martes, 12 de agosto de 2014

De "Carpe diem" a "Ecce homo", la muerte de Robin Williams


Las muertes inesperadas conmueven las raíces de nuestros miedos, nos colocan frente a la evidencia de la relatividad de la vida, la cual flota impulsada lo mismo por la alegría y la previsión como por  el azar y el dolor. Ya lo cantaban hace siglos los monjes Goliardos: ¡Oh, Fortuna, como la luna, de condición variable, siempre creces o decreces! La detestable vida primero embota y después estimula, como juego, la agudeza de la mente. Cuando se trata de un suicidio la inquietud se desborda, es el recuerdo de nuestro recurso más radical de libertad, pero también de lo obscuro que pueden llegar a ser los días de un ser humano. Es por esto que la noticia del suicidio del actor Robin Williams es un gran impacto para nuestro sistema actual de valores, resulta incomprensible que una persona enfocada en narrativas inspiradoras decida matarse, es como la rendición del profeta quien tras asomarse más allá del horizonte nos informa que no hay nada, quien al salir de la caverna de Platón, nos informa que afuera todo es nebuloso y que las sombras son nuestro único patrimonio existencial. De todos los rincones emergen especialistas que pretenden apoderarse de su caso. Los especialistas en trastornos afectivos dicen: “Una víctima más del Trastorno Bipolar”. Los especialistas en adicciones analizan sus desintoxicaciones y sus recaídas. Los especialistas de sociales hablan de las presiones de la fama. Todos tienen una opinión, todos creen tener el control, todos tienen una solución. Lo cierto es que Robin Williams, con sus recursos económicos, tenía acceso a lo más avanzado y aún así, se suicidó. Esto me lleva a la conclusión de que todo el furor actual por la felicidad y el bienestar resulta sospechoso, y que en lugar de estar atendiendo a las fuentes del malestar humano tan sólo se está haciendo lo que mi buen maestro, José Eduardo Tappan, denomina: “Hojalatería y pintura”.
Carpe diem (Aprovecha el día), le repetía Mr. Keating (Robin Williams) a sus estudiantes de literatura de la Academia Welton, expresión que alentó a toda una generación, los adolescentes del fin de la guerra fría, testigos de la caída del Muro de Berlín. La convicción y entusiasmo de Mr. Keating nos contagiaron, particularmente a quienes teníamos aspiraciones artísticas,  sentimos el impulso a formar nuestra propia Sociedad de poetas muertos. La realidad es que gran parte de los intentos de reunir estas sociedades terminaron en amenas y delirantes noches de borrachera, inundadas de vulgaridad, por lo que lo único que logramos fue una modesta Sociedad de poetas puercos.
La voz de Mr. Keating permaneció por varios años en nuestra memoria, hasta el momento en que se agotó el mensaje, la resolución de asuntos cotidianos le quitó brillo a la frase, en lugar de que  aprovechemos los días, los días parecen aprovecharse de nosotros: ansiedades, trabajo, tráfico, crisis, desasosiego, en fin, el adolescente de épocas pasadas retorna para señalarnos al final de una jornada laboral y cual Poncio Pilato frente al Cristo, nos dice: Ecce homo (¡He aquí al hombre!) y nos entrega en manos de los dispositivos tecnológicos para generarnos algo de esperanza o al menos permitirnos cierta evasión: Carpe iPadiem, Carpe Netflixiem, Carpe Facebookiem…
Como decía el maestro Cuco Sánchez: Fallaste corazón, no vuelvas a apostar. Este es el profundo desencanto que nos deja la muerte de Robin Williams, muestra que el optimismo suele ser la botarga en la que se oculta el sufrimiento. Películas como Jack, Mente indomable o El hombre bicentenario serán en adelante una promesa incumplida, una apuesta fallida. Williams no es responsable de esto, más bien fue víctima de la industria del bienestar.
Saber que no estamos obligados a ser felices es una liberación, la vida es una oferta de complejidad de la cual me gusta abrevar aún con riesgo de dolor. El desfile de famosos muertos por desencanto (por mencionar sólo algunos recientes: Heath Ledger, Philip Seymour Hoffman, Amy Winehouse Whitney Houston, Cory  Monteith)  nos recuerdan el título del famoso libro de Milan Kundera: La vida está en otra parte.
Por lo pronto me despido de Robin Williams con el inicio del famoso poema que Walt Whitman dedicó a Abraham Lincoln y con el cual rinden homenaje los estudiantes a Mr. Keating en la película de La Sociedad de los poetas muertos:
O Captain, my Captain!


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