lunes, 29 de octubre de 2012

Niño con alma vieja


Fui un niño con alma vieja,
mis años infantiles son el eco de un corazón
que se parceló prematuramente,
para albergarlos a todos y
evitar la fragmentación del amor.
Me gustaba jugar a ser melodía,
embellecer la armonía y el ritmo circundante.
Leí para entender, canté para convocar, escribí para resguardar.
Hijo de la fe, la esperanza y la caridad,
creí devotamente en una bondad superior, en el futuro y en los otros;
hasta que de mi herejía constitucional emanaron las interrogantes
y con ellas mi destierro voluntario de lo infalible.
Reinventé mi infancia,
me le fugué al destino;
con imágenes, letras, ideas y amigos
jugué a crear otro mundo,
que al materializarse no dio cabida a un Dios.
Pero quien ha sido tocado por lo numinoso,
está marcado por cicatrices metafísicas,
que lo impulsan a creer aún frente al vacío.
La mía es una mística blanca,
una fe que se traza tenue sobre la nada,
una esperanza sin paraísos,
una caridad sin redención.
Soy el niño jugando con los elementos,
tierra, agua, aire  y fuego,
creando figuras efímeras,
repitiendo sin cesar lo propiamente humano,
para no vivir sintiendo que muero,
para no morir sintiendo que vivo.



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