Para Miguel Nogueda, por su dolor.
A orillas de la ciudad hay una casa habitada por el tiempo, miles de años recorren con lentitud sus habitaciones y pasillos, algunas memorias se han fugado de la palabra pero permanecen cinceladas en esos rostros viejos con gesto infantil. Le llaman hogar de reposo quienes ven ancianos descansando sin percibir el vuelo de sus espíritus, inquietos colibríes atrapados en un cuerpo debilitado.
Por eso los residentes de esa casa
sonríen cuando llega Miguel, quien cada mañana les obsequia alas nuevas, las
cuales teje durante la noche con letras bombeadas por su corazón, por el cual
corren dichos, estrofas y poemas, según el ritmo de sus latidos. Nadie sabe de
dónde ha salido este guardián de los sueños blancos. Voces de ida y vuelta
cuentan que por llevar el nombre del Arcángel guerrero, quizá ha bajado del
cielo, se murmura que de bebé fue dejado a las puertas de la casa y ha crecido
entre los viejos, hay quienes afirman que es un bohemio trasnochado que alguna
noche cayó a las puertas de la residencia, hasta se dice que es practicante de
las obscuras artes de la psicología. Lo cierto es que a nadie le importa, en cuanto sale el sol,
se abren los cien ojos en espera del taumaturgo de las palabras.
Miguel arriba siempre con un misterio
guardado en su boca, los viejos se miran entre ellos y se preguntan: “¿A dónde
nos llevará hoy Miguel?, ¿Al horizonte de su nueva canción?, ¿A las travesías
de Pantaleón?, ¿Al poema de su último amor?”. Se estremecen de inquietud,
Miguel nunca se repite, es como las nubes del cielo, regala en cada ocasión una
visión diferente. Al fin aparece Miguel y la incógnita se va develando, como la
textura de un buen vino.
Para Miguel todos son poetas, aún los
que nada escriben, recorre cada habitación como jardinero en busca de una nueva
flor, no siempre las encuentra, algunas veces se trata solamente de regar las
que ya han nacido. Como también le hace al trovador, dispersa canciones. Así es
como hizo dúo con el buen Don Beto, un caribeño amante de las mujeres y cantaor
de boleros. Una de las primeras tardes de Miguel en la casa, él le regalo el
mayor de sus secretos: “Ama como si lo fueras a hacer solamente una vez”. Así
Miguel caminaba por esas lejanas calles, ensoñando con esa única vez. Las
enseñanzas de Don Beto, le trajeron algunos sinsabores, los que endulzó siempre
con un nuevo amor.
Esta mañana, una de sus miles en esa
casa, Miguel llegó con sus labios conteniendo un nuevo misterio. Desde el
umbral percibió una luz diferente, una insólita obscuridad atrapaba la sala de
reunión. Respiró la tristeza apenas entró, cruzó las miradas inundadas de
llanto, Don Beto agonizaba. Arrastrándose por el peso de su dolor, llegó a la
cama del caribeño y entre labios se despidió de él cantando “Solamente una
vez”, una sonrisa se dibujó en el rostro de Don Beto y así Miguel supo que el
viejo estaría con él cada vez que le cantara de frente a una mujer. Y entonces
también sonrió.
Ayer al contestarte “se sigue aprendiendo”, aún no tenía idea de la enseñanza que la vida me dictaba y fue una vez más a través de tus palabras, esta vez escritas en lugar de pronunciadas que (en complicidad con la partida de don beto) desde un cuento me dictaste la lección, (misma que recibo de bruces y con los brazos abiertos): “amor con amor se paga”. Ya me lo gritaba Javier Solís desde hace tiempo, hasta ahora en una trinchera diferente a la del despecho es que logro comprenderlo. Sin duda tu escrito es una de las mejores formas en que alguien ha logrado abrazarme (no paro de llorar). Me siento profundamente arropado, humildemente halagado y hondamente agradecido. De escribano a escritor: ¡Muchas gracias amigo de letras por tornar huella mis pasos, que la tinta empape tu camino!
ResponderEliminarMi Querido Miguel:
EliminarSi algo me inspira son las personas que hacen de cada uno de sus días una oportunidad de autopoiesis, que crean y se transforman sin temor a perder ese bien tan endeble que se denomina identidad. Tú y Don Beto pertenecen a esa estirpe. Un abrazo.