Father, please…. Llamado
al padre desde el lugar más extremo de la vulnerabilidad, en el instante previo
a ser aniquilado, Luke Skywalker hace de su voz el instrumento de la demanda
para ser salvado. El emperador lanza el veredicto al joven Jedi, representación
del héroe guerrero: And now, young Skywalker... you will die. Mientras tanto
Darth Vader, su padre, mira fijamente atrapado en la máscara inexpresiva, imagen
arquetípica del héroe que ha renunciado a toda afectividad por desencanto del
universo y sus habitantes, que al perder a la mujer amada rompió todo lazo con
su condición humana. La escena alcanza el poder de las más grandes tragedias
griegas, la máscara negra gira del hijo al emperador, nada se ha modificado en
su estructura, sin embargo, de ella parece emanar dolor. El hijo muere envuelto
en los estridentes rayos azules disparados por las manos del tirano. Sumando la
poca energía vital que le queda, Darth Vader responde a la voz del hijo y levanta
al emperador para aventarlo al vacío, al tiempo que suena la música de The
Force Theme, mantra de una generación en la que la que Star Wars reemplazó a
todas las otras referencias míticas de Occidente, cristianismo y mitos
nacionales cayeron bajo el poder de la fuerza. Como si de un ritual iniciático
se tratara, fui a ver The Return of the Jedi para celebrar mi cumpleaños número
siete, cumpliendo así la tradición griega del cambio de etapa cada siete años.
Recuerdo que al encenderse las luces de la sala de cine no sabía como ocultar
mis ojos hinchados por el llanto, mi preocupación despareció cuando detecté los
mismos rasgos en mis amigos. George Lucas se ensañó con nuestros espíritus, al
mostrarnos en una sola película la muerte de Yoda y Darth Vader, la caída del
padre simbólico y el padre biológico en una sola exhibición despertó de súbito fantasmas que dormitaban en nuestros
inconscientes. Al paso del tiempo descubro que las narrativas de orfandad
tienen un fuerte impacto en niños y adolescentes, así como hay una generación Star
Wars, hay una generación Harry Potter, seguidora también de las tribulaciones
de un huérfano. Ahora ve la luz en México el libro El hogar de Miss Peregrine
para niños peculiares de Ransom Riggs una nueva saga que podría convertirse en
otra mítica cinematográfica. Tómo la novela como punto de partida para analizar
los sentimientos de orfandad, soledad y exclusión como referentes de nuestra
subjetividad, desde sus registros real, imaginario y simbólico.
Partamos del concepto de “peculiar”, adjetivo que captó mi atención
cuando tuve conocimiento de la novela, particularmente porque es una palabra
que se conserva en traducción al castellano desde la lengua original del libro
(inglés). Peculiar tiene su origen en el Derecho romano, se denominaba “mercancía
peculiar” a los productos dados por el padre de familia y el dueño a un esclavo
para que, con su conocimiento, fuese negociada en el nombre del peculio, con
esta intermediación respondían limitadamente frente a terceros en el supuesto
de quiebra. La Real Academia de la Lengua Española define peculio como: Hacienda
o caudal que el padre o señor permitía al hijo o siervo para su uso y comercio. Dinero que particularmente tiene cada uno, sea o no hijo de
familia. Y peculiar como: Propio o privativo de cada persona o cosa.
Lo anterior nos lleva a la conclusión que hablar de las
peculiaridades de una persona implica dar cuenta de lo que le fue dado, ya sea
por la genética, la educación o el vivir mismo, por ejemplo, alguna enfermedad
o accidente. Por tanto, si consideramos que alguien es peculiar, implica que le
fue dado algo muy especial y particular que no tienen los demás, lo cual puede entenderse
desde una característica atemorizante hasta un don reconocido ampliamente.
Al igual que en Star Wars y Harry Potter, en la historia de Ransom
Riggs, hay un grupo diferenciado
del resto de los humanos, una selección de seres con poderes especiales: Jedis,
magos y peculiares. Por otro lado está la masa ingente de personas corrientes
que componen el grueso de la humanidad, que en el caso de la saga de Rowling se
denominan muggles y en la novela de los Niños peculiares, se llaman coerlfolc.
Entre los dones de los peculiares está una niña que flota (Olive), un
adolescente invisible (Millard), una adolescente que produce fuego (Emma), un
niño que da vida a lo inanimado y a los muertos (Enoch), un profeta (Horace),
por mencionar algunos. Las Ymbrynes son peculiares que pueden manipular los
campos temporales, creando bucles en el tiempo, espacios donde un día se repite
incesantemente. Las Ymbrynes, como Miss Peregrine, representan a las nanas que
adoptan a los niños peculiares, para que vivan indefinidamente y queden al
resguardo de los peligros.
En el caso de los Niños de Miss Peregrine, sus peculiaridades fueron
fuente de rechazo y abandono. Un wight, un espíritu hueco que ha alcanzado la
forma humana devorando humanos, animales y peculiares, recuerda el pasado de varios de
ellos: Emma Bloom, una chispa abandonada en un circo cuando sus padres no
pudieron venderla. Bronwyn Bruntley, una enloquecida, degustadora de sangre,
que no conocía su propia fuerza hasta la noche que le partió el cuello al
canalla de su padrastro. Enoch O’Connor, que levanta a los muertos, nacido en
una familia de empresarios de funerales que no podían comprender por qué sus
clientes insistían en marcharse por su propio pie.
Dejando a un lado el aspecto fantástico de los poderes, el énfasis en la diferencia es el aspecto central de la historia, ya que traducido a una realidad más cruda, el abandono de los niños se da por la incapacidad de padres para sostener su parentalidad con hijas e hijos con alteraciones físicas, limitaciones de movilidad o trastornos neurológicos o de desarrollo. En lugar de bucles del tiempo y de Casas Hogar para estos peculiares, tenemos instituciones para marginar, medicalizar y sedar la diferencia, para no romper la armonía de un sistema donde la felicidad es el objetivo. La televisión y el internet son los nuevos circos donde se exhiben a estos peculiares, donde los normales, los muggles y coerlfolc en una mezcla de estremecimiento y placer voyeurista, celebran el no encontrarse entre los peculiares.
Dejando a un lado el aspecto fantástico de los poderes, el énfasis en la diferencia es el aspecto central de la historia, ya que traducido a una realidad más cruda, el abandono de los niños se da por la incapacidad de padres para sostener su parentalidad con hijas e hijos con alteraciones físicas, limitaciones de movilidad o trastornos neurológicos o de desarrollo. En lugar de bucles del tiempo y de Casas Hogar para estos peculiares, tenemos instituciones para marginar, medicalizar y sedar la diferencia, para no romper la armonía de un sistema donde la felicidad es el objetivo. La televisión y el internet son los nuevos circos donde se exhiben a estos peculiares, donde los normales, los muggles y coerlfolc en una mezcla de estremecimiento y placer voyeurista, celebran el no encontrarse entre los peculiares.
Abandonad@s, huérfan@s o marginad@s,
legiones de niñas, niños y adolescentes buscan a una Miss Peregrine para que
les adopte y sostenga su peculiaridad. En el análisis arquetipal del huérfano
encontramos que sus características positivas son el realismo, su capacidad de
resiliencia, la interdependencia y la empatía. Al tiempo que puede tender al
cinismo, a victimizarse o victimizar y a la queja constante. En una época donde
impera la ansiedad por la homogeneidad, las peculiaridades implican una
confrontación y por tanto se les desea marginar o hacerlas espectáculo para que
pierdan realismo.
El sentimiento de orfandad es primo hermano del sentimiento de
soledad, pero su intensidad es mayor puesto que se experimenta como
irreversible. El sentimiento de orfandad nos habita a todos. Siguiendo los
planteamientos de Lacan con respecto a los tres registros subjetivos podemos
proponer que hay una orfandad real, una imaginaria y otra simbólica. Hay
quienes han perdido a su madre, a su padre o a los dos y por tanto su vivencia
es de privación, de ausencia absoluta. La orfandad imaginaria, que es la que
viví con mis amigos en la sala de cine a los siete años, es la que nos
representamos en fantasías, sueños o vía una narrativa. Es común el fantaseo de
la muerte de los padres en niños y adolescentes, como una vía para expresar el
odio por alguna vivencia con ellos o como una predisposición a recrear
abandonos para sufrir vicariamente. La orfandad imaginaria despierta frustración,
sentimos una pérdida o la negación de un bien como una falta primaria. Cuando
conocemos las biografías de Luke Skywalker, Harry Potter o los peculiares, nos
preguntamos ¿cómo sería la vida sin mis padres? ¿Tras una vida anónima podría
aparecer un Rubeus Hagrid, un Obi-Wan Kenobi o una Miss Peregrine que haría de
mi peculiaridad un don maravilloso que haría transitar del peculiar marginado
al peculiar heroico?
Finalmente
la orfandad simbólica, cuando quedamos fuera del discurso de nuestros padres o
cualquiera de sus representaciones: maestros, autoridades, instituciones, etcétera.
El extremo de la orfandad simbólica es no contar con nombre o apellidos, los
cuales nos vinculan a una genealogía y a una herencia de usos y costumbres. El
ser hablados por los otros, desde que reconocemos por primera vez nuestro
nombre hasta que escuchamos la última despedida, nos permite saber que tenemos
un lugar en el mundo desde el cual podemos hablar y por tanto recibir
respuesta. Si alguna característica tienen los huérfanos de las historias
analizadas es que son ampliamente nombrados por figuras simbólicas que dan
cuenta de su existencia y reconocen sus peculiaridades. Miss Peregrine, conoce
detalladamente a cada uno de sus niños peculiares y les ofrece un tiempo y
espacio acorde a sus características. Es por esto que no entierra a un peculiar
muerto trágicamente, el cual no se descompone por la incesante repetición del 3
de septiembre de 1940, espera poder librarlo de la muerte misma.
El sentimiento de orfandad da origen al sentimiento de exclusión.
Cuando nos sentimos expulsados de un sistema experimentamos soledad y abandono,
exaltamos el valor de dicho sistema no por sus méritos propios sino solamente
por la falta que implica la marginación. Niñas, niños y adolescentes saben de
esto, consciente o inconscientemente
y por tanto castigan o se burlan de otros con la estrategia de
excluirlos del grupo de amigos. Es una expresión de poder y quizá el origen de
la violencia. Es por esto que las historias de niños o adolescentes que han
sido excluidos o alienados de su grupo y que posteriormente son adoptados por
un sistema que afina sus talentos y les lleva por las rutas del reconocimiento,
resultan tan atractivas. De alguna u otra manera, todas y todos hemos sido
excluidos y por tanto nos identificamos con los personajes.
Mowli (El libro de la selva), Huckleberry Finn, Oliver Twist,
Cenicienta, Blancanieves, Bella, Annie (la huerfanita), Pip (Grandes
esperanzas), Jane Eyre, Tom Sawyer, Peter Pan, Heidi, Candy Candy, Remi, Superman, Batman, Spider-Man, Iron-man, Tormenta, Daredevil,
Billy Elliot, etcétera, etcétera… Todas y todos huérfan@s, inspiradores de
miedos, fantasías, pesadillas, expectativas. Narrativas literarias, cinematográficas,
televisivas o teatrales; nos atrapan con ganchos lanzados a nuestra
subjetividad. Estamos solas y estamos solos, somos peculiares, pero sólo aparentemente,
porque nos entrelaza nuestra condición humana, la cual se impulsa por intensos
afectos, siendo algunos de los más fuertes los sentimientos de orfandad,
soledad y exclusión. Basta con recordar y reflexionar sobre todo lo que hemos
hecho y hacemos para pertenecer, para dimensionar el ímpetu de estos
sentimientos. Como canta magistralmente el buen Pablo Milanés, la nuestra es
una soledad acompañada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario