Invoqué al dios Facebook,
le pedí te trajera de vuelta,
escribí tu nombre en sus entrañas,
complaciente como suele ser,
me obsequió tu rostro,
tantos años y nada habías
cambiado,
no supe que hacer ante tan
vibrante pasado.
Con los fragmentos entrelacé la narrativa,
aquella que me complacía,
aquella que me convenía,
imaginé que estabas también ahí
para buscarme,
me ilusioné con ideas sobre el
destino y la sincronía,
te volviste una íntima
desconocida.
Como quien lanza plegarias al
cielo,
solicité tu amistad,
empecé a temblar con cada aviso de
mensaje,
al parecer el mercado me extrañaba
más que tú,
si las promociones fueran
declaraciones de amor,
sería un consumado Don Juan.
Caminaron las horas y los días,
mi fe comenzó a menguar,
desesperado busqué señales,
algún cambio en tu perfil,
una foto nueva con exceso de
photoshop,
pero nada indicaba un antes y un
después.
Un día sin respuesta en redes
sociales,
equivale a meses de las viejas
cartas,
como la vida de algunos insectos,
mi solicitud moriría en pocos días,
hice del muro de Facebook
el de mis lamentos.
Las semanas siguieron su curso,
el mundo de mis notificaciones se
desertificó,
mi esperanza se pixeleó,
salí de la batalla con un baúl de
palabras alentadoras,
con miles de risas y motivos de
indignación,
adiestrado en lo políticamente
correcto,
al parecer siendo mejor persona,
pero con la certeza de que te perdí en Facebook.
pero con la certeza de que te perdí en Facebook.
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