martes, 3 de julio de 2012

En la escena del perdón


¿A dónde va tu mirada Immaculee?
El baño de un metro cuadrado;
siete mujeres callan, comen, orinan, defecan, menstrúan… contienen las ganas de matar.
Noventa días encerradas cuerpo a cuerpo, ahogadas por el clima de Ruanda.
Si creo en la cordura es sólo por ti Immaculee,
que con treinta kilos y la visión de toda tu familia asesinada decidiste seguir viviendo.
¿Es posible el perdón Immaculee?
Tu historia invalida mis intentos por responder.
Mis certezas judeo-cristianas,
mi confortable lugar desde el cual perdono para purificarme y ser feliz,
me parecen ahora inhóspitos.
¿Cómo vivir con tus recuerdos Immaculee?
“Si hubiera tenido una bomba atómica, la habría lanzado sobre Ruanda para matar a todos en esta tierra tonta y llena de odio”.
Así era tu sentir, pero al salir no mataste a nadie.
Me dueles Immaculee,
ya no sé que hacer con esta ira de burgués resentido,
con la inercia al olvido de este entorno imperturbable.
La memoria es tu fortaleza,
frente al  asesino de tu padre,
aún con licencia para escupirle, patearlo y matarlo;
sentiste compasión, hiciste tuyo su dolor y le perdonaste,
no como un acto de limpieza catártica,
sino sembrando el germen de una convicción,
recordar para dar testimonio del horror,
recordar para no olvidar tu decisión de no participar de la destrucción.

Sucinto homenaje a Immaculee Ilibagiza, sobreviviente del genocidio en Ruanda.
Juan Pablo Brand Barajas

Vivimos en la escena mundial del perdón (Valcárcel, 2010), testigos directos o virtuales de horrores de la especie humana, pareciera que preservamos solamente el consuelo de mirar al firmamento y decir “Perdónalos porque no saben lo que hacen”, cuando lo dramático es que los crueles, los torturadores, los genocidas, los golpeadores, los maltratadores, los violadores… saben con precisión lo que hacen. La filósofa española Amelia Valcárcel en su  libro La memoria y el perdón y la productora y directora Helen Whitney en su libro publicado este año,  El Perdón. Tiempo para amar, tiempo para odiar, citan diversas voces que coinciden al decir que en la actualidad se ha trivializado el uso de la palabra “Perdón”. En medio de “sentimentalismo, de reverencia silenciosa y de lealtad new age acrítica”, la palabra ha derivado en un uso de cortesía o un recurso para evadir responsabilidad, al pedir perdón forzamos al otro a perdonar y lográndolo nuestros actos o palabras parecen borrarse, alcanzando la tan ansiada “pureza”, tan buscada en el cuerpo, el espíritu, los espacios y las relaciones. La pureza es indicadora de salud, por tanto, el enfermo es el impuro, quien sufre algún mal, manifiesta su mácula, seguramente hizo algo que le quitó la salud, pudo haber sido en esta vida, en otras pasadas o como consecuencia de alguna impureza en su árbol genealógico. De este razonamiento deriva de que “perdonar cura”, mientras que la memoria enferma, a quien recuerda se le denomina “rencoroso” y se le considera como un cáncer que se carcome a sí mismo y en su descomposición libera una fetidez que incomoda a los “puros”.
Whitney nos lleva por un largo recorrido de testimonios. Inicia con la microesfera humana: una comunidad menonita de Pensilvania donde fueron asesinadas cinco niñas en el 2006 por un sujeto atormentado por su ira hacia Dios, Judith Shaw-McKnight quien fue contagiada de VIH por su pareja que no tuvo el detalle de informarle que era portador del virus, un matrimonio que continuo tras la revelación de más de veinte años de infidelidades del esposo, Terri Jentz quien a sus 19 años fue mutilada a hachazos por un irascible vaquero, en fin, personas debatiendo sobre las posibilidades del perdón en la vida privada. La segunda parte aborda las culpas y el perdón colectivo, las experiencias sociales de la Comisiones de la Verdad y la Reconciliación, en particular la de Sudáfrica, creada tras el fin del apartheid. La penitencia alemana por el Holocausto, desde el arrodillamiento  en 1970 del canciller de la Alemania Occidental, Willy Brandt, frente al monumento a las víctimas del Gueto de Varsovia, hasta nuestros días. Finalmente las gacacas, inspiradas en un sistema judicial de usos y costumbres, como espacio de reconciliación en Ruanda, tras el genocidio. 
       Sumando el contenido de entrevistas a víctimas, especialistas, defensores de derechos humanos y representantes de cultos religiosos; Helen Whitney llega a la siguiente conclusión: “Perdonar, o no perdonar, es una decisión que se toma en el centro de la humanidad que compartimos”. El enunciado condensa algunas ideas que considero de primer orden para tratar el tema del perdón. “Es una decisión”, recordatorio para los  adictos al perdón, que lo ofrecen hasta a la cobra que mató a la inquietante Cleopatra. Muchos psicoterapeutas, corroborando el juicio de Michel Foucault, han hecho de sus consultorios los neo-confesionarios, donde las personas tras un acto de contrición construido con las interpretaciones o intervenciones de los especialistas, piden la absolución o escuchan entre lágrimas los dictados de su psicoterapeuta: “perdona a tu padre”, “perdona a tu madre” o el más impactante que es “perdónate”. Es la ontología de la deuda de la que habla Amelia Valcárcel, que se sustenta en la creencia de que existe una entidad superior a la cual se le puede solicitar el perdón y ésta lo concede de acuerdo a sus inescrutables juicios: “perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El riesgo del perdón, es colocarse en una posición de superioridad moral desde la cual se libera a los “culpables” de sus deudas. Se afirma constantemente “X debería pedir perdón…”, en el momento en que el perdón se hace deber deja de ser perdón. Para Derrida, el perdón es tal, sólo si es incondicional, sin coartada, sin una finalidad más allá del perdón mismo. Lo cual complica las cosas, pues la fantasía recurrente es que el perdón puede redimir al otro, puede traer un nuevo orden o recuperar el perdido, puede traer la paz… supuestos que no suelen cumplirse.
       La segunda parte del enunciado de Whitney es que la decisión de perdonar se toma “en el centro de la humanidad que compartimos”. Sólo en los seres humanos existe el perdón. Hace unas pocas noches fui testigo, junto con unos amigos, de cómo un perro huía de su dueño en un parque, tras los esfuerzos de varios voluntarios espontáneos, impulsados por el desesperado llamado de un hombre sexagenario, el canino retorno y el dueño mostró su descontento golpeándolo con la correa y solicitándole arrepentimiento, ante el esperado silencio del perro, él dictó un código de recto comportamiento para perros, contrastando el inadecuado actuar del prófugo con la conducta deseable del otro perro del señor. Dudo de cualquier impulso de expiación del perro, también dudo que ante el maltrato de su dueño el perro procesara argumentos para perdonarlo, me parece que su huída y posterior mirada y comportamiento denotaban la expresión de una emoción compartida por animales humanos y no humanos: el miedo. Difícilmente un animal que lastima o mata a otro por defenderse, experimentará algo cercano a la culpa, ni tampoco el lastimado expresará su perdón al atacante. En este sentido, Valcárcel hace una pertinente cita del etólogo Konrad Lorenz, quien desde la contundencia científica afirma que tratar al prójimo como a nosotros mismos “no se nos habría ocurrido jamás por inclinación natural”. Esto es, perdonar, implica romper con nuestro programa genético, de ahí el esfuerzo de lograrlo. Agrega Valcárcel: “Los seres humanos, en tanto que animales sociales, son a lo sumo capaces de guardar fidelidad y perdonar las ofensas dentro de un grupo bastante reducido”. Por tanto,  personajes como Gandhi, Nelson Mandela o recientemente en México, Javier Sicilia, son seres totalmente anti-natura.
       La autora antes citada pone en la palestra de la discusión, el tema de la memoria asociada al perdón.  Cita una controvertida afirmación de Jacques Ellul “el mundo lo perdona todo cuando se triunfa”, agregando que el nazismo es horrible “porque ha sido vencido”. Fuertes y contundentes palabras que nos llevan a una profunda reflexión sobre el lugar desde donde perdonamos, nos invita a una revisión de nuestros perdones durante la vida, tras la cual quizá descubramos que perdonamos principalmente en situaciones donde por alguna razón quedamos en una posición de desventaja. Esto es, perdonamos para quitarnos de encima decepciones, malos tratos, descrédito, en fin, perdonamos para olvidar. Mientras disfrutamos con creces historias de triunfadoras y triunfadores que conservan la memoria y una vez alcanzado el éxito o el poder cobran venganza de quienes les hicieron daño.
        Para Valcárcel todos pertenecemos a la estirpe de Caín, para ella, ningún ser humano “obra mal” sin saber que lo está haciendo. Todos portamos la marca de al menos un mal hecho con premeditación en algún momento de nuestras vidas, de ahí que desconfíe del ser humano individual como detentor del poder para repartir culpas y perdones. Considera que conciente de la marca, el ser humano debe intentar “por los medios que razonablemente posee, evitar que se propague” y el mejor medio serían instancias supraindividuales “que nos reaseguren de cuentas, saldos y perdones”. Es decir, Valcárcel coincidiría con la creación de estructuras como las Comisiones de la Verdad y la Reconciliación, donde las partes implicadas presentan sus argumentos y son representantes de la  sociedad quienes emiten un veredicto o el perdón.
      El tema es de una gran complejidad, coincido con Whitney cuando afirma que el perdón es uno de esos temas asociados al “dolor de relacionarnos”, las vinculaciones humanas tienen tanto de amor como de dolor, para conservar uno o curar al otro, forzamos nuestra naturaleza a humanizarse  a cada momento. Desde mi perspectiva, uno de los grandes errores, sobre todo en la Modernidad, es obviar nuestra humanidad. No está dada, la debemos afirmar a cada instante, lo cual requiere de una convicción por la convivencia y el bien común. De ahí, que perdonar, sin coartada, sea uno de los actos con mayor aroma humano.

1 comentario:

  1. Mi estimado! "perdonarás" mi ironía al agradecerte obviar en el espectáculo canino tanto las recriminaciones Luisianas como el sarcasmo de cascabeles con el que atacamos a aquel necesitado de perdón. Buen escrito! gracias por compartir momentos y letras! migue.

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