miércoles, 18 de junio de 2014

Sonrisas, el código del Homo-Empathicus


Para Lilia Barajas, con toda mi empatía.
El pie de tus mensajes de correo dice:
“Lo que más me gusta al compartir, es tenerlos presentes”.
Te parafraseo:
“Lo que más me gusta al escribir, es saberlos presentes”
Hoy estás conmigo en esta celebración de la sonrisa,
y yo estoy presente contigo,
mis palabras son aves
que desde aquí te hacen llegar mi voz,
con un mensaje de aliento para tu pronta sanación.


Cuando sonríes… El mundo entero sonríe contigo
Louis Armstrong, When you’re smiling


Dos Mujeres en la ventana me observan, una cubre su sonrisa, la otra me la obsequia, cuentan los que saben que son prostitutas, pues han leído el Viejo vocabulario de refranes publicado por Correas en 1627, donde se cita aquél de: Moza que se asoma a la ventana cada rato, quiérese vender barato. Esto me deja sin cuidado, al menos su sonrisa es gratuita y como ciudadano digital puedo mirar a esas bellas españolas en cuanto les extraño, me hacen sonreír, también reflexionar sobre las nuevas ventanas que se abren en nuestro mundo, como las redes sociales en internet. Cierto que los criterios han cambiado, Murillo retrató a las jóvenes en el siglo XVII y mostrarlas asomadas en una ventana era un signo que indicaba su labor en la prostitución, hoy la gente se “asoma” desnuda frente al ojo digital como expresión de resistencia y libertad.
Es reconocido el poder de la sonrisa de La Gioconda, su mismo nombre remite a una persona agradable, llena de vida, pero con una connotación  juguetona. Es la que juega a reír o, mejor aún, la risueña. La sonrisa es un elemento constante en los personajes de las pinturas de Leonardo da Vinci, basten algunos ejemplos: La adoración de los magos; La virgen de las rocas; Santa Ana, con la Virgen y el Niño o San Juan Bautista. No sucede lo mismo con la obra, tanto pictórica como escultórica, de Michelangelo Bounarroti, cuyos personajes expresan ira, tristeza, templanza, indiferencia, pero no sonríen.  Esto me hace pensar como la obra de Michelangelo suele generar admiración y devoción, mientras que la pintura de Leonardo despierta empatía, el primero nos vincula con lo mítico, con seres que se mantienen a gran distancia de nosotros, da Vinci nos acerca a los dioses, La última cena es un mural que invita al convite, uno se integra a la escena. Por esto será difícil que surja un Código Bounarroti, hasta el más alto talento queda opacado frente a las sonrisas.
La sonrisa de Marilyn… –minuto de silencio. Durante mi adolescencia tuve en mi habitación una fotografía en gran formato de Marilyn Monroe con un frasco de Chanel N.5 en su mano izquierda mientras con la derecha se impregna del perfume, todo esto acompañado de una placentera sonrisa que la induce a cerrar los ojos, representación autoerótica de quien se sabe mirada sin mirar. Cada noche antes de dormir y cada mañana al despertar podía ver la sonrisa de Marilyn, en mis divagaciones psicoanalíticas he llegado a pensar que esta devoción se debía a que tenía un cierto parecido con la imagen de un ángel de la guarda muy conocida en aquella época donde aparecía cuidando a dos niños, la cual formó parte de mi repertorio icónico-católico infantil. Pero no todo en la infancia es destino, por lo que mi conclusión actual es que me conmueve la sonrisa de la Monroe, es un claroscuro inquietante, la diosa de la depresión ostentando una brillante y perfecta dentadura enmarcada por unos sugerentes labios rojos. No es una sonrisa de bienvenida, es un gesto de eternidad antes de morir.
En los terrenos del más acá, recuerdo con una sonrisa que no cesa la noche en que un querido primo rió sin interrupción durante una hora. Si bien, la risa no se equivale con la sonrisa, esta vivencia me mostró los límites de la empatía. Estábamos reunidos varios amigos y amigas, cuando una de ellas que se había ausentado un momento regresó y en cuanto mi primo la vio empezó a reír, pasados unos segundos nos contagiamos los demás, salvo la detonadora, quien se molestó al sentirse el foco de la burla grupal. Los segundos siguieron su curso y ya cansados terminamos la risa, excepto mi primo que continuaba, llegó así el momento de los: “ya,ya,ya”, “¿qué te pasa?”, “este ca…”. Todo aquello que enunciábamos intensificaba su risa, gente entraba y salía, su risa continuaba. Quienes encontramos la situación muy cómica, improvisamos un performance, discutimos alrededor de él sobre la causa de la risa, le agregamos algunos elementos decorativos, era en la prehistoria de los teléfonos móviles por tanto no hubo selfies ni otro tipo de registro. La risa continuaba, nuestro estado de ánimo comenzó a oscilar entre el enojo y la preocupación. Hubo quienes lo dieron por perdido, se descartó una variación de síntoma alcohólico pues él no bebía, la detonadora decidió irse. La solución fue dejarlo solo con su risa. Años después supe de una sintomatología descrita por primera vez en 1903, la cual es un prodrómico a un accidente vascular cerebral, se denominó Risa loca (fou rire) y su manifestación es una risa incontrolable por varias horas. No fue el caso de mi primo, todo se explica con una paráfrasis de una canción de los Enanitos verdes que solíamos cantarle: El es el rey Gerardo (en el original: El es un rey extraño), un rey de pelo largo.
Mentiría si afirmara que recuerdo la primera sonrisa de mi hijo, pero como no pretendo estar en el cuadro de honor del apego, lo que me importa es que verlo sonreír es mi ansiolítico. Como narraba, cuando era adolescente me despertaba con la sonrisa de Marilyn Monroe, ahora lo hago con las sonrisas de mi hijo, tengo fotografías suyas sonriendo desde varias de sus edades. Cuando estamos juntos nuestro juego más preciado es hacernos sonreír y reír. Él me sorprende con sus ocurrencias, le gusta contar historias, las cuales llena de frases maravillosas, una vez a los siete años y con gran sorpresa mía, enunció ésta: ¿Te imaginas la palabra maldito en una presencia tan noble? Pensé que podría ser el inicio de una novela o una frase dicha por una voz en off en la primera escena de una película. Por su parte, él es el único espectador que conoce todas mis imitaciones de voz, mi galería de gestos completa,  así como mis narraciones más estrambóticas. Su sonrisa es el cruce de lo sincrónico con lo diacrónico, es una constante variando en el tiempo.
En la década de los 80’s del siglo pasado, hubo un programa televisivo para adolescentes en México que se llamaba XE-TU, el conductor era el hoy actor René Casados y su frase era: “Siempre sonríe y la fuerza estará contigo”, era una especie de Maestro Jedi del optimismo. Entre estos sacerdotes del bienestar, saturados de recursos para vencer todo mal, siento algo de temor de afirmar que me gusta sonreír, sin embargo, sonrío. La lectura del maravilloso libro La edad de la empatía, del biólogo Frans de Waal, me ha mostrado como una buena parte de eso que denominamos “lo humano”, en realidad es compartido con casi todos los mamíferos, las maravillosas narraciones del trabajo que hace con primates, así como sus experiencias con otras especies como elefantes o gatos, es una enseñanza plena de sabiduría. De Waal nos ayuda a bajar de nuestra quimera humana para mostrarnos que un elevado número de nuestras decisiones las tomamos con los mismos recursos que los macacos o los delfines, y sobre todo, nos ofrece diferentes pruebas de que una de nuestras principales características como mamíferos es la empatía, que constituye un código no racional que nos impulsa al vínculo, a la compasión, al cuidado y la imitación con y de los otros, sean estos animales o personas. Me gustó y rompió con muchos de mis prejuicios su explicación de cómo las conductas en los animales son un repertorio que no está determinado completamente por los genes, ni por condicionamientos, sino que pueden ser dirigidas a diversos fines y transmitidas a otras generaciones. Narra como una chimpancé en un momento descubrió que podía beber agua mojando su brazo y recuperando el líquido de ahí, así lo hizo el resto de su vida,  al igual que sus hijos y sus nietos. Entre las conductas que pueden cohesionar al grupo y disminuir la agresión está la sonrisa, como gesto espontáneo es un código universal. Cuando una persona no sonríe genera inquietud en el resto, de alguna manera se deshumaniza, borra al otro. Por otro lado, la sonrisa como imperativo secuestra la espontaneidad del gesto y genera una especie de coreografía relacional artificial, donde pasada la representación queda al descubierto la falta de intención.
Me parece que Frans de Waal nos aporta referentes científicos para abordar problemas como el bullying y la violencia. Como él afirma, la agresión se encuentra dentro de nuestro repertorio de posibilidades, sin embargo, la empatía nos permite reconocer el daño y el dolor en el otro. El autor comenta que si bien el concepto empatía es el que puede compartirse con mayor facilidad, lo convence más el vocablo alemán Einfühlung que significa Sentir dentro, esto es, conectar internamente con el sentir del otro. En lugar de buscar soluciones judiciales que alimentan el panóptico del poder o de llenar de mensajes las redes sociales con mensajes que nunca llegan a los destinatarios, conectemos con los niños, sintamos dentro lo que ellos viven y desde ahí fomentemos la empatía.  Recordemos que la violencia es una forma de defensa, si un niño violenta es porque siente el impulso a defenderse de algo, en ocasiones difuso. Por tanto, la violencia es una manifestación de las fallas en un sistema humano, que no logra crear las condiciones de seguridad y convivencia. La respuesta no está afuera, está en nuestra propia condición como especie, en nuestra condición mamífera que compartimos con más de cinco mil especies.
Les dejo con un chiste breve que espero les invite a la sonrisa: “¿Qué le dijo el panadero al teólogo? Respuesta: No hay masa ya”.






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