viernes, 29 de julio de 2011

Migajas de una obsesión, la tragedia de Celestino Cabaleiro



      El escritor depende de la ausencia para escribir, nos dice Miguel Ángel Nogueda en su novela Migajas. Es interesante que el autor utilice la palabra ausencia, la cual denota la falta de presencia pero no de existencia. Por tanto, la condición de la escritura es, para Nogueda,  la privación de la presencia  de un ser. Pero ¿cómo saber que el ser ausente en realidad ha estado? Por el rastro de sus Migajas. Se suele decir Donde hubo fuego, cenizas quedan, llevemos la frase por las rutas del trigo, Donde hubo pan migajas quedan. Esos restos son los que empujan al escritor a la añoranza del ser, esa insoportable sensación  que convoca su ambición creadora, su pretensión de ser entidad generadora de ser y por tanto exenta de soledad.
Nuestra psique está espolvoreada de migajas, residuos de presencia, origen de toda ansiedad. El psicótico junta las migajas y hace figuritas de pan simulando presencias. El perverso se confunde con las migajas y juega a ser él mismo un pan. El obsesivo cuenta incesantemente las migajas para saber si son suficientes para sentir placer, mientras la histérica esparce migajas  por las psiques de los otros.
 Cirilo Celestino Cabaleiro  Custodio, el agonista (su desventura lo exime de ser prot-agonista) de la novela, es de los cuenta migajas, su drama es que no tiene drama. Su vida se resume a un conteo incesante de esos restos de presencia para asegurarse que no ha perdido ninguno. Celestino se une al clan de los áridos de placer, aquellos que su vida se limita a confirmar que están vivos. Su agrupación está conformada por: Bartleby, el escribiente (Herman Melville), quien protegido por su mantra “Preferiría no hacerlo”, evita el placer a toda costa; Antoine Roquentinal el de la nausea sartreana, quien enarbolando la absurdidez, renuncia a la conclusión de su obra. Pnin, de Vladimir Nabokov, el académico idealista atrapado en las intrigas propias de las universidades; Pereira, el temeroso reportero de  Tabucchi y Don José  (Todos los nombres, José Saramago) el reivindicador de suicidas.
Todos ellos son exiliados arquetipales, son parias de los Arquetipos fisiológicos, no son héroes culturales, no son pater autoritas, no son viejos sabios. No son hijos, no son padres, no son esposos, no son… También quedan fuera de los Arquetipos culturales, los cuales resumen de la siguiente manera Pearson y Marr en su maravilloso libro What story are you living?

Arquetipo
Dones
Riesgos
Inocente
Optimismo, confianza, esperanza, fe, sencillez
Ingenuidad, dependencia infantil, negación, olvido
Huérfano
Realismo, resiliencia, interdependencia, empatía
Cinismo, tendencia a victimizarse o victimizar, queja crónica
Guerrero
Disciplina, coraje, determinación, habilidad
Miedo o impotencia que derivan en crueldad, arrogancia
Cuidador
Comunidad, nutrición, compasión, generosidad
Martirio, sometido, co-dependiente, tendencia a la culpa
Buscador
Autonomía, ambición, identidad, expansión
Incapacidad de emprender, desilusión crónica, alienación, soledad
Amante
Pasión, compromiso, entusiasmo, sensualidad
Objetivizar a los otros, adicción al romance y al sexo, sexualidad desbordada
Destructor
Metamorfosis, revolución, capacidad para dejar ir
Dañarse a sí mismo y a otros, enojo incontrolable, uso de tácticas terroristas
Creador
Creatividad, visión, habilidad, estética, imaginación
Autoindulgencia, perfeccionismo, narcisismo exacerbado
Legislador
Responsabilidad, soberanía, estrategia
Rigidez, controlador, elitismo
Mago
Transformación, canalización, curación
Manipulación, desconexión de la realidad, conductas de gurú
Sabio
Sabiduría, desapego, conocimiento, escepticismo
Dogmatismo, pomposidad, antipático
Bufón
Humor, vida aquí y ahora, exaltación
Libertinaje, irresponsabilidad, pereza, crueldad, estafa


      Celestino está signado por la mayor de las obsesiones, la rutina lo revitaliza, su mayor sosiego es la de un día concluido según el orden establecido, pero habrá zozobra, pues al obsesivo el bienestar le resulta siempre  sospechoso: Todo parece estar saliendo gratamente, así que se encuentra feliz y radiante, casi hasta el punto de rozar la algarabía, pero como el destino es caprichoso y la esencia del ser humano insaciable, se ve precisado a dudar ante tanta placidez. La trampa obsesiva, cuando finalmente aparece el placer, lo secunda la amenaza de aniquilación.
      Para Lacan la neurosis es propiamente una pregunta que el ser le plantea al sujeto. En el caso de la neurosis obsesiva, la pregunta es sobre la incertidumbre de la propia existencia, es la incesante pregunta sobre la muerte: ¿Ser o no ser?, ¿Estoy vivo o estoy muerto?, ¿Por qué existo? Estas preguntas lo atan a imperativos los cuales debe cumplir para justificar su existencia. El obsesivo no se siente tarjeta-habiente de la banca del placer, la culpa lo corroe hasta el punto de requerir expiación para sentirse digno de obtener migajas de existencia.
      La obsesividad extrema puede llevar a un estado onto-zómbico, un ser-zombie, estado en el cual un día siempre es igual al siguiente y donde la vida solamente tiene lugar en su manifestación de sobrevivencia. De ahí que personajes como Celestino queden fuera de la red arquetipal, es tanto su temor a ser que optan por jugar al no-ser.  Pero no por ello se logra extirpar la angustia, ésta aparecerá  con su semblante más pavoroso, para susurrarle al oído al obsesivo: “Estás muerto”. Ante lo cual el obsesivo huye despavorido hacia la manía, hacía la exaltación, hacia una exacerbación de la vida ingresando así al arquetipo del bufón, que en los arcanos del Tarot se representa con el loco, es la mixtura de libertad, caos y locura. Es el nómada en busca de verdad, es el errante buscando luz.
      Este salto lo da Celestino cuando lo familiar se hace persecutorio, cuando la galleta le dice No se deje asaltar por la soledad y él inmediatamente asocia la frase con la señora que lo ayuda con el aseo de su casa, la cual se llama Soledad. Utilizando una salida típica del obsesivo, en lugar de indagar en su subjetividad, proyecta el peligro sintiéndose perseguido por la pantalla de su proyección. Para Celestino su Soledad es la prueba de la veracidad de los mensajes en la galletas e incapaz de simbolizar el contenido se deja atrapar por el signo, por la señal que solamente permite una interpretación.
      En ese momento, Cabaleiro de convierte en un Clown, pero es una máscara, una defensa, una algarabía artificial como última certeza de la propia existencia. Celestino expone lo falso de su devenir Clown en su falta de misterio, es obscenamente trasparente. La compulsiva enunciación de frases con la fórmula “No es que sea…” da cuenta de su anémica secrecía. Hay más enigma en una pared blanca que en Celestino. Esa falta de clandestinidad es la que lleva a quienes lo rodean a llenarlo de atributos, los seres humanos no soportamos el vacío y frente a él solemos saturar los espacios libres con barro de sentido.
      A pesar de él, Celestino se enamora. La desafortunada es Florencia Fidelina de la Fe Fortuna, que en su nombre lleva la penitencia.  Ubicada en el arquetipo de la Cuidadora, se orienta hacia los riesgos más que a los dones, se martiriza, la culpa la lleva a la certeza de que la locura de Celestino es por causa de ella por lo que se debe ofrendar a él para limpiar sus pecados. Florencia y Celestino llegan vírgenes a su encuentro sexual y salen vírgenes de él, pues no pierde la virginidad quien tiene sexo sino quien ha gozado de él. Para ellos el sexo es un una estación en la ruta, un punto en el itinerario, tienen sexo no por pasión sino por confusión.
      El Clown Cabaleiro no necesitaba una Cuidadora, necesitaba una Amante, alguien que transformará su locura destructora en locura erótica. Una histérica que le mostrara que la vida es vida mientras se respira, que la verdadera pregunta es la de Tiresias, por el placer con el que se vive esa vida y en última instancia si se goza más como hombre o como mujer, lo cual ya fue respondido también por el invidente: las mujeres gozan más, de ahí que los varones hayan construido sistemas para acotar en las mujeres el descubrimiento de ese gozo. Cuando una mujer descubre su potencial de placer, conquista no a un hombre sino a  todos (heteros, gays, bis, trans, etc.) y a muchas mujeres, lo cual resulta amenazante para cualquier aspiración de exclusividad.
      Pero el infortunado Celestino, a pesar de su devoción a la diosa fortuna, cayó en brazos de una Cuidadora, quien arrulla su atimia  y lo desea más como Bufón que como Amante.
      La psique humana es inclemente, lo que no es Eros es Thánatos. Celestino seguirá el destino del clan de los áridos de placer: la tragedia.
      Quizá su epitafio tendría que decir… No muera antes de vivir.

Nota:
Migajas es la primera novela de mi buen amigo Miguel Ángel Nogueda Ramos, quizá por ello hay momentos donde el lector tiene la sensación de que el autor quiere escribirlo todo, sin embargo, esta ambición, esta grafofilia es el principal síntoma de que en breve tendremos frente a nuestra mirada otro libro de Miguel, lo cual agradeceré profundamente. Enhorabuena para él. La novela fue publicada por Miguel Ángel Porrúa en su Colección Varia literaria PIRUL. Se consigue en librerías como Gandhi y el Sótano.

2 comentarios:

  1. Hola Juan Pablo, para mi el modelo de los arquetipos se complica cuando empieza el juego combinatorio entre los mismos, en el caso de Migajas presentas doce arquetipos, lo que nos lleva a 4096 combinaciones posibles, si el número de arquetipos se incrementa, las posibilidades de combinaciones crece geométricamente. Para mi los arquetipos son tan solo puntos de referencia para facilitar nuestra comprensión, el arquetipo puro, aceptando los doce que mencionas, tendría una probabilidad de existir de 0.003%, la tarea del psicoterapeuta resulta entonces muy compleja, su intuición es entonces su habilidad más preciosa, el "Insight", como dijera Bernard Lonergan (Insight: A Study of Human Understanding).

    El análisis de personajes de ficción limita el Insight, porque se enmarca en la complejidad que el autor quisiera o pudiera darle y, tal vez, implicaría el análisis del propio autor.

    Ricardo

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  2. Ricardo:
    Carl Jung, en su libro "Arquetipos e inconsciente colectivo" dice lo siguiente: "Como los arquetipos son, al igual que todos los contenidos numinosos, relativamente autónomos, no pueden ser integrados en forma simplemente racional, sino que requieren un método dialéctico, es decir, una verdadera discusión". Es tan complejo como lo puede ser la psique humana por sí misma, pero además se suman todas las influencias que recibe. De ahí que resulten tan sospechosos esos abordajes psicoterapéuticos execesivamente cortos. Agradezco la cita de Lonergan, es un libro marvilloso y además tuve la oportunidad de conocer a algunos miembros del equipo que lo tradujeron al español en la Ibero. Un abrazo.

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