(Nunca hubo sombra de planta alguna más hermosa, más amable, ni más
suave)
Ombra
mai fu, de la ópera Serse, Georg Friedrich Händel
En un breve texto sobre la transitoriedad, Sigmund Freud, relata un
recuerdo de un paseo por las Dolomitas, una cadena montañosa que forma parte de
los Alpes italianos, el cual realizó en 1913 con dos acompañantes, “un amigo
taciturno y un poeta joven, pero ya famoso”, que varias fuentes identifican
como Rainer Maria Rilke. El psicoanalista refiere que el poeta admiraba la
hermosura de la naturaleza pero
sin regocijarse con ella: “Le preocupaba la idea de que toda esa belleza estaba
destinada a desaparecer, que en el invierno moriría, como toda belleza humana y
todo lo hermoso y lo noble que los hombres crearon y podían crear”. Frente a
este desasosiego Freud se manifiesta en desacuerdo, desde su perspectiva, “el
valor de todo eso bello y perfecto estaría determinado únicamente por su
significación para nuestra vida sensitiva; no hace falta que la sobreviva y es,
por tanto, independiente de la duración absoluta”. Es claro que Freud no era
poeta, convivía mal con la melancolía, a pesar de escribir este texto en medio
de la Primera Guerra Mundial y vivir en el corazón del conflicto, se muestra
muy optimista: “Lo construiremos todo de nuevo, todo lo que la guerra ha
destruido, y quizá sobre un fundamento más sólido y más duramente que antes”.
Es un hecho que no logró conservar esta confianza el resto de su vida, décadas
más tarde en el contexto del empoderamiento del nazismo, da respuesta a una
carta de Albert Einstein, la cual se publicó con el título de “¿Por qué la
guerra?”, y en ella da cuenta de que su optimismo se ha derretido. Sin embargo,
en su texto sobre la transitoriedad, aún con su enérgico juicio clínico sobre
el poeta, al cual calificó años más tarde en una necrológica con motivo de la
muerte de Lou Andreas-Salomé como “un hombre bastante desvalido en el diario
vivir”, hace una afirmación que roza lo poético: “También lo doloroso puede ser
verdadero”; con todo y sus pretensiones científicas la frase da cuenta de la
fuente de la gran poesía.
¿Qué
es lo que Sigmund Freud parece no comprender? La respuesta puede emanar de las
propias Elegías del Dunio, en las que
Rainer Maria Rilke escribió: “Una existencia que me excede brota en mi corazón”.
Lo cual armoniza con las palabras de Gastón Bachelard cuando afirma que “la poesía
es una metafísica instantánea”. Es el encuentro inesperado con la belleza, la
certeza inmediata de que en su transitoriedad devela su faceta siniestra, el
sobresalto frente a lo bello anuncia lo que la muerte le arranca a la vida. El
poeta atrapa con sus palabras lo que al psicoanalista se le escapa en su
reconvención, la poesía es un excedente que en cuanto brota se pierde, se
esparce al tiempo que deja al poeta vacío, exhausto, melancólico, porque le ha
sido arrancado ese resto que no era suyo, pero que parió en su corazón. Muchos
de los acontecimientos, muchas de las palabras, muchos de los sueños que se expresan
en las sesiones psicoanalíticas son poéticas, frente a ellos lo adecuado sería
que el clínico guardara silencio para solamente contemplar el instante, percibir
esa poesía diluyéndose frente a él, poesía que nunca retornará, y acompañar al
paciente en el duelo por ese momento en el cual su existencia fue tanta que lo
excedió.
Pero
hay que moderar el entusiasmo, hay plaga de clichés, la repetición no es
poética, lo poético lo es tan sólo en el instante de su nacimiento, lo demás es
cita, interpretación, una reproducción en la rockola del lenguaje. El poeta
muere y renace en cada instante, quizá no se puede “ser” poeta sino sólo “ser”
poético, esto es, sólo se hará poesía en ciertos instantes, fuera se ahí habrá
acciones y escritura, pero no poesía. Considero que ese es el dolor de Rilke,
inadvertido para Freud, la especialidad del psicoanalista es tejer novelas personales
y familiares, entrelazar interpretaciones que en conjunto construyan sentido,
el poeta (o poético), quiere condensar el universo en una sola apreciación,
anhela lo imposible, lo eterno, quiere mirar como Dios, quiere ser Dios, quiere
ser creador y creación.
Mirar
un atardecer, sentir el viento en el rostro, tocar la tierra, descansar bajo
una sombra, los destellos en una tormenta eléctrica, el canto de las aves, un
sorpresivo perfume, el brillo de unos ojos, el aroma de un buen vino… todos detonantes
de lo poético, efímeros e imposibles de conservar. Es en la belleza del
instante donde la vida y la muerte se besan, y ese beso es la única eternidad
posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario