sábado, 23 de abril de 2011

Atisbos psicoanalíticos a los siete pecados capitales: Ira




Presentación
En su pregunta XV, titulada “En la que se demuestra que, a causa de los pecados de las brujas, los inocentes son encantados a veces por sus propios pecados”, Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, autores del Malleus Maleficarum, mejor conocido como el manual de los inquisidores citan a Graciano, quien expone las cinco razones por las cuales el dios cristiano castiga a los hombres en vida:

1.- Para que sea glorificado y se revela cuando milagrosamente cesan la pena y el castigo.
2.- Si faltara la primera razón, se castiga para que el mérito aumente mediante el ejercicio de la paciencia y para que la virtud se haga evidente.
3.- Para preservar la virtud mediante la humillación del castigo.
4.- El castigo eterno debe comenzar en esta vida, porque debe quedar demostrado, de alguna manera, lo que se va a sufrir en el infierno.
5.- El hombre debe purificarse.

         Esta es la herencia cristiana del binomio pecado-castigo en la que un ser humano desde que nace ya tiene una culpa, o lo que es lo mismo, un adeudo con la divinidad por el solo hecho de compartir la condición humana. El dios judeo-cristiano es iracundo y exige sacrificios al igual que las deidades de otras tradiciones. Desde el primer instante en que sus creaturas no obedecen sus designios, los castiga con dolores, esfuerzos y sobre todo con la muerte. De ahí en adelante los humanos tendrán que rendirle cuentas de sus pensamientos, sus obras y sus omisiones, aceptando como justas todas sus sanciones, pues su voluntad es inescrutable. Es el antecedente referencial de cualquier sistema totalitario donde una entidad ordena un universo de acuerdo a sus propias leyes. El castigo a los súbditos es en primer lugar una manifestación del poder y la gloria de quien gobierna, luego un recordatorio para el mismo súbdito de cual es su lugar en el sistema y de su obligación de “purificarse” si no quiere arder en las llamas del infierno, ser torturado a manos de los verdugos justicieros o encarcelado a perpetuidad.
         En este escrito sobre la ira, expondré las consecuencias de una tradición donde la ira es temida en el creador y castigada en la creatura, donde en el primero es manifestación de omnipotencia mientras que en la otra es expresión de pecado y desobediencia.
         Antecedieron al presente las entradas abordando los temas de: soberbia, gula y avaricia. En las semanas siguientes trataré los pecados de lujuria, pereza y envidia.
Para leer la presentación general de la serie, pueden seguir este link:


IRA

El miedo es el camino al lado oscuro.
El miedo lleva al odio, el odio lleva a la ira, la ira lleva al sufrimiento.
YODA


Entonces Yavé le dijo: «¿Qué has hecho? Clama la sangre de tu hermano y su grito me llega desde la tierra. En adelante serás maldito, y vivirás lejos de este suelo fértil que se ha abierto para recibir la sangre de tu hermano, que tu mano ha derramado. Cuando cultives la tierra, no te dará frutos; andarás errante y fugitivo sobre la tierra.» Caín dijo a Yavé: «Mi castigo es más grande de lo que puedo soportar. Tú me arrojas hoy de esta tierra, y me dejas privado de tu presencia. Si he de ser un errante y he de andar vagando sobre la tierra, cualquiera que me encuentre me matará.» Yavé le dijo: «No será así: me vengaré siete veces de quien mate a Caín.» Y Yavé puso una marca a Caín para que no lo matara el que lo encontrara.  (Génesis, 4, 10-15)  
“¿Qué has hecho?”,  dos veces repite Yavé este cuestionamiento en el libro bíblico del Génesis. En la primera ocasión lo lanza a Eva, después de que ésta ha sido señalada por el flamante primer varón creado, como la culpable de convencerlo de comer el fruto del árbol prohibido. La otra es la citada anteriormente, que corresponde a la segunda generación de humanos y la hace el creador a su creatura  ante el primer acto violento registrado en la tradición judeo-cristiana. Con la primera se inaugura la ley entre el creador y los humanos, con la segunda, la ley de convivencia entre los mismos humanos. El código se consolidará siglos después en el Monte Sinaí cuando el creador dicte los diez mandamientos a Moisés.
En la historia reciente de Europa se tejió una red de crueldad, cuyas consecuencias todavía no logramos elaborar y por tanto recurrimos a contar una y otra vez la historia para preguntarnos nuevamente: ¿Qué han hecho? Y con esto me refiero a los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y en especial los registrados en Auschwitz, lugar que llegó a conglomerar cuarenta campos de concentración y donde los registros dan cuenta del asesinato de más de un millón cien mil personas, las cuales se distribuyen de la siguiente manera: cientos de homosexuales y Testigos de Jehová, quince mil prisioneros de guerra soviéticos, veintiún mil gitanos, setenta mil presos políticos polacos y un millón de judíos (de los cuales doscientos mil eran niños). En la actualidad hay un movimiento cobrando fuerza, cuyo fin es negar el Holocausto. Considero un ejercicio ocioso y perverso ponerse a discutir si fueron cien mil o un millón los ejecutados en Auschwitz, cuando lo realmente dramático fue que se diseñara toda una maquinaria específicamente para asesinar personas y eliminar de manera masiva sus cuerpos.  A lo cual se sumó que posteriormente a la liberación, los soldados rusos se encargaron de violar a las mujeres de los campos de concentración y al volver a sus hogares quienes estuvieron en cautiverio descubrieron que sus propiedades habían sido invadidas por otras familias, tomando ventaja de la desorganización propia de la guerra. Uno de los grandes peligros para la humanidad develados durante el siglo XX, fue la posibilidad de quedar cegados ante la crueldad por prejuicios, creencias o ideologías, la crueldad es crueldad se dirija a quien se dirija. De ahí que también resulten escandalosas las acciones ejecutadas por el  Mossad, el Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales de Israel, como respuesta frente a los que consideran sus enemigos.
Theodor Adorno afirmaba: "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie", difiero completamente de él, considero que si algo es necesario hacer después de Auschwitz, es escribir poesía, es la única vía posible para conservar nuestra humanidad y salir de la absolutización del yo.
Al escribir sobre Auschwitz no pretendo recargarme en un cómodo lugar común, sino retomar el ejemplo más documentado de la historia sobre la violencia de Estado, la cual Walter Benjamín asocia directamente con la idea de soberanía del Estado. En su maravilloso texto Crítica de la violencia, dicho autor nos muestra como los Estados actuales lejos están de combatir la violencia, su verdadero interés no es erradicarla sino monopolizarla. Viviendo en México no es necesario leer a Benjamín para entender esto, basta con revisar los discursos de Felipe Calderón para darnos cuenta que su verdadera molestia es tener una fuerza antagonista que le impide el logro de este monopolio y con esto no estoy haciendo una apología de los narcotraficantes, quienes al utilizar el miedo y la crueldad como recursos de poder pertenecen a lo más ruin de la especie humana. Más bien, quiero enfatizar lo que dije anteriormente, la crueldad es crueldad vaya dirigida a quien vaya dirigida y con esto no me limito a los humanos, también, como dice Derrida, me resisto a la violencia contra los animales y todo ser existente el cual pueda ser víctima de crueldad. Quizá uno de los grandes beneficios de la legalización de las drogas, sería que los consumidores no tendrían una doble carga, esto es, la de su adicción y la de ser cómplices de la violencia al financiar las armas de los narcotraficantes con sus compras. Aunque  si se legalizaran las drogas, financiarían las armas del Estado a través del pago de sus impuestos.
La palabra crueldad  remite a lo que “se recrea en la sangre”, esto es, a la más brutal violencia. En el año 2000 en un evento denominado Estados generales del psicoanálisis el cual reunió a mil psicoanalistas de todo el mundo en el anfiteatro de la Sorbona de París, Jaques Derrida les mostró que el psicoanálisis tenía una tarea pendiente, abordar el tema de la crueldad con el fin de combatirla.
 Para Derrida, la crueldad es sufrir por sufrir, es el hacer sufrir, el hacerse sufrir o el dejar sufrir, todas, posibilidades orientadas al placer de sufrimiento. Este autor afirma: “Crueldad hay. Hubo crueldad, antes de toda figuración personal , antes de que ‘cruel’ se volviera atributo, y menos aún, culpa de alguien”
Derrida nos quiere transmitir que la crueldad se origina en el sufrimiento y al ser éste inherente a nuestra condición humana, todos somos susceptibles de ser crueles o víctimas de crueldad. Esto nos lleva a la conclusión de que no podemos erradicar la fuente de la crueldad, pues es nuestro propio sufrimiento. A partir de este esclarecimiento se pregunta por las bases que tendría que tener el derecho a la vida, si se deja de lado nuestra biología o nuestra idiosincrasia, desde las cuales siempre podrá justificarse la crueldad. Propone entonces que el derecho a la vida solo se puede sostener en una super-vivencia que no le debe nada a un más allá mito-teológico. De esta manera se confronta con las religiones y con el psicoanálisis, pues estas perspectivas se orientan por coartadas (esto es: vivimos para…si haces esto es porque…) que justifican la vida, cuando la vida debería ser vida por sí misma. Sin renegar del psicoanálisis, plantea que al interior de éste se han desarrollado ampliamente: la instancia constativa que se refiere al saber científico; la instancia preformativa que es la simbólica y regulación institucional; pero no se ha trabajado del todo la instancia del acontecimiento imprevisible. Para Derrida, el psicoanálisis no podrá hacer esto mientras no delimite los alcances de su eje económico, el cual se refiere a las energías que envuelven nuestras representaciones del mundo y de las personas.
Aunque esto puede traerme como consecuencia ser señalado como hereje del psicoanálisis (lo cual no me mortifica), coincido con Derrida. Quizá es momento de replantear muchos aspectos no sólo del psicoanálisis, sino de las ciencias en general, pues se han limitado a describir y a explicar la crueldad pero no han logrado combatirla. Esto sólo será posible desdibujando la radical diferencia que se marca actualmente entre el yo y el otro, pues mientras esto no se logre, quedarán pendientes las llamadas por Derrida “figuras de lo incondicional imposible”, las cuales son vías necesarias para resistir a la crueldad: la hospitalidad, el don, el perdón y la imprevisibilidad.
Resulta relativamente sencillo convivir con el otro cuando hay previsibilidad sobre quien es, en que cree y que hará. Lo complicado es confrontar nuestro saber y nuestros referentes simbólicos e institucionales ante la llegada sorpresiva de un otro imprevisible. Como dice Derrida: “Prestar oídos al otro sin coartada”.
Parece coincidir con algunas de las propuestas budistas para combatir la ira. En general, los budistas  consideran la absolutización del yo como uno de los grandes errores de la mente. Robert Thurman, autor del libro Ira y presidente de Casa del Tíbet de Estados Unidos, refiere que para Buda, la causa fundamental del sufrimiento es la adicción mental al engaño, la ignorancia y el desconocimiento. El engaño de ser uno mismo absoluto, “causa sufrimiento al colocar a la persona en la  imposible situación de ser un yo fijo, absoluto e intrínsecamente real frente a un universo real, lo que de modo inevitable supone salir perdiendo ante ese universo de seres y cosas por la enfermedad, el envejecimiento, la muerte, el dolor, la pérdida, el tormento y demás”.
Otra adicción de la mente es al deseo, esto es, querer incorporar a uno mismo tanto universo como sea posible, intentar “tragarse el universo”.
La adicción a la ira se manifiesta como “ira hacia el universo por no querer incorporarse  a uno mismo; ira surgida del miedo a que el universo acabe engulléndole a uno; ira que desea destruir para siempre el universo contrario, como defensa del yo engañoso”.
Finalmente quienes están centrados en sí mismos e intentan escapar del sufrimiento hacia la felicidad, alejándose cada vez más de su sentido común.
La virtud frente a la ira es la paciencia. Para Savater la paciencia es operativa cuando confiamos en que nos llevará a participar en un cambio de circunstancias, a mejorar la situación, pero “cuando pierdes la esperanza de lograr un cambio, entras en el peor de los mundos”.
Combatir la ira, la violencia y la crueldad requiere desconfiar de la soberanía del yo con todas sus vertientes, confrontar nuestras adicciones mentales para  ser hospitalario al don del otro, asumiendo los riegos que esto implica, y perdonar en el otro aquello que podemos reconocer en nosotros mismos, esto es, toda las posibilidades de la condición humana entre las que se encuentra la crueldad. Como decía Gandhi, si todos seguimos la lógica del “ojo por ojo”, que es la que inspira la violencia de Estado, todos quedaremos ciegos.

4 comentarios:

  1. Ambas referencias –Derrida y Thurman–, son contundentes al señalar el punto esencial en el problema de la violencia: la absolutización del yo y por tanto del principio de identidad, de unidad, de totalidad. Algo que siempre me ha llamado la atención es que quienes ejercen la violencia regularmente la consideran justa, se la pasan justificándola con mil argumentos, siempre tienen la razón, lo cual me lleva a la observación del matrimonio entre el yo y la razón. Para Descartes, la pregunta por el verdadero ente (el yo), entendido como ens certum, sólo encuentra respuesta en su referencia al cogito humano. Es la indubitabilidad del cogito ergo sum, del yo en tanto que re-presentante, el referente y el fundamento último de toda verdad. Verdad es en nuestro mundo moderno, sinónimo de certeza: la certeza del yo pensante para el mismo yo pensante. El yo se vuelve entonces el sujeto último, la única realidad indudable, el fundamento absoluto de toda verdad y realidad… lo que era significado como Dios en la metafísica medieval, pasa ahora, gracias a Descartes, a la subjetivación absoluta, a la sacralización del yo. Para lograr esta identificación es necesario eliminar al otro, ya no en nombre de Dios o la religión, sino en nombre de la Modernidad fundada en los derechos del yo, lo cual origina una colectivización del yo, si se puede decir de este modo. Probablemente ni siquiera Descartes se imaginó todo lo que iba a provocar este impresionante giro metafísico. Las certezas de la razón han sido el sustento y la justificación de todo lo que históricamente ha adoptado la forma de imposición totalitaria y de tiranía. No hay que buscar soluciones, salidas, metas, respuestas, es decir, todo eso que tanto caracteriza a la metafísica oxidental. La verdad ya estaba aquí, ya se desvelaba antes de que nos hiciéramos la pregunta. Habrá que deconstruir tanto eso que llamamos yo o sujeto como eso que llamamos objeto para aprender a escuchar al Ser que los hizo y los hace posibles.

    “Mas donde está el peligro
    surge también aquello que salva” (Hölderlin)

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  2. Mike, en un corto espacio lograste una síntesis de lo que podríamos llamar el “Código Descartes” que es tan “pinchi” como el “Da Vinci”. La absolutización del yo nos ciega al acontecimiento. A diario invito a mis estudiantes a salir de sí mismos y entregar su percepción a lo otro. El yo es un devorador de atención emoción y tiempo, diariamente a la gente se le va la vida frente a los juguetes tecnológicos, jugando a hacer previsible al otro, a controlarlo y cuando no lo logra cae en la noche de la frustración y la depresión. Antes el acontecimiento era el encuentro, ahora es la desaparición. Al querer llenar el universo de “yo” perdemos el universo. Nos equivocamos al “pensar”, pues el yo nos encandila ofertándose como más interesante de lo que realmente es. Como bien dices, solo en el ser hay vida vivible, sólo en el ser hay hospitalidad, don, perdón e imprevisibilidad. Un abrazo.

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  3. Mucho se habla en nuestros días de gobiernos que provocan miedo para justificar sus acciones, así, aceptando que el miedo provoca la ira, la violencia y la crueldad, nos encontramos frente a un problema de magnitud universal.

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  4. Mi Estimado Ricardo, desde mi perspectiva, mientras más incompetente es un gobierno, más miedo debe provocar en sus ciudadanos. Lo más grave del asunto es que no les importa provocar ira, violencia y crueldad; como dices, es "un problema de magnitud universal", y agrego, que "sólo se puede combatir de manera individual", pues es en nuestra decisión cotidiana por resistir a la ira como podremos provocar un cambio verdadero. Un abrazo

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