Mi regalo es mi canción y ésta es para ti.
Retumban
las bocinas del News de Acapulco, las
luces cruzan por cada recoveco de esa discoteca que recuerdo inmensa, tengo
quince años y como Leonardo Di Caprio en la proa del Titanic, me siento el rey
del mundo. Súbitamente suenan esas notas inconfundibles e inicia la voz: I try to discover, A little something to
make me sweeter, Oh baby refrain from breaking my heart. Sé donde
encontrarla, es su canción favorita, me lanzo a la pista de baile como quien se
zambulle en el mar, sin mucho esfuerzo la encuentro cantando con ese
característico gesto sonriente-compungido, lanzando su largo cabello de lado a
lado mientras mueve suavemente sus caderas, es su coreografía para la canción Little respect de Erasure, nos miramos con esa complicidad de quien reconoce ese
íntimo placer del gusto por una canción, bailamos, no es una danza en pareja
sino un rito tribal al que se unen todos quienes conocemos lo que dicha pieza
le representa. En adelante, esa canción llevará el sello de su recuerdo,
mientras escribo estas líneas la escucho y evoco esa historia común.
Look into my eyes, you will see. What
you mean to me. Search your heart, search your soul. And when you find me there
you'll search no more. Concluye
la película Robin Hood, protagonizada
por Kevin Costner, los créditos se
acompañan con la canción I do it for you de
Bryan Adams. Ella está a mi lado, nos
rodean amigas y amigos, quienes se desdibujan frente a la ligera decepción por
el cese de esos acercamientos “accidentales” propios de las salas de cine, sin
proponérnoslo hacemos nuestra la canción, no somos novios, no somos amigos,
pero nos queremos con intensidad. En los meses siguientes las circunstancias nos
obligan a la clandestinidad, conservo un cuaderno de poemas, el cual da
testimonio de las oscilaciones de mi estado anímico en esa época. Es un tiempo
donde todavía se acostumbra la escritura de cartas, amante precoz de las
letras, le escribo largas epístolas, matizadas siempre con un poema. Fue una
historia inconclusa, por eso juego como lo hacen los directores de las
películas Corre Lola Corre y Los
amantes del círculo polar, con diferentes opciones de final, sueño con una
vuelta en el tiempo, pienso que si bien hice muchas cosas para estar con ella,
no fueron suficientes:
Gritos golpean muros,
lágrimas vuelan vacías,
pasos lejanos
entre sombras perdidas.
Manos piden amor,
labios murmuran miedos,
entre miradas irracionales
que no entienden lo que pasa.
(1992)
Está
llena la parte baja de la plaza principal de la Universidad La Salle campus
Ciudad de México, el público ha sido convocado a un concurso de bandas, la
nuestra se llama Ozono y nuestro tema
Obscuridad. Hay ansiedad en el grupo,
intento convencer al guitarra principal para que al momento del requinto yo,
que soy el vocalista, me vaya hacia la batería y él se lance al frente del
escenario, la decisión no es fácil, nunca hemos estado frente a un público tan
grande. Inicia el arpegio de la rola, observo al público y en primera fila encuentro
a unos buenos amigos y seguidores de la banda. Empiezo a cantar y escucho sus
gritos, no logro ver a nadie del grupo pero siento que sonamos bastante
acoplados, llega el momento del requinto y nuestro guitarra estrella llega de
un salto al frente del escenario, le sonrío y voy a visitar al baterista.
Regreso para la segunda parte de la canción, la más difícil, con varias subidas
de tono. La emoción está a todo, mientras canto levanto el atril y lo voy
reduciendo a su versión más pequeña. Llega el final: Será empiezo a fallecer, será que a caer, será que empiezoooooo…. y
termino con el atril y el micrófono encima de mi cabeza, como una espada tras
la victoria en una batalla. Al bajar del escenario los amigos comentan que
creyeron que aventaría el atril al público, a lo cual les contesto: “lo hubiera
hecho si a cambio hubieran lanzado calzones al escenario”. Esa misma noche en La
Salle tocó el grupo Maná y en un momento el vocalista pidió apagaran las luces
para que quien quisiera lanzara su brassiere, recolectó quince. Fue nuestro
gran tema, tuvo muy buenos resultados, ese día ganamos el segundo lugar en el
concurso. Un manto de amnesia recorre con lentitud la memoria, imposible es preservar
todos los instantes vividos con ellos, pero tengo Obscuridad, grabada en versión unplugged
y plugged, con las cuales los invoco
para volver al escenario.
Sábado
por la mañana de cualquier momento de mi niñez, tiempo en que mi padre hace
suyo el modular de sonido para escuchar sus canciones predilectas. Desde mi
cama escucho su selección, prefiero permanecer ahí, pues la sola presencia de
alguien más lo lleva a guardar sus LP’s y concluir el concierto sabatino. En su
ritual es probable que nunca falte la canción Morning has broken de Cat
Stevens, sin embargo, cada ocasión para mi es como la primera, me representa
una especie de plegaria para recibir el fin de semana, desde pequeño me pareció
muy hermoso enunciar el amanecer con la expresión Morning has broken. Hace mucho no he sentido una serenidad como
esa, pero la lista de canciones de mi computadora delata mi añoranza, al
escribir estas palabras consulto el número de reproducciones de la pieza y
encuentro que son más de doscientas. Casi todas las personas atribuyen la
religiosidad que han tenido en sus vidas a sus madres, en mi caso, la
religiosidad que experimenté por muchos años tuvo su base en mi padre, su
espiritualidad no sufriente sino de gratitud y sensualidad hacia el mundo
circundante, me obsequió momentos de profunda luminosidad.
Subo
veloz por la escalera curva, llego a la planta alta y en estado casi hipnótico
viro hacia la izquierda, atraído por la música de la escena del Lago en el claro de luna del ballet de El lago de los cisnes, es el lugar mágico
en el que mi abuelo materno ha concentrado su biblioteca y donde le gusta leer,
escribir y reposar mientras escucha música de Mozart, Rachmaninov, Bruckner,
Chopin o la música de las grandes bandas. Pero un compositor tiene lugar
privilegiado en el estudio, su pequeño busto en una de las repisas no deja lugar
a dudas, Piotr Illich Tchaicovsky, de ahí que la sola insinuación de las notas de
su Concierto número 1 para piano, su concierto para violín y en lo particular
la música del Lago de los cisnes, me
lleven de vuelta a lado de mi abuelo, a la biblioteca donde pasé horas viendo
los dibujos de Gustave Doré en una pesada Biblia y en una edición en dos tomos
del Quijote.
Una tarde entre mis siete y diez años, vago por la planta alta de la
casa de mis abuelos paternos, escucho a mi abuela y a mi hermano al piano, con la permanente
expectativa de que suene ese tronar de la caja de resonancia que produce el
inicio de la Marcha Militar número 1 de Schubert: pam-pararam-pampam-pararam-pampam-pampam-pampam-pam-pam-pam-pam-pam-pam-pam-pam.
Esta pieza es como una extensión sonora de la personalidad de mi abuela, suma
de rigor, métrica y fuerza. Auscultar su interpretación es para mí una cátedra
magistral sobre la importancia del uso adecuado de los pedales del piano,
pareciera hacer magia al extender o cortar las notas, elevar o disminuir el
volumen. El otro día encontré en YouTube
una versión interpretada por Peter Friss Johansson a ocho manos, es un juego de
estudio y visual donde Johansson aparece simultáneamente en cuatro pianos, una
maravilla que seguramente no habría gustado a mi abuela quien valoraba el
seguimiento riguroso de la partitura, para ella los “arreglitos” hacían de las
piezas clásicas música de sala de espera de consultorios.
¿Qué podría pedir un niño de tres años de regalo? En la mayor parte
de los casos un juguete, una película o dulces. Cuando tenía esa edad, mi hijo
pidió un CD de Black eyed peas, por
eso asocio la canción I Gotta Feeling con
esa etapa de su vida. Para él no hay una sola canción, al paso de los años se
han ido sumando varias piezas. Es fiel radioescucha de la estación Alfa 91.3 de
México, especializada en los lanzamientos de música pop en inglés (con todas
sus variantes), esto me ha permitido tener conocimiento de intérpretes y grupos
como Pitbull, Miley Cyrus, Avicii, David Guetta, Kate Perry, One Direction,
Bruno Mars, Pharrell Williams, Passenger, One Republic, Ellie Goulding, Lorde,
Rihanna, Robin Thicke y un larguísimo etcétera. Descansé un poco el día que
afirmó que no soportaba a Justin Bieber.
Recientemente
una canción se resignificó para mí. La Universidad Intercontinental hizo un
convenio de colaboración con CAPYS (Centro de adiestramiento personal y social)
que promueve la inserción de niños, adolescentes y adultos con discapacidad
intelectual en diferentes espacios educativos, sociales y laborales como parte
de un programa de educación para la vida. El coordinador del programa en la
UIC, Juan Bribiesca, me preguntó si se podían integrar dos de sus estudiantes
en una de las materias que impartí, a lo cual accedí con gusto. Dentro del
contexto de la revisión del tema de las emociones, uno de ellos habló sobre una
persona significativa en su vida, en este caso fue su novia, al concluir su
presentación dijo que le llevaría serenata y le cantaría la canción típica de
mariachi de Si nos dejan. Una semana
después llevé mi computadora y una bocina, al final de la clase nos conectamos
a YouTube para que practicara su
canción, al concluir me pidió que buscara también la pista de karaoke de la
canción Sueña que interpretó Luis
Miguel para la versión castellana de El
Jorobado de Notre Dame. La pusimos y cantó con un entusiasmo tan grande que
nos conmovió profundamente a todos los presentes. Sé que esa canción ha quedado
anclada a su recuerdo, esa mañana, la letra de la canción materializó todo su
sentido.
A través de mi vida he marcado a cada persona querida con una
canción (o más), podría redactar un testamento señalando la canción o pieza que
a cada quien le corresponde, esto me permite, al escuchar mi lista de iTunes,
visitarles y con un sutil susurro hablarles sobre la historia que hemos
compartido. Mis regalos son estas canciones y son para ell@s.
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