sábado, 13 de diciembre de 2014

The Unforgettable Fire, el festín de los cuarentones


Si das vueltas y vueltas.
Si te rompes en dos otra vez.
Si pudiera, sí.
Si pudiera, lo dejaría ir.
Rendirse, dislocarse.
Si pudiera lanzar esta cuerda de salvamento sin vida al viento.
Dejar este corazón de arcilla, verte caminar, caminar lejos
En la noche, y a través de la lluvia
En la media luz y a través de la llama.
Si pudiera, a través de mi, liberar tu espíritu
Conduciría tu corazón lejos, verte escapar
En la luz y hacia día.

U2, Bad

Recibí un mensaje el martes 9 de diciembre de mi querido amigo C, anunciando que el también querido V estará de visita en la Ciudad de México y nos convoca a reunirnos, siguiendo el ritual propio de las comunicaciones a distancia, empezó un cruce de mensajes en los que se mezclaron los acuerdos y las bromas, el humor de los contenidos me recordó porque somos amigos. Han pasado varios años desde la última vez que logramos reunirnos todos, lo cual resulta inverosímil si lo contrasto con la dinámica que solíamos tener en la adolescencia, cuando pasábamos gran parte de nuestro tiempo libre juntos. Nuestra relación no fue convencional, puesto que tuvimos un grupo de soft rock y cuando vives ese acoplamiento que solamente da la música sabes de antemano que estás unido a esas personas para siempre.
Tras múltiples intercambios de mensajes acordamos vernos en casa de P, el encuentro será la semana entrante y como el zorro de El Principito me preparo para la reunión con los viejos amigos.
Mi memoria es una especie de escenario de teatro musical, suele ir acompañada de música. En el caso de ellos la música más representativa es la del grupo irlandés U2, particularmente la de los discos: The Joshua Tree, Rattle and Hum y por supuesto The Unforgettable Fire. Se da la coincidencia de que se están cumpliendo treinta años de que salió a la venta el último, que contiene mis dos singles favoritos del grupo: Bad y Pride (In the name of love). Fue con C, con quien conocí la música de U2, sin embargo, se convirtió en la fuerza que nos unió a todos. Uno de mis recuerdos más gratos es el del concierto de la megagira de  U2, Zoo TV, en 1992, que fue la primera ocasión que vinieron a la Ciudad de México, por lo cual nos complacieron con varios de sus grandes temas. Fuimos en tropa a verlos y escucharlos al Palacio de los Deportes, en un momento durante el concierto las luces se apagaron y se escucharon las primeras notas de la canción Bad, el público enloqueció para después guardar un silencio reverencial, sin poder ni querer evitarlo mi rostro se llenó de lágrimas, me acercaba un éxtasis similar al de la Santa Teresa de Bernini cuando volteé hacia mis acompañantes sólo para descubrir que estábamos conectados, como si de un ceremonial se tratara, todos llorábamos. La salida del recinto fue un golpe terrible, como el exilio del paraíso, lo único que nos hizo reaccionar fue el grito de un policía: “Se va el último metro”, tras lo que corrimos dejando atrás nuestras lágrimas pisadas.
Vuelvo al presente para imaginar como será nuestro re-encuentro, quizá una versión casera del programa televisivo Miembros al aire, lejos ya de ser un clan al estilo la serie Vikings y más cerca de los enanos de The Hobbit añorando recuperar sus tesoros del pasado, pero incapaces de vencer a ese inclemente dragón llamado tiempo. Casi todos tenemos hijos, nos encontramos en el cruce de los treinta a los cuarenta, todos de alguna manera con algún vínculo con expresiones artísticas, algunos casados, los menos… optimistas. Sobre lo demás es prematuro hablar, en estas edades suele haber varios cambios de perspectiva frente a la vida y sus tribulaciones. La comunicación vía mensajes anuncia un buen clima, algunos nos hemos frecuentado más que otros, quienes no somos usuarios de las redes sociales estamos menos actualizados.
Antes en nuestras reuniones era obligada la aparición de la guitarra y el canto colectivo, me parece que no será el caso en esta ocasión, hay tanto por platicar que los viejos ritos serán solamente un fantasma entre nosotros que no se manifestará. Es muy probable que no nos podamos desprender de los protocolos del mundo masculino, iniciar con un saludo fuerte para después preguntar: “¿Cómo estás, ca’?, “¿Qué estás haciendo?” o “¿Cómo va la chamba?”, así es, antes que nada presentar los niveles de testosterona. Después todo se suaviza y empieza el buen tono, como la meseta del orgasmo masculino, la intensidad de estas reuniones va subiendo hasta alcanzar un clímax, tras el cual hay un relajamiento con un toque de displacer y una inercia mental. Para concluir, aparece la resistencia a dar por cerrada la noche, ya el anfitrión anunció que terminaríamos en unos “taquitos” por su casa.
El tiempo es relativo, tanto pensar en ellos, tanto recordarles, para verlos unas horas y separarnos de nuevo por años. Sospecho que por eso me adelanto, para ganar tiempo y hacerles saber lo que nuestro re-encuentro me significa. Pero no es la única opción, es probable que esto sea una forma de protección para no sentirme atrapado por los sentimientos en el momento… En realidad no lo sé. Como si me estuviera preparando para ir a un concierto, escucho la música que he compartido con ellos, desde que supe que nos íbamos a ver comencé a extrañarlos más. Al final, lo verdaderamente grande, lo más bello de la vida, es lo que hacemos En el nombre del amor.



¿Continuará? Quizá, quizá, quizá…

2 comentarios:

  1. Hola Juan Pablo, te deseo un felíz encuentro con tus amigos cuarentones, es muy agradable reencontrarse con personas que no has visto en años, especialmente si fueron tus amigos. Tichi

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  2. Tichi: Muchas gracias, cada encuentro es único y tiene su propia vida, veremos que sucede en esta celebración de la sincronía. Un abrazo

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