lunes, 17 de diciembre de 2012

Lo filo-erótico en “El beso” de Gustav Klimt


Klimt, Klimt, Klimt…
Suenan los pasos de Eros,
flechas  llueven crispando las epidermis,
sensualidad bañada en oro,
incitando orgasmos policromáticos.

Klimt, Klimt, Klimt…
Apolo roza a Dafne en su metamorfosis a laurel,
Dionisos se retuerce en colapsos etílicos,
burlándose del ingenuo  dios,
quien cree detener el destino con un beso.

Klimt, Klimt, Klimt…
No hay más grande placer que el no consumado,
la fantasía obedece a los guiones del deseo,
el acto es siempre incompleto,
deja restos que tejen el velo de la insatisfacción.

Klimt, Klimt, Klimt…
El cuerpo de La Mujer no existe,
la desnudez de cada una es un lienzo único,
la mirada que esto apercibe
es oasis donde abreva la feminidad,
lugar para reflejarse y poseerse a si misma.

Klimt, Juan Pablo Brand
  
      2012, año de Gustav Klimt, Viena se vistió de dorado para celebrar al artista revolucionario cuyo estudio quizá fue más efectivo para dar buen curso a las neurosis histéricas de las vienesas que el legendario consultorio del Professor Sigmund Freud. Contemporáneos, el artista y el psicoanalista fueron portavoces de las mujeres, desnudando, uno su cuerpo, otro su alma,  mostraron el costo subjetivo de reprimir la expresión sensual de la feminidad, así como la castración cultural que esto implica, el empuje a una hiperracionalidad sintomática  o a los extremismos ideológicos y religiosos. La mujer es el ancla terrenal de los devaneos metafísicos.
      El catorce de julio de mil ochocientos sesenta y dos, seis años después del nacimiento de Freud, Gustav Klimt fue envuelto por primera vez por el calor del verano vienés. A los 35 años, junto con un grupo vanguardista, abandonó la decrépita institución oficial encargada de promover la creación artística en Viena, La Casa de los artistas, para inaugurar la Secesión, punto explosión del big bang  del modernismo cuyo lema  fundante fue A cada época su arte, al arte su libertad. También promovió el Taller de Viena, probablemente el origen del ahora llamado diseño industrial, antecedente de la mítica Bauhaus  de Weimar. Del Taller emanaron los mobiliarios y decoraciones de las más suntuosas casas y los edificios más representativos de Viena. Pensar la capital austriaca implica necesariamente la presencia del sello modernista, si no es así, la imagen es una creación vacua. Los habitantes de la Ciudad de México debemos a los artistas de la Secesión gran parte de la belleza visual de su Centro Histórico, lo que podría ser su Downtown. Los magníficos edificios con sus exquisitos interiores, construidos y decorados durante el periodo llamado Porfiriato, en el tránsito del siglo XIX al XX, son expresiones inspiradas en el  Art Nouveau.
       El año de 1898, marca el tránsito de Klimt de la orfandad rebelde a la adopción burguesa, al realizar el retrato de Sonja Knips, Klimt desata la vorágine de los pudientes vieneses por ser inmortalizados por la mirada y las manos del artista. Aún con su fama de seductor, los maridos pedían al maestro retratar a sus esposas, al parecer la opacidad de la vida sexual de las mansiones, se iluminaba con el erotismo expansivo del estilo Klimt.
       Gustav Klimt tuvo el privilegio de darle su primer beso a Alma Schlindler, mejor conocida como Alma Mahler, junto a él, la compositora  abrió el cauce de una intensa y polifacética vida sexual. Tras el idilio con Klimt se casó con el músico Gustav Mahler, el arquitecto fundador de la Bauhaus Walter Gropius y el novelista Franz Werfel. Fue amante del músico Alexander Von Zemlinsky, del biólogo Paul Kammerer y del pintor discípulo de Klimt, Oskar Kokoschka. Digna portadora de su nombre, Alma, representó la nueva era de las mujeres, llevó su sensualidad y sexualidad más allá del placer, las convirtió en vías para su formación intelectual y artística, su inteligencia llevó a sus esposos y amantes a designarla como revisora y correctora de sus obras. Su vida sexual llevó el ritmo de sus inquietudes artístico-intelectuales.  
       Adele Bloch-Bauer (cuyo retrato hecho por Klimt se vendió en 2006 en 135 millones de dólares) y Berta Zuckerkandl, amante y amiga, las dos dueñas de grandes fortunas, rodearon al pintor de un glamour del que él huía recurrentemente, el brillo de sus obras no se trasladaba a su trato social. Añorante del refugio de su estudio y la compañía de una dama, encontraba recovecos en el protocolo para escapar. Los hombres le reprochaban, las mujeres se inquietaban, para ellas, conservar sobre sí la mirada de Klimt las hacía sentir inundadas de una feminidad única, la cual les negaban sus novios, prometidos y maridos.
       Klimt no será el primer ni el último mujeriego que permanezca fiel a su madre hasta que la muerte los separe, la no renuncia al primer objeto de amor, ata las raíces más profundas del ser. Probablemente el misterio del magnetismo de Klimt fuera esa mirada esquiva, la que en algún momento se perdía olvidando la desnudez de las bellas mujeres que para él posaban, esa mirada buscando a su verdadero amor, la melancolía, único resto de ese amor inaugural definitivamente perdido. Nada hay más atractivo para algunas mujeres que poder curar el dolor de un hombre talentoso, desterrar a su madre y junto con ella a la nostalgia por la mirada que les despertó su grandiosidad, para colocarse en el lugar causa de deseo, de la exclusividad.
        Fuera de su madre, con la única mujer con la que Gustav Klimt pudo compartir su vida fue con la que llegó a ser la diseñadora de modas más cotizada de la cumbre vienesa, Emilie Flöge, a la cual conoció y retrato cuando ésta tenía doce años. ¿Cómo lo logró? Con una radical distancia sexual, como nos cuenta Elizabeth Hickey, en su novela El beso, al parecer sólo hubo un encuentro sexual entre Gustav y Emilie, el resto fue una cercanía intensamente afectiva y de mutua admiración. Según la autora, el espacio protector fue impuesto por Gustav Klimt, no habría que descartar la hipótesis de que el artista sexualizaba solamente lo temporal, por tanto, mujer que tuviera sexo con él, estaba destinada a salir de su vida. Compañera de viajes, de periodos vacacionales, de ideas, complemento estético, Emilie Flöge le fue fiel en cuerpo y alma a Klimt, éste solamente en alma, por lo que al morir le heredó la mitad de sus bienes, un obsequio bastante oneroso.
       Algunos estudiosos de la obra de Klimt, opinan que en su cuadro más famoso, El beso, concluido en 1908, está representado el pintor besando a Emilie. Otros consideran que retrata el momento en que el dios Apolo besa a la ninfa Dafne, antes de que ésta se convierta en laurel. Lo cierto es que el hombre porta una especie de túnica, prenda utilizada siempre por Klimt cuando pintaba. La mujer está hincada, recibiendo el beso del hombre al tiempo que atrapa el cuello y una mano de éste que a su vez roza el rostro de ella y con la otra mano sostiene su cabeza. Más allá de la siempre fragmentada verdad histórica, la obra refleja el amor de estas dos figuras de la grandeza austriaca. Es un beso al que denominaría filo-erótico, proyecta un profundo cariño fraternal sin dejar de lado una vibra erótica. Considero que la fuerza de la imagen emana de su simbolismo, un amor de pareja duradero, solamente es posible en el equilibrio de lo filial y lo erótico. Si permanece solamente lo filial, se derrumba la pareja para convertirse en una bonita o sado-masoquista amistad. Si es lo sexual el lazo exclusivo, se derriten los enclaves subjetivos, con el peligro de quedar atrapados en una escena que no cesa de repetirse, en una rutina corporal carente de toda poesía, de toda creación.
            La vigencia del amor, subyace en el ímpetu de un beso.


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