Hubo un tiempo en el cual los humanos perdieron sus
bocas, cansado de los constantes insultos que los humanos expresaban a través
de sus bocas y de la pocas palabras inspiradas en el amor que de ellas salían,
un hechicero esparció una pócima en todos los ríos, lagos y pozos donde los
humanos bebían agua. Mezcla de hierbas misteriosas, el brebaje tenía el poder
de borrar las bocas, al tiempo que permitía absorber nutrientes por la piel, de
esta manera los humanos no gritarían, no hablarían, ni besarían, pero podrían
vivir alimentándose a través de sus poros.
Sin poder hablar, los humanos se vieron obligados a
crear nuevas formas de comunicación, llegando a dominar un lenguaje compuesto
de movimientos del cuerpo, giros de los ojos y contactos con las manos. Al paso
de los años comenzaron a disfrutar de esta nueva manera de convivir, pues al no
poder utilizar la voz, necesitaban acercarse y tocarse para poder transmitir
cualquier mensaje, lo que hizo a los humanos más cercanos. Sin embargo, no se
resignaban a la pérdida de los besos, fueron numerosas las ocasiones en que el
corazón de las madres se sobresaltó al intentar besar a sus bebés recordando su
falta al sentir tan solo dos porciones de piel en contacto, los enamorados
pasaban horas mirándose nostálgicamente, tocándose la cara una y otra vez con
la esperanza de que aparecieran esos dos brotes llamados labios, para besar a
su amado o a su amada. Aunque disfrutaban su nueva comunicación, los humanos
poco a poco perdieron una gran parte de su entusiasmo, los sueños más preciados
eran aquellos en los cuales aparecían con boca, momentos que aprovechaban a
besar todo lo besable.
Buscaron al hechicero para rogarle revirtiera su
encanto, habían aprendido la lección, descubrieron que los labios y la boca
eran un don el cual debían utilizar para expresar amor, ya fuera a través de la
palabra o de los tan añorados besos. Pero el hechicero había desaparecido,
ninguna huella suya permanecía.
La noticia de la tristeza de los humanos, por haber
perdido los besos, cruzó de reino en reino, llegando hasta el reino de las
Ventositas. Las ventositas eran
unos seres cóncavos que tenían el poder de adherirse a cualquier superficie, para sobrevivir debían pegarse cada cierto
tiempo a seres vivos, los cuales sólo sentían unas ligeras cosquillas cuando
ellas se acercaban. Cuando la reina de las ventositas tuvo conocimiento del
dolor de los humanos, sintió gran compasión por ellos, especialmente por las
pequeñas y pequeños privados de tan dulce contacto. Decidió convocar al Consejo
de ventositas para discutir la situación de los humanos. Tras una larga
discusión acordaron ayudarlos, cada uno tendría a una ventosita como amiga, la
cual viviría adherida a su cuerpo y cuando requiriera de un beso le pediría a
la ventosita se ubicara a la altura de donde debía estar la boca para hacer
contacto con otro ser humano. La reina de las ventositas visitó al rey de los
humanos, sabiendo de los años vividos sin un beso, lo saludo con una fuerte
adherencia en su cachete, el rey sonrió al tiempo que por su mejilla rodó una
lágrima, respondió moviendo su cabeza y con un intenso brillo en sus ojos. La
reina explicó su propuesta, la cual fue recibida con gran beneplácito por el
rey, dando interminables maromas por su castillo.
Para el encuentro de los humanos con las ventositas se hizo una
ceremonia muy solemne, en la cual se presentó a cada quien con su cada cual. El
inicio fue difícil para las ventositas, dado el tiempo que los humanos llevaban
sin besar, las llamaban constantemente, para besarse entre ellos, para besar a
sus mascotas, para besar sus objetos más queridos y, porqué no, para besarse
ellos mismos. Algunas ventositas cayeron enfermas por exceso de trabajo, pero
pasados los días humanos y ventositas lograron una muy buena convivencia.
Años después regresó el hechicero. Al visitar a los humanos, no cabía en
su sorpresa al darse cuenta de los grandes cambios experimentados por los
humanos. Los vio mirarse intensamente, abrazarse, tocarse, moverse, pero sobre
todo, los vio muy cercanos. Su confusión fue mayor cuando los vio besarse, se
preguntó ¿cómo le hacen si no tienen bocas? Decidió averiguar lo que sucedía y
fue cuando se encontró con las ventositas.
Impresionado por la buena convivencia entre humanos y de humanos con
ventositas, lanzó al aire unos polvos dorados, los cuales tuvieron como efecto
la aparición inmediata de bocas en todos humanos, quienes como primera reacción
hicieron uso de su voz: hablaron, gritaron, cantaron, después se besaron.
Mientras esto sucedía las ventositas se fueron desprendiendo lentamente de sus
amigos humanos, con la intención de emprender la retirada, pues ya no eran
necesarias. No dejaban de sentirse
tristes por tener que separarse de sus amigos. Cuando ya se retiraban, el rey
de los humanos les llamó: “¿adonde van?”, ellas explicaron el cese de su
misión. El rey no concebía la posibilidad de la partida las ventositas, pero al
mismo tiempo no encontraba una alternativa. Creyó adecuado consultarlo con el
hechicero, que era un viejo sabio, el cual tras reflexionar un momento dijo:
“Que permanezcan juntos humanos y ventositas, la mayor pena de los humanos es
la soledad, por eso cuando se sientan alejados, rechazados, poco abrazados,
poco besados, poco queridos, podrán llamar a su ventosita, para que llene su
rostro de besos y su corazón de alegría”.
Desde ese día todos los humanos tenemos una amiga ventosita, la cual
responderá a nuestro llamado cuando nos sintamos solos o tristes, sin
embargo, las ventositas tienen el
poder de ver los sentimientos, por eso sólo aparecerán cuando realmente las necesitemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario