Lo
confieso, Disney me ha sorprendido, jamás pensé ver en una de sus películas al
personaje de una mujer casada con un bebé de brazos siéndole infiel a su
esposo. Es un hecho, aunque con varias décadas de retraso, la era post-estructuralista llegó a Disney, la
película Into the Woods (En el bosque) le saca la vuelta al
final feliz y al calor de hogar para proponernos un mundo constituido por
filias extra-familiares. Un panadero (el cornudo) que hereda la maldición de la
infertilidad por los actos vandálicos de su padre; Jack, el niño golpeado e
insultado cotidianamente por su madre; Cenicienta, maltratada y esclavizada por
su madrastra y sus hermanastras, y si algo faltara, en cuanto cree haber encontrado
a su príncipe azul, éste le es infiel antes de la boda; Caperucita, enviada a
cada momento por su madre a un bosque donde puede ser atacada por el lobo
(traducción: violada, robada y asesinada), con el argumento de visitar a la
abuela; Rapunzel, secuestrada en una torre por una madre apanicada por la vejez
y la soledad. Todos unidos por el
misterio de la vida y la naturaleza representado por el bosque, que no respeta
las reglas arbitrarias de los grupos humanos.
La
película nació de un musical, por lo que gran parte de la historia es cantada
por los personajes, lo cual apacigua algo del intenso drama que los entrelaza. El
eje es la reflexión sobre los deseos, que rompe con la monomanía que
arrastramos desde hace ya varios años en que inició el imperio de las Leyes de
la Atracción, “desea y se te cumplirá”, de la mano de “pensadores” al estilo
Paulo Coelho, que aún con las terribles evidencias cotidianas, tienen el
cinismo de anunciar que el universo conspira para cumplir nuestros deseos. En
el filme, nos proponen detenernos a pensar en los inciertos destinos que pueden
tener nuestros deseos y también los deseos de quienes nos rodean, lo cuales
suelen acompañarse de una coartada: la esposa del panadero desea un hijo pero
idealmente de un príncipe; la madre de Jack quiere que su hijo le resuelva sus
asuntos económicos y le culpa de sus frustraciones; el padre de Cenicienta no
la consideró en sus elecciones tras su viudez y la madrastra y las hermanas la
requieren en bajo perfil para apoderarse de lo que por derecho le toca; la
madre celosa de la edad en flor de Caperucita, la avienta a las garras del lobo
y al mismo tiempo, se deshace de su propia madre; la madre de Rapunzel, que no
es la biológica porque se la robó a los padres del panadero, es una bruja (literalmente)
que pretende recuperar la juventud y la compañía negándole la vida a la hija. ¿De
quién se cumplirán los deseos Sr. Coelho?, ¿A favor de quién conspirará el
universo?, ¿Del panadero o de su esposa?, ¿De Jack o de su madre?, ¿De
Cenicienta o de su madrastra?, ¿De Caperucita o de su madre?, ¿De Rapunzel o de
la bruja? Finalmente, ¿por qué culpar al universo de nuestras insignificantes
decisiones? Propongo moderación.
De
manera insólita, Disney nos plantea que no todos los finales son felices, lo
cual ya sabíamos, pero no por ello deja de sorprender. También nos muestra que
los golpes más fuertes pueden provenir de nuestras propias familias, lo cual
también ya sabíamos, más escenificado en el mundo Disney cobra una intensidad
mayor, es la prueba de que no hay salida. Se agrega que a los humanos nos unen
más nuestros traumas que nuestras glorias, el amor es importante pero no es tan
efectivo como el dolor, la naturaleza nos hace y la psicopatología nos junta. Conclusión,
el amor más fuerte es el que abreva del dolor.
Así,
Disney nos lleva a una última disertación, la cual es inquietante y
maravillosa: cuida la historia que le cuentas a tus hijos. Lo que digas, lo que
actúes, lo que creas, lo que combatas, lo que omitas… dejará marcas en la vida
de tus hijos. Cotidianamente, impregnados en nuestros dramas personales,
lanzamos sobre nuestros hijos los fantasmas que nos acosan, vociferamos
palabras sin filtrarlas, actuamos bajo la premisa de que estamos al mando, les
imponemos nuestras creencias sin dejarles argumentar su perspectiva, los
incluimos en batallas que no son las suyas, cometemos negligencias sin
restricciones. Para vivir en el bosque hay que aprender a vivir en él,
coexistir con la naturaleza, con la vida y la muerte, con la salud y la enfermedad,
con la certeza y el misterio, con el sobresalto y el miedo. Nada es seguro, la vida es una sucesión
de eventos emergentes, tus deseos se cruzan con los deseos de los otros, nadie
está libre de coartadas. La mejor enseñanza a los hijos es el impulso al
aprendizaje permanente, aprender de cada circunstancia para encontrar rutas de resolución,
sólo de esa manera sobrevivirán… En el bosque.
No pretendo hacer eco al texto, lo siento. En esta ocasión quiero únicamente saludarlo. Gracias por su capacidad creativa y creadora que, cada que visito este espacio, me brinda la oportunidad de sorprenderme y cuestionarme. Los temas de diversa índole logran llevarme a la reflexión en áreas académicas, del cine, de las melodías que figuran en mis archivos, del corazón y la poesía, etc. Leerlo es para mí un continuar conociéndolo. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias. Un abrazo.
ResponderEliminarJusto vi la pelicula el fin de semana. Casi me desepciona cuando se acerca el "final perfecto y feliz" pero admito que toda la pelicula me agrado.
ResponderEliminarAhora si me sorpendio Disney. Lo hicieron bien.
Me gusto mucho lo que escribiste, me uno a tus reflexiones, comentarios, etc.
Un abrazo profe.
Eli:
EliminarMuchas gracias. Un abrazo.
Justo vi la pelicula el fin de semana. Casi me desepciona cuando se acerca el "final perfecto y feliz" pero admito que toda la pelicula me agrado.
ResponderEliminarAhora si me sorpendio Disney. Lo hicieron bien.
Me gusto mucho lo que escribiste, me uno a tus reflexiones, comentarios, etc.
Un abrazo profe.