martes, 3 de diciembre de 2013

Las navidades pasadas


Para Beto,
por todas las navidades pasadas,
por tu amor truncado,
por el dolor que causa tu primera ausencia.


En memoria de Eucario Torres Chávez,
víctima adolescente en un asalto la noche del 2 diciembre de 1990.
“Quizá será la fiebre llevamos en la sangre,
quizá será la forma que tenemos al sentir...”



En el altar de la memoria,
lloro las lágrimas no lloradas por mis ancestros,
soy el centinela de sus dolores,
portador de sus sueños vulnerados,
soy la cicatriz de sus desdichas.

Sus cenizas revolotean errantes,
persiguen la puerta hacia la infancia de los tiempos,
canto plegarias al vacío de sus creencias,
mi voz es el coro de sus deseos marchitos,
nada conservo de su aroma,
se borró su tacto de mi piel.

Sólo encontrarán la paz en el olvido,
al abandonar la casa del recuerdo
para ser viajeros en la diáspora genética,
ahí donde la palabra se rinde al poder del acto.

Juan Pablo Brand, Mis ancestros


     La navidad es una espina que comienza a dolerme con el arribo del frío, con un impulso masoquista escucho los villancicos que sellaron mis sueños infantiles, sucede que cuando me descuido soy presa de un intenso sentimentalismo y por tanto fácilmente me dejo atrapar por el anzuelo de las subidas de voz típicas de las canciones navideñas, la versión de Oh holy night en voz de Celine Dion puede exprimirme los ojos hasta secarlos. Mi dolor nace del despojo de la magia, siendo niño viví navidades de ensueño, quizá por un pacto no escrito de mi familia materna de hacer de estas fechas algo grande, donde se desdibujaban las fronteras de la realidad. Somos tantos primos que podíamos representar una pastorela con todo y borregos, impregnados por las tradiciones del norte del país, lo nuestro era Santa Claus, quien  representado por alguno de los tíos nos hacía sentir privilegiados y poseedores de un trato VIP al recibir la visita del rey del Polo Norte dos veces en una misma noche.
      Aún con mis marcadas distancias con el catolicismo, debo reconocer que pase momentos maravillosos al interior de una iglesia, la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, perteneciente a los vestigios del antiguo barrio de Mixcoac en la Ciudad de México. Por esas inexplicables sincronicidades, en dicho lugar se congregó una comunidad que se consolidó durante el trabajo de colaboración para apoyar a las víctimas del sismo de 1985, momento en que se suspendieron las actividades escolares y pudimos estar aproximadamente dos semanas preparando alimentos para que fueran distribuidos entre los damnificados. A lo anterior se sumó la fuerza espiritual de quien era el párroco en aquella época y ahora es el rector de la Basílica de Guadalupe, Enrique Glennie Graue. Yo tenía nueve años y me sentía participe de algo importante, pareciera que cada uno tuviéramos un lugar especial, y esto alcanzaba su culmen en las celebraciones de la noche de navidad, momento en que con una vela encendida cada uno y cada una aportábamos nuestra pequeña luz para iluminar la gran galería del templo de la que retiraban la luz eléctrica.
      Finalmente estaban mis vecinos, que también iban a la mencionada iglesia. Vivía en una privada que era como un pequeño pueblo, un pueblo mágico. En una ocasión, siendo ya joven, en pleno disfrute de tiempo de ocio puse a trabajar mi memoria para hacer una lista con los nombres de los vecinos y visitantes que habían pisado esa privada, desistí al llegar al número 600, cantidad considerable , partiendo de que solamente había seis casas.  De esos, al menos 500 habían entrado a mi casa. En algunos momentos llegamos a convivir en fechas especiales aproximadamente cuarenta o cincuenta niñ@s, con quienes se organizaban grandes posadas en las que era necesario el desfile de varias piñatas para no dejar a nadie con el deseo de golpearla o sin dulces.
     Por todo lo anterior mis navidades tenían una dimensión que hoy visualizo como irreal, a partir de cierto momento, como una gran inversión en medio de una caída súbita de la bolsa de valores, todo comenzó a diluirse, como las migajas de Hansel y Gretel, puedo hacer con mis pérdidas un camino que me lleva a la casa del desencanto.
     Con mi hijo retornan algunos de los encantos de la navidad, pero su mismo entusiasmo es la expresión de mi pérdida, su mayor expectativa son los regalos que recibirá y los buenos momentos que pasará jugando con ellos. Para mí los regalos eran un agregado de una gran fiesta y la expectativa era tener nuevos juegos y juguetes para jugarlos con otros.  Ahora que lo veo en pugna con uno de sus primos por usar un iPad, siento que vive una especie de capitalismo infantil en lucha permanente y solitaria por el objeto de deseo, mientras que pienso que yo viví una especie de comunismo infantil donde el juego era un constructo co-creado,  había propiedad, pero el juego era de todos. Había batallas y exclusiones, pero difícilmente estabas solo.
      Cuando la navidad es pura nostalgia, es señal de que ha perdido su fuerza ritual. Más allá de su sentido religioso o económico, la navidad es de las pocas celebraciones que nos convocan para renovar nuestra historia, llorar a quienes se han ido y actualizar el pacto de convivencia con nuestros seres más queridos. Es un tiempo de transmisión transgeneracional donde niñas y niños escuchan las narrativas de su familia para enlazarse con una tradición simbólica, para que en un futuro la hagan suya o la repudien, pero no vayan por la vida anémicos de referentes. Si conservo alguna esperanza en navidad es para obsequiarle a mi hijo aquello que tuve siendo niño, particularmente esa profunda sensación de pertenecer y participar en algo más grande que él mismo, lo cual da contorno a las intensas fuerzas narcisistas que nos habitan y orienta hacia lo otro, donde la vida humana cobra sentido.


4 comentarios:

  1. Mi estimado Juan Pablo! Siento y comprendo tu dolor y nostalgia por la perdida de tu ser querido, ya que acabamos de perder al abuelo de Pablo y aunque uno piensa que está preparado para esos acontecimientos, la frialdad y la hipocresía consumista de la época navideña hace más intensa su ausencia. Como mencionas, los hijos son los motores que nos impulsan a sobreponenrnos de nuestras pérdidas y a enfrentar épocas difíciles como éstas, aunque a su ves al ir creciendo inicien sus propias reflecciones.
    Como siempre te he dicho, me gusta mucho como escribes y nos pones a refleccionar.
    Deseo que tu corazón encuentre paz, con ayuda de recuerdos hermosos y el amor de tu pequeño. Te mando un cariñoso abrazo!!!!

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    1. Claudia: Siento mucho tu pérdida, la enfermedad y la muerte son los grandes límites de la vida, los que nos recuerdan nuestra condición vulnerable y temporal, así como lo impredecible de la presencia de los seres queridos. Agradezco profundamente los buenos deseos, la paz es ante todo una convicción y en lo particular creo en ella. Un abrazo de vuelta y que el dolor sea fuente de renovación.

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  2. ¿Cómo pasamos a vivir de forma superficial algo tan profundo? ¿Cómo se convirtió "el Sol que nace de lo alto" en una serie de luces artificiales y multicolores?

    ...quiero pensar que fue decisión personal o el automatismo de vivir sin "conciencia". Cada uno se permite épocas superficiales o se reta a entrar en sus profundidades. ¡Ésta, es una nueva oportunidad para hacer ejercicio de la creatividad y en una actitud esperanzada, construir nuevas tradiciones, renovando las que guardan raíces verdaderas; tradiciones más humanas, menos vacías, menos pasajeras y más sólidas!

    Gracias por lo que sus escritos aportan a mí y otros lectores. Sea este invierno frió una puerta para encontrar y redescubrir cálidos corazones. Un abrazo, y en mi convicción de fe, mis plegarias por todos los que están sin estar presentes.

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    1. Quizá nos falta lo que Heidegger llama la "Serenidad para con las cosas", le atribuimos tantos beneficios a las cosas, particularmente a las tecnologías, que nos ahorramos la reflexión. Como dice el filósofo, y lo dijo en 1955, en la actualidad predomina el pensamiento calculador, la sistematización de las ideas con un fin predeterminado. Uno de los placeres más grandes y económicos de la vida es pensar libremente, sin objetivo, sin coartada, pues es ahí donde nos perdemos para encontrarnos, donde se manifiesta nuestro ser de manera espontánea, sorprendiéndonos con alegría o angustia. Esto sólo se puede lograr en la serenidad, al margen de los apegos. El frío, la época, la convivencia, son una oportunidad para reflexionar, no para ser mejores, sino para ser más auténticos. Un abrazo.

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