martes, 10 de junio de 2014

Tres canciones desesperadas, tres formas de amar: melancólica, esquizofrénica y bipolar.


El mundo fue sólo de los dos
y para los dos,
su hogar, unas nubes tendidas al sol,
en sus miradas amor,
en sus respuestas sí,
y para su dolor, un sólo fin.
Él se fue,
los cabellos pintados de gris,
ella dejó de cuidar las flores del jardín y le decía:
“Ven, tenemos que vivir”.
Y los muchachos del barrio le llamaban loca,
y unos hombres vestidos de blanco le dijeron: “Ven”.
Y ella gritó: “No señor, ya lo ve, yo no estoy loca.
Estuve loca ayer, pero fue por amor”.

El riesgo de un amor para siempre es el inevitable encuentro con la muerte, aún con la esperanza del re-encuentro metafísico, la separación corporal deja una hendidura dolorosa e inquietante. Lo que fue plural se convierte en un incierto singular, se desvanece el “nuestro” sin recuperarse el “mi”. La mitad vacía de la cama es un abismo, señal de ausencia, espectro intocable de un cuerpo que por instantes intermitentes fue una sola carne con quien sobrevive. Es el amor melancólico, ese que sólo puede pervivir anudado al ser perdido, apego a un amante fantasma, que duele aunque ya no esté. Es el amor cantado por José Luis Perales en su poema musical Le llamaban loca y llevado a la fama por el grupo vasco Mocedades. A la protagonista la separación del amante la encierra en una profunda anhedonia, en el pozo donde se conserva una sola luz, el recuerdo del que se fue. Y los muchachos del barrio le llamaban loca, es una imagen maravillosa para representar a ese otro que observa a la doliente sin un ápice de empatía, vivimos en la peor época para sufrir, el dolor es considerado una enfermedad y una afrenta a las aspiraciones optimistas de los demás, quienes presurosos pretenden ocultar toda evidencia de falta, sin importar que sea en el psiquiátrico, el asilo o la tumba. Cuando está por atraparla el brazo médico, la doliente grita: “No estoy loca”, lo cual es cierto, pues de otra manera no sentiría la punzada de la ausencia del amante, su drama es conservar la razón aún sin razón, pues la vida en adelante será sólo la espera de la muerte.

Penélope, 
tristeza a fuerza de esperar, 
sus ojos, parecen brillar 
si un tren silba a lo lejos. 
Penélope,
uno tras otro los ve pasar,
mira sus caras, les oye hablar, 
para ella son muñecos. 
Dicen en el pueblo 
que el caminante volvió. 
La encontró 
en su banco de pino verde. 
La llamó:
"Penélope, mi amante fiel, mi paz, 
deja ya de tejer sueños en tu mente, 
mírame, soy tu amor, regresé". 
Le sonrió,
con los ojos llenitos de ayer, 
no era así su cara ni su piel. 
"Tú no eres quien yo espero". 
Y se quedó, 
con su bolso de piel marrón 
y sus zapatitos de tacón 
sentada en la estación.


Adiós amor mío, no me llores, volveré antes que de los sauces caigan las hojas. Piensa en mí, volveré por ti. Amor sin metáfora, esclavitud a la palabra, a ese Otro que si no se crea, destruye. Letra que se graba en el devenir, sin posibilidad de re-significaciones. Confrontación radical con lo real, el amante no puede irse, existe o no existe, en presencia está, en ausencia está por llegar, como el Godot de Samuel Beckett. Su desaparición implica el cerramiento inminente de la brecha que hace posible lo otro, es la vuelta a la fusión, al útero materno. Es el amor esquizofrénico, como el de Penélope de Joan Manuel Serrat, que nada tiene que ver con la cantada por Homero en la Odisea, salvo por la espera del amante. La esposa de Ulises, tiene una evidencia tangible del amor de su amante, su hijo Telémaco, al tiempo que el no tener noticias de la muerte del héroe, es la señal de su posible regreso. No así la Penélope de Serrat, a quien le bastaron unas cuantas palabras de Un caminante, esto es de lo efímero, para dedicar su vida a su espera, vestida igual que cuando lo conoció porque de otra manera no la reconocería, esto es, es un amor totalmente imaginario el cual depende de la continuidad de la similitud, por eso cuando años después regresa el amante, él la reconoce (está igual), pero ella a él no (ha cambiado), pues no es a quien ella espera, esa representación que se congeló en el tiempo que es metonimia de su amante, esto es, signo que no puede transformarse, a-simbólico. Penélope no espera a Un caminante sino a El caminante, aquél que le mostró que podía amar a otro.

Antes de que empiece a amanecer
y vuelvas a tu vida habitual, 
debes comprender que entre los dos
todo ha sido puro y natural.
Tú loca manía,
has sido mía
sólo una vez.
Dulce ironía.
Fuego de noche, nieve de día.
Luego te levantas y te vas,
él te esta esperando como siempre,
luces tu sonrisa más normal,
blanca, pero fría como nieve
Tú, loca manía,
has sido mía
sólo una vez.
Dulce ironía.
Fuego de noche, nieve de día.
Y mientras yo, me quedo sin ti,
como un huracán rabioso y febril,
tanta pasión, tanta osadía.
Fuego de noche, nieve de día.

Oxímoron habitando el corazón, contrarios que no logran preservar el amor, gemelos disímiles arrebatándose la misma perla. Impotencia para conciliar las dos caras del amor, miedo que ahoga la euforia en los pantanos del desencanto, ansiedad que disfraza al dolor con las pieles de la vehemencia. Fuego de noche, nieve de día, apego que por las noches es Afrodita arrastrando a Adonis al éxtasis extremo, y de día es Perséfone, la diosa fría del inframundo, gobernante de los fantasmas pasados, quien atrapa a Adonis en las tinieblas de ese amor perdido tempranamente y para siempre. Es el amor bipolar, el cual transita del arrullo caluroso de la madre vibrante, al estatismo de la madre muerta, que aún respirando no transpira vida. Y mientras yo, me quedo sin ti, canta Ricky Martin, dando cuenta de la amante elusiva que arde en la negación de la falta y se congela bajo la nevisca del abrazo ausente.

Tres formas de amar, tres rostros de una sola aspiración, tres desengaños del amor bonito. El amor es un poliedro vitalizado por el rizoma del que emergen nuestros apegos, el romance es el acoplamiento en el espacio y el tiempo de dos caras que se presumen compatibles, mientras tanto los poliedros siguen girando, de ahí que sólo se pueda señalar “Al amor de mi vida” al momento de la muerte, esto a condición de que haya existido.


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