domingo, 10 de noviembre de 2013

Le mal du pays: Las adolescencias perdidas de Murakami


Para mis ya casi colegas: Daniela A.,
Daniela S., Eli, Jimena, Mariana y Rodrigo.

Por la nostalgia que sentirán
al recordar estos años.
En gratitud por tantas sonrisas.

Perdido estoy,
no encuentro mi camino,
veo una luz,
más no es el destino que la vida me ha trazado.

Confusión es lo que siento,
estoy en un jardín de rosas,
al tocarlas me doy cuenta
que espinas es lo que he cosechado
y no las flores que siempre soñé.

Sigo mi camino
y encuentro un amor,
más sólo logro aumentar mi confusión,
continúo y encuentro una aventura
que a mi andar nada ayudó.

Al haber creído encontrar mi destino
me doy cuenta  que ese rumbo era un camino
donde sólo serpientes había.

Pero hoy he encontrado un nuevo recorrido,
en el que parece que hay una flor lejana
y lucho por alcanzarla,
más el miedo de cortarla y perderla pronto,
no me deja continuar.

¿Será éste el camino que siempre tuve en mis sueños,
donde la felicidad no acabaría y
nunca más me volvería a perder?


Juan Pablo Brand, Perdido (1991- 15 años)



      Los amores y dolores de la adolescencia son huellas indelebles, el compromiso afectivo de dicha etapa no tiene precedentes ni procedentes, es la edad del legítimo romanticismo. El poema que abre el texto lo escribí a los quince años, leerlo es un viaje a ese tiempo a una de esas tantas noches en que azotado por la confusión intentaba cercar con palabras el dolor que me desbordaba. Propenso al enamoramiento, transité la adolescencia con un dramatismo rayano en los terrenos del joven Werther. Quizá esto explique el impulso que siento hacia algunos libros de Murakami, Tokio Blues  lo leí escuchando una y otra vez la canción de Norwegian Wood de The Beatles, la cual da nombre al subtítulo de la novela. Seguí las tribulaciones de Toru Watanabé con una incesante compactación de pecho, esa legión de adolescentes que ven frente a sí la edad de veinte de años como una edad maldita, umbral que al cruzarse obliga a soltar la pasión adolescente para dedicarse a crecer hasta arribar a la muerte. En su nueva novela, Los años de peregrinación del chico sin color, Haruki Murakami repite la fórmula, un treintañero inicia un viaje de la memoria hasta sus años de adolescencia, con la intención de darle dirección al sinsentido. El ser similar no lo hace igual, es como cuando se viaja dos o más veces a la misma ciudad, nunca es la misma, nunca somos los mismos.
     Tsukuru Tazaki, cuyo nombre significa crear, llega a los treinta y seis años sin lograr curar la herida que le hizo su grupo de amigos de adolescencia cuando un día, teniendo veinte años y sin mediar ningún motivo le avisan que no le quieren volver a ver. Tras un periodo de profunda depresión donde le acompañó la ideación suicida, Tsukuru decide enfocar su existencia en su mayor placer, su carrera de ingeniero y particularmente su especialización en construcción de estaciones de trenes. A la exclusión le precedió la diferencia, el grupo estaba conformado por tres hombres y dos mujeres, los cuatro restantes se autodenominaban con colores:  Aka (rojo) Ao (azul), Shiro (blanco) y Kuro (negro). Tsukuru era el chico sin color, concepto que introyectó como una cualidad ontológica: Supongo que, simplemente, no tengo nada que ofrecer a nadie. Bien pensado, ni siquiera tengo nada que ofrecerme a mi mismo. Lo cierto es que nuestro personaje sufre de los daños propios de la exclusión, mientras siente que su vida no tiene ninguna tonalidad, imagina la vida de sus amigos excluyentes, en una perpetua convivencia maravillosa, plena de comparsería y algarabía. Pero como también sucede en muchos casos, la versión del excluido no se corresponde con la de los excluyentes. En la búsqueda de sus amigas y amigos de la adolescencia, dieciséis años después de la separación, Tsukuru experimenta las recurrencias de los navegantes de Facebook, descubre que el paso del tiempo ha desdibujado a sus coloridos amigos, como aves que pierden su plumaje, las personas se enrolan en  un estilo de vida el cual lentamente va dominando sus días, como le declara Aka a Tsukuru: Hubo una época en la que tuve unos amigos estupendos. Tú eras uno de ellos. Sin embargo, en algún momento de mi vida los perdí… Pero ya no hay vuelta para atrás. No se pueden devolver los productos una vez que has roto el precinto. No queda más remedio que seguir adelante.
Al igual que en Tokio Blues, una pieza musical acompaña a esta novela, es un fragmento de una de las suites de la serie Années de pèlerinage  de Franz Lizt, la cual se llama Le mal du pays que es una manera muy poética de nombrar a la Nostalgia y era una de las piezas que más disfrutaba interpretar al piano la trágica Shiro. Es una música excelsa, notas que parecen ir tras la alegría pero súbitamente algo las retiene e impregna de una profunda tristeza, como la nostalgia, que significa un dolor que regresa o quizá nunca se fue. En esto también hay riesgo, así como el determinismo de Aka, el estancamiento de Tsukuru puede atrapar en un destino insalvable: Es como si mi vida se hubiera detenido a los veinte años… A partir de este momento, el tiempo se volvió leve. Los años habían ido pasando en silencio, como brisa suave. No le habían dejado heridas ni penas, intensas emociones ni alegrías, y tampoco recuerdos memorables. Y ahora estaba a punto de entrar en la madurez.
La magia y el terror de las edades de la vida es que se van consumiendo mientras se les vive, no hay crédito ni mensualidades, lo que no se vivió, no se vivió. El dolor de Tsukuru deja de ser poco a poco un mal del pasado para convertirse en miedo al futuro, quien desea regresar es quien no ve horizontes.  
Murakami nos obsequia una joya, al mostrarnos los privilegios de crear sobre el ser creados, el no tener color es la posibilidad de ser todas las tonalidades y ninguna, la gente suele buscar obsesivamente su color, su identidad, pero la identidad es de esas cosas de la vida que cuando las alcanzas te pierdes.


2 comentarios:

  1. Muchas gracias por la dedicatoria J.P. Gracias por las enseñanzas dentro y fuera del aula. Gracias por haberme dado la oportunidad de trabajar contigo y así haber logrado recibirme como Psicólogo. Pero antes, gracias por haberme dado la oportunidad de conocerte como persona; eres un gran ser humano y de esos profesores que se extrañaran pero, como escribes, ya estaremos próximamente como colegas. Un abrazo profe.

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    1. Muchas gracias por el comentario Eli. Felicidades y seguimos en el camino. Otro abrazo

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