lunes, 10 de noviembre de 2014

Puentes sobre aguas turbulentas, los dadores de resiliencia


Cuando estés abrumado 
y te sientas pequeño.
Cuando haya lágrimas en tus ojos,
yo las secaré todas.
Estoy a tu lado. 

Cuando las circunstancias sean adversas
y simplemente no encuentres amigos,
como un puente sobre aguas turbulentas
yo me desplegaré

Cuando te sientas deprimido y extraño,
cuando te encuentres perdido,
cuando la noche caiga sin piedad,
yo te consolaré,
yo estaré a tu lado.

Cuando llegue la oscuridad
y te envuelvan las penas,
como un puente sobre aguas turbulentas
yo me desplegaré

Simon & Garfunkel, Bridge over troubled water (fragmento)


Entre los tres y los seis años tuve tres accidentes que requirieron visitas al hospital, en mi recuerdo la primera imagen tras cada uno de ellos es el rostro preocupado de mi madre y la movilización en busca de atención médica. Por mucho tiempo pensé que esas vivencias tempranas de dolor me habían marcado con la huella de vulnerabilidad que suelen dejar los  traumas  infantiles, hoy lo percibo con otra mirada,  largos años culpé a mi madre por no protegerme del dolor, hoy sé que gracias a ella fui un niño resiliente, mis accidentes fueron en gran medida consecuencia de mi intensidad infantil, el dolor era inevitable, la diferencia fue tener a una persona que aún frente a mi llanto y  mis gritos de sufrimiento, no se quebró, me sostuvo y buscó mi sanación.
Hace catorce años, cuando estudiaba la maestría en psicoterapia psicoanalítica encontré en internet las primeras noticias sobre la resiliencia, compartí el concepto con maestros y compañeros, quienes me miraban con ese rictus que los psicoanalistas reservan a los psicoterapeutas humanistas, entre escepticismo y prejuicio de su ingenuidad.  La primera pregunta de un maestro fue: “¿es un concepto psicoanalítico?”, le respondí que era un replanteamiento de la teoría del trauma de Freud, que también retomaba la obra de la hija, de Anna Freud, quien afirmó que el trauma golpea dos veces. Hasta ahí llegó la conversación. Tiempo después salió a la venta en castellano el libro Los patitos feos de Boris Cyrulnik, neurólogo, psiquiatra y psicoanalista; quien inició la investigación de la resiliencia en Francia. El mismo título repelió a gran parte de mi entorno psicoanalítico, parecía un libro más de autoayuda. Como asiduo lector de cuentos, el título me resonó mucho, además desde que conocí la biografía de Hans Christian Andersen, me he sentido más atraído hacia su obra. Compré el libro, descubrí un texto maravilloso, mientras escribo lo hojeo y reviso mis numerosos subrayados y notas, el texto cambió mi visión de la psicoterapia y me impulso al campo de la clínica con niños y adolescentes, las palabras de Cyrulnik se constituyeron para mí en lo que el psicoanalista Christopher Bollas denomina “objeto transformacional”, inscribí su invitación en mi agenda existencial: Esta nueva actitud ante las pruebas de la existencia nos invita a considerar el traumatismo como un desafío. ¿Existe alguna alternativa que no sea la de aceptarlo? En esa época, en cada foro que hablaba de la resiliencia, el tema era recibido con extrañeza, hoy es uno de los conceptos imprescindibles en los campos de la salud mental, la educación y las políticas públicas para menores.
El precursor del concepto fue John Bowlby, el padre de los estudios del apego, que ya en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial hablaba de esta palabra procedente de la física de los materiales, específicamente de su resistencia a los impactos. Bowlby consideraba que el apego está en la génesis de la resiliencia, se refería a ella como: “el resorte moral, cualidad de una persona que no se desanima, que no se deja abatir”. Posteriormente, los grandes pioneros como Vanistendael, Manciaux y el propio Cyrulnik, fueron acumulando experiencias y datos para sustentar el siguiente hecho: las vivencias traumáticas no tienen como destino único la compulsión a la repetición, como afirmaba Freud, o el estrés pos-traumático, como afirma la psiquiatría; si la vivencia es acompañada y sostenida por adultos o pares suficientemente empáticos, el trauma se transforma en motor de un desarrollo positivo. Esto es, el trauma en lugar de causar debilitamiento fortalece al menor y en adelante tendrá una mayor capacidad para enfrentar las adversidades. Como afirma Michael Manciaux:  Resilir es rescindir el contrato con la adversidad.  Es resistir y rehacerse.     
Cada cierto tiempo dedico un instante a rememorar a todos mis dadores de resiliencia, aquellas personas que durante mi infancia, niñez y adolescencia; me acompañaron cuando todo parecía derrumbarse o el dolor era muy intenso. Como lo mencioné, mi madre es la base de mis capacidades resilientes, tras ella se encuentran mi padre y mis hermanos, el primero por constituir siempre una base segura, si bien en la adolescencia intenté de todo para lograr su exasperación, no lo logré, él continuó allí con su apoyo casi incondicional y confiando en que yo lograría trazarme un proyecto de vida. Quizá al ser el más pequeño y probablemente el más contestario, mi hermana y mi hermano han procurado resguardarme, en tiempos difíciles ellos han sido confidentes, cómplices y colaboradores.
No pretendo hacer una lista exhaustiva, tanto en mi familia extensa como entre mis amistades hay varias personas a quienes les debo la mayor de las gratitudes, tanto por acompañarme en diversos momentos de mi vida, como por constituirse en esa continuidad de mi plataforma resiliente. No hace mucho fui operado en dos ocasiones de unas hernias lumbares, situación que me mantuvo en una condición muy vulnerable, a niveles físico, anímico y económico. Recibí no solamente grandes expresiones de afecto, sino un soporte que me permitió una buena recuperación y disminuir los efectos de tener que estar dos meses en reposo semi-total.
Compartir el testimonio tiene varias finalidades. En primer lugar, subrayar que la resiliencia es sólo posible en compañía de otros, lo que significa que el Self-made man es un mito del capitalismo que tiene la función de exacerbar el narcisismo y pretender delimitar a la raza de los exitosos y emprendedores solitarios, que como digo, es un mito. Por otro lado, recordar que el sentimiento de vulnerabilidad no es exclusivo de la infancia, resurge en toda situación de adversidad, los resilientes no superan el temor a la fragilidad frente a los embates del exterior, la diferencia con los no resilientes, es que hacen uso de todos sus recursos frente a la adversidad, a la vez que reconocen el momento en que hay que recurrir a otros. Finalmente, que no es necesario creer en fuerzas metafísicas para sobrellevar la vida, la única y verdadera salvación está en los vínculos, y no me limito a la especie humana, puesto que muchas personas encuentran amparo en el contacto con otras especies animales.
Todos somos habitados por una niña o un niño herido, las narrativas de infancias idílicas libres de dolor son las ficciones más desbordadas, finalmente las vivencias traumáticas son los cimientos de nuestro carácter. Cuando nos caen las adversidades, las heridas amenazan con abrirse de nuevo, son los momentos en que tenemos que convocar a todos quienes nos han obsequiado resiliencia, quienes nos han amado, nos han protegido o han compartido nuestros temores. A esos seres amados quienes nos han dado el intenso deseo, en ocasiones inexplicable, de vivir.


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