miércoles, 20 de mayo de 2015

Vivir con simplicidad voluntaria

Hace veintiún años, durante mi viaje de graduación de preparatoria en las playas de Ixtapa en el pacífico mexicano, tras largas horas de convivencia con amigos y compañeros sufrí una sobredosis de testosterona y decidí caminar por la playa para despejarme, iniciaba la noche y mi recorrido fue en medio del campo de batalla, pues a ese viaje se unieron incontables escuelas del Distrito Federal. Salté por encima de varios náufragos etilizados, evadí a parejas revolcándose en la arena, caminé un rato con un solitario gay, nos despedimos tras aclarar que surcábamos la playa con objetivos diferentes, anduve hasta encontrar un grupo muy ameno al cual me acerqué para descubrir con beneplácito que pertenecían a una pequeña preparatoria y que la persona que habían enviado a “cuidarlos” era su maestro de filosofía, el cual para ese momento había bebido más alcohol que un pirata retirado, tras unas horas de convivencia lo re-nombramos como “Heideverga”, en reconocimiento a su forma tan libre de ser-en-el-mundo y su espléndida sand philosophy. Fue en esa playa, en una noche que se transfiguró en amanecer, que la conocí, a una inteligente y atormentada chica con la cual debatí durante horas mientras contemplábamos los devaneos de su maestro y a sus amigos-compañeros haciendo cadenas humanas con la aspiración de vencer la fuerza del mar. Como una cursi historia adolescente nos besamos en el instante previo al amanecer y nos despedimos con la llegada de la luz. Una pregunta nos guió esa madrugada tan cercana a nuestro ingreso a la universidad, una inspirada en las enseñanzas del maestro Saúl Hernández (Caifanes): ¿Qué harás antes de que te olviden? Marché de regreso al hotel donde me hospedaba, en algún punto me detuve y me zambullí en el mar, es de los pocos momentos en mi vida en que he tenido ese estremecimiento que sólo da la certeza de sentido.  
La semana pasada mientras escuchaba la canción de The One de Elton John, dos frases me llevaron de regreso a esa playa, a lado de los discípulos de “Heideverga” y a Ella:

Porque cada hombre en su tiempo es Caín,
hasta que camina a través de la playa y ve su futuro en el agua,
un corazón perdido a su alcance.  

Donde las estrellas chocan como tú y yo,
sin sombras que tapen el sol,
eres todo lo que siempre necesité,
cariño, tú eres la única.

     Éramos dos corazones perdidos, arrastrábamos cada quien una cadena de tribulaciones amorosas y la sincronicidad nos obsequió aquel encuentro. Ella es única, no la volví a ver y por tanto quedó en mi memoria arropada con el aura mágica de aquella noche. Desempolvado el recuerdo, brotó de nuevo la pregunta: ¿Qué harás antes de que te olviden? Desde mi balcón en el piso 38 de la vida, puedo visualizar que esa pequeña trascendencia alcanzará a lo mucho tres generaciones, no más. Esas magníficas ensoñaciones junto a Ella se han asentado a base de terremotos existenciales y un doloroso proceso de sosiego del narcisismo. Esa madrugada Ella y yo re-inventamos el mundo, lo ajustamos a nuestra medida, la cual era inmensa,  Ella sería una gran filósofa y yo un psicoterapeuta revolucionario, todo esto sazonado con las sabias y arrastradas palabras de “Heideverga”. Como si viera mi vida desde la perspectiva de un drone fotográfico, hoy descubro que los bordes se están re-acomodando, en lugar de desear más, deseo menos, ya no pienso si me olvidarán pronto o no,  pues ni siquiera estaré ahí para saberlo. Me acerco poco a poco a lo que se denomina la simplicidad voluntaria.
Lucía Vincent en la entrada de un blog del periódico El País, publicada el 27 de enero de este año define la simplicidad voluntaria así:

Optar por la simplicidad es apostar por una vida austera donde prima la autocontención y la sencillez en los estilos de vida. A diferencia de la obligación de muchos a los que hoy en día se les impide alcanzar unos niveles materiales de vida que superen los umbrales de la pobreza en países como el nuestro, se distingue esta elección de vida en que sus prácticas son escogidas conscientemente. Los argumentos impulsores de esta modalidad –tanto a nivel individual como colectiva– se enfocan, todos ellos, hacia una vida contenida frente al consumismo, la acumulación dineraria y la adquisición de posesiones materiales que priman en nuestra sociedad.

En la página de la organización Selba nos proponen algunas guías de la simplicidad voluntaria, retomo algunas que me resultan afines:
·  Eliminar el exceso de posesiones y actividades.
·  Limitar el consumo de bienes materiales a aquellos que realmente necesitamos, centrándonos en cosas que producen bajo impacto en los recursos no renovables, que son durables, funcionales y agradables estéticamente.
·  Trabajar en algo satisfactorio y con sentido, que nos permita expresar nuestras habilidades y talento único y creativo, y que supone una contribución a la comunidad.
·  Vivir de manera que se conserven los recursos naturales, reciclando, preciclando (evitando compras que son un despilfarro de dichos recursos) y compartiendo lo que tenemos.
·  Invertir tiempo y energía en desarrollar unas relaciones estrechas y enriquecedoras con la familia y con los amigos.
·  Experimentar el placer de la belleza natural, sentir la conexión entre la naturaleza y nuestro ser interno, la fuerza del espíritu que se hace presente cuando estamos disfrutamos de la naturaleza en silencio.
·  Cuidar nuestro cuerpo con una alimentación sana, rica en alimentos no procesados y hacer ejercicio regularmente, caminando, yendo en bicicleta, corriendo o con otras actividades que ayuden a aumentar nuestra conciencia del cuerpo y que no son competitivas.
·  Ser más autosuficientes en nuestras necesidades diarias, aprendiendo a reparar nuestras cosas o practicando el intercambio de servicios con amigos y conocidos.
·  Depender menos de la forma de transporte "un coche por persona", y buscar métodos alternativos como andar, la bicicleta y el transporte público.

Para muchos la opción por la simplicidad voluntaria es síntoma de una generación cansada, es probable, pero no hay que confundir cansancio con hastío. ¿De qué estamos cansados? De haber comprado ideas bajo premisas imposibles: quien más estudia gana más, quien más trabaja gana más, quien ahorra tiene un mejor futuro, etcétera. En realidad, hagas lo que hagas, si un grupo de financieros en una ubicación estratégica hace fraudes o toma decisiones con datos inadecuados, te quedarás sin trabajo, sin dinero y con deudas y ansiedad; tengas los estudios que tengas. La vorágine de gran parte de los entornos laborales, hace que las personas dediquen su días a reducir daños, no a generar beneficios. Por tanto, la promesa de bienestar se limitó a la repartición de placebos tecnológicos para distraerse y sobrellevar los días a la espera de tiempos mejores. Frente a esto la pregunta es: ¿para qué esperar si de antemano sabemos que la situación tiene una alta probabilidad de que empeore pero no de que mejore?
Si pudiera volver a esa noche de playa le diría a Ella que tras veintiún años no la he olvidado y que las horas vividas a su lado fueron una ceremonia de tránsito, esa madrugada cambié mi piel, dejé los restos esparcidos en la arena y me lancé a las aguas del mar para purificarme. Desde aquel momento he cambiado varias veces de piel y ahora mismo estoy iniciando una nueva transición, no tengo claro que resultará de todo esto, pero mañana no seré el mismo que está escribiendo estas líneas. Así de simple.








martes, 28 de abril de 2015

Acerca de un poema de Jacques Lacan

In Memoriam.
Para la Dra. María del Carmen Pérez Solano.
Maestra de una genealogía,
árbol que vivirá al menos cien años más.  
En gratitud por sus enseñanzas y
por abrirme las puertas al psicoanálisis con niños.



Cosas, que fluya en ustedes el sudor o la savia,
Formas, que nacían de la fragua o la sangre,
Su torrente no es tan denso como mi sueño;
Y, si no las golpeo con un deseo incesante,

Atravieso sus aguas, caigo en la orilla,
Atraído por el peso de mi demonio pensante.
Solo, él se enfrenta a la dura tierra en la que el ser se eleva,
Ciego y sordo al mal, al dios sin sentido,

Pero apenas todo verbo ha muerto en mi garganta,
Cosas, que nacían de la sangre o la fragua,
Naturaleza, - me pierdo en el flujo de un elemento:

Aquel que se gesta en mí, igual les provoca,
Formas, que fluya en ustedes el sudor o la savia,
Es el fuego que me hace su amante inmortal.

Jacques Lacan. Hiatus irrationalis (1929)
Traducción del francés: Miguel Ángel Brand

La novelista Lise Deharme fue una musa del movimiento surrealista, el “primer amor imposible y loco” de André Breton. En el año 1933 creó una revista surrealista a la que denominó Le Phare de Neuilly. Entre las  páginas de los pocos números que se publicaron, se encuentran las firmas de autores como: Raymond Queneau, Man Ray, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Natalie Barney, D.H. Lawrence, James Joyce, Jean Supervielle, Marcel Jouhandeau, Jean Follain, George Vitrac, Robert Desnos y, claro, Jacques Lacan.
La contribución del joven psiquiatra fue el poema Hiatus irrationalis (Hiatos irracionales), el cual escribió originalmente en una carta al editor Fernand Alquié en 1929. Originalmente lo tituló Panta Rhei (Πάντα ε), en referencia al  Todo fluye de Heráclito y se inspiró en la obra del místico y  teólogo de los siglos XVI y XVII Jakob Böhme, quien tuvo como sus principales temas el mal, el pecado y la redención. Luis Tamayo refiere que Dufour en su texto Lacan et le miroir sofranique de Boehme, “nos muestra un sostén insospechado del estadio del espejo de Lacan, en el pensamiento del Teólogo J. Böhme (1575-1624), el cual sostenía que Dios se reflejaba en su espejo, de lo cual Dufour deriva una cierta divinización del hombre, en el pensamiento de Lacan, por el hecho de subjetivarlo también ante el espejo”. En ese momento Jacques Lacan tiene 28 años y llama la atención su fascinación por el místico y teólogo, simultánea a su gran decepción por la ordenación como sacerdote católico e ingreso de su hermano Marc a la Abadía cisterciense de Hautecombe.
      En 1929, Lacan es  todavía residente, sus publicaciones de esa época están lejos del psicoanálisis, ese año escribe sobre el mal de Parkinson y sobre las parálisis generales. Será hasta 1932 que concluya su especialización en psiquiatría con la tesis De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad e inicie su psicoanálisis con Rudolph Loewenstein. Es el año en que se enamora de Olesia  Sienkiewicz, cuyo matrimonio con Pierre Drieu La Rochelle, acababa de concluir por el romance que éste inició con la escritora argentina Victoria Ocampo, esa brillante mujer cuya vida se entrelazó con personajes como José Ortega y Gasset, Rabindranath Tagore, Hermann Keyserling, Virginia Woolf, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea y Roger Caillois.
      Es la conexión Sienkiewicz-Drieu La Rochelle-Ocampo, la que da el contexto para otra referencia al poema de Lacan.
     En la correspondencia publicada de Victoria Ocampo se encuentra una primera referencia a Lacan en una carta a su hermana Angélica el 11 de enero de 1930, escrita desde París:

“Anoche comí en lo de Jo A. con Fargue (divertido pero me revienta), Riviere y un muchacho, Jacques Lacan, de quién me estoy haciendo, a pasos agigantados, muy amiga”.

      Relata que fueron la Ópera y después cada quien fue a su casa, salvo Lacan, que se fue al Hospital Sainte Anne. Al poco tiempo éste le llamó para decirle que necesitaba hablar con ella y se desplazó hasta su casa y la charla se extendió hasta las 5 de la madrugada. Ocampo continua la carta:

“Lacan es exactamente lo contrario de Drieu, física y moralmente. Pelo negro o casi, entusiasmo, entusiasmo y entusiasmo, gran boca; ¡la boca más y más simpática que te puedas imaginar!... PD: Lacan es inteligentísimo. Me gustaría que lo conocieras”.

      Inició un romance. El 20 se enero Victoria le escribe de nuevo a su hermana:

“Es decir, enferma he estado, pero muy poco. Un resfrío y dolor de garganta. Y como no quiero que mi antigua amiga se encuentre con terreno propicio para volverse a instalar, me quedé en cama ayer. Jacques Lacan me limpió la garganta con un desinfectante maravilloso. Ya no me incomoda pero tengo resfrío en la nariz… Jacques Lacan es un individuo no menos singular en otro género. Inteligente y ambicioso. Lleno de no se que energía desaforada que lo devora física y moralmente. Con sueños napoleónicos de poderío. Trabaja en el hospital. Escribe… Sale, no se a que hora duerme, ni a que hora come. Odia a Paul Valery y escribe versos valéricos. Estos por ejemplo…”

      En este punto, Victoria Ocampo transcribe el poema Hiatus irrationalis.
      El 7 de febrero escribe:

“Lacan es muy extraordinariamente inteligente, pero de carácter intolerable peor que Drieu a pesar de ser totalmente distinto-. Nos peleamos diariamente y a cada rato tomo la resolución de no verlo más. Pero como no tiene reemplazante que se le asemeje, lo sigo viendo. Pensamos ir a Chartres este domingo, pero acabo de tener una discusión con él por teléfono y creo que no iremos”.

      El 16 de febrero refiere:

“Me he peleado con Jacques L. a causa de Cocteau. Se dejó embaucar por el aspecto sentimental de la pieza [La voz humana] y no se da cuenta de que es una prostitución del corazón así como la carta de Maritain es una prostitución de la Fe. Cocteau vale en otro plano y por otros valores”.

       Al parecer hasta ahí llegó el romance, fugaz pero intenso.
       Osvaldo Quiroga refiere que aunque la relación resultó tormentosa, las huellas que ha dejado para la posteridad merecen cierta atención. En Villa Ocampo de San Isidro se encuentran dos seminarios de Lacan, ambos firmados el 21 de marzo de 1975 en París. Uno es “Encore” y la dedicatoria dice: “Que raro que nos encontremos hoy, Victoria”. El otro es “Les écrits techniques de Freud” y sostiene: “Victoria, amor mío, te dedico esto…” De lo que no caben dudas es del interés de Victoria por Lacan. Roger Callois, que mantuvo una relación sentimental importante con la autora de los “Testimonios”, narra que en 1945, durante una conversación entre caballeros, Lacan le confiesa que la relación con Victoria Ocampo lo volvió consciente de su propia inflexibilidad. Callois permanece exiliado en la Argentina durante toda la guerra, pero ni bien regresa a París recibe el recado de Victoria de ubicar a Jacques Lacan. Cuando esto ocurre, Callois le escribe a Victoria: “Ayer cené en lo de Lacan. Me hizo muchas preguntas sobre ti. Deplorando el choque de caracteres entre ambos, que habría arruinado las perspectivas de un entendimiento agradable. Se lamentó de no haber sido flexible. A mí me pareció muy presuntuoso”.
La última huella del poema Hiatus irrationalis, quedó en 1977 en la revista Le Magazine Littéraire, fundada en 1966 por el periodista y escritor Guy Sitbon.
Frente a esto sólo cabe afirmar que un poema nunca es sólo un poema, sino la intersección entre la inspiración de una subjetividad que se expresa poéticamente en un instante y una historia, que puede ser desde brevísima hasta trans- época. El poema de Lacan es una obra de su periodo de gesta, cuando era Jacques-Marie y no el significante que se transfiguró de sustantivo en adjetivo, es de Lacan antes de lo Lacaniano. Pero como mito de origen, en él ya se encuentra el germen de la complejidad, del asombro frente al flujo del universo y del sujeto atrapado por siempre en sus entrañas.

miércoles, 22 de abril de 2015

El dolor de Christine


Para Juhan. Silencio y memoria
en el adiós a su padre

Deseando que estuvieras aquí otra vez,
deseando que estuvieras cerca,
a veces parecía que estaba soñando
que tú estabas aquí.
Deseando poder escuchar tu voz de nuevo,
sabiendo que eso no era posible,
soñar contigo no me ayudará a cumplir
todo lo que soñaste que yo haría.

Andrew Lloyd Webber. Wishing you were somehow here again (The Phantom of the Opera)

     Christine está frente a la tumba de su padre, al ser huérfana temprana de madre, ese hombre se constituyó en el referente de su existencia, sensible a la terrible incertidumbre que provoca la ausencia materna, este padre le obsequia una sustituta que la acompañará en todo momento, la música. De esta manera el canto se convierte en una invocación a la madre y cuando su voz enamora al atormentado Fantasma de la Ópera, Christine puede unir imaginariamente a sus padres, El Fantasma (padre) ama a su voz (madre) y juntos la impulsan a crear su devenir. La de Christine es una historia triste, la suya es la orfandad más solitaria. El drama se desencadena cuando aparece el amante Raúl, el cual sólo podrá entrar en el corazón de Christine cuando huyan los fantasmas de sus padres. Pero la decisión no es simple, un padre imaginario se construye a la medida y nunca abandona, un amante real puede ser inconstante en sus afectos y puede irse, con el riesgo de ahondar la herida hasta lo insoportable.
     Frente al mausoleo del padre, el Fantasma toca con su voz la dolorosa huella del abandono de Christine:

Niña errante,
tan perdida, tan desamparada,
anhelando mi guía.

     La respuesta de Christine está impregnada de la confusión propia de lo que Freud denominó la transferencia, esas representaciones tempranas de los seres amados que proyectamos sorpresivamente en quienes no son:

Ángel o padre,
Amigo o fantasma.
¿Quién está mirando?

       El Fantasma le responde desde la transferencia:

Has vagado demasiado en invierno,
lejos de mi paternal mirada.

        Aparece Raúl y se acaba el juego de sombras, enfático convoca a  Christine al terreno árido de la realidad: “Él no es tu padre” y en ese momento para la joven la soledad es absoluta, por lo que se niega todavía a despedirse del Fantasma.  
       Christine oscila entre el pasado y el futuro, recrimina al Fantasma estar muerto pero no lo deja ir, por lo que es él quien tiene que llevarla al punto de no retorno:

Acabaste con mi paciencia, haz tu elección.

      Con Raúl amarrado a un lado, Christine se dirige al padre muerto:

Desdichada criatura de la obscuridad.
¿Qué tipo de vida has conocido?
Dios, dame valor para demostrarte que no estás solo.

       Y lo besa intensamente en los labios, Christine ha hecho su elección, prefiere permanecer en las tinieblas antes que lanzar a su padre definitivamente al Hades, no conocerá el amor romántico pero nunca más se sentirá sola. Pero es en ese momento donde el Fantasma la destierra de las catacumbas, con un grito que parece decir: Haz de vivir aunque esto signifique perderme en el olvido. Libera a Raúl y los expulsa. Sin Christine, el Fantasma pierde su ancla con la vida:

Sólo tú puedes hacer que mi canción alce el vuelo.
¡Ahora la música de la noche terminó!

        El Fantasma desaparece y tan sólo permanece una máscara, aquella que cubría las marcas de su rostro, las evidencias de su condición exánime. La máscara es encontrada por otra joven ¿quizá otra huérfana que traerá al Fantasma de nuevo a la vida?
      Para el psicoanalista Heinz Kohut, el padre es quien entrelaza nuestra grandiosidad narcisista con nuestros talentos y con ellos nos construye un lugar en el mundo. La madre nos da la certeza de que merecemos estar vivos, el padre nos entrega el orden del mundo, donde el ser no basta, pues está sometido al tiempo y el tiempo es siempre devenir. El padre nos muestra que somos, pero siempre estamos en camino a la transformación. Este proceso implica que en algún momento tenemos que despedirnos de nuestros padres, todos somos en algún punto Christine, nos encontramos en la encrucijada de guardar perpetua lealtad a nuestros padres, ser hijos por siempre o constituir el origen de una nueva historia. Nuestro amor será siempre una expresión del espacio libre dejado por los anhelos de nuestros padres.



martes, 7 de abril de 2015

El mito del último hombre

Para Santiago, por estos 9 años de luz

Se alejan las aves,
me agazapo entre las raíces del viejo roble,
el peso del ocaso empuja mis manos a la tierra,
escarbo en busca de la sangre de los primeros dioses,
la que trazó los linderos del universo
y separó lo vivo de lo muerto.

Mi nostalgia es antigua,
vestigio de la era previa a la conciencia,
cuando el sol era sol y la luna era luna
y ningún presagio antecedía a las catástrofes.

Inicia la liturgia del estremecimiento,
me envuelve el sonido,
se desvanecen los significados,
el tiempo se fractura,
soy el último hombre,
conmigo muere la angustia,
conmigo acaba lo eterno.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Consummatum est: Morir sin arrepentimientos


Por el amor que no tuvieron mis ancestros
y me heredaron como causa de deseo,
deseo de crear,
deseo de sanar,
deseo de vivir,
deseo de amar.

Desde el fondo de la tierra
más allá de la existencia,flotan almas solas,
todas crucificadas.
Hombres y mujeres lloran
por un amor que nunca tuvieron

Saúl Hernández (Caifanes), La llorona

                       
La muerte es fría, un cadáver expulsa todo calor rodeándose de un halo gélido, su rostro contraído es expresión radical de la ausencia de posibilidad, sus labios purpúreos susurran serena o angustiosamente: “lo hecho, hecho está”, la clausura de sus ojos cercena el lazo primordial de los vínculos. Respirar esta glacial brisa por meses borró de mí todo apego a los restos físicos humanos, nada de la persona permanece ahí, experimentar asfixia por la concentración de últimos alientos fue señal suficiente de que mi vocación no era el acompañamiento de moribundos, por lo que hace varios años dejé mi trabajo de apoyo psicológico en el área de terapia intensiva de un reconocido hospital. Como Caín, salí de ahí con una marca, la evidencia del arribo incierto de la muerte. Al paso del tiempo, esa experiencia me llevó a la convicción que cada día de mi vida debía concluirlo sin dejar pendientes existenciales, de esta manera cuando llegue la muerte podré decirle de frente aquella mítica frase atribuida por la tradición a los labios del Jesucristo crucificado: Consummatum est (Todo está cumplido).
Lograr lo anterior implica preguntarse cada noche si uno guarda algún arrepentimiento y si es así, cómo puede superarlo. En general, las personas vivimos aplazando los pendientes existenciales, lo cual explica la gran cantidad de enfermos terminales y moribundos que desean regresar en el tiempo para vivir de otra manera. En 2011, Broonie Ware, una enfermera experta en cuidados paliativos y enfermos terminales de origen australino, puso a la luz pública la sistematización de “confesiones honestas y francas de personas en sus lechos de muerte” recolectadas a través de los años entre sus pacientes. Regrets of the dying es el título de su libro cuyo contenido se diseminó por internet, las redes sociales y los medios de comunicación. Como ella misma menciona: "Encontré una lista grande de arrepentimientos, pero en el libro traté de centrarme en los cinco más comunes". Los cinco arrepentimientos son los siguientes:

1- Ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería hacer y no lo que los otros esperaban que hiciera.
2- Ojalá no hubiera trabajado tanto.
3- Hubiera deseado tener el coraje de expresar lo que realmente sentía.
4- Habría querido volver a tener contacto con mis amigos.
5- Me hubiera gustado ser más feliz.

Como sucede con este tipo de contenidos, impactan intensamente pero de manera breve. En la actualidad, a las personas les gusta ser “movidas” por estas síntesis más no se detienen en una reflexión profunda sobre sus mensajes implícitos. 
La misma autora señala un aspecto muy interesante, los cinco arrepentimientos se refieren a lo no hecho, esto parece un asunto de época, el mayor “pecado” es no vivir, en otras etapas históricas el arrepentimiento solía asociarse a las acciones que comprometían el tránsito a un espacio de trascendencia, a lo hecho, particularmente a lo hecho mal y al daño a otros. ¿Por qué precisamente en la era con la mayor posibilidad de bienestar –al menos en países como Australia-  los mayores arrepentimientos se refieren a lo que no se hizo? Al parecer la idea de felicidad más que traer confort se está convirtiendo en una pesada carga imperativa: Sufro por que no soy feliz, me arrepiento por no ser feliz. Quizá sería conveniente revertir el orden de los arrepentimientos:

1. Quítese de la cabeza la idea de la felicidad.
2.  Si quiere ver a sus amigos, búsquelos, estamos en la era de las telecomunicaciones.
3. Diga lo que siente, esto se facilita si también tiene la apertura para escuchar lo que otros sienten.
4. El trabajo por sí mismo no es el problema, pero una pregunta básica es: ¿para qué trabajo? Al responder esta pregunta es probable que encuentre respuesta a otras preguntas como: ¿cuánto tengo que trabajar?, ¿hasta cuando trabajaré?, ¿dónde quiero trabajar?, etcétera.
5. El filósofo Edmund Husserl afirmaba que la base de la objetividad es la intersubjetividad.Esto puede sonar paradójico, pero, en resumen, lo que nos quería transmitir es que solamente contrastando nuestras percepciones con los demás podemos arribar a una perspectiva objetiva. En la actualidad aspiramos a ser nosotros mismos y no dejarnos influir por los demás. Fungiré como destructor de ilusiones narcisistas, eso no es posible, es más, la idea de querer ser “nosotros mismos” ya lleva incluida la idea del otro. Nuestra condición es intersubjetiva y de alguna manera siempre hacemos lo que alguien espera, nos arrepintamos o no de ello.

     El otro día escuché en un programa la afirmación contundente de una conductora: “El amor de tu vida, debes ser tú mismo”. Me pareció muy deprimente, la verdadera intensidad del amor, su gloria y su drama, es que hay otro, la propuesta de esta persona se acerca al delirio solipsista, un alarde de los placeres autoeróticos. Lo cual se acerca mucho a los arrepentimientos registrados por Ware, parecieran gritos desesperados: ¿Por qué no fui Yo? ¿por qué no me besé más a mi mismo? Es triste lo que diré, pero las enfermedades demenciales como el Alzheimer lo prueban, lo que denominamos “Yo” es pura memoria, se acaba la memoria y se acaba el “Yo”. Así que una vida dedicada sólo a coleccionar vivencias, puede concluir de manera catastrófica con el olvido de todo. Nuestro ser atraviesa la memoria, al “Yo”, las funciones mentales no son nuestro ser, aunque tengamos la tendencia a equipararlas. Son numerosas las ocasiones en que el ser muere mucho tiempo después que el “Yo”.
Hay quienes consideran la escritura como un medio para la trascendencia, mi perspectiva es inmanente, mi escritura es una invitación a la interlocución, es un acto intersubjetivo a través del cual pretendo llegar al dato objetivo más importante, saber que estoy aquí y que a diario co-creo con ustedes esto que llamamos vida.




jueves, 19 de marzo de 2015

House of Cards: La cura contra el optimismo

      Hay amaneceres en los cuales siento rebozar mi corazón de esperanza y confianza por la humanidad y su devenir. Mi creencia en la bondad humana eleva su señal como si fuera un dispositivo recibiendo una señal total de Wi-Fi. Salgo a la calle y sonrío, tarareo esa vieja canción residuo de mis memorias infantiles: “Viva la gente”. En esas mañanas hasta en el tráfico encuentro señales de sentido existencial, lo percibo como una oportunidad para la reflexión y el encuentro conmigo mismo, aplico todos aquellos recursos definidos por el filósofo alemán Peter Sloterdijk como antropotécnicos, confío en la posibilidad de transformación de la condición humana y la búsqueda del bien común y la convivencialidad positiva.  Así transcurren las horas, hasta que llega el mediodía y durante la comida pongo en mi pantalla (ahora las pantallas son personales, así que hay que enfatizar la conquista individual de este territorio), un capítulo de la tercera temporada de la serie House of Cards. De esta manera se diluye todo mi optimismo y todos los sentimientos positivos experimentados me resultan sumamente sospechosos. En un instante tengo la certeza de que la expectativa y búsqueda de la bondad humana es el consuelo de todos aquellos quienes no detentamos el poder, esto me hace recordar porque en la encrucijada de la especialización psicoterapéutica, decidí orientarme por el psicoanálisis, la cruda visión del ser humano propuesta por Sigmund Freud, es la más congruente con los hechos humanos, mientras que la gran mayoría de las perspectivas “psi” se sustentan en ideas sobre lo que “deberían” hacer los seres humanos. House of Cards también me hace recordar aquella interesante, inquietante y polémica investigación, realizada por el psicólogo Philip Zimbardo, que integró en su libro El efecto Lucifer. En 1971 este autor creó una simulación de una cárcel en la Universidad Stanford, asignó a los participantes voluntarios roles de presos y custodios. Aún sabiendo todos que era una simulación, la situación se salió de control y se creó un sistema de poder que inició prácticas de coacción y tortura. La conclusión fue que bajo ciertas circunstancias, todos los seres humanos somos susceptibles a ejercer la crueldad. Esto se agudiza cuando se tienen atribuciones de poder, por tanto, el señalamiento no es hacia las malas prácticas del poder, sino al poder mismo. Por tanto, si alguien quiere “ser bueno”, aléjese del poder.
       Francis Joseph (como el emperador austriaco) "Frank" Underwood, el ficticio presidente de Estados Unidos que ascendió por la renuncia del presidente previo sin pasar por el escrutinio de los votos, integra en su persona y su comportamiento un mosaico en el que se dan cita Sun Tzu, Maquiavelo, Hobbes, Macbeth (con todo y su Lady), entre otros. Ya en territorios shakesperianos cabe la referencia a Ricardo III, obra de la cual los productores de esta serie retoman el recurso de que el protagonista monologue con el público y le comparta sus pensamientos más obscuros, esto crea en el espectador la sensación de estar compartiendo los secretos del poderoso, se hace cómplice y eleva su autoestima al creer que está entendiendo los complejos hilos que mueven la política de la gran potencia y de la política internacional; es un invitado privilegiado en la Oficina Oval y hasta en la recámara misma del presidente.  
       Resulta interesante hacer el cruce analítico entre diferentes series que abordan el tema de los gobiernos y el poder: The Tudors, The Borgias, Vikings, Marco Polo o Game of Thrones. De todas ellas, incluyendo la que hoy nos ocupa, concluyo que el poder es un sistema cerrado que se autogenera y autodinamiza, este sistema coloca una barrera grande con el resto del entorno a tal punto que decisiones que afectan a miles o millones (dependiendo la época), se toman en una oficina o una sala como si fueran los dioses del Olimpo moviendo las piezas del tablero humano. Todo funciona bajo el presupuesto de que el mal menor  justifica el bien mayor, por tanto, la persona desaparece y quedan solamente funciones que pueden ser fácilmente cubiertas entre los mismos miembros del sistema cerrado. La vida y la muerte no son temas ontológicos sino pragmáticos, el capital común es manipulado como si del juego de Monopoly se tratara, con gran ligereza y en beneficio del sistema mismo. Muchos más son los puntos que podrían señalarse, pero lo que más me inquieta del tema del poder es la siguiente interrogante: ¿Por qué los seres humanos tenemos la necesidad de concentrar en una sola persona o en unas cuantas personas la administración de nuestra vida común? En la actualidad podría pensarse que tras la caída de la metafísica como organizador social en el siglo XIX,  los Estados cubren las atribuciones otorgadas previamente a los dioses, y por tanto, quienes encabezan esos Estados son los dioses mayores. Pero ¿antes de esta época? Quizá nuestro cerebro sólo nos permite pensar el Todo si tenemos como referente el Uno, esto es, necesitamos un referente único para a partir de él intentar organizar la complejidad de nuestras comunidades, como si pensáramos a modo de organigrama. También retorna el multicitado cuestionamiento de Leibniz: “¿por qué hay algo en vez de nada?”. Claro que él lo aplica a la naturaleza o al universo, pero puede plantearse con el poder: ¿por qué hay poder en vez de nada?  Con esto no pretendo hacer un manifiesto del “encapuchado”, estereotipo del anarquista que ya se mundializó, en México creíamos que era un producto nacional, pero el día de ayer en Frankfurt, durante la inauguración del Banco Central Europeo, hubo varios encapuchados de varias nacionalidades protestando en los alrededores. No va por ahí, a mí me gusta respirar libremente, sólo que ante tantas réplicas a través de la historia hacia el poder, me pregunto ¿para qué? Y a esta pregunta agrego otra: ¿por qué aún con esto, tantas personas aspiran al poder o pretenden combatir al poder con poder? Frases como: “Voten por mí y yo acabaré con los poderosos”, me llevan a la pregunta: ¿la persona que la enuncia se suicidará si gana el puesto de poder para cumplir su promesa de campaña?
        En realidad no le veo salida a este problema, lo que nos muestra sin piedad la serie House of Cards es que el poder se mueve pero no se agota y que cualquier confrontación con el poder genera más poder. A la prensa se le denomina el cuarto poder (tras el ejecutivo, el legislativo y el judicial), a los medios de comunicación el quinto poder y a las redes sociales el sexto poder. Las variedades del poder ya están por alcanzar al de las artes.
La posición radical ante el poder es el silencio y no temer a la muerte, ni a la propia ni a la de otros. Pero esto es complicado, por tanto, hay que buscar alternativas menos efectivas pero más asequibles. Lo primero es alejarse del poder, esto no quiere decir que las irradiaciones del poder no nos tocarán, es más nos pueden enfermar y aniquilar, pero a mayor cercanía el riesgo es mayor, como la radioactividad. Otro aspecto relevante es no reproducir en nuestro grupo lo que denunciamos en los poderosos, como el sujeto que tras participar en una marcha contra los abusos del gobierno llega a su casa exigiéndole a la esposa que le sirva de cenar y le destape una cerveza, o somete a sus hijos a un clima de terror. Esto se parece a quienes apoyan la lucha contra el narcotráfico y se oponen a la legalización de las drogas, pero las consumen. Lo otro es replantearnos nuestros conceptos, hay quienes señalan a los poderosos pero promueven el “empoderamiento” de los vulnerables, esto coincide con lo que mencionaba anteriormente, es querer confrontar el poder con poder. La debilidad de este planteamiento es pensar que si esos vulnerables alcanzan el poder harán las cosas mejor. Como lo plantea Tolkien en el El Hobbit  y El Señor de los anillos, sólo un ser excepcional puede resistir la seductora fuerza del poder, casi todos pensamos que podemos ser el Bilbo o el Frodo de nuestra época, pero lo cierto es que lo creemos porque en realidad no tenemos poder. En fin, considero que nuestra mayor responsabilidad es con nuestro entorno inmediato, con las personas con las que convivimos cotidianamente, con las acciones que emprendemos en nuestra “parcela” existencial. Internet nos crea la ilusión de que podemos incidir de manera global, lo cierto es que gran parte de las producciones en la red son consultadas por un grupo muy pequeño o en casos muy dramáticos por nadie, salvo el creador mismo. Basta con que los usuarios de redes sociales reflexionen sobre cuantos comentarios, likes o reenvíos generan sus publicaciones. En general son muy pocas y suelen ser por parte de las mismas personas.
House of Cards es una gran historia, a cada espectador le despierta ideas y sentimientos muy particulares, como sujeto de análisis Frank Underwood me parece apasionante, pero no me llega a entusiasmar su vida. Esto puede sonar como el consuelo del ciudadano común, pero responderé como lo hice a un amigo que hace muchos años me preguntó: “¿entonces que harías tú si fueras político?”, mi respuesta fue: “Nada, porque jamás haré nada para ser político”.
 



domingo, 8 de marzo de 2015

Hombres sin mujeres: la soledad de lo masculino según Murakami

Un buen día, de repente, te conviertes en un hombre sin mujer…Convertirse en un hombre sin mujer es muy sencillo: basta con amar locamente a una mujer y que luego ella se marche a alguna parte… Y una vez convertido en un hombre sin mujer, el color de la soledad va tiñendo hasta lo más hondo de tu cuerpo… Y en ocasiones perder a una mujer supone perderlas a todas.

Haruki Murakami, Hombres sin mujeres


Un psicótico, un delincuente (al menos eso parece), un asexual, un viudo, un don Juan, un discapacitado y un nostálgico. Siete personajes que podrían ser uno mismo en diferentes etapas de la vida, todos hombres, todos vinculados con una mujer a la que aman, todos influidos por ese “órgano independiente especialmente diseñado para mentir” con el que, según el Dr. Tokai (apellido que en castellano se presta para un buen albur), nacen todas las mujeres.
De nuevo Murakami, con cuya obra tengo una relación compleja, en momentos me parece muy banal, pero no puedo dejar de leerlo y al final descubro que acaba de abordar otro gran tema de nuestra época. En su último libro, el cual arribó a las librerías mexicanas apenas la semana pasada, Hombres sin mujeres,  el autor nos comparte siete relatos sobre hombres solos, lo cual no implica la falta de parejas sexuales sino de una compañera cómplice de un amor exclusivo. Lo que en momentos parecieran arrebatos sentimentalistas de Murakami, posteriormente develan un hecho casi inobjetable, la equidad de género ha conquistado el terreno de la infidelidad, con la peculiar diferencia de que mientras en los hombres es motivo de ostentación en las mujeres predomina las discrecionalidad. El tema no es nuevo en la literatura, los clásicos franceses y rusos ya dieron cuenta de ello, ahí están Madame Bovary  y Ana Karenina, lo que cambia es el abordaje, en las novelas decimonónicas se impone la perspectiva androcéntrica y la mujer infiel sufre un castigo, en las narraciones de Murakami sucede algo muy diferente, la infidelidad empodera a las mujeres, ante lo cual los hombres se quedan como dice Kino, uno de los personajes, tan sólo con “una herida y muy profunda”.  La masculinidad tradicional se ha resquebrajado, lo cual abre nuevos e interesantes horizontes de vinculación entre los géneros, sin embargo, en este momento de transición los hombres apenas estamos construyendo nuevos puntos de apoyo, de ahí que para muchos la pérdida de la mujer amada sea la pérdida total de sentido y una marca permanente de abandono.
Haré algunos comentarios a partir de algunas frases de los relatos de este libro.
·  Una vez que te metes en el papel, es complicado encontrar la ocasión oportuna para dejarlo. Quizá este sea el punto de quiebre de toda pareja, asumir un rol bajo la premisa de su perpetuidad, como si através del tiempo fuéramos los mismos. El argumento más recurrente de la infidelidad se sustenta en el hartazgo de “más de lo mismo”.  Esto tampoco implica que cada mañana se experimente una transformación, eso al paso de los días sería en sí mismo una rutina. Se trata de la espontaneidad y de actualizar el deseo, tiene sus riesgos, pero es menos tedioso.
·  No conseguía quitarme de la cabeza la imagen de mi mujer en brazos de otro hombre. Siempre reaparecía…. Yo creía que con el paso del tiempo acabaría desapareciendo. Pero no fue así. Al contrario, su presencia se volvió más intensa que antes. Necesitaba espantarlo. Y para eso tenía que eliminar esa especie de rabia que sentía en mí. El hombre celoso o al que le han sido infiel, suele quedar atrapado en el pensamiento rumiante. Trae una y otra vez la imagen dolorosa, sea testimonial o imaginada. Cuestionan su representación de si mismos; infravaloran sus habilidades sexuales y se  inhiben o buscan conductas compensatorias; rastrean información sobre “el otro” para encontrar sus fallas y predecir el fracaso de la nueva relación; esperan, como Flaubert o Tolstói  el castigo de la aún amada. El motor de todo esto es la ira, es la incapacidad de pensarse “engañado”, nos educan como machos alfa y no sabemos que hacer en la ubicación beta. La única manera de liberar estas imágenes, es dejar fluir el enojo y aprender para el futuro que el enamoramiento no es garantía de exclusividad, sino solamente de que se está enamorado, y esto, mientras no se demuestre lo contario.
· Existen una clase de personas que, debido a una excesiva despreocupación, a sus pocos desvelos, se ven obligadas a llevar una vida sorprendentemente artificiosa… Para poder ser fieles a sí mismas (por decirlo así) en el mundo torcido y complejo que las rodea, estas personas necesitan entregarse a una serie de operaciones de ajuste, aunque, por lo general, ellas mismas ni siquiera se dan cuenta de las penosas artimañas a las que tienen que recurrir para sobrevivir. Este fragmento se refiere al     Dr. Tokai, que cómo su apellido lo dice, al menos en castellano, lo suyo es tocar ahí, es cirujano plástico y don Juan. Es un personaje paradigmático, aquel que sabe que el enamoramiento es la perdición del amante ocasional, su secreto es una mezcla de sosiego, paciencia, diversificación, discreción y… dinero para financiar el misterio. Lo suyo son las mujeres casadas o que ya han encontrado al “amor de su vida”, aún así “alrededor de un tercio de las mujeres que contraían felizmente el sagrado matrimonio lo llamaban de nuevo por teléfono al cabo de unos años”. Lo anterior da cuenta de que quizá el matrimonio fiel sea una misión imposible para la tercera parte de la humanidad. Es probable que para muchas personas, hombres y mujeres, la única manera de sobrevivir un matrimonio sea a condición de poder escapar en ocasiones por la ventana de la infidelidad. Aún con la disciplina y artilugios del Dr. Tokai “un buen día, quién iba a imaginárselo, se enamoró perdidamente. Como un astuto zorro que por descuido cae en la trampa”, y así comenzó su caída, que es una historia que convulsiona el corazón pero que me reservo para dejárselos como aliciente para leer el libro.
·  No dejó la empresa porque se sintiera insatisfecho con su trabajo, sino por un imprevisto problema conyugal: se enteró de que el compañero de trabajo con quien mejor se llevaba mantenía relaciones con su esposa. En general, la infidelidad de los hombres es impulsada por sus genitales, la de las mujeres por su corazón, ya sea en su modalidad de amor, desamor o venganza. Muchas infidelidades de los hombres no tienen una historia sino sólo una circunstancia, es difícil encontrar una infidelidad de mujeres sin una narrativa.  De ahí que en el caso de Kino, que su esposa haya terminado en un romance con el que podría denominarse su mejor amigo, no es una historia extraordinaria. En primer lugar porque gran parte de nuestras amistades constituyen fragmentos compensatorios de nuestra personalidad y en ocasiones esas compensaciones resultan ser más interesantes que nosotros mismos.  Ante eso, lo único que queda decir es: “te quedas con la mejor parte de lo que no soy”.
·  Lo que quiero decir es que M era la chica de quien debí enamorarme cuando tenía catorce años. Pero en realidad fue mucho más tarde cuando me enamoré de ella y, para entonces, ella (por desgracia) ya no tenía catorce años.  Nos equivocamos en el momento de conocernos. Como quien confunde el día de una cita. La hora y el lugar eran correctos. Pero no la fecha.  Esta cita es maravillosa, profunda y, a mi parecer, cierta. Mi muy admirado Peter Blos, ese gran psicoanalista que logró entender la adolescencia con tal claridad que tras cinco décadas de la publicación  de su obra monumental Psicoanálisis de la adolescencia, buena parte de sus postulados siguen siendo vigentes, en particular su propuesta de etapas de la adolescencia. El buen Blos, planteó en aquel clásico que la adolescencia media, que podría circunscribirse al periodo entre los 15 y 18 años, es la única edad en la que realmente experimentamos el enamoramiento. Coincido con él, tras esa etapa vamos siempre tras la repetición de esa enajenación romántica con poco éxito y altas posibilidades de ridículo y frustración. Para sintonizarme, en estos momentos elijo de mi musiteca la canción “She’s a rainbow” de The Rolling Stones, cada vez que la escucho pienso “cómo me gustaría dedicarle a alguien esta canción”, pero de forma inmediata me parece completamente ridículo y siento profundamente no haberla escuchado durante mi adolescencia para poderla dedicar sin reparos. Murakami propone los catorce años, quizá siguiendo el cliché aristotélico de dividir la vida en periodos de siete años. En realidad la edad psicológica no necesariamente coincide con la cronológica, por lo que habría que hablar más bien de esa etapa con mucha hormona y poca conciencia del ser en el mundo.


Aún con el toque dramático que le da Murakami al tema, pues en cuestiones de amor él es de la vieja escuela, creo que esta temática nos aporta a los hombres un motivo de reflexión de primer orden. Desde los brazos maternos, pasamos de brazos en brazos de mujeres que nos “cuidan” y “regulan” nuestra dicotomía intelecto-emocional. Mi pregunta es ¿para qué? Si vamos a vincularnos hagámoslo desde otro lugar, de otra manera tan sólo reproduciremos ad absurdum una coreografía relacional que nos despoja imperceptible pero  continuamente de nuestro ser y nuestro tiempo. Mi enhorabuena a quienes deseen hacer de su vida una oda a la separación-individuación. Mi respeto a quienes perciban su vida como el gran bloque de mármol al que hay que dar forma día con día y del que nunca se conoce su resultado final.