Todos somos Glee,
nativos del universo pop,
condenados a musicalizar nuestros
apetitos.
Gozamos, caminamos, soñamos, copulamos,
jugamos, estudiamos, defecamos,
lloramos,
ligamos, manejamos, tropezamos,
chingamos,
besamos, arrullamos, miramos, viajamos,
amamos, actuamos, fantaseamos,
representándonos siempre en coreografías
relacionales,
en nuestro primer plano de
transgresiones light.
La escena es nuestro refugio de la
obscenidad,
velo histriónico tras el cual hierven
las llagas de Narciso.
Cantar y bailar en las fauces de Cronos,
distraernos para que no duela,
las penas son menos con Madonna, Jackson
o Gaga.
Parroquianos del mainstream,
devotos del Like button,
nos persignamos frente a la amenaza hipster,
¿para qué pensar si podemos cantar?
¿para qué luchar si podemos bailar?
In
Glee we trust.
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