martes, 26 de agosto de 2014

The great pretender, la supuesta indolencia narcisista


¡Oh si! Soy el gran impostor,
fingiendo que me va bien,
mi necesidad es tanta que finjo demasiado,
estoy solo pero nadie lo diría.

¡Oh si! Soy el gran impostor,
a la deriva en mi propio mundo,
sigo el juego pero para mi gran desgracia
me has dejado que sueñe solo.

Demasiado real es esta sensación de fantasía,
demasiado real cuando siento
que mi corazón no puede ocultar.

¡Oh si! Soy el gran impostor,
sólo riendo y alegre como un payaso,
parezco ser lo que no soy- lo ves-,
utilizo mi corazón como corona,
fingiendo que todavía estás por aquí.

Buck Ram, The Great Pretender

     Freddy Mercury murió en 1991, cuatro años antes grabó el tema compuesto por el representante y productor del mítico grupo The Platters, Buck Ram, logrando, desde mi perspectiva, la mejor interpretación de este tema, aunado al video en el cual Mercury dejó ver su mundo íntimo, burlándose de sí mismo y del entorno de imágenes que le rodeaba.
    Compuesta en 1955, la canción no ha perdido vigencia, su letra ofrece un retrato de lo que el psicoanálisis denominaría posteriormente personalidades narcisistas, las cuales padecen ante todo de una patología de amor, tanto a sí mismas como a los otros.
     El amor propio patológico de los narcisistas se expresa por un exceso de referencias a sí mismos como seres grandiosos: ambiciones desmesuradas con respecto a lo que en realidad pueden lograr, valores infantiles y pretenciosos intelectualmente. Dependen de la admiración, pero cuando la reciben no responden con gratitud. Se muestran superficiales, en particular en lo que respecta a las emociones de los demás, en contraste con el alto interés que muestran por sus propios estados afectivos. Su grandiosidad  alterna con inseguridad y sentimientos de inferioridad, ante todo, temen ser “comunes y corrientes”.
      En cuanto al vínculo con los otros suelen experimentar envidia, el bienestar de los otros les provoca una intensa sensación de incompletud y deseo de arrebatarles aquello que les aporta seguridad. Es por esto que devalúan todo logro de los demás y se desinteresan completamente por lo que puedan producir o proponer. En sus relaciones predomina la intención de explotar a los otros, se muestran abiertamente codiciosos al grado de robar o apropiarse bienes o ideas que no les pertenecen, se atribuyen privilegios no consensuados. Si alguien les gratifica le idealizan hasta el absurdo, pero a la misma velocidad a la que idealizan, devalúan e intentan destruir si se sienten frustrados, criticados, confrontados o no atendidos como ellos creen que se merecen. La mejor manera de ilustrar esto es con la típica escena a la entrada de un bar con mucha demanda, donde el cadenero deja entrar a la gente como cuenta gotas, el narcisista que no es tomado en cuenta por ese guardián de la cadena suele gritar encolerizado: “No sabes quien soy”. El problema es que en la gran mayoría de los casos ni siquiera ellos mismos saben quienes son.
     Mientras las personas neuróticas suelen operar movidas por la culpa, los narcisistas son impulsados por la vergüenza, esto explica como muchos delincuentes al momento de ser detenidos lo que les importa no es que los demás sepan que cometieron algún daño sino “salir bien en la foto”. La mayor afrenta a un narcisista es que se le avergüence, si esto sucede, son capaces de utilizar todos los recursos a su disposición para vengarse. En tiempos de redes sociales esto cobra unas dimensiones épicas, las batallas digitales de los narcisistas pueden extenderse por años.
     Una característica muy propia del narcisista es la constante sensación de aburrimiento, esto se explica porque todo aquello que no implique colocarlo en el centro de atención le resulta tedioso. No logran aprender de los demás, tan sólo imitan algunos rasgos de sus figuras idealizadas, esto es, como sienten que su talento es nato y no requiere desarrollo, basta con tomar la imagen de lo que admiran y reproducirla en sí mismos. Ya lo decía Jacques Lacan: “No me imiten, hagan como yo”. A lo que se refería es que a su alrededor revoloteaban una gran cantidad de lacan-clones, que pretendían que al vertirse como él, hablar como él, repetir sus conceptos o fumar como él, ya tenían la genialidad del psicoanalista. Él les invitaba a que si querían parecérsele, mejor leyeran todo lo que el había leído, que tuvieran disposición al aprendizaje y pensaran por sí mismos, que dejaran su actitud de rémoras intelectuales. 
     No soportan la experiencia de la depresión, pues no la sienten como dolor sino como vacío. Esta vivencia el psicoanálisis la denomina pérdida del objeto anaclítico, esto es, el otro no es un equivalente con el cual se comparte un trayecto de vida, sino funciona como una prótesis del ser que al quitarse, el sujeto siente que cae. Hace varios años un grupo musical de adolescentes denominado RBD cantaba una canción que se titulaba Sálvame, para mí es la oda de los vínculos anaclíticos:

Sálvame del olvido.....sálvame de la soledad.
Sálvame del hastío.....estoy hecha a tu voluntad.
Sálvame del olvido......sálvame de la oscuridad.
Sálvame del hastío......no me dejes caer jamás.

     Como bien lo transmite la canción The great pretender, frente a esta sensación el narcisista recurre a todo su arsenal defensivo que puede resumirse como estrategias para sostener la apariencia: Mi necesidad es tanta que finjo demasiado. El secreto es, ante la adversidad comportarse mamón, mostrándole al mundo que no hay malestar capaz de tumbarle, que sobrelleva las pérdidas con una indolencia ejemplar. En psiquiatría se denomina a esto alexitimia, la incapacidad de reconocer las propias emociones, lo cual está en el origen de los males psicosomáticos y buena parte de las adicciones.
     Citando otra referencia de la industria pop, podemos decir con Sasha Sokol que el narcisista es un Amante sin amor, fue un bebé que aún utilizando todos los recursos que la naturaleza nos obsequia para generar las conductas de apego, no logró que su madre le reconociera  con sus peculiaridades, ésta lo convirtió en una proyección de sus propios vacíos, exigiéndole como condición de amor que fuera lo que ella necesitaba como complemento narcisista. El narcisista obligado a ser un reflejo desde la cuna, crece como una imagen carente de símbolos y de esta manera queda condenado a las apariencias.

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