sábado, 17 de agosto de 2013

Los sueños de vida después de un divorcio



Porque aunque vivan separados,
Todavía hay una posibilidad de que puedan ver,
Habrá una respuesta,
Déjalo estar.
Lennon & McCartney, Let it be 

Yo soy de esos que se casaron jóvenes, empachado de certezas, psicoanalista precoz, Golden boy  de una generación, me forcé a crecer para acercar mi apariencia a la imagen de mis aspiraciones. Esto también implicaba las decisiones serias de vida, aún con los años de psicoanálisis que sumaba para ese momento y mis continuos cuestionamientos a la religión, portaba todavía el catolicismo como un tumor, como algo que me hacía daño pero no lograba quitarme. Las radiaciones freudianas y lacanianas no habían sido suficientes para erradicarlo o quizá habían favorecido su presencia, pues en esos tiempos vivía el psicoanálisis como una religión, regulaba  mis hábitos y mis decisiones rezándole al Ello, al absoluto inconsciente en busca de las verdades últimas, sustituí la voluntad divina por las fuerzas pulsionales. Así que era una especie de psicoanacólico, un neologismo que condensa una adicción al psicoanálisis con un catolicismo perseverante. Por esto mismo, el matrimonio era la única vía posible para vivir en pareja. Me casé enamorado, pero el paso del tiempo me mostró que el “enamoramiento” está sobrevaluado, cuando se afirma “tantos años y todavía estamos enamorados”, se está enviando un mensaje simple con un trasfondo complejo, donde el amor tiene una presencia pero es uno entre múltiples hilos, probablemente la principal causa de permanencia en una pareja sea la compatibilidad de hábitos, esto es, que las rutinas (hasta no tener rutinas se vuelve una rutina) se sincronicen, evitando roces y abolladuras en la relación, así como constantes obstáculos en los mutuos proyectos de vida.
Cuando me divorcié, me sentí como imagino han de sentirse los re-patriados, después de vivir varios años en una cultura, en una dinámica vincular y en un territorio, de repente regresas al punto de origen que se ha transformado desde que migraste. Como todo negador de la pérdida, me deje llevar por las mareas hipomaniacas, me invadió un ímpetu que me represento ahora como una parrillada de la Lonchería “El negro” donde solía cenar con mis amigos, la llamaban “¿Qué me ves?” y era una mezcla de múltiples ingredientes sin ton ni son, que te “llenaba” al costo de una terrible indigestión. Me dejé fascinar por la fantasía del “vuelve a la vida”, con el deseo de recuperar los sueños de vida, esos que nos planteamos en la adolescencia y primera juventud, donde todo son posibilidades, donde el mundo parece inclinarse a nuestro paso. Pensaba que el matrimonio había soplado como un fuerte viento apagando esos sueños, mi lista de culpables era extensa, por supuesto, mi ex-esposa, la educación que me dieron mis padres, los largos años de estudios con los lasallistas, mi psicoanalista, en fin, creo que en mi lista sólo quedábamos fuera mi hijo y yo.
Tengo como premisa que solamente puede controlar la pasión quien no la tiene, lo sigo sosteniendo pero con matices, las pasiones son engañosas, como se suele decir “nos dan gato por liebre”, son ilusionistas que nos impulsan a mirar hacia un lado mientras el truco está en otro.  Yo quería “volver a la vida”, esa era la ilusión, el truco, el centro, era que estaba decepcionado, enojado, frustrado… como carretera mexicana, atropellado por infinidad de “ado’s” (la línea de camiones foráneos más conocida de México se llama ADO).  El Golden boy se convirtió en un Bronzed adult. 
En la vida sucede como con las piezas de Lego, reconstruir es más difícil que construir. Cuando uno arma por primera vez una figura de Lego, las piezas se engranan perfectamente con las instrucciones. Cuando uno reconstruye, aún con el instructivo en mano, siempre faltan o sobran piezas y se tienen que ocupar otras o de plano renunciar a la reconstrucción. Personalmente me sentí como cuando un Lego cae al suelo y sus piezas se esparcen por lugares impensables, no lograba reconstruir nada, al contrario, mientras buscaba se me volvía a caer la figura. A diferencia del Lego, lo que sucede tras un divorcio es que las piezas no solamente se esparcen sino que al quererlas embonar uno descubre que han cambiado de forma. El impacto más fuerte fue el esclarecimiento de que muchos de mis sueños de vida los había construido en conjunto con quien era mi esposa, eran una co-creación, así que sin ella una buena parte habían perdido todo su sentido y así  llegó la noche obscura.
En las crisis es donde uno puede medir la fortaleza de los vínculos. Un divorcio no sólo golpea a l@s directamente implicad@s sino a todos los sistemas donde la pareja interactuaba, en contextos de familias tradicionales la reacción es intensa, al ser la cohesión y la continuidad familiar el valor prioritario, un quiebre del orden requiere un largo proceso de sanación y reconstitución. Una vez logrado esto, donde había lazos sólidos, las personas permanecen y acompañan como un bálsamo cuando viene la resaca. Amigas y amigos también me ofrecieron presencia, escucha, palabra y espacio. Hubo quienes desaparecieron, fue una limpieza de corazón, tras la cual lo habitan solo seres con un cariño remasterizado.
La inspiración de este escrito fue un encuentro inesperado y profundamente conmovedor. Una separación implica la repartición de los bienes, sin embargo, la vida en común hace que algunos objetos no tengan una clara definición de propiedad. Hace casi dos años mi hijo y su mamá se mudaron del lugar donde vivíamos, por tanto, fui por los últimos vestigios de mi vida ahí, entre ellas había varias memorias USB, las cuales me llevé sin revisarlas. Hace unas semanas, buscando una información, abrí todas las memorias y de una de ellas emanó una imagen más cercana a un sueño angustioso que a una fotografía, tiene la fecha del día que me salí, aparecemos mi hijo y yo, él muy sonriente, yo con un gesto completamente decaído. Me tuve que comer una de mis frases más comunes: “Salvo los reporteros, nadie toma fotos en los momentos difíciles”. Las fotos de boda abundan, para muchas personas lo más importante de un enlace matrimonial son las fotografías, más ahora, con la posibilidad de publicarlas en las redes sociales. Pero que levante la mano quien tenga fotos del día de su separación, no creo ser el único, pero tampoco creo que seamos tantos. La imagen me dolió, la sonrisa de mi hijo me recordó mi temor más profundo al momento del divorcio, que no estuviéramos cercanos, tanto por decisión de su mamá como por el malestar que el podría sentir conmigo y que yo hubiera respetado, de haber sucedido.
María Barbero y María Bilbao escribieron un libro titulado El síndrome de Salomón, retomando la historia bíblica donde dos mujeres se presentan frente al rey Salomón argumentando cada una ser la  madre de un mismo niño, tras escucharlas el rey decide que se corte al niño en dos y se lo repartan, ante lo que una de ellas responde entregando al niño a la otra mujer con tal de que no muera, de esta forma el sabio rey identifica a la verdadera madre. Las autoras plantean que cuando una pareja que tiene hijos se separa, uno de los grandes riesgos es dejarse atrapar por este síndrome y que cada parte quiera un pedazo de ellos, causando un gran daño y dolor a los hijos quienes pueden literalmente sentirse partidos entre su madre y su padre. Yo agradezco a la mamá de mi hijo que  no haya entrado en estas batallas,  aún con el dolor y el vértigo de estos cambios de vida, pudimos conservar protegido a nuestro hijo de embates que no le correspondían.
La fotografía me removió de manera indescriptible, a manera de ritual personal la puse en la pantalla de la computadora junto a una imagen reciente de nosotros dos, el cambio es significativo, en la nueva él y yo sonreímos, brota de la fotografía la energía de una complicidad imperceptible en la más antigua. Ha sido difícil, sin embargo, sabiduría es saber reconocer lo que es de lo que no es, lo que fue pero ya no es,  lo que pudo ser mas no fue. Un divorcio causa heridas, pero en muchas ocasiones no divorciarse es mantener a un moribundo con vida artificial, respira y por sus venas circula sangre, pero es solamente una larga espera a una muerte inminente.
Me encuentro en proceso de reconstrucción, como muchos bloggeros, abrí el mío en medio de una crisis, el blog crea la fantasía de una interlocución permanente, pasado el tiempo el blog va cobrando su propia vida y deja de ser un espacio de curación, para transformarse en un horizonte para la creatividad y el diálogo, lo cual comienza a trasladarse a otras facetas de la vida. He renunciado al sueño de los alquimistas, ya no pretendo convertir todo en oro, ahora sólo quiero admirarlo y reposar bajo su luz.
     En ocasiones me preguntan si el divorcio es una solución, no necesariamente, es una decisión y por tanto es un acto de autonomía y responsabilidad, las consecuencias son siempre un horizonte borroso que solamente aclara el paso del tiempo. 

4 comentarios:

  1. Hola Juan Pablo: me conmovió este escrito sobre el divorcio, creo que traías es espina clavada y ya te la sacaste, hablr de algo doloroso no es fácil, sin embargo es necesario para que llegue la sanación. Te felicito por ello.
    Un beso.Tichi.

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  2. Hola Juan Pablo,

    Me gusta tu conclusión:

    El divorcio "es una decisión y por tanto es un acto de autonomía y responsabilidad"

    Muy gráfica la analogía del Lego, las partes esparcidas de un todo cuyos ángulos y aristas cambiantes no se pueden volver a unir, la angustia de ver destruido un programa de vida que pensabas compartido. Difícil decisión frente a un profundo sentido de responsabilidad.

    Celebro que estés re-construyendo, en compañía de Santiago, las estructuras dañadas por la conmoción telúrica del divorcio.

    Un abrazo,

    Ricardo

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    1. Ricardo: En mi consultorio tengo Legos que son de los juguetes predilectos de las niñas y los niños que vienen a consulta, por tanto, frecuentemente se desarman. En ocasiones he comentado con ellos como algo que tarda en construirse mucho tiempo, puede destruirse en un instante. Un abrazo.

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