martes, 9 de septiembre de 2014

El último Kundera, el ombligo y la insignificancia


Todo comienza con una disertación sobre el mensaje erótico que  transmite el ombligo de las mujeres,  signo de igualdad en contraste con la diversidad que representan las nalgas, los muslos y los senos. Alain, el protagonista intrigado, anuncia: “Hoy en día se ha puesto de moda pasear así con el ombligo al aire. Dura como mínimo hace diez años… ¡Pero no olvides que la moda del ombligo inauguró el nuevo milenio! Como si, en esa fecha simbólica, alguien hubiera levantado una cortina que durante siglos, nos hubiera impedido ver lo esencial: ¡que la individualidad es una ilusión!”. Es casi un manifiesto, donde el personaje nos muestra, a través de una práctica estética, el verdadero fin de la modernidad, no la llegada de la posmodernidad, sino el arribo de una nueva era aún innombrada. Quizá por eso, el mismo autor ponga en voz de La Franck, una viuda reciente, una declaración que parece contradictoria con la de Alain: “¡El ser humano no es sino soledad!... Una soledad rodeada de soledades!”. Se expresa así un síntoma de nuestra actualidad, deseamos la individualidad, pero nos duele la soledad, deseamos la comunidad, pero vivimos al otro como una impostura. Es probable que Kundera sea la voz de una Europa a la deriva, depositaria de la caída del comunismo y del fracaso del capitalismo: “¿Una utopía asesinada tras la cual ya no habrá otras? ¿Una época de la que ya no quedará huella? ¿Libros y cuadros arrojados al vacío? ¿Una Europa que ya no será Europa? ¿Bromas de las que ya nadie reirá?”. Con la última cuestión, el autor entrelaza como serpiente que se muerde la cola, el inicio su obra novelística con su novela recién publicada, La fiesta de la insignificancia, la cual es muy probable que cierre su obra, pues tiene 85 años y entre su novela inmediata previa y ésta, pasaron 14 años. Su primera novela, La broma, la publicó en 1967, no tan joven, a los 38 años. En su trama, el universitario de nombre Ludvik Jahn hace una broma sobre el optimismo, escribe en el reverso de una postal: El optimismo es el opio del pueblo, el espíritu sano hiede a idiotez” y la envía. Este hecho desata una persecución en medio de la Checoslovaquia comunista. Cercanos a los cincuenta años de dicha publicación, muchos pensamos que esa frase debería estar grabada con letras de oro en el centro de todas las capitales del mundo.
¿Cómo se transita de la broma a la insignificancia? En la novela se habla del “crepúsculo de la broma”, de la “posbroma”. Es una perspectiva muy lúcida, vivimos en tiempos de lo políticamente correcto, donde por más esfuerzo que hagamos por liberar a una broma de su carga supuestamente discriminatoria, siempre hay alguien que levanta la mano para expresar su indignación. Este sistema respetuoso-paranoico, pretende la eliminación de las diferencias, que todos seamos ombligos, porque fuera de la pareja proto-parental, Adán y Eva,   todos tenemos ombligo. En realidad, esto da cuenta de cómo nuestra piel psíquica se ha ido adelgazando hasta llevarnos una completa vulnerabilidad, en la que cualquier interpelación es experimentada como una amenaza. De manera paradójica las redes sociales de internet se saturan de videos con imágenes de pretendidas bromas que vistas con mirada crítica son actos plenos de violencia y antisocialidad, pero eso si causa risa y nadie reclama: adolescentes aventándose, destrozo de bienes públicos y privados, caídas, golpes, denigración del otro, entre otros. Esto me lleva a sentir nostalgia por los tiempos freudianos donde el chiste verbal era una manera de re-orientar los impulsos y expresar las manifestaciones de nuestros inconscientes a través de la palabra y no con actos.
Al leer la novela tuve la impresión de que Kundera le dice, al fin, adiós a Joseph Stalin, desentraña su imagen tiránica heredada de la Guerra Fría para encontrar su lado humorístico, su capacidad de hacer bromas. No es una defensa del dictador, sino la evidencia de los efectos del tiempo, Stalin no es bromista por sus actos, sino porque sus actos y él mismo han sido olvidados, o ni siquiera han sido registrados por las nuevas generaciones. Madeleine, una joven de 20 años de la supuesta Europa cultivada, ya no sabe quien fue Stalin. Así se cumple el terrible augurio de otro personaje, llamado Charles: “Los muertos pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo real, pasan a ser marionetas”. De esta manera, Kundera dicta su propia sentencia, si nadie lo recuerda, desaparecerá; si lo recuerdan, será una marioneta. Esta destemplanza sólo podía provenir de una pluma valiente, de un autor que ha visto caer todas las utopías del siglo XX.
En 1963, Jean-Paul Sartre visitó Praga, invitado por la Unión de Escritores de Checoslovaquia, en esa ocasión, el filósofo, dramaturgo y escritor; predijo que la gran novela del la segunda mitad del siglo XX se produciría por la búsqueda de la verdad sobre el experimento del comunismo. Él mismo, después de leer La Broma, afirmó: “La pregunta que plantea Kundera es sumamente radical: ¿por qué debiéramos sentir amor por ellos [los seres humanos]? Sí, ¿por qué? Tal vez podremos responder a esta pregunta un día, tal vez nunca”.
No es noticia, ya terminó el siglo XX, la predicción de Jean-Paul Sarte se cumplió, al menos en Europa, pues en Latinoamérica los escritores estaban ocupados con el Realismo Mágico y la reinvención simbólica de sus orígenes. En el siglo XXI ¿Qué nos queda? ¿Sobre qué vamos a escribir? Milan Kundera nos responde: Sobre la insignificancia. Es su testamento, no es un imperativo ni un dogma, sólo una propuesta. Hablemos de la levedad del ser, aunque sea insoportable. En esto coincide con autores como Italo Calvino, quien antes de morir, en 1985, incluyó la levedad entre sus  Seis propuestas para un nuevo milenio, o el catalán Enrique Vila Matas con su conferencia La levedad, Ida y vuelta. Kundera lleva la levedad al grado máximo, la insignificancia, lo cual reconoce como una faena difícil: “Se necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan sólo de reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla”.

Esa es la contradicción: Estamos solos, como todos los demás. Somos insignificantes, como todos los demás. Sólo que unos seremos insignificantes en cuanto muramos y otros lo serán cincuenta o cien años después. Habrá que pensar en una No-logo-terapia, esto es, la terapia del sin sentido. Para los amantes del “Yo” esto es una herejía, por mi parte, no creo tener en este momento una postura al respecto, me parece que la propuesta de Kundera tiene un gran potencial liberador, sin embargo, su siglo fue el XX y su propuesta quizá sea solamente el primer paso hacia el siglo XXI, el cual nos reserva nuevos horizontes sobre los cuales reflexionar. Pero de antemano, se agradece esta síntesis que nos hereda Milan Kundera.

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