¿A dónde va
tu mirada Immaculee?
El baño de
un metro cuadrado;
siete
mujeres callan, comen, orinan, defecan, menstrúan… contienen las ganas de
matar.
Noventa días
encerradas cuerpo a cuerpo, ahogadas por el clima de Ruanda.
Si creo en
la cordura es sólo por ti Immaculee,
que con
treinta kilos y la visión de toda tu familia asesinada decidiste seguir
viviendo.
¿Es posible
el perdón Immaculee?
Tu
historia invalida mis intentos por responder.
Mis certezas
judeo-cristianas,
mi
confortable lugar desde el cual perdono para purificarme y ser feliz,
me parecen
ahora inhóspitos.
¿Cómo vivir
con tus recuerdos Immaculee?
“Si hubiera
tenido una bomba atómica, la habría lanzado sobre Ruanda para matar a todos en
esta tierra tonta y llena de odio”.
Así era tu
sentir, pero al salir no mataste a nadie.
Me dueles
Immaculee,
ya no sé que
hacer con esta ira de burgués resentido,
con la
inercia al olvido de este entorno imperturbable.
La memoria
es tu fortaleza,
frente
al asesino de tu padre,
aún con
licencia para escupirle, patearlo y matarlo;
sentiste
compasión, hiciste tuyo su dolor y le perdonaste,
no como un
acto de limpieza catártica,
sino
sembrando el germen de una convicción,
recordar
para dar testimonio del horror,
recordar
para no olvidar tu decisión de no participar de la destrucción.
Sucinto homenaje a Immaculee Ilibagiza, sobreviviente del genocidio en
Ruanda.
Juan Pablo Brand Barajas
Vivimos en la
escena mundial del perdón (Valcárcel, 2010), testigos directos o virtuales de
horrores de la especie humana, pareciera que preservamos solamente el consuelo
de mirar al firmamento y decir “Perdónalos porque no saben lo que hacen”,
cuando lo dramático es que los crueles, los torturadores, los genocidas, los
golpeadores, los maltratadores, los violadores… saben con precisión lo que
hacen. La filósofa española Amelia Valcárcel en su libro La memoria y el
perdón y la productora y directora Helen Whitney en su libro publicado este
año, El Perdón. Tiempo para amar, tiempo para odiar, citan diversas
voces que coinciden al decir que en la actualidad se ha trivializado el uso de
la palabra “Perdón”. En medio de “sentimentalismo, de reverencia silenciosa y
de lealtad new age acrítica”, la
palabra ha derivado en un uso de cortesía o un recurso para evadir
responsabilidad, al pedir perdón forzamos al otro a perdonar y lográndolo
nuestros actos o palabras parecen borrarse, alcanzando la tan ansiada “pureza”,
tan buscada en el cuerpo, el espíritu, los espacios y las relaciones. La pureza
es indicadora de salud, por tanto, el enfermo es el impuro, quien sufre algún
mal, manifiesta su mácula, seguramente hizo algo que le quitó la salud, pudo
haber sido en esta vida, en otras pasadas o como consecuencia de alguna
impureza en su árbol genealógico. De este razonamiento deriva de que “perdonar
cura”, mientras que la memoria enferma, a quien recuerda se le denomina
“rencoroso” y se le considera como un cáncer que se carcome a sí mismo y en su
descomposición libera una fetidez que incomoda a los “puros”.
Whitney nos lleva
por un largo recorrido de testimonios. Inicia con la microesfera humana: una
comunidad menonita de Pensilvania donde fueron asesinadas cinco niñas en el
2006 por un sujeto atormentado por su ira hacia Dios, Judith Shaw-McKnight
quien fue contagiada de VIH por su pareja que no tuvo el detalle de informarle
que era portador del virus, un matrimonio que continuo tras la revelación de
más de veinte años de infidelidades del esposo, Terri Jentz quien a sus 19 años
fue mutilada a hachazos por un irascible vaquero, en fin, personas debatiendo
sobre las posibilidades del perdón en la vida privada. La segunda parte aborda
las culpas y el perdón colectivo, las experiencias sociales de la Comisiones de
la Verdad y la Reconciliación, en particular la de Sudáfrica, creada tras el
fin del apartheid. La penitencia
alemana por el Holocausto, desde el arrodillamiento en 1970 del canciller de la Alemania Occidental, Willy
Brandt, frente al monumento a las víctimas del Gueto de Varsovia, hasta
nuestros días. Finalmente las gacacas,
inspiradas en un sistema judicial de usos y costumbres, como espacio de
reconciliación en Ruanda, tras el genocidio.
Sumando
el contenido de entrevistas a víctimas, especialistas, defensores de derechos
humanos y representantes de cultos religiosos; Helen Whitney llega a la
siguiente conclusión: “Perdonar, o no perdonar, es una decisión que se toma en
el centro de la humanidad que compartimos”. El enunciado condensa algunas ideas
que considero de primer orden para tratar el tema del perdón. “Es una
decisión”, recordatorio para los
adictos al perdón, que lo ofrecen hasta a la cobra que mató a la
inquietante Cleopatra. Muchos psicoterapeutas, corroborando el juicio de Michel
Foucault, han hecho de sus consultorios los neo-confesionarios, donde las
personas tras un acto de contrición construido con las interpretaciones o
intervenciones de los especialistas, piden la absolución o escuchan entre
lágrimas los dictados de su psicoterapeuta: “perdona a tu padre”, “perdona a tu
madre” o el más impactante que es “perdónate”. Es la ontología de la deuda de la que habla Amelia Valcárcel, que se
sustenta en la creencia de que existe una entidad superior a la cual se le
puede solicitar el perdón y ésta lo concede de acuerdo a sus inescrutables
juicios: “perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos
ofenden”. El riesgo del perdón, es colocarse en una posición de superioridad
moral desde la cual se libera a los “culpables” de sus deudas. Se afirma
constantemente “X debería pedir perdón…”, en el momento en que el perdón se
hace deber deja de ser perdón. Para Derrida, el perdón es tal, sólo si es
incondicional, sin coartada, sin una finalidad más allá del perdón mismo. Lo
cual complica las cosas, pues la fantasía recurrente es que el perdón puede
redimir al otro, puede traer un nuevo orden o recuperar el perdido, puede traer
la paz… supuestos que no suelen cumplirse.
La
segunda parte del enunciado de Whitney es que la decisión de perdonar se toma
“en el centro de la humanidad que compartimos”. Sólo en los seres humanos existe
el perdón. Hace unas pocas noches fui testigo, junto con unos amigos, de cómo
un perro huía de su dueño en un parque, tras los esfuerzos de varios
voluntarios espontáneos, impulsados por el desesperado llamado de un hombre
sexagenario, el canino retorno y el dueño mostró su descontento golpeándolo con
la correa y solicitándole arrepentimiento, ante el esperado silencio del perro,
él dictó un código de recto comportamiento para perros, contrastando el
inadecuado actuar del prófugo con la conducta deseable del otro perro del
señor. Dudo de cualquier impulso de expiación del perro, también dudo que ante
el maltrato de su dueño el perro procesara argumentos para perdonarlo, me
parece que su huída y posterior mirada y comportamiento denotaban la expresión de
una emoción compartida por animales humanos y no humanos: el miedo. Difícilmente
un animal que lastima o mata a otro por defenderse, experimentará algo cercano
a la culpa, ni tampoco el lastimado expresará su perdón al atacante. En este
sentido, Valcárcel hace una pertinente cita del etólogo Konrad Lorenz, quien
desde la contundencia científica afirma que tratar al prójimo como a nosotros
mismos “no se nos habría ocurrido jamás por inclinación natural”. Esto es,
perdonar, implica romper con nuestro programa genético, de ahí el esfuerzo de lograrlo. Agrega Valcárcel: “Los seres humanos, en tanto que animales sociales,
son a lo sumo capaces de guardar fidelidad y perdonar las ofensas dentro de un
grupo bastante reducido”. Por tanto,
personajes como Gandhi, Nelson Mandela o recientemente en México, Javier
Sicilia, son seres totalmente anti-natura.
La
autora antes citada pone en la palestra de la discusión, el tema de la memoria
asociada al perdón. Cita una
controvertida afirmación de Jacques Ellul “el mundo lo perdona todo cuando se
triunfa”, agregando que el nazismo es horrible “porque ha sido vencido”.
Fuertes y contundentes palabras que nos llevan a una profunda reflexión sobre el
lugar desde donde perdonamos, nos invita a una revisión de nuestros perdones
durante la vida, tras la cual quizá descubramos que perdonamos principalmente
en situaciones donde por alguna razón quedamos en una posición de desventaja. Esto
es, perdonamos para quitarnos de encima decepciones, malos tratos, descrédito,
en fin, perdonamos para olvidar. Mientras disfrutamos con creces historias de
triunfadoras y triunfadores que conservan la memoria y una vez alcanzado el
éxito o el poder cobran venganza de quienes les hicieron daño.
Para
Valcárcel todos pertenecemos a la estirpe de Caín, para ella, ningún ser humano
“obra mal” sin saber que lo está haciendo. Todos portamos la marca de al menos
un mal hecho con premeditación en algún momento de nuestras vidas, de ahí que
desconfíe del ser humano individual como detentor del poder para repartir
culpas y perdones. Considera que conciente de la marca, el ser humano debe
intentar “por los medios que razonablemente posee, evitar que se propague” y el
mejor medio serían instancias supraindividuales “que nos reaseguren de cuentas,
saldos y perdones”. Es decir, Valcárcel coincidiría con la creación de
estructuras como las Comisiones de la Verdad y la Reconciliación, donde las
partes implicadas presentan sus argumentos y son representantes de la sociedad quienes emiten un veredicto o
el perdón.
El
tema es de una gran complejidad, coincido con Whitney cuando afirma que el
perdón es uno de esos temas asociados al “dolor de relacionarnos”, las
vinculaciones humanas tienen tanto de amor como de dolor, para conservar uno o
curar al otro, forzamos nuestra naturaleza a humanizarse a cada momento. Desde mi perspectiva,
uno de los grandes errores, sobre todo en la Modernidad, es obviar nuestra
humanidad. No está dada, la debemos afirmar a cada instante, lo cual requiere
de una convicción por la convivencia y el bien común. De ahí, que perdonar, sin
coartada, sea uno de los actos con mayor aroma humano.
Mi estimado! "perdonarás" mi ironía al agradecerte obviar en el espectáculo canino tanto las recriminaciones Luisianas como el sarcasmo de cascabeles con el que atacamos a aquel necesitado de perdón. Buen escrito! gracias por compartir momentos y letras! migue.
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