Para mis ya casi colegas: Daniela A.,
Daniela S., Eli, Jimena, Mariana y Rodrigo.
Por la nostalgia que sentirán
al recordar estos años.
En gratitud por tantas sonrisas.
Perdido
estoy,
no encuentro
mi camino,
veo una luz,
más no es el
destino que la vida me ha trazado.
Confusión es
lo que siento,
estoy en un
jardín de rosas,
al tocarlas
me doy cuenta
que espinas
es lo que he cosechado
y no las
flores que siempre soñé.
Sigo mi
camino
y encuentro
un amor,
más sólo
logro aumentar mi confusión,
continúo y
encuentro una aventura
que a mi
andar nada ayudó.
Al haber
creído encontrar mi destino
me doy
cuenta que ese rumbo era un camino
donde sólo
serpientes había.
Pero hoy he
encontrado un nuevo recorrido,
en el que
parece que hay una flor lejana
y lucho por
alcanzarla,
más el miedo
de cortarla y perderla pronto,
no me deja
continuar.
¿Será éste
el camino que siempre tuve en mis sueños,
donde la
felicidad no acabaría y
nunca más me
volvería a perder?
Juan Pablo Brand, Perdido
(1991- 15 años)
Los
amores y dolores de la adolescencia son huellas indelebles, el compromiso
afectivo de dicha etapa no tiene precedentes ni procedentes, es la edad del
legítimo romanticismo. El poema que abre el texto lo escribí a los quince años,
leerlo es un viaje a ese tiempo a una de esas tantas noches en que azotado por
la confusión intentaba cercar con palabras el dolor que me desbordaba. Propenso
al enamoramiento, transité la adolescencia con un dramatismo rayano en los
terrenos del joven Werther. Quizá esto explique el impulso que siento hacia
algunos libros de Murakami, Tokio Blues lo leí escuchando una y otra vez la
canción de Norwegian Wood de The Beatles, la cual da nombre al
subtítulo de la novela. Seguí las tribulaciones de Toru Watanabé con una
incesante compactación de pecho, esa legión de adolescentes que ven frente a sí
la edad de veinte de años como una edad maldita, umbral que al cruzarse obliga
a soltar la pasión adolescente para dedicarse a crecer hasta arribar a la
muerte. En su nueva novela, Los años de
peregrinación del chico sin color, Haruki Murakami repite la fórmula, un
treintañero inicia un viaje de la memoria hasta sus años de adolescencia, con
la intención de darle dirección al sinsentido. El ser similar no lo hace igual,
es como cuando se viaja dos o más veces a la misma ciudad, nunca es la misma,
nunca somos los mismos.
Tsukuru
Tazaki, cuyo nombre significa crear,
llega a los treinta y seis años sin lograr curar la herida que le hizo su grupo
de amigos de adolescencia cuando un día, teniendo veinte años y sin mediar
ningún motivo le avisan que no le quieren volver a ver. Tras un periodo de profunda
depresión donde le acompañó la ideación suicida, Tsukuru decide enfocar su
existencia en su mayor placer, su carrera de ingeniero y particularmente su
especialización en construcción de estaciones de trenes. A la exclusión le
precedió la diferencia, el grupo estaba conformado por tres hombres y dos
mujeres, los cuatro restantes se autodenominaban con colores: Aka (rojo) Ao (azul), Shiro (blanco) y
Kuro (negro). Tsukuru era el chico sin color, concepto que introyectó como una
cualidad ontológica: Supongo que,
simplemente, no tengo nada que ofrecer a nadie. Bien pensado, ni siquiera tengo
nada que ofrecerme a mi mismo. Lo cierto es que nuestro personaje sufre de
los daños propios de la exclusión, mientras siente que su vida no tiene ninguna
tonalidad, imagina la vida de sus amigos excluyentes, en una perpetua
convivencia maravillosa, plena de comparsería y algarabía. Pero como también
sucede en muchos casos, la versión del excluido no se corresponde con la de los
excluyentes. En la búsqueda de sus amigas y amigos de la adolescencia,
dieciséis años después de la separación, Tsukuru experimenta las recurrencias
de los navegantes de Facebook, descubre que el paso del tiempo ha desdibujado a
sus coloridos amigos, como aves que pierden su plumaje, las personas se enrolan
en un estilo de vida el cual
lentamente va dominando sus días, como le declara Aka a Tsukuru: Hubo una época en la que tuve unos amigos
estupendos. Tú eras uno de ellos. Sin embargo, en algún momento de mi vida los
perdí… Pero ya no hay vuelta para atrás. No se pueden devolver los productos
una vez que has roto el precinto. No queda más remedio que seguir adelante.
Al igual que en Tokio Blues, una pieza musical acompaña
a esta novela, es un fragmento de una de las suites de la serie Années de pèlerinage de Franz Lizt, la cual se llama Le mal du pays que es una manera muy
poética de nombrar a la Nostalgia y
era una de las piezas que más disfrutaba interpretar al piano la trágica Shiro.
Es una música excelsa, notas que parecen ir tras la alegría pero súbitamente
algo las retiene e impregna de una profunda tristeza, como la nostalgia, que
significa un dolor que regresa o
quizá nunca se fue. En esto también hay riesgo, así como el determinismo de
Aka, el estancamiento de Tsukuru puede atrapar en un destino insalvable: Es como si mi vida se hubiera detenido a los
veinte años… A partir de este momento, el tiempo se volvió leve. Los años
habían ido pasando en silencio, como brisa suave. No le habían dejado heridas
ni penas, intensas emociones ni alegrías, y tampoco recuerdos memorables. Y
ahora estaba a punto de entrar en la madurez.
La magia y el
terror de las edades de la vida es que se van consumiendo mientras se les vive,
no hay crédito ni mensualidades, lo que no se vivió, no se vivió. El dolor de
Tsukuru deja de ser poco a poco un mal del pasado para convertirse en miedo al
futuro, quien desea regresar es quien no ve horizontes.
Murakami nos obsequia
una joya, al mostrarnos los privilegios de crear sobre el ser creados, el no tener
color es la posibilidad de ser todas las tonalidades y ninguna, la gente suele
buscar obsesivamente su color, su identidad, pero la identidad es de esas cosas
de la vida que cuando las alcanzas te pierdes.
Muchas gracias por la dedicatoria J.P. Gracias por las enseñanzas dentro y fuera del aula. Gracias por haberme dado la oportunidad de trabajar contigo y así haber logrado recibirme como Psicólogo. Pero antes, gracias por haberme dado la oportunidad de conocerte como persona; eres un gran ser humano y de esos profesores que se extrañaran pero, como escribes, ya estaremos próximamente como colegas. Un abrazo profe.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario Eli. Felicidades y seguimos en el camino. Otro abrazo
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