicoanálisis, sobre
todo cuando se plantea la función del primer objeto. Con respecto a esto,
refiere Freud en Tres ensayos de teoría
sexual:
Cuando la primerísima satisfacción sexual estaba
todavía conectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un objeto fuera del
cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más tarde, quizá justo en la
época en que el niño pudo formarse la representación global de la persona a
quien pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción. Después la pulsión
sexual pasa a ser, regularmente,
autoerótica, y sólo luego de superado el período de latencia [niñez] se restablece la relación originaria. No sin buen fundamento el hecho
de mamar el niño el pecho de su madre se vuelve paradigmático de todo vínculo
de amor. El hallazgo [encuentro] de objeto es propiamente un reencuentro
Retomo la frase la pulsión
sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio, pues me parece un
planteamiento central para establecer la naturaleza y función del primer
objeto. Esto es, desde mi perspectiva, la cual considero sustentada en los
planteamientos de Freud, la primera relación es de tipo químico-orgánica. La
pulsión tiene su fuente en el cuerpo y antes de la posibilidad de
representación esa pulsión solamente se puede dirigir a otro cuerpo, que a su
vez dirige su pulsión al bebé. Ese primer vínculo es cuerpo a cuerpo y por
tanto es irrepetible puesto que al paso del tiempo la condición
anatomo-fisiológica se modifica, pero sobre todo al aparecer la capacidad de
representación en el bebé será arrancado súbitamente de la posibilidad de
establecer una relación como esa primera, esto es, exclusivamente corporal.
La relación cuerpo a cuerpo permanece como una huella que puede
sufrir retranscripciones, sin embargo, su molde original no podrá ser
modificado, en adelante, solo serán posibles las variaciones con respecto a las
huellas originales y estas variaciones son las que viabilizan las
representaciones.
Freud
plantea que los primeros vínculos sexuales son los más importantes y después de
que la actividad sexual se divorcia de la nutrición resta una parte
considerable que ayuda a preparar la elección de objeto y restaurar dicha
pérdida. Lo que significa que los primeros vínculos permanecerán como
referencia fija, mientras que la experiencia de pérdida, de falta, será la
dinámica. Lo cual permitiría afirmar que lo que es susceptible de movimiento es
la posición frente a la falta del objeto y esta posibilidad de movimiento es la
condición de lo humano. Con respecto a esto, Lacan afirma El sujeto no vuelve a hallar los carriles preformados de su relación
natural con el mundo exterior. El objeto humano se constituye siempre por la
mediación de una primera pérdida. Nada fecundo le sucede al hombre sino por la
mediación de una pérdida del objeto.
Por su
parte, Winnicott plantea que la posibilidad de separación del primer objeto, el
apartamiento del cuerpo que ha procurado la continuidad orgánica, implica un
proceso, durante el cual se necesita un sustituto al cual llama objeto
transicional, ese objeto representará al primer objeto al tiempo que será el punto de partida
de toda representación simbólica. El objeto concreto, a través del juego se va
constituyendo en un espacio en el cual el objeto se convierte en un medio para
la manifestación subjetiva y creativa. Este espacio es el nombrado como
potencial, el cual es para Winnicott la
zona disponible para maniobrar en términos de la tercera manera de vivir (donde
está la experiencia cultural o el juego creador) es muy variable de un
individuo a otro. Esto es así porque esta tercera zona es el producto de las experiencias
de las personas… en el ambiente que predomina. Esto es, el espacio
potencial no está dentro del individuo,
ni afuera, en el mundo de la realidad compartida y su fundamento es la
confianza del bebé en la madre. La existencia de este espacio llevaría a la
afirmación de que en el caso de los seres
humanos no hay separación, sino solo una amenaza de ella; y la amenaza es
traumática al mínimo o al máximo según las experiencias de las primeras
separaciones, la calidad en los cuidados del bebé definirán la calidad y
amplitud de este espacio potencial.
De
esta forma, Freud, Lacan y Winnicott coinciden en que la base de la
estructuración psíquica así como toda relación de objeto remitirán a las
huellas dejadas por la primera relación, por el vínculo cuerpo a cuerpo de los
primeros días de la vida, por el objeto
real, radicalmente perdido (Josafat Cuevas).
Dice
Freud:
Cuando [una madre] enseña al niño a
amar, no hace sino cumplir su cometido; es que debe convertirse en un hombre
íntegro, dotado de una enérgica necesidad sexual, y consumar en su vida todo
aquello hacia lo cual la pulsión empuja a los seres humanos.
Del primer objeto se
mama la fuerza de la vida, sin embargo, si ese objeto no se aparta, el bebé
queda prendado a él, excluido de cualquier otro deseo que no sea ese primer
objeto, se hace ofrenda. Pero la ausencia, aunque sea mínima, es inevitable, y
en esa falta que tuvo que ser deseo se instala la angustia, la cual aparecerá
en adelante ante la separación real o imaginada del primer objeto de amor o sus
representaciones.
Toda ansiedad tiene su origen en este proceso, la intensidad de la
misma en cada persona, expresará necesariamente su nivel de negación de la
pérdida del primer objeto de amor. De ahí la diferencia entre el ansioso y el
deprimido, el primero espera el retorno de lo que no puede volver, lo traslada
de una a otra representación con la expectativa de encontrar lo que ya no es,
quedando atrapado por la angustia ante la evidencia de la pérdida radical del
primer objeto. El drama del ansioso nace de la expectativa por encontrar al objeto de amor
original. El deprimido sabe
perdido el objeto, al igual que el ansioso se niega a sustituirlo, pero a
diferencia de él, ya no lo busca,
queda entre las redes de un duelo perpetuo por ese primer amor.
La ansiedad es la manifestación de una separación que no se consuma,
por eso aparece ante todas aquellas circunstancias donde la persona enfrenta la
falta, la expulsión de ese paraíso original del cual no le enseñaron a salir.
Nos encontramos en la era de la ansiedad, lo cual puede encontrar su
explicación en el hecho de que nadamos en océanos de imágenes con islotes de
simbolismo. Nos disfrazamos para fascinar, simulamos para hacernos carnada, con
la expectativa de que en medio del cardumen aparezca ese objeto primero que nos
engullirá para que en su vientre no sintamos su ausencia. Habitamos un salón de
espejos donde se busca ser reflejado, encontrar La Mirada, la unidireccional. En
medio de esto, desciende sobre nosotros la promesa de la felicidad, ese pecho
gigante emanado de los gabinetes académicos el cual se oferta como fuente
inagotable de leche, en cuyo pezón se pueden colgar todos aquellos que lo
deseen, pues los recursos son inagotables, lo que hace falta es propósito y
voluntad.
Estos
son solamente paliativos para la ansiedad, de nada sirve negar la pérdida de nuestro amor
original, no retornará, tan sólo nos queda encontrar sustitutos que en su
propia incompletud nos recuerden nuestra condición de orfandad y nos orientemos
más en dirección del deseo que de la angustia.
En conclusión, todos experimentamos ansiedad, nadie sale ileso de las
batallas de la separación. Quizá la excepción sean los alexitímicos, los que
afirman no experimentar ansiedad, cuando en realidad es que los invadió tanto
en algún momento de su vida que ya no la reconocen. Sin embargo, la angustia
que apaga el deseo es señal de que la sombra de nuestro primer objeto de amor
nos está aplastando al grado del derrame de nuestra propia vida. De esta sombra
solamente se puede salir transitando por las rutas del duelo, es inevitable el
paso por los pantanos de la depresión, aún con el riesgo de ahogarse en ellos.
Sólo así se puede renunciar al objeto y resignarse a conservar sólo sus
huellas, las cuales son el origen, la causa del deseo y de toda la creación humana.
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