Todo
comienza con una disertación sobre el mensaje erótico que transmite el ombligo de las
mujeres, signo de igualdad en
contraste con la diversidad que representan las nalgas, los muslos y los senos.
Alain, el protagonista intrigado, anuncia: “Hoy en día se ha puesto de moda
pasear así con el ombligo al aire. Dura como mínimo hace diez años… ¡Pero no olvides
que la moda del ombligo inauguró el nuevo milenio! Como si, en esa fecha
simbólica, alguien hubiera levantado una cortina que durante siglos, nos
hubiera impedido ver lo esencial: ¡que la individualidad es una ilusión!”. Es
casi un manifiesto, donde el personaje nos muestra, a través de una práctica
estética, el verdadero fin de la modernidad, no la llegada de la posmodernidad,
sino el arribo de una nueva era aún innombrada. Quizá por eso, el mismo autor
ponga en voz de La Franck, una viuda reciente, una declaración que parece
contradictoria con la de Alain: “¡El ser humano no es sino soledad!... Una soledad
rodeada de soledades!”. Se expresa así un síntoma de nuestra actualidad,
deseamos la individualidad, pero nos duele la soledad, deseamos la comunidad,
pero vivimos al otro como una impostura. Es probable que Kundera sea la voz de
una Europa a la deriva, depositaria de la caída del comunismo y del fracaso del
capitalismo: “¿Una utopía asesinada tras la cual ya no habrá otras? ¿Una época
de la que ya no quedará huella? ¿Libros y cuadros arrojados al vacío? ¿Una
Europa que ya no será Europa? ¿Bromas de las que ya nadie reirá?”. Con la
última cuestión, el autor entrelaza como serpiente que se muerde la cola, el
inicio su obra novelística con su novela recién publicada, La fiesta de la insignificancia, la cual es muy probable que cierre
su obra, pues tiene 85 años y entre su novela inmediata previa y ésta, pasaron
14 años. Su primera novela, La broma,
la publicó en 1967, no tan joven, a los 38 años. En su trama, el universitario
de nombre Ludvik Jahn hace una broma sobre el optimismo, escribe en el reverso
de una postal: “El optimismo es el opio del pueblo, el
espíritu sano hiede a idiotez” y la envía. Este hecho desata una persecución en
medio de la Checoslovaquia comunista. Cercanos a los cincuenta años de dicha
publicación, muchos pensamos que esa frase debería estar grabada con letras de
oro en el centro de todas las capitales del mundo.
¿Cómo
se transita de la broma a la insignificancia? En la novela se habla del
“crepúsculo de la broma”, de la “posbroma”. Es una perspectiva muy lúcida,
vivimos en tiempos de lo políticamente correcto, donde por más esfuerzo que
hagamos por liberar a una broma de su carga supuestamente discriminatoria,
siempre hay alguien que levanta la mano para expresar su indignación. Este
sistema respetuoso-paranoico, pretende la eliminación de las diferencias, que
todos seamos ombligos, porque fuera de la pareja proto-parental, Adán y
Eva, todos tenemos ombligo.
En realidad, esto da cuenta de cómo nuestra piel psíquica se ha ido adelgazando
hasta llevarnos una completa vulnerabilidad, en la que cualquier interpelación
es experimentada como una amenaza. De manera paradójica las redes sociales de internet
se saturan de videos con imágenes de pretendidas bromas que vistas con mirada
crítica son actos plenos de violencia y antisocialidad, pero eso si causa risa
y nadie reclama: adolescentes aventándose, destrozo de bienes públicos y
privados, caídas, golpes, denigración del otro, entre otros. Esto me lleva a
sentir nostalgia por los tiempos freudianos donde el chiste verbal era una
manera de re-orientar los impulsos y expresar las manifestaciones de nuestros
inconscientes a través de la palabra y no con actos.
Al
leer la novela tuve la impresión de que Kundera le dice, al fin, adiós a Joseph
Stalin, desentraña su imagen tiránica heredada de la Guerra Fría para encontrar
su lado humorístico, su capacidad de hacer bromas. No es una defensa del
dictador, sino la evidencia de los efectos del tiempo, Stalin no es bromista
por sus actos, sino porque sus actos y él mismo han sido olvidados, o ni siquiera
han sido registrados por las nuevas generaciones. Madeleine, una joven de 20
años de la supuesta Europa cultivada, ya no sabe quien fue Stalin. Así se
cumple el terrible augurio de otro personaje, llamado Charles: “Los muertos
pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en
la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la
memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo
real, pasan a ser marionetas”. De esta manera, Kundera dicta su propia
sentencia, si nadie lo recuerda, desaparecerá; si lo recuerdan, será una
marioneta. Esta destemplanza sólo podía provenir de una pluma valiente, de un
autor que ha visto caer todas las utopías del siglo XX.
En
1963, Jean-Paul Sartre visitó Praga, invitado por la Unión de Escritores de
Checoslovaquia, en esa ocasión, el filósofo, dramaturgo y escritor; predijo que
la gran novela del la segunda mitad del siglo XX se produciría por la búsqueda
de la verdad sobre el experimento del comunismo. Él mismo, después de leer La Broma, afirmó: “La pregunta que
plantea Kundera es sumamente radical: ¿por qué debiéramos sentir amor por ellos
[los seres humanos]? Sí, ¿por qué? Tal vez podremos responder a esta pregunta
un día, tal vez nunca”.
No es
noticia, ya terminó el siglo XX, la predicción de Jean-Paul Sarte se cumplió,
al menos en Europa, pues en Latinoamérica los escritores estaban ocupados con
el Realismo Mágico y la reinvención simbólica de sus orígenes. En el siglo XXI ¿Qué
nos queda? ¿Sobre qué vamos a escribir? Milan Kundera nos responde: Sobre la
insignificancia. Es su testamento, no es un imperativo ni un dogma, sólo una
propuesta. Hablemos de la levedad del ser, aunque sea insoportable. En esto
coincide con autores como Italo Calvino, quien antes de morir, en 1985, incluyó
la levedad entre sus Seis propuestas para un nuevo milenio, o
el catalán Enrique Vila Matas con su conferencia La levedad, Ida y vuelta. Kundera lleva la levedad al grado
máximo, la insignificancia, lo cual reconoce como una faena difícil: “Se
necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan
dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan sólo de
reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla”.
Esa es
la contradicción: Estamos solos, como todos los demás. Somos insignificantes,
como todos los demás. Sólo que unos seremos insignificantes en cuanto muramos y
otros lo serán cincuenta o cien años después. Habrá que pensar en una
No-logo-terapia, esto es, la terapia del sin sentido. Para los amantes del “Yo”
esto es una herejía, por mi parte, no creo tener en este momento una postura al
respecto, me parece que la propuesta de Kundera tiene un gran potencial
liberador, sin embargo, su siglo fue el XX y su propuesta quizá sea solamente
el primer paso hacia el siglo XXI, el cual nos reserva nuevos horizontes sobre
los cuales reflexionar. Pero de antemano, se agradece esta síntesis que nos
hereda Milan Kundera.
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