miércoles, 18 de febrero de 2015

La triste crónica de un recolector de luciérnagas

Se cuenta que cada noche despertaba inquieto, olía su piel, siempre olía su piel, mientras más añeja la respiraba, menos sonreía, no deseaba producir alegrías que nadie guardaría. Sólo un motivo lo inspiraba, salir a su jardín a capturar luciérnagas, con cada luz recolectada sentía de vuelta los días plenos de sentido.  La muerte lo acechaba de cerca, lo hacía tropezar para recordarle lo absurdo de sus  andanzas nocturnas. Él lo sabía, pero aún así sus luciérnagas le traían sosiego, eran su única esperanza de que morir no sería una tiniebla perpetua, le acompañarían e iluminarían hasta llegar a la danza fría del universo, donde  bailaría al unísono con el Todo. ¿Qué es la vida sino una sucesión de lucecitas desafiando a la obscuridad? Así pensaba, aferrándose más a su lámpara de luciérnagas. Una noche sobre el jardín no voló ningún destello, supo que todo había terminado. Tomó su farol y caminó hacia el infinito, nadie lo esperaba, las luciérnagas se apagaban una a una, antes de arribar al abismo lo envolvió la penumbra, en ese instante entendió lo inútil de recolectar luciérnagas, si las hubiera sólo contemplado ahora no las añoraría. Pero ya era tarde y él caía.


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