domingo, 3 de noviembre de 2013

Nuestra otra vida, mi aprendizaje con MAD MEN


Recuento de una obsesión: cinco temporadas, sesenta y cinco capítulos, cincuenta y dos horas. Todo esto en dos semanas. Se dice que siempre hay la oportunidad para una primera vez, Mad Men lo ha sido para mí en lo que a series televisivas se refiere. Puede sonar ocioso pero no les engaño cuando afirmo que aprendí más en esas 52 horas que si hubiera cursado un diplomado o cualquier dispositivo de educación formal, además con la ventaja de poder distribuirlas al gusto mientras tuviera los recursos básicos: tiempo, computadora, audífonos y señal de internet. A lo anterior hay que agregar los beneficios en cuanto a costos, la renta mensual de Netflix cuesta aproximadamente 7.6 dólares por mes, un diplomado cuesta en promedio 1000 dólares. En fin, medido en costo-beneficio, Mad Men se lleva las palmas, el único excedente fueron esas horas de madrugada que tuve que invertir.
¿Qué aprendí con Mad Men? Sobre historia viva de los años sesenta del siglo XX en Estados Unidos, relaciones humanas, sistema empresarial, el origen de la publicidad como la conocemos en la actualidad, adicciones, sexualidad, género, comunicación, conflictos (de pareja, familiares, en el trabajo, sociales), en fin, la narrativa y los personajes están magistralmente estructurados. Dicen mi hermano y mi primo Fernando, que estudia un doctorado en letras, que las series televisivas han revolucionado las formas narrativas y le han ganado lugar a la literatura tradicional. Ahora puedo decir que tienen razón, mi experiencia con Mad Men ha sido como lo fue mi lectura de Los Miserables (Víctor Hugo), Crimen y Castigo (Dostoyevski) o Guerra y Paz (Tolstói), con esa intensa ansiedad por la espera del siguiente capítulo. La serie inició en 2007 y se ha anunciado su séptima temporada en 2014.
La serie abre varias líneas de análisis, pero me ha interesado una en particular, un aspecto tan obvio que parece no tener la mayor importancia, lo que he denominado “nuestra otra vida”. Nadie, absolutamente nadie, nos acompaña o puede acompañarnos en todos los instantes de nuestra vida, aún en las mayores dependencias, el pensamiento o los sueños se vuelven inaccesibles. Esto es, nadie tiene nuestra historia completa más que nosotros mismos, aunque estemos muy cercanos a una o varias personas no hay quien pueda saber todos nuestros actos, pensamientos, deseos o fantasías. Esto es lo maravilloso y siniestro de la vida humana, sólo podemos ser legítimamente narrados por nosotros mismos pero al morir todos esos recovecos históricos mueren con nosotros. Cobran particular interés los secretos y las complicidades, al paso del tiempo vamos entrelazando una biografía oculta de la que nadie es testigo en su totalidad, pero también vamos creando alianzas que se conservan aún en las mayores crisis, eso que se resguarda “entre nosotros”. Amores, vivencias o negocios están impregnados de esta complicidad donde quienes participaron acuerdan explícita o implícitamente guardar silencio y esto no sólo con el objetivo de cuidar una reputación, sino por la necesidad de sentirnos dueños de nuestras vidas, nuestros recuerdos y nuestra subjetividad.
En la serie Mad Men, Don Draper representa el arquetipo del sujeto misterioso, cuyo pasado está pleno de vacíos e inconsistencias. Lo que le da mayor fuerza es que estos espacios sin letra lo envuelven constantemente en un halo de dramatismo. Alrededor de él  se van tejiendo infinidad de historias donde predomina lo no dicho, lo oculto, lo que los griegos denominaban lo obsceno, esto es, aquello que está atrás de la escena que es esencial para su desarrollo pero no debe ser mostrado. El desfile de personajes maravillosos de Mad Men que van desde los niños hasta los ancianos, nos muestra que siempre que estamos con otra persona, hay paralelamente esa otra vida.
Apasionantes e inquietantes son las raíces de lo que decidimos mantener oculto y lo que hacemos para lograrlo, representan soplos de libertad, la emancipación de toda forma de vasallaje. Desde el niño que guarda un secreto hasta el torturado que no delata a sus compañeros, la “otra vida” es el espacio de nuestra autenticidad. Esto no está libre de conflictos, para muchas personas reservarse ciertos aspectos de su historia les resulta muy complicado, en la tradición católica se instauró el dispositivo de la confesión, precisamente por el poder del binomio secreto-autonomía, bajo el argumento de “que aunque no lo confieses, Dios sabe lo que has hecho, pero si lo confiesas igual y eres beneficiario de su misericordia”, la educación católica condiciona para la culpa y la delación.  
Guardar secretos, la confidencialidad es un acto subversivo en la actualidad, en general, las personas ya no acuden a los confesionarios pero cumplen sus actos de contrición en las redes sociales. Es por eso que el personaje de Don Draper, más allá de su atractivo físico y talento, tiene tanto impacto, su capacidad de discreción es casi sobrehumana, por experiencia propia sabe que lo más importante es lo que sucede en este momento y que en el instante no necesariamente optamos por las decisiones más sabias, pero estas decisiones tejen historias y las personas estamos obsesionadas por dicho tejido, así que tenemos la tendencia a buscar  la relación causa-efecto, aún con los riesgos que esto implica. Conocemos a una persona y queremos saber de donde viene, quien ha sido, cuales son sus vínculos, a qué se dedica, y mientras más claro sea todo esto, nos sentimos más tranquilos con respecto a esa persona. Pero esto es pura ficción, puesto que todos tenemos esa “otra vida” que reservamos y ocultamos tras la retórica acerca de lo que “realmente somos”.
Las resacas contra la reserva son el chisme y el rumor, que nacen de la inquietud por el secretismo, nuestro cerebro es narrativo, de ahí nuestra tendencia al cierre de historias y cuando no tenemos explicación le agregamos lo que creemos, lo que imaginamos o sospechamos, casi siempre con la peor de las versiones. Aunque todos tenemos nuestro acervo personal de indecibles, partimos del supuesto de que quien pondera su información personal seguramente ha hecho algo vergonzoso o ilegal. También ecualizamos la confianza a la ausencia de secretos, en una relación íntima esperamos que no haya secretos, lo cual no solamente es imposible, sino que es poco operativo. Dejemos de lado los actos, imagínense diciéndole a su pareja absolutamente todas sus fantasías, si fuera así no habría parejas. Se aplica también con amigas y amigos, nos sentimos excluidos si se guardan alguna información personal, lo experimentamos como una pérdida de valía en la vida de dicha persona.
La confianza no tendría que estar sostenida en la información, además los datos pueden ser manipulados u omitidos parcial o totalmente, la confianza es un acuerdo de convivencia entre dos o más personas  donde se asume que cada una de las partes se cuidará de no causar daño a las otras. Si es una pareja, se acordarán los derechos y los límites en la relación, en un vínculo profesional habrá colaboración, confidencialidad y ética, en fin, quizá la lealtad y la confianza son compañeras inseparables. Cada vínculo tiene su historia y por tanto sus secretos, conservarlos es mantener el brillo que esa relación tuvo o tiene, según sea el caso. Desear saber todo sobre otro es buscar su posesión, es una expectativa de fusión.
Mientras escribo estas líneas hago búsquedas musicales en YouTube, la nube creada por los algoritmos me trajo vientos con el tema principal de la película El Padrino (The Godfather) y con la música retornó a mi memoria una frase clásica de Don Vito Corleone, representado espléndidamente por Marlon Brando: Cada hombre tiene su propio destino. Así sea.



No hay comentarios:

Publicar un comentario