martes, 9 de octubre de 2012

La espera

Sentado con tu ausencia,
me visitan todas mis esperas,
nueve meses para ver por primera vez la luz,
minutos eternos entre el malestar y el pecho,
el ansia por esa confortante caricia,
la estupidez de todo aquello que no fue juego,
mis pequeñas muertes atrapado en las jaulas de la educación,
los días inútiles entre mi cumpleaños y Navidad,
los días inútiles entre Navidad y mi cumpleaños,
restos de tiempo sin bohemia,
los vacíos secos anhelando labios,
ahogo al navegar en los mares de la vanidad,
el hastío en las conversaciones vacuas,
la inquietante abstinencia de lectura, música y escritura;
los recovecos sin romance,
la silla vacía de quienes no llegan,
otros nueve meses para ver a mi hijo a la luz y
luego las horas añorando sus sonrisas.
Pero tú no llegas.
Te esperaré,
hasta que la espera no me duela,
hasta que seas otra espera.

Las esperas, Juan Pablo Brand



Si fueras mágica,
si fueses música,
si el sol saliera por tu piel,
seríamos amantes.
Si tu fueras mía
podría soportar por fin
este silencio entre las olas de la espera.
El silencio de la espera, Gianpietro Felisatti, Malise y Gloria Nuti

       La espera es solitaria, aunque esperemos juntos, la espera es solitaria. Nuestra vida es una sucesión de esperas, algunas vidas son los paréntesis entre las esperas, otras vidas son espera. Esperamos por todo, personas, momentos, objetos, en fin somos esperadores. En ocasiones las esperas son cataratas de ansiedad, la expectativa ante un diagnóstico, la incertidumbre por la ausencia prolongada e inexplicable  de un ser querido, la llegada de uno de esos sujetos transformadores de nuestro valle subjetivo, los pasos previos a un tránsito importante en la vida. A veces la espera es pretexto para encontrarnos, aún sin estarnos buscando. El silencio también es espera, sobre todo cuando permite la palabra del otro. La espera es influida por nuestra biografía y nuestro entorno. Aunque antes la gente vivía menos, sabía esperar más, pues con todo y lo absurdo que pueda sonar, tenían más tiempo. Leyendo sobre la historia de la noche, o para ser correcto, la historia cultural de la noche, encontré que antes del dominio de la electricidad, los hábitos de sueño eran diferentes, lo cual rompe el mito de lo saludable de las siete u ocho horas continuas de sueño. Tras el atardecer, las personas iban a dormir, tras algunas horas de inconsciencia se despertaban y salían de sus casas, convivían unos momentos con sus familias y vecinos y regresaban a la somnolencia hasta el amanecer. De esta manera, la noche perdía todo su halo terrorífico, por mas angustias que atraparan al insomne, sabía que en poco tiempo podría acompañar sus malestares. Lo mismo sucedía en los monasterios y conventos, les despertaban a media noche para una oración denominada Maitines, un recurso invaluable para exorcizar a los demonios tentando la espiritual disposición a pasear por el jardín de las delicias.  La gran mayoría de las personas pasaba cada uno de sus días en una pequeña población, se organizaban de manera similar a los hobbits resguardados en su Comarca. Por tanto, la ensoñación aspiracional no robaba tantas horas, la dificultad en la obtención de los recursos amarraba las preocupaciones a la tierra, el mar y las estaciones. Esto no es una nostalgia de la edad de oro, como la llama Woody Allen, es simplemente una breve reflexión sobre las variaciones culturales de la espera.
      Inevitable es preguntarnos ¿por qué o por quién estamos dispuestos a esperar? y ¿qué o quién nos obliga a esperar?  En la espera apostamos nuestros bienes más valiosos, el ser y el tiempo, con la expectativa de verlos multiplicarse. Lo contrario es la resignación, dejar de esperar asumiendo que no hay cambio posible, el resignado es quien retira sus monedas de la mesa o quien lo ha perdido todo y se hunde en la nada. Hay ocasiones donde somos obligados a esperar, bajo el yugo de las tiranías, millones de seres humanos han esperado días, meses y años por su libertad. La enfermedad nos atrapa en esperas que van del suave reposo hasta segundos inacabables de dolor que se resisten al poder de los analgésicos.
       El arquetipo de la espera es Penélope, uniendo y deshaciendo un tejido cuya conclusión sería el punto de no retorno de su amado Ulises. Al paso de los años, la espera puede hacernos olvidar al sujeto de la espera, como la Penélope de Serrat, que dejó de esperar al amado, para amar la espera. Sin embargo, la de Homero tiene a Telémaco (el luchador lejano), el hijo que le recuerda que alguna vez estuvo en los brazos de su amado y su amado estuvo en ella. Como en las épocas troyanas, sigue habiendo guerras, también hay viajes de negocios, estancias académicas o proyectos personales y profesionales que conllevan distancia geográfica. En general, ya no creemos en las sirenas pero existen los Table dance, los prostíbulos, los masajes ejecutivos y otros sex-services. Hombres y mujeres surcan el mundo, mientras otras y otros esperan su retorno, con la expectativa de que hayan resistido el canto de las sirenas o  los tritones. Ulises es el arquetipo del nómada-sedentario, esto es, de quien es fiel a su tierra, que resiste toda invitación a desviarse voluntariamente de su ruta de retorno, es el engrane ideal del arquetipo esperador.
Pero en la actualidad se visualiza a los esperadores del lado de los vulnerables, lo cual se intensifica con el uso de tecnologías de comunicación y las redes sociales. Los teléfonos móviles, los mensajes sms, Facebook, Twitter, etcétera; nos han condicionado. Vamos creando patrones de espera y respuesta, para cada persona tenemos una medida, si esa medida no se cumple aparece la ansiedad y la incertidumbre. Los ositos Teddy han cedido su lugar a los teléfonos móviles, quienes son la compañía más confortable durante la noche, hay quienes podrían prescindir de su pareja en la cama pero no del móvil. Quien hace esperar tiene el poder, quien espera pierde.  Recientemente se anunció que Facebook había llegado a los mil millones de usuarios, aunque la cifra no alcanza a la cantidad de humanos que sufren hambruna, es una cantidad muy significativa de la especie humana viva. El “tiempo real” nos hace impacientes, cuando nos comunicamos por las vías tecnológicas, sabemos que el otro está ahí y salvo que tenga un argumento a favor de su silencio, si no responde, intuimos motivos poco amables. Esta impaciencia ha hecho de las redes sociales el sustituto de los confesionarios y las respuestas o el silencio de los seguidores determinan la expiación o la condenación. Pero no hay de que preocuparse, los pecados se quedan en las redes sociales, ¡Ajá! El extremo de esta intolerancia a la espera se vio ilustrado hace unas semanas con la noticia de una madre británica que tuvo conocimiento de la muerte de su hija a través de Facebook, la joven murió de una sobredosis de drogas y sus buenos amigos intolerantes al dolor y necesitados de catarsis comenzaron a publicar la noticia por este medio negando totalmente las implicaciones para quienes podían recibir la información a distancia de los hechos.
La espera es la antesala del futuro, es el presente tejiendo el mañana. Tenemos derecho a esperar, esto es, a pensar, a reflexionar, a sentir, a digerir la vida. El asunto no es la espera sino por qué, para qué, cómo y por quién esperamos, la medida del sentido es el valor de lo esperado.

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